Hoy sábado santo después de haber conmemorado la pasión y muerte de Jesús, retumban en nuestras mentes dos palabras, Cruz y soledad.
Quizás esta es la única época del año en que nos detenemos a contemplar estas dos situaciones:
María y su Hijo, han agotado hasta lo último todas las experiencias del sufrir humano .No hay un solo dolor que el hombre padezca que ellos no hayan padecido. En sus almas, agrandadas por una calidad humana excepcional y por la gracia, se resolvieron todos los pesares de nosotros los hijos del mundo.
La soledad de María es la soledad de muchas mujeres de hoy, de muchas madres que han perdido sus hijos en la guerra, de aquellas que han asesinado a sus hijos por miedo a perder su vida de comodidad, de aquellas mujeres que no tienen un esposo que las acompañe, que han sido abandonadas, las que hoy son maltratadas, física y sicológicamente, sin embargo, al igual que lo hizo María nosotros no podemos quedarnos en tristezas y soledades, nosotras las mujeres, debemos a ejemplo de María, ser valientes para caminar en la profundidad del dolor pero con la esperanza de salir victoriosas. La vida es demasiado corta para malgastarla en depresiones y soledades, el mundo nos necesita fuertes, perseverantes y llenas de Optimismo.
Si María no hubiese comprendido los designios de Dios y no hubiese sido lo suficientemente fuerte para levantarse después de su dolor y ver la gloria de su Hijo resucitado y ser pionera de la iglesia, ¿quién le habría dado fuerza a los apóstoles para continuar? allí radica la importancia de la mujer en la iglesia y en la sociedad, Ella no se detuvo en sentimentalismos. Bien había podido decir, “NO CONFIO EN USTEDES APOSTOLES POR QUE ME DEJARON SOLA CON MI HIJO EN LA CRUZ…No, ella comprendió su miedo y los llenó de valor, los impulsó para que siguieran adelante, por que ella tenia la fuerza del espíritu. Y es así, como hasta nuestros días nos sigue acompañando, nos sigue llenando de valor, nos precede en nuestro camino; es nuestra estrella de evangelización, es la madre a la cual podemos acudir en momentos de desesperación; ella siempre nos escucha y nos impulsa, nos da fuerza para continuar el camino, no nos deja desfallecer; siempre nos acompaña y camina con nosotros, ella es el rostro maternal de la Iglesia.
Cuando te asalte la soledad; cuando pienses que nadie te quiere; cuando a tu sufrir parezcan ridículas las palabras de consuelo; cuando el apretón de manos no te diga nada; cuando el dolor te golpee con su absurdo; cuando no entiendas nada y corras el riesgo de enloquecer y desesperar; cuando creas que Dios te ha abandonado y sientas la tentación de la rebeldía... piensa en María, tu Madre, Nuestra Señora de la Soledad.
No olvides, Dios nos ha hecho para amar, es nuestra naturaleza, el amor Dios nos ha creado para causas grandes.
1 comentario:
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