“En Nigeria la religiosidad de la gente es muy fuerte y los católicos, en general, están muy orgullosos de serlo. Es fácil ver a la gente con el rosario por la calle mientras va de un lado para otro, sin esconder que lo está rezando. Esta mañana,a las 5:55 h., vi desde el auto a una chica joven que iba en medio de la oscuridad para Misa de 6:00 con su rosario en la mano”. El padre Eduardo Carú (ahora Father Edward) llegó a Lagos, la ciudad más grande de Nigeria, el 7 de setiembre de 2009.
Los años anteriores a su partida, había vivido en Acantilados, un centro del Opus Dei en Mar del Plata, y aunque llevaba un buen tiempo haciendo su oración frente al mar, nunca se le había ocurrido que un día Dios le pediría que lo cruzara para servir a la Iglesia haciendo el Opus Dei en África.
Por eso, consciente de estar viviendo una experiencia única, fue volcando algunas de sus impresiones en pequeños relatos –así los llama él- que logra escribir en las pocas pausas que le dejan su labor pastoral y los estudios urgentes de Grammar and vocabulary. Aprovechamos algunos extractos para dar un panorama de su vida en Nigeria.
Las historias son variadas. Desde cómo casi fue atropellado por un okada (moto-taxi) en las atestadas calles de Lagos, a las sacrificadas 24 horas de viaje que hacen los chicos de Nsukka para asistir a charlas de formación cristiana, o la emotiva visita al National War Museum que recuerda la Guerra de Biafra, entre 1967 y 1970: “Lo más interesante fue el empeño que puso el guía en reiterar varias veces el motivo del museo: para recordar a todos el mal que provoca la guerra y la importancia de no repetirla. Mostraba una y otra vez una foto de chicos que morían de hambre durante la guerra. Mientras, yo recordaba que el hambre era la única idea que a mí siempre me ha venido a la cabeza cuando escuchaba la palabra Biafra. Mostró también, con cierta pena, un chiste, publicado en algún diario de occidente, sobre la falsa preocupación de los países desarrollados por los que morían de hambre mientras ellos mismos hacían negocio vendiéndoles armas”.
En los relatos, plenos de color local y de su buen humor, refleja la calidez humana y el amor a Dios de la gente que lo recibió en Nigeria: “Yo soy onye-ocha (hombre blanco: hay que pronunciarlo rápido y suena “oniocha”) y novato en estas latitudes. Onye-ocha es lo que siempre me dicen en cuanto me ven dentro del auto, con una sonrisa y muy divertidos, porque soy absolutamente exótico para ellos, y les encanta descubrir a un hombre blanco”. Buena parte de sus esfuerzos actuales los dedica a dominar el inglés para poder predicar mejor: si bien lo estudió en el Colegio Newman, según él, no está entre sus dotes naturales. “La pronunciación es casi un misterio: me la paso pidiendo que por favor me repitan más despacio, hasta que consigo descifrar lo que me están diciendo”.
Para atender espiritualmente a personas de toda condición social, tiene que hacer constantes viajes entre el oeste y el este del país: Lagos, Nsukka, Biafra, Enugu… pero, a veces, no son tan complicados como los simples traslados de todos los días dentro de la ciudad, sobre todo si debe atravesar el mercado. “Tenés que ir a paso de hombre porque toda la gente está ocupando la calle mientras vende sus gallinas, yams, cabezas de vaca (delicadeza especial para el paladar nigeriano), y un largo etcétera… Además las motos van llevando pasajeros por la misma calle, y los Keke-Napep (o trici-moto) pueden cargar indefinido número de personas, dependiendo del tamaño y la necesidad. Por todos lados hay chiquitos; y, sobre todo, mujeres transportando productos en sus cabezas. Más pintoresco imposible”.
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