miércoles, 21 de diciembre de 2016

Catequesis del Papa: “Jesús, semilla de esperanza, tú puedes salvarme”



(RV).- “Contemplando el pesebre, nos preparamos para el Nacimiento del Señor. Será verdaderamente una fiesta si acogemos a Jesús, semilla de esperanza que Dios siembra en los surcos de nuestra historia personal y comunitaria”, con estas palabras el Papa Francisco explicó en la Audiencia General del tercer miércoles de diciembre, el significado de la esperanza cristiana en vísperas de la Navidad.
Continuando su ciclo de catequesis sobre la virtud de los pequeños, de los pobres y de los humildes, es decir, sobre “la esperanza cristiana”, el Obispo de Roma señaló que, “solamente confiando en Dios y haciendo crecer la semilla de esperanza que Dios siembra en los surcos de nuestra historia personal y comunitaria podremos alcanzar la vida eterna”. Ya que cada “si” a Jesús que viene es un germen de esperanza y de salvación. Esta es la actitud del cristiano dijo el Pontífice, contrariamente a aquella actitud del que confía en sus propias seguridades, sobre todo materiales, y que no espera la salvación de Dios. Fijemos bien esto en la cabeza, concluyó el Papa, “nuestras propias seguridades no nos salvaran”.
Texto completo y audio de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hemos iniciado hace poco un camino de catequesis sobre el tema de la esperanza, muy apropiado para el tiempo del Adviento. A guiarnos hasta ahora ha sido el profeta Isaías. Hoy, a pocos días de la Navidad, quisiera reflexionar de modo más específico sobre el momento en el cual, por así decir, la esperanza ha entrado en el mundo, con la encarnación del Hijo de Dios. El mismo profeta Isaías había preanunciado el nacimiento del Mesías en algunos pasajes: «Miren, la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emanuel» (7,14); y también – en otro pasaje – «Saldrá una rama del tronco de Jesé y un retoño brotará de sus raíces» (11,1). En estos pasajes se entre ve el sentido de la Navidad: Dios cumple la promesa haciéndose hombre; no abandona a su pueblo, se acerca hasta despojarse de su divinidad. De este modo Dios demuestra su fidelidad e inaugura un Reino nuevo, que dona una nueva esperanza a la humanidad. Y ¿cuál es esta esperanza? La vida eterna.
Cuando se habla de la esperanza, muchas veces se refiere a lo que no está en el poder del hombre y que no es visible. De hecho, lo que esperamos va más allá de nuestras fuerzas y nuestra mirada. Pero el Nacimiento de Cristo, inaugurando la redención, nos habla de una esperanza distinta, una esperanza segura, visible y comprensible, porque está fundada en Dios. Él entra en el mundo y nos dona la fuerza para caminar con Él – Dios camina con nosotros en Jesús –, caminar con Él hacia la plenitud de la vida; nos da la fuerza para estar de una manera nueva en el presente, a pesar de ser difícil. Entonces, esperar para el cristiano significa la certeza de estar en camino con Cristo hacia el Padre que nos espera. La esperanza jamás está detenida, la esperanza siempre está en camino y nos hace caminar. Esta esperanza, que el Niño de Belén nos dona, ofrece una meta, un destino bueno en el presente, la salvación para la humanidad, la bienaventuranza para quien se encomienda a Dios misericordioso. San Pablo resume todo esto con la expresión: «Solamente en la esperanza hemos sido salvados» (Rom 8,24). Es decir, caminando de este modo, con esperanza, somos salvados. Y aquí podemos hacernos una pregunta, cada uno de nosotros: ¿yo camino con esperanza o mi vida interior está detenida, cerrada? ¿Mi corazón es un cajón cerrado o es un cajón abierto a la esperanza que me hace caminar? No solo, con Jesús. Una buena pregunta por hacernos.
En las casas de los cristianos, durante el tiempo de Adviento, se prepara el pesebre, según la tradición que se remonta a San Francisco de Asís. En su simplicidad, el pesebre transmite esperanza; cada uno de los personajes está inmerso en esta atmósfera de esperanza.
Antes que nada notamos el lugar en el cual nace Jesús: Belén. Un pequeño pueblo de Judea donde mil años antes había nacido David, el pastor elegido por Dios como rey de Israel. Belén no es una capital, y por esto es preferida por la providencia divina, que ama actuar a través de los pequeños y los humildes. En aquel lugar nace el “hijo de David” tan esperado, Jesús, en el cual la esperanza de Dios y la esperanza del hombre se encuentran.
Luego, miramos a María, Madre de la esperanza. Con su “si” ha abierto a Dios la puerta de nuestro mundo: su corazón de joven estaba lleno de esperanza, completamente animada por la fe; y así Dios la ha elegido y ella ha creído en su palabra. Ella que por nueve meses ha sido el arca de la nueva y eterna Alianza, en la gruta contempla al Niño y ve en Él el amor de Dios, que viene a salvar a su pueblo y a la entera humanidad. Junto a María estaba José, descendiente de Jesé y de David; también él ha creído en las palabras del ángel, y mirando a Jesús en el pesebre, piensa que aquel Niño viene del Espíritu Santo, y que Dios mismo le ha ordenado de llamarlo así, “Jesús”. En este nombre está la esperanza para todo hombre, porque mediante este hijo de mujer, Dios salvará a la humanidad de la muerte y del pecado. Por esto es importante mirar el pesebre: detenerse un poco y mirar y ver cuanta esperanza hay en esta gente.
Y también en el pesebre están los pastores, que representan a los humildes y a los pobres que esperaban al Mesías, el «consuelo de Israel» (Lc 2,25) y la «redención de Jerusalén» (Lc 2,38). En aquel Niño ven la realización de las promesas y esperan que la salvación de Dios llegue finalmente para cada uno de ellos. Quien confía en sus propias seguridades, sobre todo materiales, no espera la salvación de Dios. Pero fijemos esto en la cabeza: nuestras propias seguridades no nos salvaran. Las propias seguridades no nos salvaran, solamente la seguridad que nos salva es aquella de la esperanza en Dios, aquella que nos salva, aquella fuerte. Y aquella que nos hace caminar en la vida con alegría, con ganas de hacer el bien, con las ganas de ser felices para toda la eternidad. Los pequeños, los pastores, en cambio confían en Dios, esperan en Él y se alegran cuando reconocen en este Niño el signo indicado por los ángeles (Cfr. Lc 2,12).
Y justamente ahí está el coro de los ángeles que anuncia desde lo alto el gran designio que aquel Niño realiza: «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él» (Lc 2,14). La esperanza cristiana se expresa en la alabanza y en el agradecimiento a Dios, que ha inaugurado su Reino de amor, de justicia y de paz.
Queridos hermanos y hermanas, en estos días, contemplando el pesebre, nos preparamos para el Nacimiento del Señor. Será verdaderamente una fiesta si acogemos a Jesús, semilla de esperanza que Dios siembra en los surcos de nuestra historia personal y comunitaria. Cada “si” a Jesús que viene es un germen de esperanza. Tengamos confianza en este germen de esperanza, en este sí: “Si Jesús, tú puedes salvarme, tú puedes salvarme”. ¡Feliz Navidad de esperanza para todos!

domingo, 18 de diciembre de 2016

El mensaje de la Buena Noticia es urgente: la humanidad tiene hambre y sed de justicia, de paz y de verdad

(RV).- El Papa Francisco rezó el Ángelus con los miles de fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro. Antes de la oración mariana el Obispo de Roma se refirió a la liturgia del cuarto y último domingo de Adviento, caracterizada por el tema de la cercanía de Dios a la humanidad, poniendo de relieve a los protagonistas de este “misterio de amor”: María y José. “Dios se acerca también a nosotros con su gracia para entrar en nuestra vida”, subrayó el Obispo de Roma, quien luego se preguntó qué cosa hacemos nosotros ¿Lo acogemos o lo rechazamos?
“Como a María, que ofreciéndose libremente al Señor de la historia, se le ha permitido cambiar el destino de la humanidad, así también nosotros, acogiendo a Jesús y tratando de seguirlo cada día, podemos cooperar con su diseño de salvación sobre nosotros mismos y sobre el mundo”, constató el Papa.
El Santo Padre recordó también al otro protagonista del Evangelio de hoy: San José. “Acogiendo a María, José acoge conscientemente y con amor a Aquel que ha sido concebido en ella por obra admirable de Dios, para quien nada es imposible. José, hombre humilde y justo, nos enseña a confiarnos siempre en Dios, a dejarnos guiar por Él con voluntaria obediencia”.
Francisco pidió para que María y José, que han sido los primeros en acoger a Jesús mediante la fe, nos introduzcan en el misterio de la Navidad. “María nos ayuda a colocarnos en actitud de disponibilidad para acoger al Hijo de Dios en nuestra vida concreta, en nuestra carne. José nos insta a buscar siempre la voluntad de Dios y a seguirla con total confianza”, finalizó.
(RC - RV).
Texto y audio de las palabras del Santo Padre Francisco antes de rezar el Ángelus:
 
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
La liturgia de hoy, que es del cuarto y último domingo de Adviento, está caracterizada por el tema de la cercanía, la cercanía de Dios a la humanidad. El pasaje del Evangelio (cfr Mt 1,18-24) nos muestra a las dos personas que más que cualquier otra están envueltas en este misterio de amor: la Virgen María y su esposo José. Misterio de amor, misterio de cercanía de Dios con la humanidad.
María es presentada a la luz de la profecía que dice: «La Virgen concebirá y dará a luz un hijo» (v. 23).  El evangelista Mateo reconoce que aquello ha acontecido en María, quien ha concebido a Jesús por obra del Espíritu Santo (cfr v. 18).  El hijo de Dios “viene” en su vientre para convertirse en hombre y Ella lo acoge. Así, de manera única, Dios se ha acercado al ser humano tomando la carne de una mujer: Dios se ha acercado al ser humano tomando la carne de una mujer.  También a nosotros, de manera diferente, Dios se acerca con su gracia para entrar en nuestra vida y ofrecernos en don a su Hijo. Y nosotros ¿qué hacemos? ¿Lo acogemos, lo dejamos acercarse o lo rechazamos, lo echamos?  Como a María, que ofreciéndose libremente al Señor de la historia, se le ha permitido cambiar el destino de la humanidad,  así también nosotros, acogiendo a Jesús y tratando de seguirlo cada día, podemos cooperar con su diseño de salvación sobre nosotros mismos y sobre el mundo. Por lo tanto María se nos presenta como el modelo al cual mirar y apoyo sobre el cual contar en nuestra búsqueda de Dios, en nuestra cercanía a Dios, con este dejar que Dios se acerque a nosotros, y en nuestro compromiso por construir la civilización del amor.
El otro protagonista del Evangelio de hoy es San José. El evangelista pone en evidencia cómo José por sí solo no pueda darse una explicación del acontecimiento que ve verificarse frente a sus ojos, o sea el embarazo de María. Precisamente entonces, en aquel momento de la duda, también del miedo Dios se le acerca con un mensajero suyo y él es iluminado sobre la naturaleza de aquella maternidad: «porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo» (v. 20).  Así, frente al evento extraordinario, que ciertamente suscita en su corazón tantas interrogantes, se confía totalmente en Dios que se le acerca y, siguiendo su invitación, no repudia a su comprometida sino que la toma consigo y la desposa. Acogiendo a María, José acoge conscientemente y con amor a Aquel que ha sido concebido en ella por obra admirable de Dios, para quien nada es imposible. José, hombre humilde y justo (cfr v. 19), nos enseña a confiarnos siempre en Dios, que se nos acerca: cuando Dios se nos acerca debemos confiarnos. José nos enseña a dejarnos guiar por Él con voluntaria obediencia. Ambos se dejaron acercar por el Señor.
Estas dos figuras, María y José, que han sido los primeros en acoger a Jesús mediante la fe, nos introducen en el misterio de la Navidad. María nos ayuda a colocarnos en actitud de disponibilidad para acoger al Hijo de Dios en nuestra vida concreta, en nuestra carne. José nos insta a buscar siempre la voluntad de Dios y a seguirla con total confianza. «La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: ‘Dios con nosotros’» (Mt 1,23). ).  Así dice el ángel: “Emanuel se llamará el niño, que significa Dios-con-nosotros” o sea Dios cerca a nosotros. Y a Dios que se acerca yo le abro la puerta - al Señor- cuando siento una inspiración interior, cuando siento que me pide hacer algo más por los demás, cuando me llama a la oración. Dios-con-nosotros, Dios que se acerca. Que este anuncio de esperanza, que se cumple en Navidad, lleve a cumplimiento la espera de Dios también en cada uno de nosotros, en toda la Iglesia, y en tantos pequeños que el mundo desprecia, pero que Dios ama y a los cuales se acerca. 

jueves, 15 de diciembre de 2016

El Papa en Santa Marta: pastores sean comprensivos con la gente...

(RV).- La predicación de Juan el Bautista fue motivo de la reflexión del Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. En el Evangelio del día Jesús pregunta a la multitud qué cosa ha ido a contemplar en el desierto. Allí vivía el Bautista que predicaba y bautizaba. Todos iban a encontrarlo, también los fariseos y los doctores de la ley, pero para juzgarlo. Aquel que fueron a ver es un profeta, “más que un profeta”, “entre los nacidos de mujer nadie es más grande que Juan”, “el último de los profetas”. Aunque el más pequeño en el Reino de Dios es más grande que él: “Era un hombre fiel a aquello que el Señor le había pedido”, observó el Santo Padre. “Un grande por su fidelidad”. Con una grandeza que también se veía en su predicación:
Predicaba con fuerza, no decía cosas bellas a los fariseos, a los doctores de la ley, a los sacerdotes, no les decía: “Queridos, pórtense bien”. No. Simplemente les decía: “Raza de víboras”, simplemente así. No iba con rodeos. Porque se acercaban para controlar y para ver, pero jamás con el corazón abierto: “Raza de víboras”. Arriesgaba la vida, sí, pero él era fiel. Luego a Herodes, en la cara, le decía: “Adúltero, no te es lícito vivir así, ¡adúltero!”. ¡En la cara! Ciertamente si un párroco hoy en la homilía dominical dijese: “entre ustedes hay algunos que son raza de víboras y hay tantos adúlteros”, seguramente el obispo recibiría cartas de desconcierto: “Echen a este párroco que nos insulta”. Insultaba. ¿Por qué? Porque era fiel a su vocación y a la verdad.
Pero el Bautista, agregó el Papa, era comprensivo con la gente: a los publicanos, pecadores públicos porque explotaban al pueblo, les decía: “No pidan más de lo justo”. “Comenzaba con poco. Luego veremos. Y los bautizaba”, continuó Francisco. “Primero este paso. Luego veremos”. A los soldados les pedía no amenazar ni denunciar a nadie y de contentarse con  su paga. Juan bautizaba a todos estos pecadores, “pero con este pequeño paso adelante sabiendo que después Jesús haría el resto”. “Fue un pastor que entendía la situación de la gente y la ayudaba a ir adelante con el Señor”. Pero el Bautista también tenía sus dudas: los grandes se pueden permitir  dudar. De hecho en la cárcel Juan comienza a dudar, incluso si había bautizado a Jesús, “porque era un Salvador no como él lo había imaginado”.  
Los grandes se pueden permitir la duda, y esto es hermoso.  Están seguros de la vocación pero cada vez que el Señor les hace ver una nueva vía en el camino entran en la duda. “Pero esto no es ortodoxo,  esto es herético, este no es el Mesías que estaba esperando”. El diablo hace este trabajo y algún amigo lo ayuda ¿no? Esta es la grandeza de Juan, un grande, el último de aquella escuadra de creyentes que comenzó con Abraham, aquel que predica la conversión, aquel que no utiliza medias tintas para condenar a los soberbios, aquel que al final de la vida se permite dudar. Y este es un buen programa de vida cristiana.
El Obispo de Roma pidió como paso primordial la verdad al decir las cosas y recibir de la gente aquello que alcanza a dar:
Pidamos a Juan la gracia del coraje apostólico de decir siempre las cosas con verdad, del amor pastoral, de recibir a la gente con lo poco que puede dar, de dar el primer paso. Dios hará lo demás. Y también la gracia de dudar. Muchas veces, tal vez al final de la vida, uno se puede preguntar: “¿Todo esto es verdad o todo en lo que he creído es una fantasía?” La tentación contra la fe, contra el Señor. Que el gran Juan, que es el más pequeño en el Reino de los Cielos, por esto es grande, nos ayude en este camino tras las huellas del Señor.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

El mensaje de la Buena Noticia es urgente: la humanidad tiene hambre y sed de justicia, de paz y de verdad

(RV).- Con la Navidad que golpea a nuestras puertas, el Papa Francisco siguió reflexionando, en este primer período del Año litúrgico, sobre el tema de la esperanza cristiana, y el capítulo 52 de Isaías que inicia con la invitación al pueblo de Jerusalén para que despierte y vista de gala porque llega el Señor a liberarlo, es el tema con el que inició su reflexión. "Con las palabras de Isaías nos preparamos a celebrar la fiesta de la Navidad. El Profeta nos ayuda a abrirnos a la esperanza y a acoger la Buena noticia de la Salvación con un canto de alegría, porque el Señor está ya cerca", dijo. 
«Mi Pueblo conocerá mi Nombre en ese día, porque yo soy aquel que dice: ¡Aquí estoy!» (v. 6).
El Santo Padre explicó que a ese "aquí estoy" dicho por Dios, el puebloresponde con un "canto de alegría": nos encontramos en el contexto histórico del exilio del pueblo de Israel en Babilonia y con la posibilidad para éste  - un pueblo que en el exilio ha resistido en la fe, ha atravesado crisis y no obstante todo ha seguido creyendo y esperando incluso en medio de la oscuridad - de encontrar a Dios, y, en la fe, encontrarse a sí mismo.
Dios vence al pecado
Que Dios vence al pecado "quiere decir que Dios reina", enseñó el Papa, y precisó que estas son las palabras de la fe en un Señor cuya potencia se inclina hacia la humanidad, se abaja, se hace pequeño, para ofrecer misericordia y liberar al hombre de lo que desfigura en él la imagen bella de Dios, es decir, del pecado.
"La presencia de Dios en medio de su pueblo, entre los pequeños, en las realidades adversas o cuando llega la tentación de pensar que ya nada tiene sentido, se convierte, esta presencia, en portadora de libertad y de paz. Por eso son hermosos los pies de aquel que corre a anunciar esto a sus hermanos, porque ha comprendido la urgencia de este anuncio para un mundo que necesita a Dios".
Hombres y mujeres de esperanza, despiértense
Fueron dos en definitiva, las invitaciones del Papa Francisco dirigidas a los cristianos en la catequesis de este tiempo de Adviento: la primera a 'despertarnos', - como la que dirige el profeta a Jerusalén – para acoger en el corazón la maravilla de la Navidad, y la segunda, a convertirnos en hombres y mujeres de esperanza, para colaborar con la llegada de este reino de luz que está destinado a todos:
"… nosotros estamos llamados, ante el misterio del Niño Dios en Belén, a darnos cuenta de esta urgencia y a colaborar a la venida del Reino de Dios, que es luz y que debe llegar a todos. Como el mensajero sobre los montes, también nosotros tenemos que correr para llevar la buena noticia de la cercanía de Dios a una humanidad que no puede esperar, y que tiene sed de justicia, de verdad y de paz".
Preparar y abrir el corazón a la maravilla de la Navidad
De este modo el Obispo de Roma concluyó su catequesis haciendo presente que la Navidad "es un día para abrir el corazón a la pequeñez y maravilla del niño que está en el pesebre": "los invito, en este tiempo de Adviento, a preparar el corazón, para acoger toda la pequeñez, toda la maravilla, toda la sorpresa de un Dios que abandona su grandeza, y se hace pobre y débil para estar cerca de cada uno de nosotros. Muchas gracias".

Vida de San Juan de la Cruz

viernes, 9 de diciembre de 2016

Que los sacerdotes sean mediadores del amor de Dios...

(RV).- Que los sacerdotes sean mediadores del amor de Dios y no intermediarios que piensan en sus propios intereses. Es la admonición que hizo el Papa en la homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta, centrada en las tentaciones que pueden comprometer el servicio de los sacerdotes. Además, Francisco puso en guardia ante los llamados “rígidos” que cargan sobre los fieles cosas cuyo peso ellos no llevan. Y denunció la tentación de la mundanidad que transforma al sacerdote en un funcionario y lo conduce a ser “ridículo”.
Son como los niños a los cuales les ofreces algo que no les gusta, les ofreces lo contrario y tampoco va bien. El Santo Padre se inspiró en las palabras de Jesús, según el Evangelio del día, para subrayar la insatisfacción del pueblo, que jamás está contento. Y también hoy – observó el Pontífice – “hay cristianos insatisfechos – tantos – que no logran comprender lo que el Señor les ha enseñado, no logran entender el núcleo de la revelación del Evangelio”. A continuación, el Papa se detuvo en los sacerdotes “insatisfechos” que – advirtió –  “hacen tanto mal”. Viven insatisfechos y buscan siempre nuevos proyectos, “porque su corazón está alejado de la lógica de Jesús” y, por esta razón, “se lamentan o viven tristes”.
No a los sacerdotes intermediarios, sí a los sacerdotes mediadores del amor de Dios
La lógica de Jesús – reafirmó el Obispo de Roma – debería dar, en cambio, “plena satisfacción” a un sacerdote. “Es la lógica del mediador”. “Jesús  – subrayó – es el mediador entre Dios y nosotros. Y nosotros debemos tomar este camino de mediadores”, “no esa otra figura que se parece tanto pero que no es la misma: intermediarios”. En efecto – prosiguió – el intermediario “hace su trabajo y toma su sueldo”, “él jamás pierde”. Totalmente diverso es el mediador:
“El mediador, en cambio, se pierde a sí mismo para unir a las partes, da la vida, sí mismo, el precio es ese: su propia vida, paga con su propia vida, su propio cansancio, su propio trabajo, tantas cosas – en este caso el párroco – para unir a la grey, para unir a la gente, para llevarla hacia Jesús. La lógica de Jesús como mediador es la lógica de aniquilarse a sí mismo. San Pablo en la Carta a los Filipenses es claro sobre esto: ‘Se aniquiló a sí mismo, se despojó de sí mismo’ pero para hacer esta unión, hasta la muerte, muerte de cruz. Esa es la lógica: despojarse, aniquilarse”.
El sacerdote auténtico – agregó el Papa Bergoglio –  “es un mediador muy cercano a su pueblo”, el intermediario, en cambio, hace su trabajo pero después toma otro, “siempre como funcionario”, “no sabe qué significa ensuciarse las manos” en medio de la realidad. Y por esta razón – reafirmó – cuando “el sacerdote pasa de mediador a intermediario no es fácil, es triste”. Y busca un poco de felicidad “haciéndose ver” y “haciendo sentir su autoridad”.
La rigidez lleva a alejar a las personas que buscan consuelo
A los intermediarios de su tiempo – añadió el Pontífice – “Jesús les decía que a ellos les gustaba pasear por las plazas” para hacerse ver y honrar:
“Pero también para hacerse importantes, los sacerdotes intermediarios emprenden el camino de la rigidez: tantas veces, separados de la gente, no saben lo que es el dolor humano; pierden lo que habían aprendido en su casa, con el trabajo del papá, de la mamá, del abuelo, de la abuela, de los hermanos… Pierden estas cosas. Son rígidos, aquellos rígidos que cargan sobre los fieles tantas cosas que ellos no llevan, como decía Jesús a los intermediarios de su tiempo. La rigidez. Látigo en la  mano con el pueblo de Dios: ‘Esto no se puede, esto no se puede…’. Y tanta gente que se acerca buscando un poco de consuelo, un poco de comprensión es echada con esta rigidez”.
Cuando el sacerdote rígido y mundano se transforma en funcionario termina siendo ridículo
Sin embargo – dijo también el Papa – la rigidez no se puede mantener durante mucho tiempo. Y fundamentalmente es esquizoide: “Terminarás apareciendo rígido pero por dentro serás un desastre”. Y con la rigidez, la mundanidad. “Un sacerdote mundano, rígido – dijo Francisco – es un insatisfecho porque ha tomado el camino equivocado”:
“A propósito de rigidez y mundanidad, ha sucedido tiempo atrás que ha venido a verme un anciano monseñor de la Curia, que trabaja, un hombre normal, un hombre bueno, enamorado de Jesús y me ha contado que había ido al “Euroclero” a comprarse un par de camisas y vio ante el espejo a un muchacho –  piensa que no tenía más de 25 años, o un sacerdote joven o (que estaba) por convertirse en sacerdote –  delante del espejo, con una manta, grande, amplia, con el terciopelo, la cadena de plata y se miraba. Y después tomó el capelo ‘saturno’, se lo puso y se miraba. Un rígido mundano. Y aquel sacerdote –  es sabio aquel monseñor, muy sabio – logró superar el dolor, con una broma de sano humorismo y añadió: ‘¡Y después se dice que la Iglesia no permite el sacerdocio a las mujeres!’. De modo que el oficio que hace el sacerdote cuando se vuelve funcionario termina en lo ridículo, siempre”.
Un buen sacerdote se reconoce cuando sabe jugar con un niño
“En el examen de conciencia – dijo después el Papa – consideren esto: ‘¿Hoy he sido funcionario o mediador? ¿Me he custodiado a mí mismo, me he buscado a mí mismo, mi comodidad, mi orden o he dejado que la jornada estuviera al servicio de los demás?”. Una vez – relató – una persona me “decía que él reconocía a los sacerdotes por la actitud con los niños: si saben acariciar a un niño, sonreír a un niño, jugar con un niño… Es interesante esto porque significa que saben abajarse, acercarse a las pequeñas cosas”. En cambio – afirmó – “el intermediario es triste, siempre con aquella cara triste o demasiado seria, cara oscura. El intermediario tiene la mirada oscura, ¡muy oscura! El mediador – reafirmó – es abierto: la sonrisa, la acogida, la comprensión y las caricias”.
Policarpo, San Francisco Javier y San Pablo: tres iconos de sacerdotes mediadores
Al final de su homilía el Papa Francisco propuso tres “iconos” de “sacerdotes mediadores y no intermediaros”. El primero es el “gran” Policarpo que “no negocia su vocación y va valeroso a la hoguera y cuando el fuego sale a su encuentro, los fieles que estaban allí, han sentido el olor del pan”. “Así – dijo – termina un mediador: como un trozo de pan para sus fieles”.
El otro icono es San Francisco Javier, que muere joven en la playa de Shangchuan, “mirando hacia China” a donde quería ir pero no podrá porque el Señor se lo lleva consigo. Y después, el último icono: el anciano San Pablo en Tre Fontane. “Aquella mañana temprano  – recordó – los soldados fueron a verlo, lo apresaron, y él caminaba curvado”. Sabía muy bien que esto sucedía por la traición de algunos dentro de la comunidad cristiana pero él ha luchado tanto, tanto, en su vida, que se ofrece al Señor como sacrificio”. “Tres iconos – concluyó el Papa – que pueden ayudarnos. Miremos allí: ¿Cómo quiero terminar mi vida de sacerdote? ¿Cómo funcionario, como intermediario o como mediador, es decir en la cruz?”.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

La esperanza no desilusiona, afirmó el Papa en la Catequesis...

(RV).- En la segunda semana de Adviento, primer período del nuevo Año litúrgico, el Papa Francisco dio inicio a la nueva serie de catequesis sobre el tema de la esperanza cristiana. En un tiempo en el que a veces nos sentimos perdidos ante el mal y la violencia que nos rodean, ante el dolor de tantos hermanos nuestros, la esperanza es un tema muy importante – dijo el Papa - porque la esperanza no desilusiona. “El optimismo desilusiona, pero la esperanza, no”, puntualizó.
«¡Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice su Dios!» Tras leer a los fieles presentes las palabras del profeta Isaías, “el gran profeta del Adviento”, Francisco explicó el mensaje de esperanza en ellas contenidas. Así se expresó en nuestro idioma: “Queridos hermanos y hermanas: hoy comenzamos una nueva serie de catequesis sobre la esperanza cristiana. En esta primera reflexión, el profeta Isaías nos invita a llevar el consuelo de Dios a nuestros hermanos. Isaías habla a un pueblo en el exilio y le presenta la posibilidad de regresar a su hogar, que en definitiva es volver a Dios. Para ello hay que eliminar los obstáculos que nos detienen, preparar un camino llano y ancho, un camino de liberación y esperanza que se extiende por el desierto”.
En este punto, en la catequesis en italiano, el Obispo de Roma detalló el momento dramático que vivía entonces el pueblo de Israel, cuando lo había perdido todo: la tierra, la libertad, la dignidad, e incluso la fe en Dios. En ese momento el profeta anuncia el consuelo del Padre que inicia con laposibilidad de caminar en la vía del Señor, en ese camino de regreso que se presenta nuevo, ancho y cómodo, de modo de poderlo atravesar sin dificultad para regresar a la patria, lo que significa también regresar a Dios, y volver a esperar y a sonreír.
Cuando nosotros estamos en la oscuridad, en las dificultades, no sonreímos. El Santo Padre siguió con la observación de que una de las primeras cosas que suceden a las personas que se alejan de Dios, es que son “personas sin sonrisa”: “tal vez son capaces de dar una gran carcajada, una detrás de otra; un chiste, una carcajada… ¡Pero falta la sonrisa! La sonrisa solamente la da la esperanza”. “La esperanza es la que nos enseña a sonreír en aquel camino para encontrar a Dios”. 
Convertirse para abrirse a la esperanza. “San Juan Bautista retomando las palabras de Isaías, nos llama a la conversión, para que abramos un camino de esperanza en nuestros corazones”. Extendiéndose en la catequesis en italiano, el Papa precisó que cuando el Bautista anunció la llegada de Jesús, la situación se presentaba como si los israelitas estuvieran aún en el exilio, porque se encontraban bajo el dominio romano lo que los hacía extranjeros en su misma patria, gobernados por los poderosos ocupantes que decidían sobre sus vidas. Pero la verdadera historia, continuó, no es aquella hecha por los poderosos, sino aquella hecha por Dios junto con sus pequeños: “Dios con María, Dios con Jesús, Dios con José, Dios con los pequeños”, porque “son los pequeños, hechos grandes por su fe, quienes saben seguir esperando. La esperanza es la virtud de los pequeños. Los grandes, los satisfechos, no conocen la esperanza. No saben qué es”.
De allí la invitación del Sucesor de Pedro a todos los cristianos a hacerse pequeños como los personajes del Evangelio, María y José, Zacarías e Isabel o los pastores, quienes “eran insignificantes para los grandes y poderosos de entonces, pero cuyas vidas estaban llenas de esperanza, abiertas a la consolación de Dios”, y también el pedido al Señor de “la gracia de trasformar el desierto de nuestra vida, de nuestro sufrimiento y de nuestra soledad, en un camino llano que nos lleve al encuentro con el Señor y con los hermanos

martes, 29 de noviembre de 2016

La humildad cristiana es la virtud de los pequeños...

(RV).- El Señor revela el Misterio de la Salvación a los pequeños, no a los eruditos ni a los sabios. Lo afirmó el Papa en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. Francisco se detuvo a considerar la virtud de los pequeños que – explicó –  es el temor del Señor, no el miedo, sino la humildad.
“La alabanza de Jesús al Padre”, que narra el Evangelio del día, según san Lucas, es porque “el Señor revela a los pequeños los misterios de la Salvación, el misterio de sí mismo”.
A los pequeños se les ha revelado el Misterio de la Salvación
El Santo Padre se inspiró en el evangelista para subrayar la preferencia de Dios por quien sabe comprender sus misterios, no los doctos y los sabios, sino “el corazón de los pequeños”. Y observó que también la Primera Lectura, llena “de pequeños detalles va por este camino”. En efecto, el profeta Isaías se refiere a “un pequeño vástago” que “brotará del tronco de Jesé”, y no de “un ejército” que producirá la liberación. Y los pequeños también son los protagonistas de la Navidad:
“Después, en Navidad, veremos esta pequeñez, esta cosa pequeña: un niño, un establo, una mamá, un papá… Las cosas pequeñas. Corazones grandes pero actitud de pequeños. Y sobre este vástago se posará el Espíritu del Señor, el Espíritu Santo, y este pequeño brote tendrá la virtud de los pequeños, y el temor del Señor. Caminará en el temor del Señor. Temor del Señor que no es miedo. No. Es hacer vida el mandamiento que Dios ha dado a nuestro padre Abraham: ‘Camina en mi presencia y sé irreprensible’. Humilde. Esto es humildad”.
El Pontífice subrayó que sólo los pequeños “son capaces de entender” plenamente “el sentido de la humildad”, el “sentido del temor del Señor”, porque “caminan ante el Señor”, mirados y custodiados, “sienten que el Señor les da la fuerza para ir adelante”. Y explicó que es ésta la verdadera humildad:
Caminar bajo la mirada del Señor: no a la humildad un poco de teatro
“Vivir la humildad, la humildad cristiana, es tener este temor del Señor que – repito – no es miedo, sino que es: ‘Tú eres Dios, yo soy una persona, yo voy adelante así, con las pequeñas cosas de la vida, pero caminando en Tu presencia y tratando de ser irreprensible’. La humildad es la virtud de los pequeños, la verdadera humildad, no la humildad un poco de teatro: no, esa no. La humildad de aquel que decía: ‘Yo soy humilde, pero orgulloso de serlo’. No, esa no es la verdadera humildad. La humildad del pequeño es aquella que camina en la presencia del Señor, no habla mal de los demás, ve sólo el servicio, se siente el más pequeño… Allí está la fuerza”.
Pidamos al Señor la gracia de la humildad, de caminar en Su presencia
Es “humilde, muy humilde” – observó el Obispo de Roma con su pensamiento dirigido hacia la Navidad –  también la muchacha que Dios “mira” para “enviar a Su Hijo”, y que inmediatamente después va a ver a su prima Isabel, y no dice nada “de lo que había sucedido”. La humildad “es así” –dijo Francisco – “caminar en la presencia del Señor”, felices, gozosos porque “mirados por Él”, “exultantes en la alegría porque humildes”, precisamente como se narra de Jesús en el Evangelio del día:
“Mirando a Jesús que exulta en la alegría porque Dios revela su misterio a los humildes, podemos pedir para todos la gracia de la humildad, la gracia del temor de Dios, de caminar en su presencia tratando de ser irreprensibles. Y así, con esta humildad, podemos ser vigilantes en la oración, activos en la caridad fraterna y exultantes de alegría en la alabanza”.

viernes, 25 de noviembre de 2016

¿Comulgar sin participar de la fe y de la vida de la Iglesia?

PREGUNTA: ¿Qué puedo contestar a quien me dice “comulgo porque lo importante es la relación directa con Dios. No soy parte de la Iglesia ni de sus ritos, porque no creo en ella.., pero sí creo en el Dios cristiano”?

En primer lugar -como siempre en el apostolado- tendrás que rezar por esa persona.
Y tratar de explicar las cosas con calma, sin pretender “convencerla”, ya que en las discusiones cada persona se cierra más en su postura, en lugar de abrirse a entender…
Habría que explicarle que una religión supone coherencia con ella. Si yo participara de unos ritos en los que no creo, estaría faltando sinceridad: los ritos de los que participo expresan exteriormente mi adhesión interior a lo que significan. Y además, con ello ofendería a los creyentes, ya que implícitamente les estaría diciendo que no valoro sus creencias.
Se trata de una ofensa a una fe de la que no se participa: una cosa es no tener fe y otra muy distinta simular esa fe buscando no se sabe qué tipo de unión con Dios…
Los cristianos creemos que en el Eucaristía está presente Jesucristo, y que por eso, recibirlo sin las debidas condiciones (la primera de las cuales es la fe) supone un grave sacrilegio.
A quien comulgara sin fe en la Iglesia, le pediría con cariño que no lo haga. Si no cree en la Iglesia, comulgar sería una farsa. Realizaría un gesto de comunión sin la menor comunión… estaría mintiendo.
También tendría que darse cuenta que ofende a Dios: quien creen en la Eucaristía cree que no es un trozo de pan, sino Cristo mismo. Por eso, comulgar sin fe, es una ofensa a Dios. Sería pretender unirme con Él a través de algo en lo que no creo… profanaría el signo de unión en el que no creo.
Si no cree, tendría que mostrar su respeto por la fe que no tiene, no participando de ella.
En cuanto a que lo importante es la relación con Dios, esto eso es obvio. Pero… esa relación tiene un cauce concreto…
Dios quiso hacer nuestra relación con Él más cercana, accesible a nuestra experiencia. Siendo espíritu puro, no tenemos experiencia física de Él: ¿cómo podríamos tener una relación con un Dios con el que no pudiéramos tener contacto?
Por eso se hizo Hombre: para que encontráramos a Dios en Jesucristo.
Y Jesús para eso envío el Espíritu Santo e instituyó la Iglesia: para que el Espíritu actuando en la Iglesia hiciera posible nuestro encuentro con Él.
Sin la Iglesia no podríamos tener a Jesús: la Iglesia nos transmite su palabra en la Sagrada Escritura y nos da su gracia en los sacramentos (que Jesús instituyó y confió a la Iglesia), sobretodo el don más precioso que es la Eucaristía.
Por todo eso tendría que aclararse a sí misma, analizar qué significa cuando dice que cree en el Dios cristiano… sin creer en la Iglesia, ni en sus enseñanzas… Aclararse qué es creer y qué es en concreto lo que cree…
El Dios cristiano es un Dios que se ha revelado… Por eso no es coherente con su concepción querer decidir qué es importante y qué no en la relación con Dios: nosotros no somos Dios…, no decidimos la fe… la recibimos de Él.
Por ser una religión revelada no surge de nosotros, la recibimos de Dios. Esto no lo podemos demostrar matemáticamente… pero lo creemos firmemente. Se puede creer o no creer, aceptarla o no; pero no tiene sentido “usar” ritos en los que no se cree buscando una experiencia de lo divino.

BLOG DEL P. EDUARDO VOLPACCHIO:https://algunasrespuestas.wordpress.com/2016/07/18/comulgar-sin-participar-de-la-fe-y-de-la-vida-de-la-iglesia/

El Adviento

Del 27 de noviembre al 24 de diciembre del 2016. El Adviento, Vísperas de Navidad, Ideas para vivir el Adviento, Corona de Adviento y otros recursos 



Del 27 de noviembre al 24 de diciembre del 2016
El Adviento es el comienzo del Año Litúrgico, empieza el domingo más próximo al 27 de noviembre y termina el 24 de diciembre. Son los cuatro domingos anteriores a la Navidad y forma una unidad con la Navidad y la Epifanía.
El término "Adviento" viene del latín adventus, que significa venida, llegada. El color usado en la liturgia de la Iglesia durante este tiempo es el morado. Con el Adviento comienza un nuevo año litúrgico en la Iglesia
Conferencias  del P. José María Iraburu en www.gratistade.net
Consulta también nuestro especial de Navidad.
MAS: http://es.catholic.net/op/articulos/13352/el-adviento.html#

jueves, 24 de noviembre de 2016

La corrupción es una forma de blasfemia...

(RV).- En su homilía de la misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta el Papa afirmó que la corrupción es una forma de blasfemia, a la vez que se refirió al lenguaje de Babilonia según el cual “no hay Dios” sino que sólo existe “el dios dinero, el dios bienestar, el dios explotación”. Franciscorecordó asimismo que en la última semana del Año litúrgico la Iglesia invita a reflexionar sobre el fin del mundo y sobre nuestro fin.
El Pontífice se refirió ante todo a la Lectura del Apocalipsis que alude a tres voces. La primera es el grito del ángel: “Ha caído Babilonia”, la gran ciudad, “la que sembraba la corrupción en los corazones de la gente” y que nos lleva “a todos nosotros por el camino de la corrupción”. “La corrupción es el modo de vivir en la blasfemia, la corrupción es una forma de blasfemia” – continuó explicando el Santo Padre – “el lenguaje de esta Babilonia, de esta mundanidad, es una blasfemia, no hay Dios: existe sólo el dios dinero, el dios bienestar, el dios explotación”. Y añadió que esta mundanidad que seduce a los grandes de la tierra caerá:
“Pero ésta caerá, esta civilización caerá y el grito del ángel es un grito de victoria: ‘Ha caído’, ha caído ésta que engañaba con sus seducciones. Y el imperio de la vanidad, del orgullo, caerá, como ha caído Satanás, caerá”.
Contrariamente al grito del ángel, que era un grito de victoria por la caída de “esta civilización corrupta”, hay otra voz potente – subrayó el Obispo de Roma –  el grito de la muchedumbre que alaba a Dios: “Salvación, gloria y potencia son de nuestro Dios”:
“Es la voz poderosa de la adoración, de la adoración del pueblo de Dios que se salva y también del pueblo en camino, que aún está en la tierra. El pueblo de Dios, pecador pero no corrupto: pecador que sabe pedir perdón, pecador que busca la salvación de Jesucristo”.
Este pueblo se alegra cuando ve el fin, y la alegría de la victoria se hace adoración. No se puede permanecer sólo con el primer grito del ángel, sin “esta voz poderosa de la adoración de Dios”. Pero para los cristianos – dijo también el Papa – “no es fácil adorar”: “Somos buenos cuando rezamos pidiendo algo”, pero la oración de alabanza “no es fácil hacerla”. Sin embargo, es necesario aprenderla, “debemos aprenderla desde ahora para no tener que aprenderla de prisa cuando llegaremos allá” – fue su advertencia – a la vez que subrayó la belleza de la oración de adoración ante el Tabernáculo. Una oración que sólo dice: “Tú eres Dios. Yo soy un pobre hijo amado por ti”.
En fin, la tercera voz es un susurro. El ángel que pide que se escriba: “¡Bienaventurados los invitados al banquete nupcial del Cordero!”. En efecto, la invitación del Señor no es el grito, sino “una voz suave”. Como cuando Dios habla a Elías. El Papa Bergoglio subrayó la belleza de hablar al corazón con voz suave. “La voz de Dios – dijo Francisco – cuando habla al corazón es así: como un hilo de silencio sonoro”. Y esta invitación a las “bodas del Cordero” será el final, “nuestra salvación”.
En efecto – añadió – aquellos que hayan entrado al banquete, según la parábola de Jesús, son los que estaba en las encrucijadas de los caminos, “buenos y malos, ciegos, sordos, cojos, todos nosotros pecadores, pero con la suficiente humildad como para decir: ‘Soy un pecador y Dios me salvará’”. “Y si tenemos esto en el corazón Él nos invitará” y sentiremos “esta voz susurrada” que nos invita al banquete:
“Y el Evangelio termina con esta voz: ‘Cuando comiencen a suceder estas cosas – o sea la destrucción de la soberbia, de la vanidad, todo esto – levántense y eleven la cabeza, su liberación está cerca’, es decir, te están invitando a las bodas del Cordero. Que el Señor nos dé la gracia de esperar aquella voz, de prepararnos a sentir esta voz: ‘Ven, ven, ven siervo fiel – pecador pero fiel– ven, ven al banquete de tu Señor”.