martes, 30 de agosto de 2016

Jubileo en el continente americano: una Iglesia que se abre a la Misericordia de Dios

(RV).- Hoy concluye la celebración del Jubileo Extraordinario de la Misericordia en el continente americano organizado en Bogotá del 27 al 30 de agosto y que fue inaugurado con la proyección de un video mensaje de Papa Francisco. "Pastores que sepan tratar y no maltratar”, “el Alzheimer espiritual” o el hecho de ser “misericordiado”, fueron algunos de los términos a los que recurrió el Santo Padre para explicar la «gracia reparadora» con la actúa la misericordia derramada por Dios en el corazón del hombre.
Este gran evento jubilar ha sido convocado y organizado conjuntamente por la Comisión Pontificia para América Latina (CAL) y el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), en colaboración con los episcopados de Estados Unidos y Canadá.
Según el comunicado oficial emitido por los miembros de la organización, el Congreso constó de cuatro grandes conferencias. La primera corrió a cargo de monseñor Rino Fisichella, presidente del Consejo Pontificio para la Nueva Evangelización, a quien el Santo Padre encomendó la programación y organización del Año Jubilar. “Este es el gran tiempo de la misericordia” fue el tema de su ponencia.
La segunda conferencia, sobre “La Iglesia sacramento de misericordia”, fue organizada por el cardenal Ouellet. Por su parte, el padre Eduardo Chávez, canónigo de la Basílica-Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, máximo experto y “carismático” del acontecimiento guadalupano, fue el responsable de pronunciar el tercer coloquio en el cual se habló sobre “La santidad en tiempos de Francisco”.
Finalmente se expondrá en la última sesión de hoy, el tema de la “Misericordia como alma de una cultura del encuentro, del perdón y de la reconciliación en el continente americano”, presentado por los arzobispos de Tunja: monseñor Luis Augusto Castro Quiroga, presidente de la Conferencia Episcopal Colombiana, y monseñor José Horacio Gómez, arzobispo de Los Ángeles.Directo desde la capital de Colombia, el Padre José Tola comisario de la CAL, comparte para Radio Vaticana los testimonios del cardenal de Honduras Óscar Maradiaga y del Obispo de Haití, monseñor Pierre-André Dumas, quienes explican el sentido de este Jubileo de la Misericordia celebrado en el continente americano y sus frutos potenciales. Escuchemos:

sábado, 27 de agosto de 2016

MAMA ANTULA

MISA DE BEATIFICACION DE MAMA ANTULA DESDE SANTIAGO DEL ESTERO

La Beatificación de Mama Antula en Cadena de Amistad

(RV).-  El programa "Cadena de Amistad de esta semana está enteramente dedicado a la beatificación de María Antonia de Paz y Figueroa o como bien se la conoce "Mama Antula". Nuestro enviado especial a Santiago del Estero con ocasión de la beatificación, el jesuita Guillermo Ortiz, entrevista a dos mujeres, laicas y comunicadoras católicas, quienes de la nueva beata han tomado inspiración para servir a la Iglesia. 
Asimismo conocemos a fondo la cobertura radial que se le da al evento a través del informe de Daniel Rodríguez de FM Ser, Emisora perteneciente a la Diócesis de Lomas de Zamora en Argentina, que compartirá la señal de audio para hacer llegar la ceremonia de beatificación y todos los eventos y testimonios relacionados, al resto del país y del mundo. 
Ya se encuentran allí las imágenes del Señor de los Milagros de Mailín, la Cruz de Matará, las imágenes de la Virgen María en las advocaciones de Nuestra Señora de Loreto, la Virgen de Huachana y Nuestra Señora de Sumampa que previamente han realizado el recorrido de algunas iglesias de la capital santiagueña, como también la  imagen del Manuelito, apócope de Jesús Emmanuel, el niño Jesús recostado sobre la cruz que acompañaba a María Antonia de San José, nombre que dará la Iglesia a la nueva Beata. 
 
Pueden seguir la transmisión EN DIRECTO aquí: http://tunein.com/radio/Fm-Ser-897-s171364/ 
26/08/2016 – Numerosos fieles provenientes desde distintos puntos de nuestro país, se acercaron hasta Santiago del Estero para vivir la Beatificación…

jueves, 25 de agosto de 2016

Once consejos para confesarse mejor que le pidió una religiosa paulina a once sacerdotes actuales

La religiosa Sor Theresa Aletheia Nobel, FSP fue educada católicamente, pero perdió la fe hasta definirse atea. Le costó años volver a Cristo, y también un tiempo recibir la llamada de la vocación religiosa. Finalmente dejó su trabajo en Silicon Valley para ingresar en la congregación de las Hijas de San Pablo. Ahora se consagra, como ella misma explica, a "ayudar a los demás a atraer de  nuevo a la fe a sus seres queridos".



Recientemente, reflexionando sobre las veces en que había salido del confesionario sin estar segura de haberlo hecho bien, decidió pedir a once sacerdotes a los que conoce, seis seculares y cinco religiosos (dominico, jesuita, paulino, legionario y agustino) algunosconsejos para confesarse mejor, y los ha compartido en Aleteia:

1. Bryan Brooks, Tulsa (Oklahoma)

"Al hacer el examen de conciencia nos enfrentamos a nuestros pecados, pero cuando vamos a confesarnos nos enfrentamos al amor, la misericordia y el perdón de Dios".

2. Sean Donovan, Pawhuska (Oklahoma)

"Después de decir cuándo fue tu última confesión, dile al sacerdote brevemente algo de ti mismo. (¿Eres soltero, tienes novio, te has vuelto a casar, eres religioso o religiosa?)Conocer tu situación nos ayuda a aconsejarte".

3. Padre Gabriel Mosher, OP, Portland (Oregón)

"Los pecados son malas decisiones, no emociones desagradables; así que confiesa tus pecados, no tus estados emocionales".

4. Damian Ference, Wickliffe (Ohio)

"Los pecados cometidos son una ofensa a Dios, pero los pecados confesados son un cántico a Dios. Así que cuando confieses tus pecados a un sacerdote en el sacramento de la reconciliación, que sepas que también estás entonando un cántico a Dios por su gran misericordia".

5. Matthew Gossett, Steubenville (Ohio)

"La confesión frecuente es edificante para tu sacerdote y buena para tu alma. Los pecados, en particular los muy asentados o habituales, exigen paciencia y persistencia. Nunca te rindas, por muchas que sean las veces que has cometido el mismo pecado. La confesión es un sacramento de sanación, y al igual que con las heridas físicas, las heridas espirituales necesitan algún tiempo para curarse del todo".

6. Padre James Martin, SJ, Nueva York (Nueva York)

"La confesión no va tanto de lo malo que eres tú como de lo bueno que es Dios".

7. Anthony Gerber, Cottleville (Missouri)

"El sacerdote es como un médico: cuando vas al médico, le dices lo que te duele con mayor o menor detalle para que sepa cómo curarte mejor. Y recuerda: él ha visto muchos pacientes con tus mismos síntomas. ¡Confía en él, escucha su consejo y pronto mejorarás!".

8. Joshua Whitfield, Dallas (Texas)

"Dios funciona mejor con una confesión sencilla y humilde de los pecados. Dios no necesita una novela. Ya la ha leído. A menudo, detrás de nuestra abundancia de palabras, se esconden el orgullo y la impenitencia. Hablar de forma simple y llana, nombrando nuestros pecados, es como desnudarnos para la Cruz, para la muerte de nuestros pecados y para la resurrección del perdón".

9. Padre Jeffrey Mickler, SSP, Youngstown (Ohio)

"Simplemente, ve a confesarte, no importa lo que sea. El amor de Dios es más fuerte que nuestros pecados".

10. Padre Matthew Schneider, LC, Washington DC

"Para mucha gente, su mayor mejora en la confesión sería dejar de verla como un listado obligatorio y abstracto de pecados para verla como una renovación en nuestra relación con Dios".

11. Padre Mark Menegatti, OSA

"La confesión no es sólo borrar el pecado, es un encuentro con Cristo".

* * *

"Todos estos consejos renovaron mi amor por el sacramento de la Penitencia y por todos los sacerdotes que consagran su vida a Dios y a su pueblo", concluye sor Theresa Aletheia.

miércoles, 17 de agosto de 2016

La Misericordia instrumento de comunión

(RV).- Durante la Audiencia General del miércoles 17 de agosto, celebrada en el Aula Pablo VI del Vaticano, el Santo Padre propuso en su catequesis el tema de la Misericordia como instrumento de comunión. Y lo hizo a través del pasaje del Evangelio de San Mateo que relata el milagro de la multiplicación de los panes.
Hablando en italiano el Papa destacó que al inicio del relato evangélico Jesús acababa de recibir la noticia de la muerte de Juan Bautista por lo que decide atravesar el lago en busca de un lugar desierto para estar a solas. Sin embargo, la gente lo precede, de modo que cuando desembarcó, el Señor vio a la muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos.Francisco afirmó que impresiona la determinación de la gente, que teme sentirse abandonada tras el fallecimiento del profeta carismático, por lo que se encomienda a Jesús, siguiéndolo por doquier, así como impresiona también que Él se conmueva a pesar de su necesidad de soledad de aquel momento.
El Papa Bergoglio hizo hincapié en que el Maestro se dedicó a la gente con su compasión, que no es un sentimiento vago; sino que muestra la fuerza de su voluntad de estar cerca de nosotros y de salvarnos.
Refiriéndose al conocido relato en el que al atardecer Jesús se preocupa por dar de comer a todas aquellas personas cansadas, el Pontífice  afirmó que así como Dios había dado de comer con el maná al pueblo que caminaba en el desierto, del mismo modo Jesús se ocupa de quienes lo siguen, pero haciendo partícipes a sus discípulos por lo que les dice que ellos mismos les den de comer.
Y de este modo – añadió el Papa – les demostró que con la fuerza de la fe y de la oración aquellos pocos panes y pescados podían ser compartidos con toda la gente, sencillamente porque el Señor –  dijo Francisco – sale al encuentro de las necesidades de los hombres, pero haciendo que cada uno de nosotros participe concretamente en su misma compasión.
Al detenerse a considerar el gesto de la bendición que Jesús realiza, el Obispo de Roma lo relacionó con los signos de la Última Cena, que son también los que cada sacerdote hace cuando celebra la Santa Eucaristía. De manera que la comunidad cristiana nace y renace continuamente de esta comunión eucarística. Mientras el Cuerpo ofrecido y la Sangre derramada de Jesús plasman la identidad de cada cristiano y de toda comunidad.
El Papa Francisco recordó que vivir la comunión con Cristo no significa alejarse de la vida cotidiana, sino que se inserta cada vez más en la relación con los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, para ofrecerles el signo concreto de la Misericordia y de la atención de Cristo. Por esta razón cada creyente debe llegar a ser “servidor  de la Misericordia”.
El Santo Padre concluyó su catequesis invitando a pedir al Señor una Iglesia en la que cada uno de nosotros sea instrumento de comunión en su propia familia, en el trabajo o en la parroquia, es decir, signo visible de la Misericordia de Dios a fin de que desciendan la comunión y la paz entre los seres humanos.

miércoles, 10 de agosto de 2016

Jesús espera a todos ante las Puertas de la Misericordia en todo el mundo

(RV).- «Pasando por la Puerta Santa, nos acercamos al corazón misericordioso de Jesús con fe. Él tiene compasión para con cada uno de nosotros y renueva nuestra vida», reiteró el Papa Francisco, en sus palabras a los peregrinos de tantas partes del mundo, que participaron en la segunda audiencia general de agosto.
Recordando que Jesús «es la verdadera Puerta que lleva a la salvación»,  deseó a todos que «vivan este Año Santo extraordinario, promoviendo la cultura del encuentro, reconociendo la presencia de la carne del Señor, en especial, en los pobres y los necesitados»:
«Queridos hermanos y hermanas, la Puerta Santa es la Puerta del encuentro entre el dolor de la humanidad y la compasión de Dios, cruzando el umbral cumplimos nuestra peregrinación dentro de la misericordia de Dios, que repite a todos: «¡Levántate!
Queridos amigos, la experiencia de la compasión misericordiosa de Dios nos debe impulsar a llevar a los otros al encuentro con Jesús, que espera a todo hombre y mujer ante las Puertas de la Misericordia en todas las Iglesias particulares del mundo.
Acerquémonos con plena confianza a la puerta del corazón misericordioso de Jesús. Así como es en Él, que también en nosotros la misericordia sea el latido que parte del corazón para llegar a las manos, para convertirse en obras de misericordia. Que el Señor los acompañe y proteja siempre».
En sus palabras de aliento a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados, el Papa recordó al Santo fundador de los Dominicos:
«El lunes pasado, recordamos la figura de Santo Domingo de Guzmán, cuya Orden de Predicadores celebra el octavo centenario de su fundación. Que la palabra iluminada de este Gran Santo los impulse a ustedes, queridos jóvenes, a escuchar y a vivir las enseñanzas de Jesús. Que su fortaleza interior los sostenga a ustedes, queridos enfermos, en los momentos de desaliento. Que su dedición apostólica, les recuerde a ustedes, queridos recién casados, la importancia de la educación cristiana de su familia».

jueves, 4 de agosto de 2016

El santo Cura de Ars vs el demonio

LA SOBERBIA

El matrimonio.

Visita a la Porciúncula en Santa María de los Ángeles

“El perdón de Dios no conoce límites”, lo recuerda el Papa en Asís, invitando a no renunciar a ser signos de perdón e instrumentos de misericordia

(RV).-  Con ocasión del VIII Centenario del Perdón de Asís, laindulgencia que San Francisco pidió a Honorio III en 1216, el  Papa Francisco peregrinó hasta la basílica papal de Santa María de los Ángeles.  Allí el Obispo de Roma tuvo un momento de oración en laPorciúncula.  Luego ofreció una meditación inspirada en Mateo 18,21-35.  ¿Por qué debemos perdonar a una persona que nos ha hecho mal?  preguntó el Papa. “Porque nosotros somos los primeros que hemos sido perdonados, e infinitamente más”, respondió. Al  hacernos conscientes de nuestra condición, que nos lleva a recaer con frecuencia en los mismos pecados,  el Santo Padre  recordó  que Dios no se cansa de ofrecer siempre su perdón cada vez que se lo pedimos. “Es un perdón pleno,  con el que nos da la certeza de que, aun cuando podemos recaer en los mismos pecados, tiene piedad de nosotros y no deja de amarnos”. Por esto el Pontífice puntualizó que el perdón de Dios no conoce límites sino que va más allá de nuestra imaginación y alcanza a quien reconoce haberse equivocado y quiere volver a Él.
“El perdón del que nos habla San Francisco se ha hecho ‘cauce’ aquí en la Porciúncula, y continúa a ‘generar paraíso’ todavía después de ocho siglos. En este Año Santo de la Misericordia, es todavía más evidente cómo la vía del perdón puede renovar verdaderamente la Iglesia y el mundo”, reflexionó el Papa, recordando que ofrecer hoy el testimonio de la misericordia en el mundo es una tarea de la que nadie puede rehuir. “El mundo necesita el perdón; demasiadas personas viven encerradas en el rencor e incuban el odio, porque, incapaces de perdonar, arruinan su propia vida y la de los demás, en lugar de encontrar la alegría de la serenidad y de la paz”, observó, invocando por esto la intercesión del Santo de Asís para que jamás renunciemos a ser signos humildes de perdón e instrumentos demisericordia.
Texto completo de la meditación del Papa Francisco
Quisiera recordar hoy, queridos hermanos y hermanas, ante todo, las palabras que, según la antigua tradición, San Francisco pronunció justamente aquí ante todo el pueblo y los obispos: «Quiero enviar a todos al paraíso». ¿Qué cosa más hermosa podía pedir el Pobrecillo de Asís, si no el don de la salvación, de la vida eterna con Dios y de la alegría sin fin, que Jesús obtuvo para nosotros con su muerte y resurrección?
El Paraíso, después de todo, ¿qué es sino el misterio de amor que nos une por siempre con Dios para contemplarlo sin fin? La Iglesia profesa desde siempre esta fe cuando dice creer en la comunión de los santos. Jamás estamos solos cuando vivimos la fe; nos hacen compañía los santos y los beatos, y también las personas queridas que han vivido con sencillez y alegría la fe, y la han testimoniado con su vida. Hay un nexo invisible, pero no por eso menos real, que nos hace ser «un solo cuerpo», en virtud del único Bautismo recibido, animados por «un solo Espíritu» (cf. Ef 4,4). Quizás San Francisco, cuando pedía al Papa Honorio III la gracia de la indulgencia para quienes venían a la Porciúncula, pensaba en estas palabras de Jesús a sus discípulos: «En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿les habría dicho que voy a prepararles sitio? Cuando vaya y les prepare sitio, volveré y los llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estén también ustedes» (Jn 14,2-3).
La vía maestra es ciertamente la del perdón, que se debe recorrer para lograr ese puesto en el Paraíso. Es difícil perdonar. ¿Cuánto cuesta, a nosotros, perdonar a los demás? Pensemos un poco. Y aquí, en la Porciúncula, todo habla de perdón. Qué gran regalo nos ha hecho el Señor enseñándonos a perdonar  –o, al menos, tener el deseo de perdonar-  para experimentar en carne propia la misericordia del Padre. Hemos escuchado la parábola con la que Jesús nos enseña a perdonar (cf. Mt 18,21-35). ¿Por qué debemos perdonar a una persona que nos ha hecho mal? Porque nosotros somos los primeros que hemos sido perdonados, e infinitamente más. No hay ninguno entre nosotros , aquí, que no haya sido perdonado. Cada uno piense… Pensemos en silencio en las cosas malas que hemos hecho y cómo el Señor nos las ha perdonado.  La parábola nos dice justamente esto: como Dios nos perdona, así también nosotros debemos perdonar a quien nos hace mal. Es la caricia del perdón. El corazón que perdona. El corazón que perdona, acaricia. Tan lejano de aquel gesto: ¡me la pagarás! El perdón es otra cosa.  Exactamente como en la oración que Jesús nos enseñó, el Padre Nuestro, cuando decimos: «Perdona nuestros pecados como también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo» (Mt 6,12). Las deudas son nuestros pecados ante Dios, y nuestros deudores son aquellos que nosotros debemos perdonar.
Cada uno de nosotros podría ser ese siervo de la parábola que tiene que pagar una gran deuda, pero es tan grande que jamás podría lograrlo. También nosotros, cuando en el confesionario nos ponemos de rodillas ante el sacerdote, repetimos simplemente el mismo gesto del siervo. Decimos: «Señor, ten paciencia conmigo». ¿Han pensado alguna vez en la paciencia de Dios? Tiene paciencia.  En efecto, sabemos bien que estamos llenos de defectos y recaemos frecuentemente en los mismos pecados. Sin embargo, Dios no se cansa de ofrecer siempre su perdón cada vez que se lo pedimos. Es un perdón pleno, total, con el que nos da la certeza de que, aun cuando podemos recaer en los mismos pecados, Él tiene piedad de nosotros y no deja de amarnos. Como el rey de la parábola, Dios se apiada, prueba un sentimiento de piedad junto con el de la ternura: es una expresión para indicar su misericordia para con nosotros. Nuestro Padre se apiada siempre cuando estamos arrepentidos, y nos manda a casa con el corazón tranquilo y sereno, diciéndonos que nos ha liberado y perdonado todo. El perdón de Dios no conoce límites; va más allá de nuestra imaginación y alcanza a quien reconoce, en el íntimo del corazón, haberse equivocado y quiere volver a Él. Dios mira el corazón que pide ser perdonado.
El problema, desgraciadamente, surge cuando nosotros nos ponemos a confrontarnos con nuestro hermano que nos ha hecho una pequeña injusticia. La reacción que hemos escuchado en la parábola es muy expresiva: «Págame lo que me debes» (Mt 18,28). En esta escena encontramos todo el drama de nuestras relaciones humanas. Todo el drama. Cuando nosotros estamos en deuda con los demás, pretendemos la misericordia; en cambio cuando estamos en crédito, invocamos la justicia. Y todos hacemos así, todos. Esta no es la reacción del discípulo de Cristo ni puede ser el estilo de vida de los cristianos. Jesús nos enseña a perdonar, y a hacerlo sin límites: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (v. 22). Así pues, lo que nos propone es el amor del Padre, no nuestra pretensión de justicia. En efecto, limitarnos a lo justo, no nos mostraría como discípulos de Cristo, que han obtenido misericordia a los pies de la cruz sólo en virtud del amor del Hijo de Dios. No olvidemos, las palabras severas con las que se concluye la parábola: «Lo mismo hará con ustedes mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano» (v. 35).
Queridos hermanos y hermanas: el perdón del que nos habla San Francisco se ha hecho «cauce» aquí en la Porciúncula, y continúa a «generar paraíso» todavía después de ocho siglos. En este Año Santo de la Misericordia, es todavía más evidente cómo la vía del perdón puede renovar verdaderamente la Iglesia y el mundo. Ofrecer el testimonio de la misericordia en el mundo de hoy es una tarea que ninguno de nosotros puede rehuir. Repito: ofrecer el testimonio de la misericordia en el mundo de hoy es una tarea que ninguno puede rehuir. El mundo necesita el perdón; demasiadas personas viven encerradas en el rencor e incuban el odio, porque, incapaces de perdonar, arruinan su propia vida y la de los demás, en lugar de encontrar la alegría de la serenidad y de la paz. Pedimos a San Francisco que interceda por nosotros, para que jamás renunciemos a ser signos humildes de perdón e instrumentos de misericordia. Y podemos orar por esto. Cada uno a su manera.  Invito a los frailes y a los obispos  a ir a los confesionarios - también yo iré-  para estar a disposición del perdón. Hoy nos hará bien recibirlo, aquí, juntos. Que el Señor nos dé la gracia de decir aquella palabra que el Padre no nos deja terminar de decir, aquella que dijo el hijo pródigo:  “Padre he pecado con…”   le tapó la boca y lo abrazó.  Nosotros comenzaremos a decir y Él nos tapará la boca y nos vestirá. “ Pero Padre, tengo miedo de hacer lo mismo mañana”. ¡Vuelve! El Padre siempre está mirando hacia el camino. Mira en espera que regrese el hijo pródigo y todos nosotros lo somos. Que el Señor nos dé esta gracia.

Visita a la Porciúncula en Santa María de los Ángeles

“El perdón de Dios no conoce límites”, lo recuerda el Papa en Asís, invitando a no renunciar a ser signos de perdón e instrumentos de misericordia

(RV).-  Con ocasión del VIII Centenario del Perdón de Asís, laindulgencia que San Francisco pidió a Honorio III en 1216, el  Papa Francisco peregrinó hasta la basílica papal de Santa María de los Ángeles.  Allí el Obispo de Roma tuvo un momento de oración en laPorciúncula.  Luego ofreció una meditación inspirada en Mateo 18,21-35.  ¿Por qué debemos perdonar a una persona que nos ha hecho mal?  preguntó el Papa. “Porque nosotros somos los primeros que hemos sido perdonados, e infinitamente más”, respondió. Al  hacernos conscientes de nuestra condición, que nos lleva a recaer con frecuencia en los mismos pecados,  el Santo Padre  recordó  que Dios no se cansa de ofrecer siempre su perdón cada vez que se lo pedimos. “Es un perdón pleno,  con el que nos da la certeza de que, aun cuando podemos recaer en los mismos pecados, tiene piedad de nosotros y no deja de amarnos”. Por esto el Pontífice puntualizó que el perdón de Dios no conoce límites sino que va más allá de nuestra imaginación y alcanza a quien reconoce haberse equivocado y quiere volver a Él.
“El perdón del que nos habla San Francisco se ha hecho ‘cauce’ aquí en la Porciúncula, y continúa a ‘generar paraíso’ todavía después de ocho siglos. En este Año Santo de la Misericordia, es todavía más evidente cómo la vía del perdón puede renovar verdaderamente la Iglesia y el mundo”, reflexionó el Papa, recordando que ofrecer hoy el testimonio de la misericordia en el mundo es una tarea de la que nadie puede rehuir. “El mundo necesita el perdón; demasiadas personas viven encerradas en el rencor e incuban el odio, porque, incapaces de perdonar, arruinan su propia vida y la de los demás, en lugar de encontrar la alegría de la serenidad y de la paz”, observó, invocando por esto la intercesión del Santo de Asís para que jamás renunciemos a ser signos humildes de perdón e instrumentos demisericordia.
Texto completo de la meditación del Papa Francisco
Quisiera recordar hoy, queridos hermanos y hermanas, ante todo, las palabras que, según la antigua tradición, San Francisco pronunció justamente aquí ante todo el pueblo y los obispos: «Quiero enviar a todos al paraíso». ¿Qué cosa más hermosa podía pedir el Pobrecillo de Asís, si no el don de la salvación, de la vida eterna con Dios y de la alegría sin fin, que Jesús obtuvo para nosotros con su muerte y resurrección?
El Paraíso, después de todo, ¿qué es sino el misterio de amor que nos une por siempre con Dios para contemplarlo sin fin? La Iglesia profesa desde siempre esta fe cuando dice creer en la comunión de los santos. Jamás estamos solos cuando vivimos la fe; nos hacen compañía los santos y los beatos, y también las personas queridas que han vivido con sencillez y alegría la fe, y la han testimoniado con su vida. Hay un nexo invisible, pero no por eso menos real, que nos hace ser «un solo cuerpo», en virtud del único Bautismo recibido, animados por «un solo Espíritu» (cf. Ef 4,4). Quizás San Francisco, cuando pedía al Papa Honorio III la gracia de la indulgencia para quienes venían a la Porciúncula, pensaba en estas palabras de Jesús a sus discípulos: «En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿les habría dicho que voy a prepararles sitio? Cuando vaya y les prepare sitio, volveré y los llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estén también ustedes» (Jn 14,2-3).
La vía maestra es ciertamente la del perdón, que se debe recorrer para lograr ese puesto en el Paraíso. Es difícil perdonar. ¿Cuánto cuesta, a nosotros, perdonar a los demás? Pensemos un poco. Y aquí, en la Porciúncula, todo habla de perdón. Qué gran regalo nos ha hecho el Señor enseñándonos a perdonar  –o, al menos, tener el deseo de perdonar-  para experimentar en carne propia la misericordia del Padre. Hemos escuchado la parábola con la que Jesús nos enseña a perdonar (cf. Mt 18,21-35). ¿Por qué debemos perdonar a una persona que nos ha hecho mal? Porque nosotros somos los primeros que hemos sido perdonados, e infinitamente más. No hay ninguno entre nosotros , aquí, que no haya sido perdonado. Cada uno piense… Pensemos en silencio en las cosas malas que hemos hecho y cómo el Señor nos las ha perdonado.  La parábola nos dice justamente esto: como Dios nos perdona, así también nosotros debemos perdonar a quien nos hace mal. Es la caricia del perdón. El corazón que perdona. El corazón que perdona, acaricia. Tan lejano de aquel gesto: ¡me la pagarás! El perdón es otra cosa.  Exactamente como en la oración que Jesús nos enseñó, el Padre Nuestro, cuando decimos: «Perdona nuestros pecados como también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo» (Mt 6,12). Las deudas son nuestros pecados ante Dios, y nuestros deudores son aquellos que nosotros debemos perdonar.
Cada uno de nosotros podría ser ese siervo de la parábola que tiene que pagar una gran deuda, pero es tan grande que jamás podría lograrlo. También nosotros, cuando en el confesionario nos ponemos de rodillas ante el sacerdote, repetimos simplemente el mismo gesto del siervo. Decimos: «Señor, ten paciencia conmigo». ¿Han pensado alguna vez en la paciencia de Dios? Tiene paciencia.  En efecto, sabemos bien que estamos llenos de defectos y recaemos frecuentemente en los mismos pecados. Sin embargo, Dios no se cansa de ofrecer siempre su perdón cada vez que se lo pedimos. Es un perdón pleno, total, con el que nos da la certeza de que, aun cuando podemos recaer en los mismos pecados, Él tiene piedad de nosotros y no deja de amarnos. Como el rey de la parábola, Dios se apiada, prueba un sentimiento de piedad junto con el de la ternura: es una expresión para indicar su misericordia para con nosotros. Nuestro Padre se apiada siempre cuando estamos arrepentidos, y nos manda a casa con el corazón tranquilo y sereno, diciéndonos que nos ha liberado y perdonado todo. El perdón de Dios no conoce límites; va más allá de nuestra imaginación y alcanza a quien reconoce, en el íntimo del corazón, haberse equivocado y quiere volver a Él. Dios mira el corazón que pide ser perdonado.
El problema, desgraciadamente, surge cuando nosotros nos ponemos a confrontarnos con nuestro hermano que nos ha hecho una pequeña injusticia. La reacción que hemos escuchado en la parábola es muy expresiva: «Págame lo que me debes» (Mt 18,28). En esta escena encontramos todo el drama de nuestras relaciones humanas. Todo el drama. Cuando nosotros estamos en deuda con los demás, pretendemos la misericordia; en cambio cuando estamos en crédito, invocamos la justicia. Y todos hacemos así, todos. Esta no es la reacción del discípulo de Cristo ni puede ser el estilo de vida de los cristianos. Jesús nos enseña a perdonar, y a hacerlo sin límites: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (v. 22). Así pues, lo que nos propone es el amor del Padre, no nuestra pretensión de justicia. En efecto, limitarnos a lo justo, no nos mostraría como discípulos de Cristo, que han obtenido misericordia a los pies de la cruz sólo en virtud del amor del Hijo de Dios. No olvidemos, las palabras severas con las que se concluye la parábola: «Lo mismo hará con ustedes mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano» (v. 35).
Queridos hermanos y hermanas: el perdón del que nos habla San Francisco se ha hecho «cauce» aquí en la Porciúncula, y continúa a «generar paraíso» todavía después de ocho siglos. En este Año Santo de la Misericordia, es todavía más evidente cómo la vía del perdón puede renovar verdaderamente la Iglesia y el mundo. Ofrecer el testimonio de la misericordia en el mundo de hoy es una tarea que ninguno de nosotros puede rehuir. Repito: ofrecer el testimonio de la misericordia en el mundo de hoy es una tarea que ninguno puede rehuir. El mundo necesita el perdón; demasiadas personas viven encerradas en el rencor e incuban el odio, porque, incapaces de perdonar, arruinan su propia vida y la de los demás, en lugar de encontrar la alegría de la serenidad y de la paz. Pedimos a San Francisco que interceda por nosotros, para que jamás renunciemos a ser signos humildes de perdón e instrumentos de misericordia. Y podemos orar por esto. Cada uno a su manera.  Invito a los frailes y a los obispos  a ir a los confesionarios - también yo iré-  para estar a disposición del perdón. Hoy nos hará bien recibirlo, aquí, juntos. Que el Señor nos dé la gracia de decir aquella palabra que el Padre no nos deja terminar de decir, aquella que dijo el hijo pródigo:  “Padre he pecado con…”   le tapó la boca y lo abrazó.  Nosotros comenzaremos a decir y Él nos tapará la boca y nos vestirá. “ Pero Padre, tengo miedo de hacer lo mismo mañana”. ¡Vuelve! El Padre siempre está mirando hacia el camino. Mira en espera que regrese el hijo pródigo y todos nosotros lo somos. Que el Señor nos dé esta gracia.