jueves, 31 de marzo de 2016

Consejos de PAPA Francisco para ser un buen confesor

La confesión explicada por el Papa Francisco en 5 párrafos

Al explicar cosas a veces complejas de explicar el Papa Francisco tiene el don de la brevedad sin detrimento de lo que es necesario incluir al decir lo que dice. Lo ha vuelto a hacer al explicar el sacramento de la reconciliación (penitencia o confesión) en la catequesis del pasado miércoles 19 de febrero de 2013. Los cinco párrafos centrales son estos:

1.

"En la celebración del Sacramento de la reconciliación, el sacerdote no representa solamente a Dios, sino a toda la comunidad, que se reconoce en la fragilidad de cada uno de sus miembros, que escucha conmovida su arrepentimiento, que se reconcilia con Él, que lo alienta y lo acompaña en el camino de conversión y de maduración humana y cristiana".

 2.

Alguno puede decir: “Yo me confieso solamente con Dios”. Sí, tú puedes decir a Dios: “Perdóname”, y decirle tus pecados. Pero nuestros pecados son también contra nuestros hermanos, contra la Iglesia, y por ello es necesario pedir perdón a la Iglesia y a los hermanos, en la persona del sacerdote.

3.

“Pero, padre, ¡me da vergüenza!”. También la vergüenza es buena, es saludable tener un poco de vergüenza. Porque cuando una persona no tiene vergüenza, en mi país decimos que es un ‘sinvergüenza’. La vergüenza también nos hace bien, nos hace más humildes. Y el sacerdote recibe con amor y con ternura esta confesión, y en nombre de Dios, perdona.

4.

También desde el punto de vista humano, para desahogarse, es bueno hablar con el hermano y decirle al sacerdote esas cosas que pesan tanto en mi corazón: uno siente que se desahoga ante Dios, con la Iglesia y con el hermano. Por eso, no tengan miedo de la Confesión. Uno, cuando está en la fila para confesarse siente todas estas cosas – también la vergüenza – pero luego, cuando termina la confesión sale libre, grande, bello, perdonado, limpio, feliz. Y esto es lo hermoso de la Confesión.

5.

Quisiera preguntarle, pero no responda en voz alta ¿eh?, responda en su corazón: ¿cuándo fue la última vez que se confesó? ¿Dos días, dos semanas, dos años, veinte años, cuarenta años? Cada uno haga la cuenta, y cada uno se diga a sí mismo: ¿cuándo ha sido la última vez que yo me he confesado? Y si ha pasado mucho tiempo, ¡no pierda ni un día más! Vaya hacia delante, que el sacerdote será bueno. Está Jesús, allí, ¿eh? Y Jesús es más bueno que los curas, y Jesús te recibe. Te recibe con tanto amor. Sea valiente, y adelante con la Confesión».
 Jorge Enrique Mújica

domingo, 6 de marzo de 2016

El Padre siempre espera nuestra conversión cuando nos equivocamos

(RV).- El perdón y la esperanza estuvieron en el centro del mensaje del Papa Francisco en el cuarto domingo de Cuaresma, antes de haber rezado la oración del Ángelus ante miles de personas que le acompañaron en la Plaza de San Pedro. Reflexionando sobre la parábola del hijo prodigo, Francisco subrayó la gran tolerancia que se ve en este padre que da a su hijo la libertad de irse de casa a pesar de ser todavía inmaduro, y en este sentido explicó que lo mismo hace Dios con nosotros, “nos deja libres, también ante equivocaciones, porque creándonos ha hecho el gran don de la libertad. Es nuestra responsabilidad el hacer un buen uso”.
Francisco habló de la ternura y de la misericordia al analizar detalladamente el significado de esta parábola, y así recordó que Jesús ama a sus hijos inconmensurablemente, “Los errores que cometemos, también si son grandes, no dañan la fidelidad de su amor. En el sacramento de la Reconciliación podemos siempre de nuevo comenzar: Él nos acoge, nos da de nuevo la dignidad de hijos suyos”.
El Obispo de Roma invitó a los fieles a pedir a la Virgen para que nos ayude a volver al Padre en este tiempo de Cuaresma, intensificar la conversión y rechazar cualquier compromiso del pecado. 
En el capítulo decimoquinto del Evangelio de Lucas encontramos las tres parábolas de la misericordia: la de la oveja encontrada (v. 4-7), aquella de la moneda encontrada (v. 8-10), y la gran parábola del hijo pródigo, o mejor, del padre misericordioso (v.11-32). Hoy, sería bonito que cada uno de nosotros tomase el Evangelio, este capítulo XV del Evangelio según Lucas, y leyese las tres parábolas. Hoy, dentro del itinerario cuaresmal, el Evangelio nos presenta justamente esta última parábola del padre misericordioso, que tiene como protagonista un padre con sus dos hijos. El relato nos hace ver algunos gestos de este padre: es un hombre que está siempre preparado para perdonar y que espera ante toda esperanza. Llama sobre todo la atención su tolerancia ante la decisión del hijo más joven de irse de casa: se podría haber opuesto, sabiendo que era todavía inmaduro, un joven chico, o buscar algún abogado para quitarle la herencia, estando todavía vivo. En cambio le deja irse, aun conociendo los posibles riesgos. Así hace Dios con nosotros: nos deja libres, también ante equivocaciones, porque creándonos ha hecho el gran don de la libertad. Es nuestra responsabilidad el hacer un buen uso. ¡Este don de la libertad que nos da Dios me sorprende siempre!
Pero la separación de aquel hijo es sólo física; el padre lo lleva siempre en el corazón; espera con esperanza su vuelta; escruta el camino en la esperanza de verlo. Y un día lo ve aparecer a lo lejos.
Pero esto significa que este padre, cada día, salía a la terraza a mirar si el hijo volvía… Entonces se conmueve al verlo, se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó (cfr v. 20). ¡Cuánta ternura! Y este hijo había hecho tantas cosas graves, ¡eh! Pero el padre lo recibe así.  
La misma actitud reserva el padre para el hijo mayor, que siempre se ha quedado en casa y ahora está indignado y protesta porque no entiende y no comparte toda aquella bondad con el hermano que se había equivocado. El padre sale a encontrar también a este hijo y le recuerda "Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo (v.31), es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado". Y esto me hace pensar en una cosa: cuando uno se siente pecador, se siente de verdad poca cosa como he escuchado a tanta gente, que me dicen: “Pero, Padre, ¡yo soy lo peor! En cambio cuando uno se siente justo “Yo siempre he hecho bien las cosas”, - también el Padre viene a buscarnos, porque aquella actitud de sentirnos justos es una actitud mala, ¡es la soberbia! Es del diablo. El Padre espera a que se reconozcan los pecadores y va a buscar a aquellos que se sienten justos. ¡Éste es nuestro Padre!
 Y en esta parábola se puede entrever también un tercer hijo: ¿un tercer hijo? ¿Y Dónde? ¡Está escondido! Es aquel que “no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor” (Fil 2, 6-7). Este hijo- Siervo es Jesús. Es la extensión de los brazos y del corazón del Padre: Él ha recibido al pródigo y ha lavado sus pies sucios: Él ha preparado el banquete para la fiesta del perdón. Él, Jesús, nos enseña a ser “misericordiosos como el Padre”.
La figura del padre de la parábola revela el corazón de Dios. Él es el Padre misericordioso que en Jesús nos ama inconmensurablemente, espera siempre nuestra conversión cada vez que nos equivocamos; está atento a nuestro regreso cuando nos alejamos de Él pensando que no lo necesitamos. Está siempre preparado para abrirnos los brazos pase lo que pase. Como el padre del Evangelio, también Dios continúa considerándonos sus hijos cuando estamos perdidos, y viene hacia nosotros con ternura cuando volvemos a Él. Y nos habla con tanta bondad cuando nosotros creemos que somos justos. Los errores que cometemos, también si son grandes, no dañan la fidelidad de su amor. En el sacramento de la Reconciliación podemos siempre de nuevo comenzar: Él nos acoge, nos da de nuevo la dignidad de hijos suyos y nos dice: “¡Ve hacia delante! ¡Ve en paz! ¡Levántate, ve hacia delante!
Que en este tiempo de Cuaresma, que nos separa de la Pascua, seamos llamados a intensificar el camino interior de la conversión. Permitamos encontrar la mirada del amor de nuestro Padre, y volvamos a Él con todo el corazón, rechazando cualquier compromiso con el pecado. Que la Virgen María nos acompañe hasta el abrazo regenerador con la Divida Misericordia.

sábado, 5 de marzo de 2016

Cuatro misioneras de la caridad y ancianos son masacrados por terroristas

Imagen referencial - Foto: Wikipedia (Dominio Público)
ROMA, 04 Mar. 16 / 10:10 am (ACI).- Cuatro religiosas de las Misioneras de la Caridad, la Congregación fundada por la Beata Madre Teresa de Calcuta, fueron masacradas este viernes junto a otras doce personas –varios de ellos ancianos-, por presuntos terroristas que ingresaron al convento de Aden (Yemen), donde funciona el albergue de ancianos que administran las monjas.
La agencia vaticana Fides informó que además de las religiosas, también han sido asesinados el chofer y al menos otros dos colaboradores de la comunidad, mientras que la superiora del convento se libró de la muerte. De las monjas asesinadas dos eran de Ruanda, una de la India y otra de Kenia.
Entre las víctimas también hay ancianos y discapacitados que eran atendidos por las monjas. Hasta el momento no hay noticias del sacerdote indio salesiano Tom Uzhunnalil, que residía en el convento de las hermanas, después de que la iglesia donde vivía fuese saqueada e incendiada.
Según las fuentes de seguridad de este país, ubicado al sur de Arabia Saudita, el ataque fue perpetrado por extremistas musulmanes que acusan a la congregación de hacer proselitismo cristiano.
Este es el segundo ataque que sufren las misioneras de la caridad en este país de mayoría musulmana. La primera vez ocurrió en julio de 1998, cuando hombres armados atacaron su centro de cuidados para discapacitados en la ciudad de Al Hodeida, a orillas del mar Rojo, donde murieron dos enfermeras, una india y otra filipina.
Desde el año pasado Yemen sufre un sangriento conflicto entre el movimiento rebelde chiita de los hutíes contra el gobierno del sunita Abdo Rabu Mansur Hadi y una coalición de países árabes encabezada por Arabia Saudita, que lleva a cabo una ofensiva aérea contra los insurgentes desde 2015. Este conflicto ha dejado hasta el momento 3.000 civiles muertos.
En medio de esta guerra, en septiembre del año pasado otro grupo de hombres armados ingresó a la iglesia de la Sagrada Familia, en Adén, y mataron cuatro religiosas.

El cristiano y el trabajo

viernes, 4 de marzo de 2016

"Hemos sido elegidos para suscitar el deseo de la conversión", el Papa en la celebración de la Penitencia

(RV).- El Santo Padre Francisco presidió la celebración de la Penitencia el primer viernes de marzo, y durante su homilía recordó el pasaje del Evangelio que habla del ciego Bartimeo quien le pidió a Jesús volver a ver. Así Francisco nos invita a compararnos con el ciego vagabundo, hijo de Timeo, para que como él nos dejemos ayudar por el Señor y podamos ver después que nuestros pecados nos han hecho perder la vista, “haciéndonos vagar lejos de la meta”.
“El pecado empobrece y aísla… impide ver lo esencial, el amor que da la vida”, lo aseguró Francisco haciendo ver que mirándonos sólo a nosotros mismos y creyendo que la vida depende sólo de lo que se posee, nos hacemos “ciegos y apagados”.
El Obispo de Roma recordó que todos nosotros, y sobre todo los Pastores estamos llamados a “escuchar el grito de cuantos desean encontrar al Señor”. “Estamos llamados a infundir ánimo, a sostener y conducir a Jesús. Nuestro ministerio es el del acompañar, porque el encuentro con el Señor es personal, íntimo, y el corazón se pueda abrir sinceramente y sin temor al Salvador. No lo olvidemos: sólo Dios es quien obra en cada persona. Nosotros hemos sido elegidos para suscitar el deseo de la conversión, para ser instrumentos que facilitan el encuentro, para extender la mano y absolver, haciendo visible y operante su misericordia”.
HOMILIA:
«Que yo pueda ver» (Mc 10,51). Ésta es la petición que hoy queremos dirigir al Señor. Ver de nuevo después de que nuestros pecados nos han hecho perder de vista el bien y alejado de la belleza de nuestra llamada, haciéndonos vagar lejos de la meta.
Este pasaje del Evangelio tiene un gran valor simbólico, porque cada uno de nosotros se encuentra en la situación de Bartimeo. Su ceguera lo había llevado a la pobreza y a vivir en las afueras de la ciudad, dependiendo en todo de los demás. El pecado también tiene este efecto: nos empobrece y aísla. Es una ceguera del espíritu, que impide ver lo esencial, fijar la mirada en el amor que da la vida; y lleva poco a poco a detenerse en lo superficial, hasta hacernos insensibles ante los demás y ante el bien. Cuántas tentaciones tienen la fuerza de oscurecer la vista del corazón y volverlo miope. Qué fácil y equivocado es creer que la vida depende de lo que se posee, del éxito o la admiración que se recibe; que la economía consiste sólo en el beneficio y el consumo; que los propios deseos individuales deben prevalecer por encima de la responsabilidad social. Mirando sólo a nuestro yo, nos hacemos ciegos, apagados y replegados en nosotros mismos, vacíos de alegría y pobres de libertad. Una cosa fea…
Pero Jesús pasa; y no pasa de largo: «se detuvo», dice el Evangelio (v. 49). Entonces, un temblor se apodera del corazón, porque se da cuenta de que es mirado por la Luz, de esa luz afable que nos invita a no permanecer encerrados en nuestra oscura ceguera. La presencia cercana de Jesús permite sentir que, lejos de él, nos falta algo importante. Nos hace sentir necesitados de salvación, y esto es el inicio de la curación del corazón. Luego, cuando el deseo de ser curados se hace audaz, lleva a la oración, a gritar ayuda con fuerza e insistencia, como hizo Bartimeo: «Hijo de David, ten compasión de mí» (v. 47).
Desafortunadamente, como aquellos «muchos» del Evangelio, siempre hay alguien que no quiere detenerse, que no quiere ser molestado por el que grita su propio dolor, prefiriendo hacer callar y regañar al pobre que molesta (cf. v. 48). Es la tentación de seguir adelante como si nada, pero así se queda lejos del Señor y se mantienen distantes de Jesús y de los demás. Reconozcamos todos ser mendigos del amor de Dios, y no dejemos que el Señor pase de largo. “Tengo miedo del Señor que pasa”, decía San Agustín. Miedo de que pase y yo lo deje pasar. Demos voz a nuestro deseo más profundo: «Maestro, que pueda ver» (v. 51). Este Jubileo de la Misericordia es un tiempo favorable para acoger la presencia de Dios, para experimentar su amor y regresar a Él con todo el corazón. Como Bartimeo, dejemos el manto y pongámonos en pie (cf. v. 50): abandonemos lo que nos impide ser ágiles en el camino hacia Él, sin miedo a dejar lo que nos da seguridad y a lo que estamos apegados; no permanezcamos sentados, levantémonos, reencontremos nuestra dimensión espiritual, la dignidad de hijos amados que están ante el Señor para ser mirados por Él a los ojos, perdonados y recreados. Y la palabra que a lo mejor llega a nuestro corazón, es la misma de la creación del hombre: “¡Alzaos! Dios nos ha creado en pie: ¡Alzaos!
 Hoy más que nunca, sobre todo nosotros los Pastores, estamos llamados a escuchar el grito, quizás escondido, de cuantos desean encontrar al Señor. Estamos obligados a revisar esos comportamientos que a veces no ayudan a los demás a acercarse a Jesús; los horarios y los programas que no salen al encuentro de las necesidades reales de los que podrían acercarse al confesionario; las reglas humanas, si valen más que el deseo de perdón; nuestra rigidez, que puede alejar la ternura de Dios. No debemos ciertamente disminuir las exigencias del Evangelio, pero no podemos correr el riesgo de malograr el deseo del pecador de reconciliarse con el Padre, porque lo que el Padre espera antes que nada es el regreso a la casa del hijo (cf. Lc 15,20-32).
 Que nuestras palabras sean la de los discípulos que, repitiendo las mismas expresiones de Jesús, dicen a Bartimeo: «Ánimo, levántate, que te llama» (v. 49). Estamos llamados a infundir ánimo, a sostener y conducir a Jesús. Nuestro ministerio es el del acompañar, porque el encuentro con el Señor es personal, íntimo, y el corazón se pueda abrir sinceramente y sin temor al Salvador. No lo olvidemos: sólo Dios es quien obra en cada persona. En el Evangelio es Él quien se detiene y pregunta por el ciego; es Él quien ordena que se lo traigan; es Él quien lo escucha y lo sana. Nosotros hemos sido elegidos para suscitar el deseo de la conversión, para ser instrumentos que facilitan el encuentro, para extender la mano y absolver, haciendo visible y operante su misericordia. Que cada hombre y mujer que vaya al confesionario encuentre un padre, encuentre un padre que lo espera. Que encuentre “el Padre que perdona”.
 La conclusión del relato evangélico está cargado de significado: Bartimeo «al momento recobró la vista y lo seguía por el camino» (v. 52). También nosotros, cuando nos acercamos a Jesús, vemos de nuevo la luz para mirar el futuro con confianza, reencontramos la fuerza y el valor para ponernos en camino. En efecto «quien cree ve» (Carta enc. Lumen fidei, 1) y va adelante con esperanza, porque sabe que el Señor está presente, sostiene y guía. Sigámoslo, como discípulos fieles, para hacer partícipes a cuantos encontramos en nuestro camino de la alegría de su amor. Y después el abrazo del padre, el perdón del Padre, pero festejemos en nuestro corazón: ¡porque Él festeja!

martes, 1 de marzo de 2016

El perdón ilimitado de Dios olvida los pecados

(RV).- Que el tiempo de Cuaresma “nos prepare el corazón” al perdón de Dios y a perdonar a nuestra vez como Él, es decir “olvidando” las culpas de los demás. Es la oración con la que el Papa Francisco concluyó su homilía de la Misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta.
La perfección de Dios tiene un punto débil exactamente donde la imperfección humana tiende, en cambio, a no hacer descuentos, a saber: la capacidad de perdonar.
Sin memoria
Al comentar las lecturas bíblicas de la liturgia del día, el Santo Padre se refirió al Evangelio que presenta la célebre pregunta de Pedro a Jesús acerca de cuántas veces debe perdonar a un hermano que ha cometido una culpa contra él. Mientras la lectura tomada del libro del Profeta Daniel se centra en la oración del joven Azarías condenado a morir en un horno por haberse negado a adorar a un ídolo de oro. En medio de las llamas el joven invoca la Misericordia de Dios por el pueblo pidiendo también perdón para sí mismo. Sobre esto Francisco subrayó que se trata del modo correcto de rezar. Sabiendo que se cuenta sobre un aspecto especial de la bondad de Dios:
“Cuando Dios perdona, su perdón es tan grande que es como si se ‘olvidara’. Todo lo contrario de lo que hacemos nosotros, de las habladurías: ‘Pero éste ha hecho esto, ha hecho aquello, ha hecho aquello…’, y nosotros conocemos a tantas personas por la historia antigua, media, medieval y moderna, ¡eh!, y no olvidamos. ¿Por qué? Porque no tenemos un corazón misericordioso. ‘Haz con nosotros según tu clemencia’, dice este joven Azarías. ‘Según Tu gran Misericordia. Sálvanos’. Es un llamamiento a la Misericordia de Dios, para que nos conceda el perdón y la salvación y olvide nuestros pecados”.
La ecuación del perdón      
En el pasaje del Evangelio, para explicar a Pedro que es necesario perdonar siempre, Jesús relata la parábola de los dos deudores, el primero que obtiene la condonación de su patrón, aun debiéndole una cifra enorme, y él mismo, incapaz de ser igualmente misericordioso con otro que le debía sólo una pequeña suma. Sobre este punto el Papa observó:
“En el Padrenuestro rezamos: ‘Perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores’. Es  una ecuación, van juntas. Si tú no eres capaz de perdonar, ¿cómo podrá perdonarte Dios? Él te quiere perdonar, pero no podrá si tú tienes el corazón cerrado, y la Misericordia no puede entrar. ‘Pero, Padre, yo perdono, pero no puedo olvidar aquella cosa fea que me ha hecho…’. ‘Eh, pide al Señor que te ayude a olvidar’: pero ésta es otra cosa. Se puede perdonar, pero no siempre se logra olvidar. Pero ‘perdonar’ y ‘me la pagarás’: ¡eso, no! Perdonar como perdona Dios: perdona al máximo”.
Misericordia que “olvida”
Misericordia, compasión, perdón – repitió el Pontífice –  recordando que “el perdón del corazón que nos da Dios es siempre Misericordia”:
“Que la Cuaresma nos prepare el corazón para recibir el perdón de Dios. Pero recibirlo y después hacer lo mismo con los demás: perdonar de corazón. Quizá jamás me saludes, pero en mi corazón yo te he perdonado. Y así nos acercamos a esta cosa tan grande de Dios, que es la Misericordia. Y perdonando abrimos nuestro corazón para que la Misericordia de Dios entre y nos perdone a nosotros. Porque todos nosotros tenemos que pedir perdón: todos. Perdonemos y seremos perdonados. Tengamos Misericordia con los demás, y nosotros sentiremos aquella Misericordia de Dios que, cuando perdona, ‘olvida’”.