jueves, 29 de junio de 2017

El Papa: confesión, persecución y oración. Homilía en la Solemnidad de Pedro y Pablo


(RV).- La celebración de la Santa Misa de la Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, presidida por el Papa Francisco con los cinco nuevos Cardenales, que creó en la víspera, comenzó con la bendición del Palio de los 36 nuevos Arzobispos Metropolitanos, nombrados en el curso del año.
En la Plaza de San Pedro, con la liturgia del día, el Obispo de Roma reflexionó sobre tres palabras fundamentales para la vida del apóstol: confesión, persecución, oración.
«La confesión es la de Pedro en el Evangelio: reconocer que Jesús es el Mesías esperado, el Dios vivo, el Señor de nuestra vida»
El Santo Padre invitó a preguntarnos si somos «cristianos de salón de esos que comentan cómo van las cosas en la Iglesia y en el mundo, o si somos apóstoles en camino, que confiesan a Jesús con la vida porque lo llevan en el corazón. Quien confiesa a Jesús sabe que no ha de dar sólo opiniones, sino la vida; sabe que no puede creer con tibieza, sino que está llamado a «arder» por amor; sabe que en la vida no puede conformarse con «vivir al día» o acomodarse en el bienestar, sino que tiene que correr el riesgo de ir mar adentro, renovando cada día el don de sí mismo. Quien confiesa a Jesús se comporta como Pedro y Pablo: lo sigue hasta el final; no hasta un cierto punto sino hasta el final, y lo sigue en su camino, no en nuestros caminos. Su camino es el camino de la vida nueva, de la alegría y de la resurrección, el camino que pasa también por la cruz y la persecución».
En la segunda palabra, persecución, el Papa reiteró que no sólo Pedro y Pablo derramaron su sangre por Cristo, sino que desde los comienzos toda la comunidad fue perseguida.
Y que «incluso hoy en día, en varias partes del mundo, a veces en un clima de silencio —un silencio con frecuencia cómplice—, muchos cristianos son marginados, calumniados, discriminados, víctimas de una violencia incluso mortal, a menudo sin que los que podrían hacer que se respetaran sus sacrosantos derechos hagan nada para impedirlo».
«La vida del apóstol, que brota de la confesión y desemboca en el ofrecimiento, transcurre cada día en la oración»
«Una Iglesia que reza está protegida por el Señor y camina acompañada por Él», dijo el Santo Padre reflexionando sobre la tercera palabra: oración.
Y subrayó «qué urgente es que en la Iglesia haya maestros de oración, pero que sean ante todo hombres y mujeres de oración, que viven la oración».
Recordamos que los nuevos purpurados, creados por el Papa Francisco en la víspera de la Solemnidad de San Pedro y San Pablo de 2017, son Jean Zerbo, Arzobispo de  Bamako, Mali; Juan José Omella, Arzobispo de Barcelona, España;  Anders Arborelius, Obispo de Estocolmo, Suecia;  Louis-Marie Ling Mangkhanekhoun, vicario apostólico de Paksé, Laos y, Gregorio Rosa Chávez, Auxiliar de la arquidiócesis de San Salvador, El Salvador.
(CdM - RV)

 
Voz y texto completo de la homilía del Papa:
 
La liturgia de hoy nos ofrece tres palabras fundamentales para la vida del apóstol: confesiónpersecuciónoración.
La confesión es la de Pedro en el Evangelio, cuando el Señor pregunta, ya no de manera general, sino particular. Jesús, en efecto, pregunta primero: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?» (Mt 16,13). Y de esta «encuesta» se revela de distintas maneras que la gente considera a Jesús un profeta. Es entonces cuando el Maestro dirige a sus discípulos la pregunta realmente decisiva: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (v. 15). A este punto, responde sólo Pedro: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo» (v. 16). Esta es la confesión: reconocer que Jesús es el Mesías esperado, el Dios vivo, el Señor de nuestra vida.
Jesús nos hace también hoy a nosotros esta pregunta esencial, la dirige a todos, pero especialmente a nosotros pastores. Es la pregunta decisiva, ante la que no valen respuestas circunstanciales porque se trata de la vida: y la pregunta sobre la vida exige una respuesta de vida. Pues de poco sirve conocer los artículos de la fe si no se confiesa a Jesús como Señor de la propia vida. Él nos mira hoy a los ojos y nos pregunta: «¿Quién soy yo para ti?». Es como si dijera: «¿Soy yo todavía el Señor de tu vida, la orientación de tu corazón, la razón de tu esperanza, tu confianza inquebrantable?». Como san Pedro, también nosotros renovamos hoy nuestra opción de vida como discípulos y apóstoles; pasamos nuevamente de la primera a la segunda pregunta de Jesús para ser «suyos», no sólo de palabra, sino con las obras y con nuestra vida.
Preguntémonos si somos cristianos de salón, de esos que comentan cómo van las cosas en la Iglesia y en el mundo, o si somos apóstoles en camino, que confiesan a Jesús con la vida porque lo llevan en el corazón. Quien confiesa a Jesús sabe que no ha de dar sólo opiniones, sino la vida; sabe que no puede creer con tibieza, sino que está llamado a «arder» por amor; sabe que en la vida no puede conformarse con «vivir al día» o acomodarse en el bienestar, sino que tiene que correr el riesgo de ir mar adentro, renovando cada día el don de sí mismo. Quien confiesa a Jesús se comporta como Pedro y Pablo: lo sigue hasta el final; no hasta un cierto punto sino hasta el final, y lo sigue en su camino, no en nuestros caminos. Su camino es el camino de la vida nueva, de la alegría y de la resurrección, el camino que pasa también por la cruz y la persecución.
Y esta es la segunda palabra, persecución. No fueron sólo Pedro y Pablo los que derramaron su sangre por Cristo, sino que desde los comienzos toda la comunidad fue perseguida, como nos lo ha recordado el libro de los Hechos de los Apóstoles (cf. 12,1). Incluso hoy en día, en varias partes del mundo, a veces en un clima de silencio —un silencio con frecuencia cómplice—, muchos cristianos son marginados, calumniados, discriminados, víctimas de una violencia incluso mortal, a menudo sin que los que podrían hacer que se respetaran sus sacrosantos derechos hagan nada para impedirlo.
Por otra parte, me gustaría hacer hincapié especialmente en lo que el Apóstol Pablo afirma antes de «ser —como escribe— derramado en libación» (2 Tm4,6). Para él la vida es Cristo (cf. Flp 1,21), y Cristo crucificado (cf. 1 Co 2,2), que dio su vida por él (cf. Ga 2,20). De este modo, como fiel discípulo, Pablo siguió al Maestro ofreciendo también su propia vida. Sin la cruz no hay Cristo, pero sin la cruz no puede haber tampoco un cristiano. En efecto, «es propio de la virtud cristiana no sólo hacer el bien, sino también saber soportar los males» (Agustín, Disc. 46.13), como Jesús. Soportar el mal no es sólo tener paciencia y continuar con resignación; soportar es imitar a Jesús: es cargar el peso, cargarlo sobre los hombros por él y por los demás. Es aceptar la cruz, avanzando con confianza porque no estamos solos: el Señor crucificado y resucitado está con nosotros. Así, como Pablo, también nosotros podemos decir que estamos «atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no abandonados» (2 Co 4,8-9).
Soportar es saber vencer con Jesús, a la manera de Jesús, no a la manera del mundo. Por eso Pablo —lo hemos oímos— se considera un triunfador que está a punto de recibir la corona (cf. 2 Tm 4,8) y escribe: «He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe» (v. 7). Su comportamiento en la noble batalla fue únicamente no vivir para sí mismo, sino para Jesús y para los demás. Vivió «corriendo», es decir, sin escatimar esfuerzos, más bien consumándose. Una cosa dice que conservó: no la salud, sino la fe, es decir la confesión de Cristo. Por amor a Jesús experimentó las pruebas, las humillaciones y los sufrimientos, que no se deben nunca buscar, sino aceptarse. Y así, en el misterio del sufrimiento ofrecido por amor, en este misterio que muchos hermanos perseguidos, pobres y enfermos encarnan también hoy, brilla el poder salvador de la cruz de Jesús.
La tercera palabra es oración. La vida del apóstol, que brota de la confesión y desemboca en el ofrecimiento, transcurre cada día en la oración. La oración es el agua indispensable que alimenta la esperanza y hace crecer la confianza. La oración nos hace sentir amados y nos permite amar. Nos hace ir adelante en los momentos más oscuros, porque enciende la luz de Dios. En la Iglesia, la oración es la que nos sostiene a todos y nos ayuda a superar las pruebas. Nos lo recuerda la primera lectura: «Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él» (Hch 12,5). Una Iglesia que reza está protegida por el Señor y camina acompañada por él. Orar es encomendarle el camino, para que nos proteja. La oración es la fuerza que nos une y nos sostiene, es el remedio contra el aislamiento y la autosuficiencia que llevan a la muerte espiritual. Porque el Espíritu de vida no sopla si no se ora y sin oración no se abrirán las cárceles interiores que nos mantienen prisioneros.
Que los santos Apóstoles nos obtengan un corazón como el suyo, cansado y pacificado por la oración: cansado porque pide, toca e intercede, lleno de muchas personas y situaciones para encomendar; pero al mismo tiempo pacificado, porque el Espíritu trae consuelo y fortaleza cuando se ora. Qué urgente es que en la Iglesia haya maestros de oración, pero que sean ante todo hombres y mujeres de oración, que viven la oración.
El Señor interviene cuando oramos, él, que es fiel al amor que le hemos confesado y que nunca nos abandona en las pruebas. Él acompañó el camino de los Apóstoles y os acompañará también a vosotros, queridos hermanos Cardenales, aquí reunidos en la caridad de los Apóstoles que confesaron la fe con su sangre. Estará también cerca de vosotros, queridos hermanos Arzobispos que, recibiendo el palio, seréis confirmados en vuestro vivir para el rebaño, imitando al Buen Pastor, que os sostiene llevándoos sobre sus hombros. El mismo Señor, que desea ardientemente ver a todo su rebaño reunido, bendiga y custodie al Patriarca Ecuménico y también a la Delegación del Patriarcado Ecuménico, y bendiga al querido hermano Bartolomé, que la ha enviado como señal de comunión apostólica.

lunes, 26 de junio de 2017

Papa: Caminemos con confianza hacia las sorpresas de Dios

(RV).- No sirven los horóscopos o los nigromantes para conocer el futuro: el verdadero cristiano no es el que se instala y permanece quieto, sino aquel que se fía de Dios y se deja guiar en un camino abierto a las sorpresas del Señor. Lo afirmó el Santo Padre en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta.
El cristiano “detenido” no es un “cristiano verdadero”. El Papa invitó a no permanecer  estáticos, a no “instalarse demasiado”, a la vez que exhortó a “confiar en Dios” y seguirlo. Inspirándose en la Primera Lectura del día, tomada del libro del GénesisFrancisco reflexionó sobre la figura de Abrahán en quien – explicó  – “existe el estilo de la vida cristiana, nuestro estilo como pueblo”, basado en tres dimensiones: el “despojo”, la “promesa” y la “bendición”. Y recordó que el Señor exhortó a Abrahán a irse de su país, de su patria, de la casa de su padre:
“Ser cristiano lleva siempre esta dimensión de despojo que encuentra su plenitud en el despojo de Jesús en la Cruz. Siempre hay un ‘vete’, ‘deja’, para dar el primer paso: ‘Deja y vete de tu tierra, de tu parentela, de la casa de tu padre’. Si hacemos un poco de memoria veríamos que en los Evangelios la vocación de los discípulos es un ‘vete’, ‘deja’ y ‘ven’. También en los profetas, ¿no? Pensemos en Eliseo, trabajando la tierra: ‘Deja y ven’ – ‘Pero al menos, permíteme saludar a mis padres’ – ‘Pero, ve y vuelve’. ‘Deja y ven’”.
Los cristianos – añadió el Obispo de Roma – deben tener la “capacidad” de ser despojados, de lo contrario no son “cristianos auténticos”, como no lo son quienes no se dejan “despojar y crucificar con Jesús”. Abrahán “obedeció por la fe”, partiendo hacia una tierra que iba a “recibir en herencia”, pero sin conocer un destino preciso:
“El cristiano no tiene un horóscopo para ver el futuro; no va a ver al nigromante que tiene una esfera de cristal, y quiere que le lea la mano… No, no. No sabe a dónde va. Va guiado. Y esto es como una primera dimensión de nuestra vida cristiana: despojarse. Pero, despojarse ¿para qué? ¿Para una ascesis firme? ¡No, no! Para ir hacia una promesa. Y ésta es la segunda. Nosotros somos hombres y mujeres que caminamos hacia una promesa, hacia un encuentro, hacia algo – una tierra, dice a Abrahán – que debemos recibir en herencia”.
Y sin embargo – subrayó Francisco – Abrahán no construye una casa, sino que “planta una tienda”, para indicar que “está en camino y que se fía de Dios”. De modo que construye un altar “para adorar al Señor”. Después, “sigue caminando”, está “siempre en camino”:
“El camino comienza todos los días por la mañana; el camino de encomendarse al Señor, el camino abierto a las sorpresas del Señor, tantas veces no buenas, tantas veces graves – pensemos en una enfermedad, en una muerte – pero abierto, porque yo sé que Tú me llevarás a un lugar seguro, a una tierra que  has preparado para mí: es decir, el hombre en camino, el hombre que vive en una tienda, una tienda espiritual. Nuestra alma, cuando se acomoda demasiado, se instala demasiado, pierde esta dimensión de ir hacia la promesa y, en lugar de caminar hacia la promesa, lleva la promesa y posee la promesa. Y esto no va, no es propiamente cristiano”.
En “esta semilla del inicio de nuestra familia” cristiana – dijo el Papa al concluir – sobresale otra característica, la de la bendición. Sí, porque el cristiano es un hombre, una mujer que “bendice”. O sea: “dice bien de Dios y dice bien de los demás” y que “se hace bendecir por Dios y por los demás” para ir adelante. Éste es el esquema de “nuestra vida cristiana”, porque todos,  “también” los laicos, debemos “bendecir a los demás, decir bien de los demás y decir bien a Dios de los demás”. Con frecuencia – terminó diciendo el Pontífice –  estamos acostumbrados “a no decir bien” del prójimo, cuando – explicó – “la lengua se mueve un poco como quiere”, en lugar de seguir el mandamiento que Dios encomienda a “nuestro padre” Abrahán, como “síntesis de la vida”: a saber el de caminar, dejarse “despojar” por el Señor, fiarse de sus promesas y ser irreprensibles, puesto que, en el fondo, “la vita cristiana es tan sencilla”.

domingo, 25 de junio de 2017

2017.06.25 Angelus Domini: Papa: ¡No teman! nos dice aún hoy Jesús

(RV).- El Papa Francisco, en la cita para el rezo del Ángelus, reiteró que el Señor nos sigue diciendo, como les decía a sus discípulos: ¡No tengan miedo!
Una vez más, el Papa señaló que también en nuestros días está presente en el mundo la persecución contra los cristianos. E invitó a rezar por nuestros hermanos y hermanas perseguidos, alabando a Dios por su valiente testimonio de fidelidad a la fe. «Su ejemplo nos ayuda a no dudar en tomar posición en favor de Cristo».
Con el Evangelio del XII domingo del Tiempo Ordinario, el Santo Padre recordó las palabras de Jesús instruyendo a sus discípulos para misionar, diciéndoles tres veces ¡No teman!
Aunque «el envío a la misión de parte de Jesús no garantiza a los discípulos el éxito, así como no los pone a salvo de fracasos y de sufrimientos» y «ellos tienen que tener en cuenta tanto la posibilidad del rechazo, como la de la persecución», subrayó el Obispo de Roma, que habló también de las diversas formas de pruebas que se pueden presentar en el anuncio del Evangelio algunas «aparentemente» tranquilas.
Introduciendo el rezo mariano dominical, el Papa invocó a la Virgen María, «modelo de humilde y valiente adhesión a la Palabra de Dios», para que «nos ayude a comprender que en el testimonio de la fe no cuentan los éxitos, sino la fidelidad a Cristo, reconociendo en cualquier circunstancia, también las más problemáticas, el don inestimable de ser sus discípulos misioneros».
(CdM – RV)
Voz y texto completo de las palabras del Papa:
 
«Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
En el Evangelio de hoy (cfr Mt 10, 26-33) el Señor Jesús, después de haber llamado y enviado en misión a sus discípulos, los instruye y los prepara a afrontar las pruebas y las persecuciones que deberán encontrar. Ir en misión no es hacer turismo, y Jesús advierte a los suyos: ‘Encontrarán persecuciones’. Los exhorta así: ‘No tengan miedo de los hombres. No hay nada oculto que no deba ser revelado (…)  Lo que yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día. (…) Y no teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma’ (26-28). Y no tengan miedo de aquellos que solamente pueden matar el cuerpo y no tienen el poder de matar el alma.
El envío a la misión de parte de Jesús no garantiza a los discípulos el éxito, así como no los pone a salvo de fracasos y de sufrimientos. Ellos tienen que tener en cuenta tanto la posibilidad del rechazo, como la de la persecución. Esto asusta un poco, pero es la verdad.
El discípulo está llamado a conformar su propia vida a Cristo, que ha sido perseguido por los hombres, ha conocido el rechazo, el abandono y la muerte en la cruz. No existe la misión cristiana en tranquilidad plena; no existe la misión cristiana en tranquilidad plena. Las dificultades y las tribulaciones forman parte de la obra de evangelización y nosotros estamos llamados a encontrar en ellas la ocasión para verificar la autenticidad de nuestra fe y de nuestra relación con Jesús. Debemos considerar estas dificultades como la posibilidad para ser aún más misioneros y para crecer en aquella confianza en Dios, nuestro Padre, que no abandona a sus hijos en la hora de la tempestad. En las dificultades del testimonio cristiano en el mundo, nunca somos olvidados, sino que siempre estamos asistidos por la solicitud premurosa del Padre. Por ello, en el Evangelio de hoy, Jesús asegura tres veces a sus discípulos diciendo: ‘¡No teman!’ ¡No tengan miedo!
También en nuestros días, hermanos y hermanas, está presente la persecución contra los cristianos. Nosotros oramos por nuestros hermanos y hermanas que son perseguidos y nosotros alabamos a Dios porque, a pesar de ello, siguen testimoniando con valentía y fidelidad su fe. Su ejemplo nos ayuda a no dudar en tomar posición en favor de Cristo, testimoniándolo con valentía en las situaciones de cada día, aun en contextos aparentemente tranquilos. En efecto, una forma de prueba puede ser también la ausencia de hostilidades y de tribulaciones. Además de ‘como ovejas entre lobos’, el Señor, también en nuestro tiempo, nos manda como centinelas en medio de la gente que no quiere que la despierten del adormecimiento mundano, que ignora las palabras de Verdad del Evangelio, construyéndose sus propias verdades efímeras. Y si vamos allí o vivimos allí y decimos las Palabras del Evangelio, esto incomoda y no nos mirarán bien.
Pero en todo ello el Señor nos sigue diciendo, como les decía a los discípulos de su tiempo: ‘¡No teman!’. No olviden esta palabra: siempre, cuando tengamos alguna tribulación, alguna persecución, algo que nos haga sufrir, escuchemos la voz de Jesús en nuestro corazón: ‘¡No tengan miedo! ‘¡No tengas miedo: sigue adelante! ¡Yo estoy contigo! No tengan miedo del que se burla de ustedes y los maltrata, y no tengan miedo del que los ignora o del que por delante los honra y luego por la espalda combate contra el Evangelio. Hay tantos que por delante te sonríen, pero por la espalda combaten contra el Evangelio. Todos los conocemos. Jesús no nos deja solos porque somos preciosos para Él. Por ello no nos deja solos: cada uno de nosotros es precioso para Jesús, y nos acompaña.
Que la Virgen María, modelo de humilde y valiente adhesión a la Palabra de Dios, nos ayude a comprender que en el testimonio de la fe no cuentan los éxitos, en el testimonio de la fe no cuentan los éxitos, sino la fidelidad; la fidelidad a Cristo, reconociendo en cualquier circunstancia, también las más problemáticas, el don inestimable de ser sus discípulos misioneros»

viernes, 23 de junio de 2017

Hay que hacerse pequeños para escuchar la voz del Señor...


recordó el Santo Padre en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta, en la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.  
El Señor nos ha elegido, se “ha implicado con nosotros en el camino de la vida” y “nos ha dado a su Hijo y la vida de su Hijo por nuestro amor”. Aludiendo a la Primera Lectura del día tomada del libro del Deuteronomio, en que Moisés dice que Dios nos ha elegido para ser su pueblo de entre todos los pueblos de la tierra, Francisco explicó el modo de alabar a Dios porque “en el corazón de Jesús nos da la gracia de celebrar con alegría los grandes misteriosde nuestra salvación, de su amor por nosotros”, es decir, celebrando “nuestra fe”.
De modo especial el Pontífice se detuvo en dos palabras contenidas en el pasaje bíblico, a saber: elegir y pequeñez. De la primera dijo que no hemos sido nosotros quienes lo elegimos a Él, sino que es Dios quien se ha hecho “nuestro prisionero”:
“Se ha ligado a nuestra vida, no puede separarse. ¡Ha jugado fuertemente! Y permanece fiel en esta actitud. Hemos sido elegidos por amor y ésta es nuestra identidad. ‘Yo he elegido esta religión, he elegido…’: No, tú no has elegido. Es Él quien te ha elegido a ti, te ha llamado y se ha unido. Y ésta es nuestra fe. Si nosotros no creemos esto, no entendemos lo que es el mensaje de Cristo, no comprendemos el Evangelio”.
En cuanto a la segunda palabra, el Obispo de Roma recordó que Moisés especifica que el Señor ha elegido al pueblo de Israel porque es “el más pequeño de todos los pueblos”:
“Se ha enamorado de nuestra pequeñez y por esto nos ha elegido. Él elige a los pequeños: no a los grandes, a los pequeños. Y Él se revela a los pequeños: ‘Has escondido estas cosas a los sabios y a los doctos y las has revelado a los pequeños’. Él se revela a los pequeños: si tú quieres comprender algo del misterio de Jesús, abájate: hazte pequeño. Reconoce que eres nada. Y no sólo elige y se revela a los pequeños, sino que llama a los pequeños: ‘Vengan a mí, todos ustedes que están cansados y oprimidos: yo les daré descanso’. Ustedes que son los más pequeños, por los sufrimientos, por el cansancio… Él elige a los pequeños, se revela a los pequeños y llama a los pequeños. Pero, ¿a los grandes no los llama? Su corazón está abierto, pero los grandes no logran oír su voz porque están llenos de sí mismos. Para escuchar la voz del Señor, es necesario hacerse pequeños”.
De este modo, se llega al misterio del corazón de Cristo, que no es, “como alguien dice” – recordó el Papa Francisco – una “imagencita” para los devotos: el corazón traspasado de Cristo es “el corazón de la revelación, el corazón de nuestra fe porque Él se ha hecho pequeño, ha elegido este camino”.
El Santo Padre subrayó que la elección de humillarse a sí mismo y de “anonadarse hasta la muerte” en la Cruz “es una elección hacia la pequeñez para que la gloria de Dios se manifieste”. Del cuerpo de Cristo traspasado por el soldado con una lanza “salió sangre y agua” – agregó el Papa – y “éste es el misterio de Cristo”, en esta celebración de un “corazón que ama, que elige, que es fiel” y que “se une a nosotros, se revela a los pequeños, llama a los pequeños, se hace pequeño”:
Creemos en Dios, sí; sí, también en Jesús, sí… – ‘¿Jesús es Dios?’ – ‘Sí’. Y el misterio es éste. Ésta es la manifestación, ésta es la gloria de Dios. Fidelidad al elegir, al unirse y pequeñez también para sí mismo: llegar a ser pequeño, anonadarse. El problema de la fe es el núcleo de nuestra vida: podemos ser tan, tan virtuosos, pero con nada o poca fe; debemos comenzar desde aquí, del misterio de Jesucristo que nos ha salvado con su fidelidad”.
Francisco concluyó pidiendo al Señor que nos conceda la gracia de celebrar en el corazón de Jesucristo “las grandes gestas, las grandes obras de la salvación, las grandes obras de la redención”.

La Espiritualidad Jesuita en la Devoción al Sagrado Corazón de Jesús - A...

miércoles, 21 de junio de 2017

El Papa: nos sostiene la presencia poderosa de la mano de Dios...


(RV).- “Que el Señor nos conceda la gracia de ser santos, de convertirnos en imágenes de Cristo para este mundo, tan necesitado de esperanza, de personas que rechazando el mal, aspiren a la caridad y a la fraternidad”.
Fue el deseo que expresó el Santo Padre al saludar a los peregrinos de nuestro idioma – que se dieron cita en la Plaza de San Pedro – para participar en la Audiencia General del tercer miércoles de junio.
Prosiguiendo con su ciclo de catequesis dedicado a la esperanza cristiana, en esta ocasión el Papa Francisco reflexionó acerca de los santos, en su calidad de testigos y compañeros de esperanza. Y lo hizo a partir de un pasaje de la Carta a los Hebreos que define a esta compañía que nos rodea como “una verdadera nube de testigos”.
Hablando en italiano el Pontífice comenzó recordando que en el día de nuestro Bautismo resonó para nosotros la invocación de los santos. De manera que a partir de aquella primera vez se nos regala esta compañía de hermanos y hermanas “mayores”, que transitaron por el mismo camino, que conocieron nuestras mismas fatigas y que viven ahora para siempre en el abrazo de Dios.
Después de afirmar que los cristianos, en su combate contra el mal, no se desesperan, el Sucesor de Pedro explicó que el cristianismo cultiva una confianza tal que no le permite creer que las fuerzas negativas y disgregadoras puedan prevalecer. De hecho – afirmó textualmente –  “la última palabra sobre la historia del hombre no es el odio, no es la muerte, y no es guerra”. No. Porque en cada momento de la vida nos asiste la mano de Dios, y también la discreta presencia de todos los creyentes que nos precedieron con el signo de la fe.
Francisco también expresó que nos consuela saber que no estamos solos, que la Iglesia está hecha de innumerables hermanos, con frecuencia anónimos, que nos han precedido y que por la acción del Espíritu Santo están implicados en las vicisitudes de quien aún vive en la tierra.
Por otra parte, el Santo Padre recordó que también cuando una pareja consagra su amor en el Sacramento del Matrimonio, se invoca sobre los novios la intercesión de los santos. Y, de la misma manera, los sacerdotes custodian el recuerdo de una invocación de los santos pronunciada sobre ellos en el momento de la liturgia de ordenación, en el que los candidatos se extienden en el suelo.
Al concluir esta reflexión el Papa Bergoglio dijo que “somos polvo que aspira al cielo”. E invocó del Señor la gracia de creer en él y llegar a ser imagen de Cristo para este mundo, aceptando incluso el sufrimiento.

domingo, 18 de junio de 2017

18.06.2017 Adoremos y agradezcamos por este don supremo de la Eucaristía, expresó el Papa en la solemnidad de Corpus Christi en la Catedral de Roma


(Radio Vaticana).- A la conclusión de la homilía de la misa celebrada en el atrio de la Basílica Mayor san Juan de Letrán, Francisco pidió que “viviendo la Eucaristía, adoremos y agradezcamos al Señor por este don supremo: memoria viva de su amor, que hace de nosotros un solo cuerpo y nos conduce a la unidad”.
Antes, el Obispo de Roma insistió en el tema de la memoria, que aparece una y otra vez en la solemnidad: “Recuerda… El recuerdo de las obras del Señor ha hecho que el pueblo en el desierto caminase con más determinación; nuestra historia personal de salvación se funda en el recuerdo de lo que el Señor ha hecho por nosotros”.
En el segundo “recuerda” el Papa se centró en la explicación de la  importancia de la memoria, “porque nos permite permanecer en el amor, re-cordar, es decir, llevar en el corazón, no olvidar que nos ama y que estamos llamados a amar”. Y manifestó que sin embargo “esta facultad única, que el Señor nos ha dado, está hoy más bien debilitada. En el frenesí en el que estamos inmersos…”. “En cambio, la solemnidad de hoy nos recuerda que, en la fragmentación de la vida, el Señor sale a nuestro encuentro con una fragilidad amorosa que es la Eucaristía”.
El Sucesor en la Cátedra de Pedro aseveró que “la Eucaristía forma en nosotros una memoria agradecida, porque nos reconocemos hijos amados y saciados por el Padre; una memoria libre, porque el amor de Jesús, su perdón, sana las heridas del pasado y nos mitiga el recuerdo de las injusticias sufridas e infligidas; una memoria paciente, porque en medio de la adversidad sabemos que el Espíritu de Jesús permanece en nosotros”, para afirmar finalmente que “la Eucaristía nos recuerda además que no somos individuos, sino un cuerpo. Como el pueblo en el desierto recogía el maná caído del cielo y lo compartía en familia.” jesuita Guillermo Ortiz -Radio Vaticana
Texto y Audio completo de la homilía pronunciada por el Papa en la solemnidad de Corpus Christi
 
En la solemnidad del Corpus Christi aparece una y otra vez el tema de la memoria: «Recuerda todo el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer […]. No olvides al Señor, […] que te alimentó en el desierto con un maná» (Dt 8,2.14.16) —dijo Moisés al pueblo—. «Haced esto en memoria mía» (1 Co 11,24) —dirá Jesús a nosotros—. Acuerdate de Jesucristo, dira Pablo a sus discípulos: El «pan vivo que ha bajado del cielo» (Jn 6,51) es el sacramento de la memoria que nos recuerda, de manera real y tangible, la historia del amor de Dios por nosotros.
Recuerda, nos dice hoy la Palabra divina a cada uno de nosotros. El recuerdo de las obras del Señor ha hecho que el pueblo en el desierto caminase con más determinación; nuestra historia personal de salvación se funda en el recuerdo de lo que el Señor ha hecho por nosotros. Recordar es esencial para la fe, como el agua para una planta: así como una planta no puede permanecer con vida y dar fruto sin ella, tampoco la fe si no se sacia de la memoria de lo que el Señor ha hecho por nosotros.
Acuerdate de Jesucristo. Recuerda. La memoria es importante, porque nos permite permanecer en el amor, re-cordar, es decir, llevar en el corazón, no olvidar que nos ama y que estamos llamados a amar. Sin embargo esta facultad única, que el Señor nos ha dado, está hoy más bien debilitada. En el frenesí en el que estamos inmersos, son muchas personas y acontecimientos que parecen como si pasaran por nuestra vida sin dejar rastro. Se pasa página rápidamente, hambrientos de novedad, pero pobres de recuerdos. Así, eliminando los recuerdos y viviendo al instante, se corre el peligro de permanecer en lo superficial, en la moda del momento, sin ir al fondo, sin esa dimensión que nos recuerda quiénes somos y a dónde vamos. Entonces la vida exterior se fragmenta y la interior se vuelve inerte.
En cambio, la solemnidad de hoy nos recuerda que, en la fragmentación de la vida, el Señor sale a nuestro encuentro con una fragilidad amorosa que es la Eucaristía. En el Pan de vida, el Señor nos visita haciéndose alimento humilde que sana con amor nuestra memoria, enferma de frenesí. Porque la Eucaristía es el memorial del amor de Dios. Ahí «se celebra el memorial de su pasión» (Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Antífona al Magníficat de las II Vísperas), del amor de Dios por nosotros, que es nuestra fuerza, el apoyo para nuestro caminar. Por eso, nos hace tanto bien el memorial eucarístico: no es una memoria abstracta, fría o conceptual, sino la memoria viva y consoladora del amor de Dios. Memoria anamnética y mimética. En la Eucaristía está todo el sabor de las palabras y de los gestos de Jesús, el gusto de su Pascua, la fragancia de su Espíritu. Recibiéndola, se imprime en nuestro corazón la certeza de ser amados por él. Y mientras digo esto, pienso de modo particular en vosotros, niños y niñas, que hace poco habéis recibido la Primera Comunión y que estáis aquí presentes en gran número. 
Así la Eucaristía forma en nosotros una memoria agradecida, porque nos reconocemos hijos amados y saciados por el Padre; una memoria libre, porque el amor de Jesús, su perdón, sana las heridas del pasado y nos mitiga el recuerdo de las injusticias sufridas e infligidas; una memoria paciente, porque en medio de la adversidad sabemos que el Espíritu de Jesús permanece en nosotros. La Eucaristía nos anima: incluso en el camino más accidentado no estamos solos, el Señor no se olvida de nosotros y cada vez que vamos a él nos conforta con amor.
La Eucaristía nos recuerda además que no somos individuos, sino un cuerpo. Como el pueblo en el desierto recogía el maná caído del cielo y lo compartía en familia (cf. Ex 16), así Jesús, Pan del cielo, nos convoca para recibirlo juntos y compartirlo entre nosotros. La Eucaristía no es un sacramento «para mí», es el sacramento de muchos que forman un solo cuerpo. El santo Pueblo fiel de Dios. Nos lo ha recordado san Pablo: «Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan» (1 Co 10,17). La Eucaristía es el sacramento de la unidad. Quien la recibe se convierte necesariamente en artífice de unidad, porque nace en él, en su «ADN espiritual», la construcción de la unidad. Que este Pan de unidad nos sane de la ambición de estar por encima de los demás, de la voracidad de acaparar para sí mismo, de fomentar discordias y diseminar críticas; que suscite la alegría de amarnos sin rivalidad, envidias y chismorreos calumniadores.
Y ahora, viviendo la Eucaristía, adoremos y agradezcamos al Señor por este don supremo: memoria viva de su amor, que hace de nosotros un solo cuerpo y nos conduce a la unidad. (Radio Vaticana)