martes, 20 de septiembre de 2016

Paz es el nombre de Dios. Desde Asís, llamamiento por la paz 2016

(RV).- Un categórico No a la guerra, un definitivo Sí al diálogo, con un aumento del compromiso para remover las causas que subyacen en los conflictos, porque con diálogo - eficaz- y con la oración a Dios, nada está perdido, ni nada es imposible. Todo esto reconociendo ante todo que "Paz es el nombre de Dios", y que "quien usa el nombre de Dios para la guerra, hace guerra a la religión misma". Una síntesis del llamamiento por la paz realizado por todos los líderes religiosos en el 30 aniversario de la Jornada de oración convocada, por primera vez, por Juan Pablo II.
Después de oír los testimonios de niños y pobres, mujeres y hombres, hermanos y hermanas nuestros que sufren a causa de la guerra, se elevó fuerte, una vez más, un categórico "No a la Guerra" de todos ellos, junto con aquel de los representantes de las distintas religiones, seguido por la súplica dirigida a los responsables de las naciones para que se termine con los motivos que inducen a la guerra, a saber, el ansia de poder y de dinero, la codicia de quienes comercian con las armas, los intereses partidistas, las venganzas por el pasado.
Los líderes religiosos pidieron que crezca un compromiso concreto para remover las causas que están debajo de los conflictos, es decir, las situaciones de pobreza, la injusticia y desigualdad, la explotación y el desprecio de la vida humana.
"Que se abra finalmente una nueva época, en la que el mundo globalizado llegue a ser una familia de pueblos", fue la exhortación, en la conclusión del llamamiento. Nada está perdido, "si se practica eficazmente el diálogo", y nada es imposible, "si nos dirigimos a Dios en la oración".
Hombres y mujeres de distintas religiones hemos venido, como peregrinos, a la ciudad de san Francisco. En 1986, hace 30 años, e invitados por el Papa Juan Pablo II, Representantes religiosos de todo el mundo se reunieron aquí —por primera vez de una manera tan solemne y tan numerosos—, para afirmar el vínculo indisoluble entre el gran bien de la paz y una actitud auténticamente religiosa. Aquel evento histórico dio lugar a un largo peregrinaje que, pasando por muchas ciudades del mundo, ha involucrado a muchos creyentes en el diálogo y en la oración por la paz; ha unido sin confundir, dando vida a sólidas amistades interreligiosas y contribuyendo a la solución de no pocos conflictos. Este es el espíritu que nos anima: realizar el encuentro a través del diálogo, oponerse a cualquier forma de violencia y de abuso de la religión para justificar la guerra y el terrorismo. Y aun así, en estos años trascurridos, hay muchos pueblos que han sido gravemente heridos por la guerra. No siempre se ha comprendido que la guerra empeora el mundo, dejando una herencia de dolor y de odio. Con la guerra, todos pierden, incluso los vencedores.
Hemos dirigido nuestra oración a Dios, para que conceda la paz al mundo. Reconocemos la necesidad de orar constantemente por la paz, porque la oración protege el mundo y lo ilumina. La paz es el nombre de Dios. Quien invoca el nombre de Dios para justificar el terrorismo, la violencia y la guerra, no sigue el camino de Dios: la guerra en nombre de la religión es una guerra contra la religión misma. Con total convicción, reafirmamos por tanto que la violencia y el terrorismo se oponen al verdadero espíritu religioso.
Hemos querido escuchar la voz de los pobres, de los niños, de las jóvenes generaciones, de las mujeres y de muchos hermanos y hermanas que sufren a causa de la guerra; con ellos, decimos con fuerza: No a la guerra. Que no quede sin respuesta el grito de dolor de tantos inocentes. Imploramos a los Responsables de las naciones para que se acabe con los motivos que inducen a la guerra: el ansia de poder y de dinero, la codicia de quienes comercian con las armas, los intereses partidistas, las venganzas por el pasado. Que crezca el compromiso concreto para remover las causas que subyacen en los conflictos: las situaciones de pobreza, injusticia y desigualdad, la explotación y el desprecio de la vida humana.
Que se abra en definitiva una nueva época, en la que el mundo globalizado llegue a ser una familia de pueblos. Que se actúe con responsabilidad para construir una paz verdadera, que se preocupe de las necesidades auténticas de las personas y los pueblos, que impida los conflictos con la colaboración, que venza los odios y supere las barreras con el encuentro y el diálogo. Nada se pierde, si se practica eficazmente el diálogo. Nada es imposible si nos dirigimos a Dios con nuestra oración. Todos podemos ser artesanos de la paz; desde Asís, con la ayuda de Dios, renovamos con convicción nuestro compromiso de serlo, junto a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.

lunes, 19 de septiembre de 2016

Toda mafia es oscura, no ocultemos la luz de Dios


(RV).-  Custodiar la luz de la fe y llevarla adelante, y no permitir que se la oculte. Fue la exhortación de Francisco durante la homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. El Papa puso en guardia ante toda una serie de comportamientos que hacen que se corra el riesgo de apagar esta luz recibida de Dios: desde la envida hasta las peleas, sin olvidar el hecho de tramar contra el prójimo o posponer el bien. Tramar el mal – dijo el Santo Padre – “es mafioso”. Y “toda mafia – añadió – es oscura”.
Dejar que la luz de la fe se vea y hacerla resplandecer ante los hombres. ElPapa Bergoglio se inspiró en un pasaje del Evangelio del día, según San Mateo, para detenerse a considerar la luz de la fe y los peligros que se corren al querer ocultarla. “Custodiar la luz – dijo – es custodiar algo que nos ha sido dado como un don y si nosotros somos luminosos, somos luminosos en este sentido: por haber recibido el don de la luz el día del Bautismo”. El Pontíficerecordó precisamente que “en los primeros siglos de la Iglesia”, como “también en algunas Iglesias orientales”, aún hoy “al Bautismo se lo llama la Iluminación”.
Toda mafia es oscura, no postergar el bien y no aprovecharse del prójimo
Esta luz – añadió Francisco – “no debe ser ocultada”. En efecto, “si cubres esta luz, “te vuelves tibio o sencillamente un cristiano sólo de nombre”. La luz de la fe – prosiguió – “es una luz verdadera, la que nos da Jesús en el Bautismo”, “no es una luz artificial, una luz falsa. Es una luz apacible, serena que no se apaga jamás”. El Santo Padre se detuvo a considerar una serie de comportamientos que hacen que se corra el riesgo de esconder esta luz, recordando los consejos que el Señor nos ofrece precisamente para que esta luz no se oscurezca. Ante todo –  exhortó –  “no hacer esperar a quien tiene necesidades”:
“Jamás postergar: el bien… el bien no tolera el frigorífico: el bien es hoy, y si tú no lo haces hoy, mañana no existirá. No esconder el bien para mañana: este ‘vete, vuelve a pasar, te lo daré mañana’ cubre fuertemente la luz. También es una injusticia… Otro modo – son consejos estos, para no cubrir la luz: no tramar el mal contra tu prójimo mientras él vive contigo. Cuantas veces la gente tiene confianza en una persona o en otra y ésta trama el mal para destruirla, para ensuciarla, para desacreditarla… Es el pequeño trozo de mafia que todos nosotros tenemos a mano. ¡Aquel que se aprovecha de la confianza del prójimo para tramar el mal, es un mafioso! ‘Pero, yo no pertenezco a…’: pero esto es mafia, aprovechar de la confianza… Y esto cubre la luz. Te hace oscuro. ¡Toda mafia es oscura!”.
No envidiar a los poderosos, el poder y los celos cubren la luz
El Papa también se refirió a la tentación de pelear siempre con alguien, el placer de pelear incluso con quien no nos ha hecho “nada de mal”. Y constató que “siempre buscamos alguna cosilla para pelear. Pero al final, pelear cansa –  dijo –  y no se puede vivir así. “Es mejor dejar pasar, perdonar”, “hacer de cuenta que no se ven las cosas… no pelear continuamente”:
“Otro consejo que da este Padre a sus hijos para no tapar la luz: ‘No envidiar al hombre violento y no irritarte por todos sus éxitos, porque el Señor siente horror por el perverso, mientras su amistad – la del Señor – es para los justos’. Y tantas veces nosotros, algunos, tenemos celos, envidias por aquellos que tienen cosas, que tienen éxito, o que son violentos… pero repasemos un poco la historia de los violentos, de los poderosos… Es tan sencillo: los mismos gusanos que nos comerán a nosotros, se los comerán a ellos; ¡los mismos! Al final seremos todos iguales. Envidiar, ¡ah! el poder, tener celos… esto cubre la luz”.
Llevar adelante la luz de la fe recibida gratuitamente de Dios
De ahí – dijo también el Obispo de Roma – el consejo de Jesús: “Sean hijos de la luz y no hijos de las tinieblas; custodiar la luz dada en don el día del Bautismo”. Y, “no esconderla debajo de la cama”, sino “custodiar la luz”. Y para custodiar la luz – reafirmó – están estos consejos que hay que poner en práctica todos los días. “No son cosas extrañas – subrayó – todos los días vemos estas cosas que cubren la luz”:
“Que el Espíritu Santo, que todos nosotros hemos recibido en el Bautismo, nos ayude a no caer en estos hábitos malos que tapan la luz, y nos ayude a llevar adelante la luz recibida gratuitamente, la luz de Dios que hace tanto bien: la luz de la amistad, la luz de la mansedumbre, la luz de la fe, la luz de la esperanza, la luz de la paciencia, la luz de la bondad”.

domingo, 18 de septiembre de 2016

Santa Misa en el 200º aniversario del Cuerpo de la Gendarmería - 2016.09.18

(RV).- Tres tipos de personas: el explotador, el estafador y el hombre fiel, presentados por las lecturas bíblicas del XXV domingo del tiempo ordinario, y sobre quienes el Papa Francisco desarrolló la homilía en la Basílica de San Pedro con motivo del Bicentenario del Cuerpo de Gendarmería Vaticano.
 “Ustedes hoy celebran los 200 años de servicio contra la estafa, contra los estafadores, contra los explotadores”- les dijo el Papa a los gendarmes, a la vez que les agradeció por los doscientos años de servicio prestado, un servicio “que debe ser reconocido por todos” en el Estado Vaticano y en la Santa Sede, que busca “no sólo que las cosas vayan bien, sino que sean realizadas con caridad, con ternura” e incluso “arriesgando la propia vida”.
Las lecturas bíblicas de este domingo nos presentan tres tipos de personas: el explotador, el estafador y el hombre fiel.
El explotador es aquel del que nos habla el profeta Amós en la primera lectura (cf. 8.4 a 7): se trata de una persona enfocada en una forma maniaca de ganancia, hasta el punto de sentir fastidio e impaciencia en relación a los días litúrgicos de descanso, porque rompen el ritmo frenético del comercio. Su única deidad es el dinero, y su actuar está dominado por el fraude y la explotación. A expensas principalmente de los pobres e indigentes, esclavizados, cuyo precio es igual al de un par de sandalias (v. 6). Por desgracia, es un tipo humano que se encuentra en toda época, también hoy hay tantos. 
El estafador es el hombre que no tiene fidelidad. Su método es cometer fraude. De él nos habla el Evangelio con la parábola del administrador deshonesto (cf. Lc 16.1 a 8). ¿Cómo llegó este administrador al punto de engañar, de robar a su señor? ¿De un día para otro? No. Gradualmente. Tal vez un día dando una  propina aquí, el otro día una alícuota allá, y así poco a poco se llega a la corrupción. En la parábola, el hombre rico alaba al administrador deshonesto por su astucia. Pero ésta es una astucia mundana y fuertemente pecaminosa y que hace tanto mal. Existe, en cambio, una astucia cristiana, de hacer las cosas con prudencia, pero no con el espíritu del mundo: hacer las cosas honestamente. Y esto es bueno. Es lo que dice Jesús cuando invita a ser astutos como serpientes y sencillos como palomas: poner juntas estas dos dimensiones es una gracia del Espíritu Santo, una gracia que debemos pedir. También hoy hay muchos de estos estafadores, corruptos… a mí me impacta ver cómo la corrupción ha invadido todos los lugares.  
El tercero es el hombre fiel. El perfil del hombre fiel lo podemos encontrar en la segunda lectura (cf. 1 Tim 2.1 a 8). Él es, de hecho, aquel que sigue a Jesús, que se entregó para salvar  a todos, quien dio su testimonio de acuerdo con la voluntad del Padre (cf. vv. 5-6). El hombre fiel es un hombre de oración, en el doble sentido de que reza por los demás y confía en la oración de los demás por él, para «que podamos vivir tranquilos y serenos, con toda piedad y dignidad» (v. 2). El hombre fiel puede caminar con la cabeza alta.
También el Evangelio nos habla del hombre fiel: uno que sabe cómo ser fiel tanto en las cosas pequeñas como en las grandes (cf. Lc 16,10).
La Palabra de Dios nos lleva a una elección final: «Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No puede servir a Dios y al Dinero» (Lc 16,13). El estafador ama el fraude y odia la honestidad. El estafador ama los sobornos, los acuerdos oscuros, los acuerdos que se hacen en la oscuridad. Y lo peor de todo es que él cree que es honesto. El estafador ama el dinero, ama las riquezas: las riquezas son un ídolo. A él no le importa – como dice el profeta – pisotear a los pobres. Son aquellos que tienen las grandes “industrias del trabajo esclavo”. Y hoy en el mundo, el trabajo esclavo es un estilo con el que hay que lidiar. Queridos hermanos, ustedes que hoy celebran su trabajo, ¿cuál es su trabajo? Ustedes hoy celebran los 200 años de servicio contra la estafa, contra los estafadores, contra los explotadores. 
Con las palabras de San Pablo podemos decir: «Que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1 Tm 2,4). Su tarea es la de evitar que se cometan las cosas feas como las del explotador y el estafador. Su tarea es defender y promover la honestidad, tantas veces mal pagada. Yo les agradezco por su vocación; les agradezco por el trabajo que realizan. Sé que muchas veces deben luchar contra las tentaciones de aquellos que quieren comprarlos, y me siento orgulloso de saber que vuestro estilo es decir: “No, yo no tengo que ver con esto”. Les agradezco por este servicio de dos siglos y deseo para todos ustedes que la sociedad del Estado del Vaticano, que la Santa Sede, del último al primero, reconozcan su servicio, un servicio que custodia, un servicio que busca no sólo que las cosas vayan bien, sino hacerlas con caridad, con ternura, y también arriesgando la propia vida. Que el Señor los bendiga por todo esto. Gracias.

jueves, 15 de septiembre de 2016

María, Madre que nos defiende en un mundo en crisis de orfandad

(RV).- En el día en el que la Iglesia celebra la memoria de Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores, el Papa Francisco señaló que en un «mundo que sufre una gran crisis de orfandad, tenemos a una Madre que nos acompaña y nos defiende». En su homilía de la Misa matutina, en la capilla de la Casa de Santa Marta, el Santo Padre recordó, con el Evangelio del día, lo que ocurrió en el Calvario.
Todos los discípulos huyeron, menos Juan y algunas mujeres. A los pies de la Cruz está María, la Madre de Jesús. Todos la miraban diciendo: ‘¡Esa es la madre de este delincuente!  ¡Esa es la madre de este subversivo!’:
«Y María oía estas cosas. Sufría humillaciones terribles. Oía también a los grandes, a algunos sacerdotes, a los que Ella respetaba, porque eran sacerdotes: ‘Si eres tan hábil y capaz ¡baja! ¡Baja!. Con su Hijo, desnudo, allí. Y María tenía un sufrimiento tan grande, pero no se fue. ¡No renegó de su Hijo! Era su carne».
El Papa recordó cuando, en Buenos Aires, iba a las cárceles a visitar a los detenidos y veía una fila de mujeres que esperaban para entrar:
«Eran mamás. No se avergonzaban: su carne estaba allí adentro. Estas mujeres sufrían no sólo por la vergüenza de esta allí – ‘¡Pero mira a esa! ¿Qué habrá hecho su hijo? – Sufrían también por las humillaciones de los controles que les hacían antes de entrar. Pero eran madres e iban a ver a su propia carne. Así como María estaba allí, con su Hijo, con ese sufrimiento tan grande».
Jesús – recordó una vez más el Papa - nos prometió que no nos deja huérfanos y en la Cruz nos dona a su Madre como Madre nuestra:
«Nosotros los cristianos tenemos una Madre: la misma de Jesús. Tenemos  un Padre: el mismo de Jesús. ¡No somos huérfanos! Y Ella nos da a luz en ese momento con tanto dolor: es un verdadero martirio. Con el corazón atravesado, acepta darnos a luz a todos nosotros en ese momento de dolor. Y, desde ese momento, Ella se vuelve nuestra Madre, desde ese momento Ella es nuestra Madre, aquella que nos cuida y no se avergüenza de nosotros: nos defiende».
Evocando a los místicos rusos de los primeros siglos, que aconsejaban refugiarse bajo el manto de la Madre de Dios, en el momento de las turbulencias espirituales, el Obispo de Roma recordó que bajo el Manto de María no puede entrar el diablo.
Porque Ella es Madre y como Madre defiende, reiteró el Santo Padre, recordando también que luego, el Occidente siguió este consejo y se escribió la primera antífona mariana: ‘Sub tuum praesidium’ ‘bajo tu manto, bajo tu amparo, Oh Madre’, allí estamos seguros.
«En un mundo que podemos llamar ‘huérfano’ – concluyó el Papa – en este mundo que sufre la crisis de una gran orfandad, nuestra ayuda es decir: ‘¡mira a tu Madre!’ Tenemos a una Madre que nos defiende, nos enseña, nos acompaña; que no se avergüenza de nuestros pecados. No se avergüenza, porque Ella es Madre. ¡Que el Espíritu Santo, este amigo, este compañero de camino, este Paráclito abogado que el Señor nos ha enviado, nos haga comprender este misterio tan grande de la maternidad de María».

martes, 13 de septiembre de 2016

Papa en Santa Marta: vencer la indiferencia, construir la cultura del encuentro...

(RV).- Trabajemos para construir una verdadera cultura del encuentro que venza la cultura de la indiferencia, fue la exhortación del Papa Francisco,  en su homilía de la Misa matutina, en la capilla de la Casa de Santa Marta. Invitó a reflexionar sobre el encuentro de Dios con su pueblo y puso en guardia contra las malas costumbres que nos distraen de escuchar a los demás, incluso en familia.
«Hoy la Palabra de Dios nos hace reflexionar sobre un encuentro», señaló el Santo Padre, con el Evangelio del martes de la XXIV semana del Tiempo Ordinario.  Para luego hacer hincapié en la diferencia que hay entre un encuentro y un mero cruzarse con otro, sin que haya un verdadero encuentro. Cada uno piensa en sus cosas, ve y no mira, oye y no escucha:
«El encuentro es otra cosa. Es lo que el Evangelio nos anuncia hoy: un encuentro. Un encuentro entre un hombre y una mujer, entre un hijo único vivo y un hijo único muerto. Entre una multitud feliz, porque había encontrado a Jesús y lo seguía, y un grupo de gente llorando, que acompañaba a aquella mujer, que salía por un puerta de la ciudad. Encuentro entre aquella puerta de salida y la puerta de entrada. El redil. Un encuentro que nos hace reflexionar sobre cómo encontrarnos entre nosotros».
En el Evangelio leemos que el Señor sintió una gran compasión. Jesús no hace como hacemos nosotros cuando vamos por la calle y vemos algo triste. Y pensamos ‘qué pena’ y seguimos nuestro caminar. Jesús no pasa de largo, se deja llevar por la compasión. Se acerca a la mujer, la encuentra de verdad y luego hace el milagro. Vemos no sólo la ternura de Jesús, sino también la fecundidad de un encuentro, reiteró el Papa, haciendo hincapié en que «todo encuentro es fecundo»:
«Estamos acostumbrados a una cultura de la indiferencia y tenemos que trabajar y pedir la gracia de realizar una cultura del encuentro. De este encuentro fecundo, este encuentro que restituya a cada persona su propia dignidad de hijo de Dios, la dignidad del viviente. Estamos acostumbrados a esta indiferencia, cuando vemos las calamidades de este mundo o las cosas pequeñas: ‘qué pena, pobre gente, cuánto sufre’… y seguimos de largo. El encuentro. Si no miro – no basta ver, no, hay que mirar – si no me detengo, si no miro, si no toco, si no hablo, no puedo hacer un encuentro y no puedo ayudar a hacer una cultura del encuentro».
Tras recordar que todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, porque Dios había visitado y encontrado a su pueblo, el Santo Padre dijo que le gusta ver en ello «el encuentro de cada día entre Jesús y su esposa», la Iglesia, que espera su regreso.
También en familia vivamos el verdadero encuentro, escuchémonos los unos a los otros
«Éste es el mensaje de hoy: el encuentro de Jesús con su pueblo», «todos tenemos necesidad de la Palabra de Jesús», tenemos necesidad del encuentro con Él, destacó el Papa, con su aliento a impulsar la cultura del encuentro también en los hogares:
«En la mesa, en familia, cuántas veces se come y se mira la televisión o se escriben mensajes con el teléfono. Cada uno es indiferente a ese encuentro. Tampoco en el núcleo de la sociedad, como es la familia, hay encuentro. Que esto nos ayude a trabajar por esta cultura del encuentro, como hizo simplemente Jesús. No sólo ver: mirar. No sólo oír: escuchar. No sólo cruzarse: detenerse. No sólo decir ‘qué pena, pobre gente’, sino dejarse llevar por la compasión. Y acercarse, tocar y decir en la lengua en que cada uno sienta en ese momento - la lengua del corazón -  ‘no llores’ y dar al menos una gota de vida».

lunes, 12 de septiembre de 2016

La diakonía

El Papa en Santa Marta: el diablo quiere dividir a la Iglesia en la raíz de la unidad, la misa...

(RV).- Las divisiones destruyen a la Iglesia y el diablo trata de atacar aquella que es la raíz de la unidad, es decir, la celebración eucarística: lo dijo el Papa Francisco en la Misa matutina en la Casa de Santa Marta, el día en que la Iglesia celebra el Nombre de María.
Comentando la Carta de San Pablo a los Corintios, reprendidos por el apóstol por sus peleas, el Papa Francisco reiteró que “el diablo tiene dos armas potentísimas para destruir a la Iglesia: las divisiones y el dinero”. Y esto sucedió desde el comienzo: “divisiones ideológicas, teológicas, que laceraban a la Iglesia. El diablo siembra celos, ambiciones, ideas, ¡pero para dividir! O siembra codicia”. Y como sucede después de una guerra “todo está destruido. Y el diablo se va contento. Y nosotros, ingenuos, seguimos su juego”. “Es una guerra sucia la de las divisiones – repite una vez más el Papa – es como un terrorismo", aquel de las habladurías en las comunidades, aquel de la lengua que mata, "tira la bomba y destruye":
“Y las divisiones en la Iglesia no dejan que el Reino de Dios crezca, no dejan que el Señor se haga ver bien, como Él es. Las divisiones hacen que se vea esta parte, esta otra parte en contra ésta y contra de… ¡Siempre contra! No hay aceite de la unidad, el bálsamo de la unidad. Pero el diablo va más allá, no sólo en la comunidad cristiana, va precisamente a la raíz de la unidad cristiana. Y esto es lo que sucede aquí, en la ciudad de Corinto, a los corintios. Pablo los reprende porque las divisiones llegan justamente, precisamente a la raíz de la unidad, es decir, a la celebración eucarística”.
En el caso de los Corintios, se hacen divisiones entre los ricos y los pobres justamente durante la celebración eucarística. Jesús – subraya el Papa – “ha rezado al Padre por la unidad. Pero el diablo trata de destruir hasta ahí”:
“Yo les pido que hagan todo lo posible para no destruir a la Iglesia con las divisiones, ya sean ideológicas, que de codicia o de ambición, o de celos. Y sobre todo, recen para custodiar la fuente, la raíz propia de la unidad de la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo y del que nosotros – todos los días – celebramos el sacrificio en la Eucaristía”.
San Pablo habla de las divisiones entre los Corintios, 2000 años atrás…
“Esto puede decirlo Pablo hoy a todos nosotros, a la Iglesia de hoy. ‘¡Hermanos, en esto, no puedo alabarlos, porque se reúnen no para lo mejor, sino para lo peor!’. La Iglesia reunida toda para lo peor, para las divisiones: ¡para lo peor! ¡Para ensuciar el Cuerpo de Cristo en la celebración eucarística! Y el mismo Pablo nos dice, en otro pasaje: ‘Quien come y bebe el Cuerpo y Sangre de Cristo indignamente, come y bebe la propia condena’. Pidamos al Señor la unidad de la Iglesia, que no haya divisiones. Y la unidad también en la raíz de la Iglesia, que es precisamente el sacrificio de Cristo, que cada día celebramos”.
En la celebración estaba presente también Mons. Arturo Antonio Szymanski Ramírez, arzobispo emérito de San Luis de Potosí (México), que cumplirá 95 años el próximo mes de enero. Al comienzo de la homilía el Papa lo citó, recordando que participó en el Concilio Vaticano II y que hoy ayuda en la parroquia. El Pontífice lo recibió en audiencia el pasado 9 de setiembre.

jueves, 8 de septiembre de 2016

Homilía del Papa: paz en el corazón, para la paz de la humanidad

(RV).- Como se había anunciado, en la fiesta de la Natividad de la Virgen María, el 8 de septiembre, después de la pausa del verano romano, el Papa Francisco reanudó la celebración de la Santa Misa matutina, en la Capilla de la Casa de Santa Marta, con la participación de algunos fieles.
Mientras «estamos viviendo en guerra y todos piden la paz», el Santo Padre reiteró que la paz no se construye tanto en los grandes encuentros internacionales. La paz es un don de Dios que nace en lo pequeño de cada día. Como en el corazón, o en un sueño, como le pasó a San José, cuando un ángel le dijo que no temiera en recibir a María, su esposa, porque ella donará al mundo al Emanuel, «el ‘Dios con nosotros’: ¡Él es la paz!».
«Que todos podamos crecer en la unidad y en la paz». Con la oración colecta, hizo hincapié en que la paz es un don, en el que debemos crecer y que debemos hacer crecer. Un don que «tiene su camino de vida» y que cada uno tiene que trabajar para hacer que crezca:
«Y este camino de santos y pecadores nos dice que nosotros también debemos acoger el don de la paz y hacerle camino en nuestra vida, hacer que entre en nosotros, hacer que entre en el mundo. La paz no se hace de un día para el otro; la paz es un don, pero un don que debe ser trabajado cada día. Por ello, podemos decir que la paz es un don que se vuelve artesanal en las manos de los hombres. Somos nosotros, los hombres, los que tenemos que dar un paso hacia la paz, cada día: es nuestro trabajo. Es nuestro trabajo con el don recibido: hacer la paz».
La importancia de lo que puede parecer más pequeño
Con la liturgia del día en que se celebra la Natividad de María, el Papa destacó que si no hay paz en el corazón, en lo pequeño de nuestro día a día, no puede haber paz en el mundo:
«La paz es un don, es un don artesanal que todos debemos trabajar, todos los días, pero trabajarlo en las cosas pequeñas: en lo pequeño del día a día. No bastan los grandes manifiestos por la paz, los grandes encuentros internacionales, si luego esta paz no se hace en lo pequeño. Aún más, puedes hablar de la paz con palabras estupendas, dar una gran conferencia… Pero si en lo pequeño de tu vida, en tu corazón no hay paz, en tu familia no hay paz, en tu barrio no hay paz, en tu puesto de trabajo no hay paz, tampoco habrá paz en el mundo».
Para que pueda haber paz en el mundo, pacificar primero nuestro corazón, antes de hablar de la paz.
El Papa invitó a plantearnos algunas preguntas:
«¿Cómo está tu corazón hoy? ¿Está en paz? Si no está en paz, antes de hablar de paz, primero haz que haya paz en tu corazón. ¿Cómo está tu familia hoy? ¿Está en paz? Si no eres capaz de llevar adelante en paz a tu familia, a tu presbiterio, a tu congregación, no bastan palabras de paz para el mundo. Ésta es la pregunta que quisiera presentar hoy: ¿cómo está el corazón de cada uno de nosotros? ¿Está en paz? ¿Cómo está la familia de cada uno de nosotros? ¿Está en paz? Es así ¿no? Para llegar al mundo en paz».

miércoles, 7 de septiembre de 2016

EL SANTO PADRE: no recortar la fe "a la propia medida"...