viernes, 25 de agosto de 2017

La oración de una madre… por P. Eduardo María Volpacchio

Jesús y la mujer cananea_ Pieter Lastman (1617)_ (1)
Mt 15,21-28
21 Jesús se dirigió hacia el país de Tiro y de Sidón. 22 Entonces una mujer cananea, que salió de aquella región, comenzó a gritar: "¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio". 23 Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: "Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos". 24 Jesús respondió: "Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel". 25 Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: "¡Señor, socórreme!". 26 Jesús le dijo: "No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros". 27 Ella respondió: "¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!". 28 Entonces Jesús le dijo: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!". Y en ese momento su hija quedó curada
En este pasaje encantador, quisiera en una peculiaridad del milagro: es la oración de una madre por su hija.
Es un gran ejemplo de oración de una madre. A la cananea, el hecho de que la oración sea por hija su le aporta a su oración un valor extraordinario.
Le da fuerza, para ir más allá de sí misma. La lleva tener una fe que no hubiera tenido si no hubiera tenido a su hija enferma.
La lleva buscar a Jesús. De no ser por la enfermedad no hubiera buscado a Jesús. Podríamos decir a los padres y madres: que el amor a tus hijos, te acerque a Dios, te lleve a Jesús: ellos necesitan que estés más cerca de Dios... Por eso ellos te acercan... Recuerdo un medallón que algunas familias ponían en los autos, bien a la vista del conductor, con una frase: "papá no corras te esperamos..." Como diciéndole, manejá con prudencia... te necesitamos..., no te arriesgues. Se podría aplicar a tus hijos pidiéndote: papá rezá, lo necesitamos...
La lleva a perseverar. A seguir pidiendo más allá de la aparente poca expectativa de éxito. Jesús la hace perseverar para mostrarnos a nosotros su fe… para que aprendamos de ella.
No parece que Jesús vaya a hacerle caso… Al principio, parece no escucharla; después, peor, parece rechazarla, pero desde el principio admira su fe… Y ella insiste.
Jesús la escucha -te escucha- desde el primer momento, pero quiere que insistas. Te escucha y contempla complacido tu constancia. En la oración por tus hijos, por tu familia, Dios cuenta con vos como corredentores en general, pero también particular.
A una madre que perdió tres embarazos avanzados... alguien le escribió: tenés tres hijos que se ganaron el cielo con el dolor de su madre, con tu dolor. Los hijos "viven" de la gracia que les consiguen sus padres... Esto incluye, a veces, el ofrecer no ver resultados inmediatos a la oración... que es parte de la oración.
El amor a su hija la lleva a humillarse, a llenar su oración de humildad. Jesús parece rechazarla, pero ella entra en el juego de Jesús. Bendito juego que parece que la abaja, pero la engrandece. Que oración... Jesús la ayuda a hacer un acto de humildad.
La lleva a conseguir...
Jesús acaba con una exclamación de admiración: Mujer ¡Qué grande es tu fe! Esa fe que el amor a tu hija te ayudó a cultivar, a madurar. Pienso que ese amor estuvo en la raíz de su fe, del enorme valor de su oración.
Tus hijos necesitan tu fe, de tu oración. Y esa necesidad debería empujar tu oración...
La Comunión de los santos es ordenada… participan de las riquezas espirituales todos los cristianos, pero de manera particular los más próximos…
Dios siempre escucha, y de manera particular la oración de los padres. Ahí tenemos la historia de Santa Mónica... y el gran San Agustín que consiguió siguiendo el consejo de San Ambrosio: "habla más a Dios de tu hijo"... El valor de la oración de un padre, de una madre. ¡Que tesoro!
Quizás te pase lo que a aquel padre que acude a los Apóstoles... y ante el fracaso de estos, a Jesús... (Mc 14, 9-29). Ante Jesús que le dice "todo es posible para el que cree", viendo que le faltaba... le suplica "¡Creo, pero ayuda mi incredulidad!" Sabía que necesitaba más fe para conseguir el milagro que necesitaba su hijo. ¡Y consigue las dos cosas: la fe y el milagro!
Que la conciencia de este valor, encienda tu vida interior... No cumplimos prácticas de piedad como quien hace gimnasia... No son ejercicios de autoperfeccionamiento espiritual. Con nuestra oración traemos a Dios a nuestra vida, a nuestra familia, a tus hijos, al país, al mundo... Necesitamos considerar tanta gracia que consigue nuestra vida interior, es un incentivo muy grande para cuidarla, sostenerla y mejorarla.
¡Jesús siempre se rinde ante el amor de una madre!
P. Eduardo Volpacchio
Tanti, 20 de agosto de 2017

miércoles, 23 de agosto de 2017

Rosa de Lima, primera santa de América

(RV).- El 23 de agosto la Iglesia celebra la memoria litúrgica de Santa Rosa de Lima, y también el 30 de agosto en algunos países latinoamericanos como Perú y Argentina, como concesión especial de la Santa Sede.
Bautizada como Isabel Flores de Oliva, en la confirmación que recibió de Santo Toribio de Mogrovejo,  tomó el nombre de Rosa, apelativo que sus familiares empleaban por su belleza y por una visión que tuvo su madre, en la que el rostro de la niña se convirtió en una rosa. Ya desde su infancia se había manifestado en ella una fe llena de determinación femenina. Constantes mortificaciones y sacrificios formaban parte de su preparación cotidiana. Su fe le exigía toda entrega de si, en cuerpo y alma. Pronto destacaría por su abnegación hacia los más desprotegidos y por sus extraordinarios dones místicos.
En la adolescencia, Santa Rosa se sintió atraída por el modelo de la dominica Santa Catalina de Siena. Tras mucha insistencia, los padres le permitieron seguir su vida espiritual. Tomó el hábito de terciaria dominica en la iglesia limeña de Santo Domingo. Y adoptó la denominación religiosa de Rosa de Santa María.
No llegó nunca a entrar en el convento, pero pudo desarrollar toda su santidad dentro de la casa familiar. Se recogía a orar y a hacer penitencia en una pequeña celda construida en el jardín, por la que además pasaban numerosos devotos atraídos por su caridad, el buen consejo y los milagros que se le atribuían.
La tradición cuenta que, en la iglesia de Santo Domingo vio a Jesús, y éste le pidió que fuera su esposa y así se consagró en una ceremonia simbólica. Pocos meses después, Rosita de Santa María cayó gravemente enferma. Murió el 24 de agosto de 1617, tenía 31 años.
El proceso que condujo a la beatificación y canonización de Santa Rosa de Lima empezó casi de inmediato. El Papa Clemente IX la beatificó en 1668, y un año después la declaró patrona de Lima y de Perú. Su sucesor, Clemente X, la canonizó en 1671; un año antes la había declarado además patrona de América, Filipinas y las Indias Orientales. Santa Rosa fue la primera mujer canonizada en América.
Escuchamos a continuación algunos testimonios de los oyentes de la radio del Papa enviados por Whatsapp.
 

El Papa en la catequesis: “Jesucristo la más grande gracia de la vida, el abrazo de Dios que nos espera al final”

(RV).- “Nosotros creemos y sabemos que la muerte y el odio no son las últimas palabras pronunciadas en la parábola de la existencia humana. Ser cristiano implica una nueva perspectiva: una mirada llena de esperanza… Creemos que en el horizonte del hombre existe un sol que ilumina por siempre. Creemos que nuestros días más bellos deben todavía llegar”, con estas palabras el Papa Francisco reflexionó en la Audiencia General del cuarto miércoles de agosto, sobre la novedad de la esperanza cristiana.
Continuando su ciclo de catequesis sobre “la esperanza”, el Obispo de Roma dijo que, “alguno cree que la vida contiene todas sus felicidades en la juventud y en el pasado, y que el vivir sea un lento decaimiento. Otros aún piensan que nuestras alegrías sean sólo ocasionales y pasajeras, y en la vida de los hombres está escrito el sin sentido. Aquellos que ante tantas calamidades dicen: “Pero la vida no tiene sentido. Nuestro camino es sin sentido”. Pero nosotros los cristianos no creemos en esto”.
El cristiano sabe que el Reino de Dios, afirmó el Pontífice, su Señoría de amor está creciendo como un gran campo de trigo, a pesar de que en medio esta la cizaña. Siempre existen problemas, existen las habladurías, existen las guerras, existen las enfermedades… existen los problemas. Pero el trigo crece, y al final el mal será eliminado. El futuro no nos pertenece, pero sabemos que Jesucristo es la más grande gracia de la vida: es el abrazo de Dios que nos espera al final, pero que ya desde ahora nos acompaña y nos consuela en el camino.
Texto y audio completo de la catequesis del Papa Francisco
 
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hemos escuchado la Palabra de Dios en el libro del Apocalipsis, y dice así: «Yo hago nuevas todas las cosas» (21,5). La esperanza cristiana se basa en la fe en Dios que siempre crea novedad en la vida del hombre, crea novedad en la historia y crea novedad en el cosmos. Nuestro Dios es el Dios que crea novedad, porque es el Dios de las sorpresas. Novedad y sorpresas.
No es cristiano caminar con la mirada dirigida hacia abajo – como hacen los cerdos: siempre van así – sin levantar los ojos al horizonte. Como si todo nuestro camino se terminara aquí, en la palma de pocos metros de viaje; como si en nuestra vida no existiera ninguna meta y ningún fin, y nosotros estuviéramos obligados a un eterno errar, sin ninguna razón para nuestras tantas fatigas. Esto no es cristiano.
Las páginas finales de la Biblia nos muestran el horizonte último del camino del creyente: la Jerusalén del Cielo, la Jerusalén celestial. Esta es imaginada sobre todo como una inmensa carpa, donde Dios acogerá a todos los hombres para habitar definitivamente con ellos (Ap 21,3). Y esta es nuestra esperanza. Y ¿Qué cosa hará Dios, cuando finalmente estaremos con Él? Usará una ternura infinita en relación a nosotros, como un padre que acoge a sus hijos que han largamente fatigado y sufrido. Profetiza Juan en el Apocalipsis, profetiza: «Esta es la morada de Dios entre los hombres […] - ¿qué cosa hará Dios? – Él secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó […] Yo hago nuevas todas las cosas» (21, 3-5). El Dios de la novedad.
Intenten meditar este pasaje de la Sagrada Escritura no en modo abstracto, sino después de haber leído una crónica de nuestros días, después de haber visto la televisión o la portada de un diario, donde existen tragedias, donde se reportan noticias tristes a las cuales todos corremos el riesgo de acostumbrarnos. Y he saludado a algunos de Barcelona: cuantas noticias tristes de ahí. He saludado a algunos del Congo, y cuantas noticias tristes de allá. Y tantas otras. Sólo para nombrar dos de ustedes, que están aquí. Intenten pensar en los rostros de los niños aterrorizados por la guerra, al llanto de las madres, a los sueños rotos de tantos jóvenes, a las penurias de tantos prófugos que afrontan viajes terribles, y son explotados tantas veces… La vida lamentablemente es también esto. Algunas veces se podría decir que es sobre todo esto.
Puede ser. Pero existe un Padre que llora con nosotros; existe un Padre que llora lágrimas de infinita piedad en relación de sus hijos. Nosotros tenemos un Padre que sabe llorar, que llora con nosotros. Un Padre que nos espera para consolarnos, porque conoce nuestros sufrimientos y ha preparado para nosotros un futuro diferente. Esta es la gran visión de la esperanza cristiana, que se dilata todos los días de nuestra existencia, y nos quiere consolar.
Dios no ha querido nuestras vidas por equivocación, obligando a Sí mismo y a nosotros a duras noches de angustia. En cambio, nos ha creado porque nos quiere felices. Es nuestro Padre, y si nosotros aquí, ahora, experimentamos una vida que no es aquella que Él ha querido para nosotros, Jesús nos garantiza que Dios mismo está obrando su rescate. Él trabaja para rescatarnos.
Nosotros creemos y sabemos que la muerte y el odio no son las últimas palabras pronunciadas en la parábola de la existencia humana. Ser cristiano implica una nueva perspectiva: una mirada llena de esperanza. Alguno cree que la vida contiene todas sus felicidades en la juventud y en el pasado, y que el vivir sea un lento decaimiento. Otros aún piensan que nuestras alegrías sean sólo ocasionales y pasajeras, y en la vida de los hombres está escrito el sin sentido. Aquellos que ante tantas calamidades dicen: “Pero la vida no tiene sentido. Nuestro camino es sin sentido”. Pero nosotros los cristianos no creemos en esto. En cambio, creemos que en el horizonte del hombre existe un sol que ilumina por siempre. Creemos que nuestros días más bellos deben todavía llegar. Somos gente más de primavera que de otoño. Me gustaría preguntarles, ahora – cada uno responda en su corazón, en silencio, pero responda –: ¿yo soy un hombre, una mujer, un joven, una joven, de primavera o de otoño? ¿Mi alma es de primavera o de otoño? Cada uno responda. Entrevemos los gérmenes de un mundo nuevo en vez de las hojas amarillentas sobre sus ramas. No nos quedamos en nostalgias, añoranzas y lamentos: sabemos que Dios nos quiere herederos de una promesa e incansables cultivadores de sueños. No se olvide de esta pregunta: ¿Yo soy una persona de primavera o de otoño? De primavera, que espera la flor, que espera el fruto, que espera el sol que es Jesús; o de otoño, que está siempre con la mirada hacia abajo, amargado, y como a veces he dicho, con la cara de ajíes al vinagre, ¿no?
El cristiano sabe que el Reino de Dios, su Señoría de amor está creciendo como un gran campo de trigo, a pesar de que en medio esta la cizaña. Siempre existen problemas, existen las habladurías, existen las guerras, existen las enfermedades… existen los problemas. Pero el trigo crece, y al final el mal será eliminado. El futuro no nos pertenece, pero sabemos que Jesucristo es la más grande gracia de la vida: es el abrazo de Dios que nos espera al final, pero que ya desde ahora nos acompaña y nos consuela en el camino. Él nos conduce a la gran “morada” de Dios entre los hombres (Cfr. Ap. 21,3), con tantos otros hermanos y hermanas, y llevaremos a Dios el recuerdo de los días vividos aquí abajo. Y será bello descubrir en ese instante que nada ha sido perdido, nada, ni siquiera una lágrima: nada ha sido perdido; ninguna sonrisa, ni ninguna lágrima. Por cuanto nuestra vida haya sido larga, nos parecerá de haber vivido en un momento. Y que la creación no se ha quedado en el sexto día del Génesis, la creación no ha terminado el sexto día, sino ha proseguido incansablemente, porque Dios siempre se ha preocupado por nosotros. Hasta el día en el que todo se cumplirá, la mañana en la cual se terminaran las lágrimas, el instante mismo en el cual Dios pronunciará su última palabra de bendición: «Yo hago nuevas todas las cosas» (v. 5). Si, nuestro Padre es el Dios de la novedad y el Dios de las sorpresas. Y aquel día nosotros seremos verdaderamente felices, y ¿lloraremos?, sí, pero lloraremos de alegría. Gracias

martes, 8 de agosto de 2017

Domingo de Guzmán, Predicador de la Gracia

El Maestro Jordán de Sajonia escribió una crónica a ruegos de "muchos frailes –como él mismo dice– deseosos de saber cómo tuvo origen la Orden de Predicadores… cuáles fueron los primeros frailes y cómo se multiplicaron y fueron confortados por la gracia de Dios” . Así germinó en su mente la concepción de esta obra, y le dio alientos para llevarla a cabo el deseo de evitar que “los hijos que luego nazcan y se levanten ignoren los orígenes de su Orden y quieran inútilmente conocerlos cuando no se halle, a causa del tiempo transcurrido, quien pueda relatarles nada cierto” . Con estas palabras declara implícitamente el Beato Jordán que su obra es la primera que se escribía acerca de este tema. 

Su tema, precisamente, es la historia de la Orden y quizás no la vida de Santo Domingo; por eso escoge el estilo de crónica, no de vida o de leyenda, y solamente alguna vez se aparta de la narración cronológica, como al tratar de su amigo Enrique de Colonia. Un examen minucioso del Libellus atestigua que Jordán no perdió nunca de vista su propósito de escribir para los jóvenes. Es muy probable que redactase su obra también con vistas a la posible canonización de Domingo .

miércoles, 2 de agosto de 2017

El Papa en la catequesis: “El Bautismo nos hace ser portadores de Jesús al mundo”

(RV).- “¡Qué gracia cuando un cristiano se hace verdaderamente un ‘cristóforo’, ¿qué quiere decir cristóforo? Quiere decir, ‘portador de Jesús’ al mundo!”, con estas palabras el Papa Francisco explicó en la Audiencia General del primer miércoles de agosto, que el Bautismo es la puerta de la esperanza.
Continuando su ciclo de catequesis sobre “la esperanza”, el Obispo de Roma recordó algunos ritos del Bautismo. “Los antiguos ritos del Bautismo – afirmó el Papa – proveían que los catecúmenos emitieran la primera parte de su profesión de fe teniendo la mirada dirigida hacia occidente. Y en esa posición eran interrogados: ¿Renuncian a Satanás, a su servicio y a sus obras? – Y los futuros cristianos repetían en coro: ¡Renuncio!. Luego se giraban hacia el ábside, en dirección de oriente, donde nace la luz, y los candidatos al Bautismo eran nuevamente interrogados: ¿Creen en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo?. Y esta vez respondían: ¡Creo!”.
En los tiempos modernos, precisó el Pontífice, se ha parcialmente perdido el encanto de este rito: hemos perdido la sensibilidad del lenguaje del cosmos. “Nos ha quedado naturalmente la profesión de fe – subrayó el Papa Francisco – hecha según la interrogación bautismal, que es propio de la celebración de algunos sacramentos. Ésta permanece de todos modos intacta en su significado.
Los cristianos no están eximidos de las tinieblas, externas y también internas. No viven fuera del mundo, pero, por la gracia de Cristo recibido en el Bautismo, son hombres y mujeres “orientados”: no creen en la oscuridad, sino en el resplandecer del día; no sucumben en la noche, sino esperan la aurora; no son derrotados por la muerte, sino anhelan el resucitar; no son doblegados por el mal, porque confían siempre en las infinitas posibilidades del bien.
Texto y audio completo de la catequesis del Papa Francisco
 
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Existió un tiempo en el cual las iglesias estaban orientadas hacia el este. Se entraba en el edificio sagrado por una puerta abierta hacia occidente y, caminando en la nave, se dirigía hacia oriente. Era un símbolo importante para el hombre antiguo, una alegoría que en el curso de la historia ha progresivamente decaído. Nosotros hombres de la época moderna, mucho menos acostumbrados a coger los grandes signos del cosmos, casi nunca nos damos cuenta de un detalle particular de este tipo. El occidente es el punto cardinal del ocaso, donde muere la luz. El oriente, en cambio, es el lugar donde las tinieblas son vencidas por la primera luz de la aurora y nos recuerda al Cristo, Sol surgido de lo alto al horizonte del mundo (Cfr. Lc 1,78).
Los antiguos ritos del Bautismo proveían que los catecúmenos emitieran la primera parte de su profesión de fe teniendo la mirada dirigida hacia occidente. Y en esa posición eran interrogados: “¿Renuncian a Satanás, a su servicio y a sus obras?” – Y los futuros cristianos repetían en coro: “¡Renuncio!”. Luego se giraban hacia el ábside, en dirección de oriente, donde nace la luz, y los candidatos al Bautismo eran nuevamente interrogados: “¿Creen en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo?”. Y esta vez respondían: “¡Creo!”.
En los tiempos modernos se ha parcialmente perdido el encanto de este rito: hemos perdido la sensibilidad del lenguaje del cosmos. Nos ha quedado naturalmente la profesión de fe, hecha según la interrogación bautismal, que es propio de la celebración de algunos sacramentos. Ésta permanece de todos modos intacta en su significado. ¿Qué cosa quiere decir ser cristianos? Quiere decir mirar a la luz, continuar a hacer la profesión de fe en la luz, incluso cuando el mundo está envuelto por la noche y las tinieblas.
Los cristianos no están eximidos de las tinieblas, externas y también internas. No viven fuera del mundo, pero, por la gracia de Cristo recibida en el Bautismo, son hombres y mujeres “orientados”: no creen en la oscuridad, sino en el resplandecer del día; no sucumben en la noche, sino esperan la aurora; no son derrotados por la muerte, sino anhelan el resucitar; no son doblegados por el mal, porque confían siempre en las infinitas posibilidades del bien. Y esta es nuestra esperanza cristiana. La luz de Jesús, la salvación que nos trae Jesús con su luz y nos salva de las tinieblas.
¡Nosotros somos aquellos que creen que Dios es Padre: esta es la luz! No somos huérfanos, tenemos un Padre y nuestro Padre es Dios. ¡Creemos que Jesús ha venido en medio de nosotros, ha caminado en nuestra misma vida, haciéndose compañero sobre todo de los más pobres y frágiles: esta es la luz! ¡Creemos que el Espíritu Santo obra sin descanso por el bien de la humanidad y del mundo, e incluso los dolores más grandes de la historia serán superados: esta es la esperanza que nos vuelve a despertar cada mañana! ¡Creemos que todo afecto, toda amistad, todo buen deseo, todo amor, incluso aquellos más pequeños y descuidados, un día encontraran su cumplimiento en Dios: esta es la fuerza que nos impulsa a abrazar con entusiasmo nuestra vida todos los días! Y esta es nuestra esperanza: vivir en la esperanza y vivir en la luz, en la luz de Dios Padre, en la luz de Jesús Salvador, en la luz del Espíritu Santo que nos impulsa a ir adelante en la vida.
Luego hay otro signo muy bello de la liturgia bautismal que nos recuerda la importancia de la luz. Al final del rito, a los padres – si es un niño – o al mismo bautizado – si es un adulto – se le entrega una vela, cuya llama es encendida del cirio pascual. Se trata del gran cirio que en la noche de Pascua entra en la iglesia completamente oscura, para manifestar el misterio de la Resurrección de Jesús; de este cirio todos encienden la propia vela y transmiten la llama a los vecinos: en este signo esta la lenta propagación de la Resurrección de Jesús en la vida de todos los cristianos. La vida de la Iglesia – diré una palabra un poco fuerte – la vida de la Iglesia es contaminación de luz. Cuanta luz de Jesús tenemos nosotros los cristianos, cuanta más luz existe en la vida de la Iglesia más es viva la Iglesia. La vida de la Iglesia es contaminación de luz.
La exhortación más bella que podemos dirigirnos recíprocamente es aquella de recordarnos siempre de nuestro Bautismo. Yo quisiera preguntarles: ¿Cuántos de ustedes se recuerdan la fecha de su Bautismo? No respondan porque alguien se avergonzará. Piensen. Yo no lo recuerdo. Bien, hoy tienen una tarea para la casa, ir donde la mamá, el papá, la tía, el tío, la abuela, el abuelo y preguntarle: ¿Cuál es la fecha de mi bautismo? Y no olvidarlo nunca. ¿Está claro? ¿Lo harán? Hoy aprenderán a recordar la fecha del Bautismo, que es la fecha del renacer, es la fecha de la luz, es la fecha en la cual – me permito una palabra – en la cual hemos sido contaminados por la luz de Cristo. Una tarea para la casa, recordar cual es la fecha del Bautismo. ¿Claro? Bien. Nosotros hemos nacido dos veces: la primera a la vida natural, la segunda, gracias al encuentro con Cristo, en la fuente bautismal. Ahí hemos muerto a la muerte, para vivir como hijos de Dios en este mundo. Ahí nos hemos convertido en humanos como jamás lo habríamos imaginado. Es por esto que todos debemos difundir el perfume del Crisma, con el cual hemos sido marcados en el día de nuestro Bautismo. En nosotros vive y opera el Espíritu de Jesús, primogénito de muchos hermanos, de todos aquellos que se oponen a la inevitabilidad de las tinieblas y de la muerte.
¡Qué gracia cuando un cristiano se hace verdaderamente un “cristóforo”, ¿qué quiere decir cristóforo? Quiere decir, “portador de Jesús” al mundo! Sobre todo para aquellos que están atravesando situaciones de luto, de desesperación, de oscuridad y de odio. Y esto se comprende de tantos pequeños detalles: de la luz que un cristiano custodia en los ojos, de la serenidad que no es quebrada ni siquiera en los días más complicados, del deseo de recomenzar a querer bien y caminar incluso cuando se han experimentado muchas desilusiones. En el futuro, cuando se escribirá la historia de nuestros días, ¿Qué se dirá de nosotros? ¿Qué hemos sido capaces de la esperanza, o quizás qué hemos puesto nuestra luz debajo del celemín? Si seremos fieles a nuestro Bautismo, difundiremos la luz de la esperanza, el Bautismo es el inicio de la esperanza, esa esperanza de Dios y podremos transmitir a la generaciones futuras razones de vida. Y para no olvidarme yo cual es la tarea para la casa, díganlo ustedes. ¡No escucho, recordar la fecha del propio Bautismo!