lunes, 20 de febrero de 2017

El Papa a los parroquianos: oración, antídoto contra el odio...

(RV).- La tarde del domingo 19 de febrero el Santo Padre Francisco realizó una visita pastoral, en su calidad de Obispo de Roma, a otra parroquia de su diócesis, en esta ocasión a la de Santa María Josefa del Corazón de Jesús en Ponte di Nona, que se encuentra al Este de la periferia de la capital italiana. Esta parroquia ya había recibido en el pasado la visita de un Sucesor de Pedro. Concretamente la de San Juan Pablo II, hace ya quince años, cuando la iglesia acababa de ser construida.
Para el Papa Bergoglio se ha tratado de su 13ª visita a una comunidad parroquial romana, insertada en un barrio con diversas problemáticas, como el degrado social, la pobreza y el desempleo. De ahí que el Obispo de Romahaya invitado, en la homilía de la Misa que presidió, a recorrer el camino de la santidad pidiendo la gracia de no permanecer en el rencor y de llegar a ser capaces de rezar por los enemigos.
La Santa Misa que celebró el Pontífice en la iglesia de Santa María Josefa del Corazón de Jesús coronó una tarde dominical rica de encuentros con las personas y los grupos de esa parroquia.
Sumamente vivaz, como era de esperarse, fue el encuentro con los niños y jóvenes que asisten al catecismo con quienes el Papa Francisco dialogó y respondió a diversas preguntas, entre las cuales: “¿Por qué llegaste a ser Papa?”; “cuando eras pequeño, ¿qué querías ser de grande?”, o “¿cuál ha sido el momento más difícil de tu vida?”.
Después, el Santo Padre saludó a los enfermos y ancianos, así como a los padres cuyos niños acaban de recibir el Sacramento del Bautismo, sin olvidar a las familias necesitadas que reciben asistencia por parte de la Caritas parroquial, junto a sus propios agentes.
El Sucesor de Pedro, hablando espontáneamente en su homilía puso de manifiesto el mensaje propuesto  por las lecturas del día que es único e indica un programa de vida, a saber: “Sean santos, porque Yo, el Señor su Dios, soy santo”. Y “sean perfectos como es perfecto su Padre celestial”. Pero – se preguntó el Pontífice – ¿cuál es el camino para llegar a ser santos?”. Jesús – dijo el Papa – lo explica con cosas concretas”:
“Ninguna venganza. ‘Me la hiciste: ¡me la pagarás!’. ¿Esto es cristiano? No. ¿‘Me la pagarás’ no entra en el lenguaje de un cristiano. Ninguna venganza. Ningún rencor. Es el camino del perdón, de olvidar las ofensas”.
El Papa Francisco explicó que las grandes guerras, las matanzas de tantas personas, de niños, y todo el odio que hay en el mundo es el mismo odio que tú tienes en tu corazón por alguien, si bien, ciertamente, aquel otro es amplificado, pero es el mismo:
“Perdonar en mi corazón. Es éste el camino de la santidad y esto aleja de las guerras. Pero si todos los hombres y las mujeres del mundo aprendieran esto, no existirían las guerras. No existirían. La guerra comienza aquí, en la amargura, en el rencor, en el deseo de venganza, de hacer pagar. Pero esto destruye a las familias, destruye amistades y destruye barrios”.
“Dios es magnánimo – prosiguió diciendo el Santo Padre – Dios tiene un corazón grande, que perdona todo, es misericordioso. Si Él es misericordioso, si Él es santo, si Él es perfecto, nosotros debemos ser misericordiosos, santos y perfectos como Él. Y ésta – añadió –  es la santidad”:
“Yo les sugiero que comiencen con poco. Todos tenemos enemigos; todos sabemos que aquel o aquella habla de mí. Todos lo sabemos. Y todos sabemos que aquel o aquella me odia. Todos lo sabemos. Comencemos con poco”.
Además – prosiguió diciendo el Papa – Jesús pide que recemos por los enemigos, por aquellos que no son buenos, por todos:
“¿Nosotros rezamos por aquellos que matan a los niños en la guerra? Es difícil, es algo muy alejado... Pero debemos aprender a hacerlo, para que se conviertan. ¿Nosotros rezamos por aquellas personas que están más cerca de nosotros y que nos odian o nos hacen el mal? ‘Eh, Padre, ¡es difícil, eh! Yo tendría ganas de acogotarlo, ¡eh!’. ¡Pero ora! Reza para que el Señor cambie la vida. La oración es un antídoto contra el odio, contra las guerras, estas guerras que comienzan en casa, que comienzan en el barrio, que comienzan en las familias… Piensen solamente en las guerras de las familias por la herencia: ¡cuántas familias se destruyen, se odian por la herencia!”.
“La oración – continuó diciendo Francisco – es poderosa, la oración vence el mal, la oración trae la paz. Jesús dice: “Ustedes sean perfectos como es perfecto su Padre celestial”:
“Y para esto, pedir la gracia de no permanecer en el rencor, la gracia de rezar por los enemigos, de rezar por la gente que no nos quiere, la gracia de la paz. Les pido, por favor, que hagan esta experiencia: todos los días una oración. ‘Ah, éste no me quiere: pero Señor, te pido…’: uno por día. Así se vence, así iremos por este camino de la santidad y de la perfección”.

viernes, 17 de febrero de 2017

Echad las redes

Publicado el 14 may. 2015
El P. Luis Montes pertence al Instituto del Verbo Encarnado y actualmente forma parte de la comunidad que está de misiones en Irak. Tiene como encargo ser párroco de la catedral latina de Bagdad. En esta entrevista de "Echad las redes", nos cuenta la situación en la que viven los cristianos allí y cómo son testigos de la fe en Cristo hasta la muerte. Entre otras anécdotas, cuenta la historia de Cristina, una niña de 12 años, que murió en uno de los atentados dejando un testamento para su madre: "Mamá: no tengas miedo". Conoce su historia y el valiente testimonio del P. Luis Montes aquí en H.M. Televisión. Puedes conocer más noticias de Irak en la página web http://amigosdeirak.verboencarnado.net/

Si quieres conocer y saber más sobre los cristianos perseguidos puedes seguir la nueva serie de programas de "Tras las huellas del Nazareno" en el canal de HM Televisión.

jueves, 16 de febrero de 2017

Custodiemos la paz, basta a las guerras de los potentes

(RV).- La guerra comienza en el corazón del hombre, por esto todos somos responsables y debemos custodiar la paz. Lo subrayó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. El Pontífice puso de manifiesto el tema del sufrimiento de tantos pueblos que son arrollados por las guerras queridas por los potentes y por los traficantes de armas. Y relató cómo vivió, siendo niño, la noticia del fin de la guerra.
La paloma, el arcoíris y la alianza. El Papa Bergoglio se detuvo sobre estos tres puntos. Tres imágenes presentes en la Primera Lectura, tomada del Libro del Génesis, que narra que Noé libera a la paloma tras el diluvio. Esta paloma, que regresa con la ramita de olivo, es “el signo de aquello que Dios quería después del diluvio: la paz, que todos los hombres estuvieran en paz”.  “La paloma y el arcoíris – dijo el Santo Padre – son frágiles”. “El arcoíris – añadió – es bello después de la tempestad, pero después viene una nube y desaparece”. También la paloma – prosiguió – es frágil. Y recordó cuando hace dos años, a la hora del Ángelus dominical, una gaviota mató a dos palomas que había liberado junto a dos niños desde la ventana del Palacio Apostólico.
La gente muere por las guerras queridas por los potentes y los traficantes de armas
“La alianza que Dios hace es fuerte – comentó el Obispo de Roma – pero nosotros la recibimos, la aceptamos con debilidad. Dios hace la paz con nosotros, pero no es fácil custodiar la paz”. “Es un trabajo de todos los días  – añadió – porque dentro de nosotros está todavía aquella semilla, aquel pecado original, el espíritu de Caín quien, por envidia, celos, codicia y deseo de dominación, hace la guerra”. Francisco observó además que, hablando de la alianza entre Dios y los hombres, se hace referencia a la “sangre”: “De su sangre – se lee en la Primera Lectura – yo les pediré cuentas; pediré cuentas a cada ser vivo y pediré cuentas al hombre de la vida de su hermano”. Y observó que nosotros “somos custodios de los hermanos y cuando hay derramamiento de sangre, hay pecado, y Dios nos pedirá cuentas”:
“Hoy en el mundo hay derramamiento de sangre. Hoy el mundo está en guerra. Tantos hermanos y hermanas mueren, también inocentes, porque los grandes, los potentes, quieren un pedazo más de tierra, quieren un poco más de poder o quieren obtener más ganancias con el tráfico de armas. Y la Palabra del Seños es clara: ‘De su sangre, o sea de su vida, yo pediré cuentas; pediré cuentas de esto a cada ser vivo y pediré cuentas de la vida del hombre al hombre, a cada uno de sus hermanos’. A nosotros también  nos parece que estamos en paz aquí. Pero el Señor pedirá cuentas de la sangre de nuestros hermanos y hermanas que sufren la guerra”.
Custodiar la paz: la declaración de guerra comienza en cada uno de nosotros
“¿Cómo custodio yo a la paloma?”, se preguntó Francisco. “¿Qué hago para que el arcoíris sea siempre una guía? ¿Qué hago para que no se derrame más sangre en el mundo?” Todos nosotros – reafirmó – “estamos implicados en esto”. La oración por la paz “no es una formalidad, el trabajo por la paz no es una formalidad”. Y reveló con amargura que “la guerra comienza en el corazón del hombre, comienza en casa, en las familias, entre amigos y después va más allá, a todo el mundo”. ¿Qué hago yo “cuándo siento que llega a mi corazón algo que quiere destruir la paz?”:
“La guerra comienza aquí y termina allá. Las noticias, las vemos en los periódicos o en los telediarios… Hoy tanta gente muere y aquella semilla de guerra que produce la envidia, los celos, la avidez en mi corazón, es la misma – germinada, hecha árbol –  que la bomba que cae sobre un hospital, sobre una escuela y mata a los niños. Es lo mismo. La declaración de guerra comienza aquí, en cada uno de nosotros. De ahí la pregunta: ‘¿Cómo custodio yo la paz en mi corazón, en mi intimidad, en mi familia?’. Custodiar la paz, no sólo custodiarla: hacerla con las manos, artesanalmente, todos los días. Y así lograremos hacerla en el mundo entero”.
El recuerdo de un niño del fin de la guerra
“La sangre de Cristo – puso de manifiesto el Papa  – es la que hace la paz, pero no la sangre que los traficantes de armas o los potentes hacen que se derrame en el mundo. Y compartió un recuerdo personal de cuando era niño:
“Recuerdo: comenzó a sonar la alarma de los Bomberos, después de los periódicos y en la ciudad… Esto se hacía para llamar la atención sobre un hecho o una tragedia y otra cosa. E inmediatamente oí a la vecina de casa que llamaba a mi mamá: ‘¡Señora Regina, venga, venga, venga!’. Y mi mamá salió un poco asustada: ‘¿Qué ha sucedido?’. Y aquella mujer, del otro lado del jardín, le decía: ‘¡Terminó la guerra!’ y lloraba”.
Francisco recordó el abrazo de las dos mujeres, el llanto y la alegría porque la guerra había terminado. Y concluyó diciendo: “Que el Señor nos dé la gracia de poder decir: ‘La guerra ha terminado’ y llorando. ‘Ha terminado la guerra en mi corazón, ha terminado la guerra en mi familia, ha terminado la guerra en mi barrio, ha terminado la guerra en mi lugar de trabajo, ha terminado la guerra en el mundo’. Así será más fuerte la paloma, el arcoíris y la alianza”.

lunes, 13 de febrero de 2017

Papa: los pequeños resentimientos destruyen la fraternidad...

(RV).- La destrucción de las familias y de los pueblos comienza a partir de los pequeños celos y envidias, por lo que es necesario detener al inicio los resentimientos que suprimen la hermandad. Lo afirmó el Santo Padre en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. Una Misa que el Pontífice ofreció por el Padre Adolfo Nicolás, quien fue Prepósito General de la Compañía de Jesús desde el año 2008 y hasta el 2016, quien está a punto de regresar a Oriente donde seguirá trabajando. “Que el Señor – dijo Francisco – le retribuya todo el bien hecho y que lo acompañe en su nueva misión. Gracias, Padre Nicolás”. Asimismo participaron en esta celebración los miembros del Consejo de los Nueve Cardenales que se encuentran en la Ciudad del Vaticano con motivo de su XVIII reunión.
Hermandad destruida por las pequeñas cosas
El Papa comenzó su reflexión a partir de la primera Lectura, tomada del libro del Génesis, que habla de Caín y Abel. Y puso de manifiesto que por primera vez en la Biblia “se dice la palabra hermano”. Es la historia “de una hermandad que debía crecer, ser bella, y que termina destruida”. Una historia – observó Francisco – que comienza “con pequeños celos”: Caín está irritado porque su sacrificio no es agradable a Dios e inicia a cultivar aquel sentimiento dentro de sí. Podría controlarlo, pero no lo hace:
“Y Caín prefirió el instinto, prefirió cocinar dentro de sí este sentimiento, agrandarlo, dejarlo crecer. Este pecado que cometerá después, que está agazapado detrás del sentimiento. Y crece. Crece. Así crecen las hostilidades entre nosotros: comienzan con una pequeña cosa, celos, envidia y después esto crece y vemos la vida sólo desde aquel punto y aquella brizna se vuelve para nosotros una viga, pero la viga la tenemos nosotros, pero está allí. Y nuestra vida gira en torno a aquello y aquello destruye el vínculo de hermandad, destruir la fraternidad”.
El resentimiento no es cristiano
Poco a poco se llega a estar “obsesionados, perseguidos” por aquel mal, que crece cada vez más:
“Y así crece, crece la hostilidad y se termina mal. Siempre. Yo me separo de mi hermano, éste no es mi hermano, éste es un enemigo, éste debe ser destruido, echado… y así la gente se destruye, así las enemistades destruyen a las familias, a los pueblos, ¡todo! Ese amargarse la vida, siempre obsesionado con aquello. Esto ha sucedido a Caín, y al final mató a su hermano. No: no hay hermano. Sólo yo existo. No hay hermandad. Sólo yo existo. Esto que ha sucedido al inicio, nos sucede a todos nosotros, la posibilidad; pero este proceso debe ser detenido inmediatamente, al inicio, ante la primera amargura, detenerse. La amargura no es cristiana. El dolor sí, la amargura no. El resentimiento no es cristiano. El dolor sí, el resentimiento no. Cuántas enemistades, cuántas desavenencias”.
La sangre de tanta gente en el mundo grita a Dios desde el suelo
Participaron en esta Misa algunos nuevos párrocos, por lo que el Papa dijo: “También en nuestros presbíteros, en nuestros colegios episcopales: ¡cuántas rupturas comienzan así! Pero, ¿por qué a éste le dieron aquella sede y no a mí? ¿Y por qué a éste? Y… pequeñas cosas… rupturas… Se destruye la hermandad”. Y Dios pregunta: “¿Dónde está Abel, tu hermano?”.  La respuesta de Caín “es irónica”: “No sé: ¿acaso soy yo el custodio de mi hermano?”. “Sí, tú eres el custodio de tu hermano”. Y el Señor dice: “La voz de la sangre de tu hermano me grita desde el suelo”. Cada uno de nosotros – afirmó el Pontífice, incluyéndose en la lista – puede decir que jamás ha matado: pero “si tú tienes un sentimiento malo hacia tu hermano, lo has matado; si tú insultas a tu hermano, lo has matado en tu corazón. Matar es un proceso que comienza desde lo pequeño”. Así, sabemos “dónde están aquellos que son bombardeados” o “que son expulsados” pero “éstos no son hermanos”:
“Y cuántos poderosos de la Tierra pueden decir esto… ‘A mí me interesa este territorio, a mí me interesa esto pedazo de tierra, este otro… si la bomba cae y mata a doscientos niños, no es mi culpa: es culpa de la bomba. A mí me interesa el territorio…’. Y todo comienza a partir de aquel sentimiento que te lleva a separarte, a decir al otro: ‘Este es fulano, éste es así, pero no es hermano…’, y termina en la guerra que mata. Pero tú has matado al inicio. Este es el proceso de la sangre, y hoy la sangre de tanta gente en el mundo grita a Dios desde el suelo. Pero todo está relacionado, ¡eh! Aquella sangre allá tiene una relación – tal vez una pequeña gota de sangre – que con mi envidia, mis celos yo he hecho salir, cuando he destruido una hermandad”.
Una lengua que destruye al prójimo
Que el Señor – fue la oración conclusiva de Francisco – nos ayude hoy a repetir esta pregunta suya: “¿Dónde está tu hermano?”, y que nos ayude a pensar en aquellos a los que “destruimos con la lengua” y “a todos aquellos que en el mundo son tratados como cosas y no como hermanos, porque es más importante un pedazo de tierra que el lazo de la hermandad”.

jueves, 9 de febrero de 2017

Homilía del Papa: sin la mujer no habría armonía en el mundo...

(RV).-  «Explotar a una mujer es destruir la armonía que Dios ha querido dar al mundo», señaló el Papa Francisco, en su homilía en la Misa matutina, en la Casa de Santa Marta. Con la Palabra de Dios, del jueves de la V semana del Tiempo Ordinario, el Papa prosiguió sus reflexiones sobre la Creación y las lecturas del Libro del Génesis.
Sin la mujer no hay armonía
El Señor había plasmado todos los animales, pero el hombre no encontraba en ellos una compañía adecuada, «estaba solo». Entonces el Señor le sacó una costilla y formó a la mujer, que el hombre reconoció como carne de su carne. «Pero, antes de verla, la había soñado», «para comprender a una mujer, antes hay que soñarla», dijo el Santo Padre e hizo hincapié en la riqueza de la armonía que la mujer aporta a la Creación:
«Cuando falta la mujer, falta la armonía. Solemos decir, hablando, ‘ésta es una sociedad con una marcada actitud masculina ¿no? Falta la mujer. ‘Sí, sí: la mujer está para lavar los platos, para hacer…’ No, no, no: la mujer está para traer armonía. Sin la mujer no hay armonía. No son iguales, no son uno superior al otro: no. Sólo que el hombre no trae armonía: es ella. Es ella la que trae esa armonía que nos enseña a acariciar, a amar con ternura y que hace del mundo una cosa bella».
Explotar a las personas es un crimen de lesa humanidad, explotar a una mujer es más: es destruir la armonía
Con la armonía, la mujer trae la capacidad de enamorarse, dijo también el Papa, contando que en una audiencia, mientras saludaba a la gente, le preguntó a una pareja que celebraba 60 años de matrimonio, quién de los dos había tenido más paciencia:
«Y ellos me miraban, se miraban a los ojos, nunca olvidaré esos ojos. Luego volvieron y me dijeron, los dos juntos: ‘estamos enamorados’. Después de 60 años, esto significa una sola carne. Y esto es lo que trae la mujer: la capacidad de enamorarse. La armonía al mundo. Tantas veces, oímos: ‘No, es necesario que en esta sociedad, en esta institución, que aquí haya una mujer para que haga esto, haga estas cosas…’ No, no, no, no: la funcionalidad no es el objetivo de la mujer. Es verdad que la mujer tiene que hacer cosas, y hace – como todos hacemos – cosas. El objetivo de la mujer es brindar la armonía y sin la mujer no hay armonía en el mundo. Explotar a las personas es un crimen de lesa humanidad, es verdad. Pero explotar a una mujer es más: es destruir la armonía que Dios ha querido dar al mundo. Es destruir».
Con el Evangelio de Marcos (7,24-30), que habla de la mujer fenicia de Siria, y de su valentía como madre, pidiendo al Señor por su hija, el Papa dijo que le gusta pensar que Dios creó a la mujer para que todos tuviéramos una madre:
«Éste es el gran don de Dios: nos ha dado a la mujer. Y, en el Evangelio, escuchamos de qué es capaz una mujer ¿eh?: es valiente, esa ¿eh? Ha ido adelante con valentía. Pero es más, es más: la mujer es la armonía, es la poesía, es la belleza. Sin ella el mundo no sería tan bello, no sería armonioso. Y me gusta pensar – pero es algo personal – que Dios ha creado a la mujer para que todos nosotros tuviéramos una madre».

Nuestra Fe en Vivo–Carlos Seoane • 6 Febrero 2017


martes, 7 de febrero de 2017

Dios nos ha dado el ADN de hijos...

(RV).- El hombre hecho a imagen de Dios, señor de la tierra y flanqueado por una mujer a la que amar. Son los tres grandes dones que Dios dio al hombre en el acto de la Creación sobre los que el Papa Francisco centró su homilía de la Misa matutina celebrara en la capilla de la Casa de Santa Marta. El Pontífice pidió la gracia de poder custodiar estos dones y llevarlos adelante con el empeño de cada día.
“Señor, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él?”. “Verdaderamente lo has hecho poco menos que un Dios, de gloria y de honor lo has coronado”. La reflexión del Santo Padre comenzó a partir del Salmo 8 y por el relato del Génesis propuesto por la Liturgia del día, para exaltar la admiración por la “ternura” y el “amor” de Dios que, en la Creación, “ha dado todo al hombre”.
Dios nos ha dado el ADN de hijos, a Su imagen
Tres son los grandes dones que el Papa subrayó partiendo de la identidad:
“Ante todo, nos ha dado el ‘ADN’, es decir, nos ha hecho hijos, nos ha creado a Su imagen, a Su imagen y semejanza, como Él. Y cuando uno tiene un hijo, no puede ir para atrás: el hijo está hecho, está allí. E independientemente de que se le asemeje mucho o poco, se asemeja al padre, a veces no, pero es hijo; ha recibido la identidad. Y si el hijo llega a ser bueno, el padre se siente orgulloso de aquel hijo, ¿no? ‘Pero, mira, ¡qué bueno!’. Y si es un poco feo, el padre dice: ‘¡Es bello!’, porque el padre es así. Siempre. Y si es malo, el padre lo justifica, lo espera… Jesús nos ha enseñado cómo un padre sabe esperar a los hijos. Nos ha dado esta identidad de hijo: hombre y mujer; debemos añadir: hijos. Somos ‘como dioses’, porque somos hijos de Dios”.
La Tierra está encomendada al hombre para que la custodie con su trabajo
El segundo don de Dios en la Creación es, según Francisco, una “tarea”: “Nos ha dado toda la Tierra”, para “dominar” y  “subyugar”, como reza el Génesis. Es, por tanto, una “realeza” la que ha sido donada al hombre, añadió el Papa, porque Dios no lo quiere “esclavo” sino “señor”, “rey”, pero con una tarea:
“Así como Él ha trabajado en la Creación, nos ha dado a nosotros el trabajo, nos ha dado el trabajo de llevar adelante la Creación. No destruirla; sino hacerla crecer, cuidarla, custodiarla y hacer que se la lleve adelante. Nos ha dado todo. Es curioso, pienso yo: pero no nos dado el dinero. Tenemos todo. ¿El dinero quién nos lo ha dado? No lo sé. Dicen las abuelas que el diablo entra por los bolsillos: puede ser… podemos pensar en quien ha dado el dinero… Ha dado toda la Creación para custodiarla y llevarla adelante: éste es el don. Y, finalmente, ‘Dios creó al hombre a Su imagen, hombre y mujer los creó’”.
Volviendo a recorrer el relato del Génesis, el Obispo de Roma propuso el tercer y último don, el amor, a partir del hombre y de la mujer.
El amor: el tercer don de Dios en la Creación
“Hombre y mujer los creó. No es bueno que el hombre viva solo. E hizo a la compañera”, explicó el Papa Bergoglio. Dios amor da al hombre el amor y un “diálogo de amor” debe haber sido el primero entre el hombre y la mujer, imaginó Francisco. Y completó su mirada sobre la Creación con la siguiente invocación final:
“Agradezcamos al Señor por estos tres regalos que nos ha dado: la identidad, el don-deber y el amor. Y pidamos la gracia de custodiar esta identidad de hijos, de trabajar sobre el don que nos ha dado y llevar adelante con nuestro trabajo este don, y la gracia de aprender cada día a amar más”.

Luis Alfredo Diaz - Lo que agrada a Dios ft. Jesed SN

Vidas significativas

lunes, 6 de febrero de 2017

Homilía del Papa: El cristiano es esclavo del amor, no del deber...

(RV).-  Los rígidos tienen “miedo” de la libertad que Dios nos da, tienen “miedo del amor”. Es cuanto afirmó el Papa Francisco en su homilía de la misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. El Pontífice subrayó que el cristiano es “esclavo” del amor, no del deber, e invitó a los fieles a no esconderse en la “rigidez” de los Mandamientos.
“Eres tan grande Señor”. El Santo Padre desarrolló su homilía a partir del Salmo 103, un “canto de alabanza” a Dios por sus maravillas. Y observó que “el Padre trabaja para hacer esta maravilla de la creación y para hacer con el Hijo esta maravilla de la re-creación”. El Obispo de Roma recordó asimismo que, una vez, un niño le preguntó qué hacía Dios antes de crear el mundo. “Amaba”, fue su respuesta.
Abrir el corazón, no refugiarse en la rigidez de los Mandamientos
¿Por qué, entonces, Dios ha creado el mundo? “Sencillamente para compartir su plenitud  – afirmó Francisco – para tener a quien dar y con quien compartir su plenitud”. Y en la re-creación, Dios envía a su Hijo para “re-ordenar”: hace “del feo, uno bello; del error, uno verdadero; del malo, uno bueno”:
“Cuando Jesús dice: ‘El Padre siempre actúa; también yo actúo siempre’, los Doctores de la Ley se escandalizaron y querían matarlo por esto. ¿Por qué? ¡Porque no sabían recibir las cosas de Dios como don! Sólo como justicia: ‘Estos son los Mandamientos. Pero son pocos, hagamos más. Y en lugar de abrir el corazón al don, se han escondido, han buscado refugio en la rigidez de los Mandamientos, que ellos habían multiplicado hasta 500 o más… No sabían recibir el don. Y el don sólo se recibe con la libertad. Y estos rígidos tenían miedo de la libertad que Dios nos da; tenían miedo del amor”.
El cristiano es esclavo del amor, no del deber
El Papa puso de manifiesto que por esta razón en el Evangelio está escrito que “después de que el Señor dice eso: ‘Querían matar a Jesús’. Por esto – añadió – “porque ha dicho que el Padre ha hecho esta maravilla como don. ¡Recibir el don del Padre!”:
“Y por esto hoy hemos alabado al Padre: ‘¡Eres grande Señor! Te amo tanto, porque me has dado este don. Me has salvado, me has creado’. Y ésta es la oración de alabanza, la oración de alegría, la oración que nos da la alegría de la vida cristiana. Y no aquella oración cerrada, triste de la persona que jamás sabe recibir un don porque tiene miedo de la libertad que siembre lleva consigo un don. Sólo sabe hacer el deber, pero el deber cerrado. Esclavos del deber, pero no del amor. Cuando tú te vuelves esclavo del amor, ¡eres libre! ¡Es una bella esclavitud aquella! Pero estos no entendían aquello”.
Preguntémonos cómo recibimos el don de la redención y del perdón de Dios
He aquí las “dos maravillas del Señor”, dijo también Francisco, “la maravilla de la creación y la maravilla de la redención, de la re-creación”. Y se preguntó: “¿Cómo recibo yo estas maravillas?”:
“¿Cómo recibo yo esto que Dios me ha dado – la creación – como un don? Y si lo recibo como un don, ¿amo la creación, custodio la creación? ¡Porque ha sido un don! ¿Cómo recibo yo la redención, el perdón que Dios me ha dado, el hacerme hijo con su Hijo, con amor, con ternura, con libertad o me escondo en la rigidez de los Mandamientos cerrados, que siempre, siempre son más seguros  –  entre comillas – pero que no te dan alegría, porque no te hacen libre? Cada uno de nosotros puede preguntarse cómo vive estas dos maravillas, la maravilla de la creación y la maravilla de la re-creación. Y que el Señor nos haga comprender esta cosa grande y nos haga comprender lo que Él hacía antes de crear el mundo: ¡amaba! Que nos haga comprender su amor por nosotros y que nosotros podamos decir, como hemos dicho hoy: ‘¡Eres tan grande Señor! ¡Gracias, gracias!’. Vayamos adelante así”.

jueves, 2 de febrero de 2017

“Nuestra misión es poner a Jesús en medio de su pueblo”, el Papa a los Consagrados


(RV).- “La misión de acuerdo a cada carisma particular es la que nos recuerda que fuimos invitados a ser levadura de esta masa concreta. La misión es ponernos con Jesús en medio de su pueblo. No como voluntaristas de la fe, sino como hombres y mujeres que somos continuamente perdonados, ungidos en el bautismo para compartir esa unción y el consuelo de Dios con los demás”, lo dijo el Papa Francisco en su homilía a los miembros de los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, en la Celebración Eucarística con ocasión de la Fiesta de la Presentación del Señor en el Templo y XXI Jornada Mundial de la Vida Consagrada.
Jesús en el Templo: para cumplir la ley y para encontrarse con el pueblo creyente
En su homilía, el Santo Padre recordó la escena de la Presentación de Jesús en el Templo narrada en el Evangelio de San Lucas y cómo Simeón “conducido por el Espíritu”, no sólo pudo ver, sino que también tuvo el privilegio de abrazar la esperanza anhelada por el pueblo de Israel. “Hoy – precisó el Pontífice – la liturgia nos dice que con ese rito, a los 40 días de nacer, el Señor fue presentado en el templo para cumplir la ley, pero sobre todo para encontrarse con el pueblo creyente”. Y este encuentro de Dios con su pueblo despierta la alegría y renueva la esperanza.  Por ello, el canto de Simeón, dijo el Papa, es el canto del hombre creyente que, al final de sus días, es capaz de afirmar: Es cierto, la esperanza en Dios nunca decepciona, Él no defrauda. “Este canto de esperanza – señaló el Obispo de Roma – lo hemos heredado de nuestros mayores. Ellos nos han introducido en esta dinámica. En sus rostros, en sus vidas, en su entrega cotidiana y constante pudimos ver como esta alabanza se hizo carne”. Alentando a los consagrados el Sucesor de Pedro dijo que, somos herederos de los sueños de nuestros mayores, herederos de nuestros ancianos que se animaron a soñar; y, al igual que ellos, hoy queremos nosotros también cantar: Dios no defrauda, la esperanza en Él no desilusiona. Dios viene al encuentro de su Pueblo”.
La tentación de supervivencia
Esta actitud – advirtió el Papa Francisco – nos hará fecundos pero sobre todo nos protegerá de una tentación que puede hacer estéril nuestra vida consagrada: la tentación de la supervivencia. “Un mal que puede instalarse poco a poco en nuestro interior, en el seno de nuestras comunidades”. Por ello, la actitud de supervivencia nos vuelve reaccionarios, miedosos, nos va encerrando lenta y silenciosamente en nuestras casas y en nuestros esquemas. Nos proyecta hacia atrás, hacia las gestas gloriosas —pero pasadas— que, lejos de despertar la creatividad profética nacida de los sueños de nuestros fundadores, busca atajos para evadir los desafíos que hoy golpean nuestras puertas. “La tentación de supervivencia – agregó el Pontífice – nos hace olvidar la gracia, nos convierte en profesionales de lo sagrado pero no padres, madres o hermanos de la esperanza que hemos sido llamados a profetizar”. En pocas palabras, dijo el Papa, la tentación de la supervivencia transforma en peligro, en amenaza, en tragedia, lo que el Señor nos presenta como una oportunidad para la misión.
Misión: “Fuimos invitados a ser levadura de esta masa concreta”
“Todos somos conscientes de la transformación multicultural por la que atravesamos, señaló el Santo Padre, ninguno lo pone en duda. De ahí la importancia de que el consagrado y la consagrada estén injertados con Jesús, en la vida, en el corazón de estas grandes transformaciones”. Poner a Jesús en medio de su pueblo, precisó el Papa, es tener un corazón contemplativo, capaz de discernir como Dios va caminando por las calles de nuestras ciudades, de nuestros pueblos, en nuestros barrios. Poner a Jesús en medio de su pueblo, es asumir y querer ayudar a cargar la cruz de nuestros hermanos. Es querer tocar las llagas de Jesús en las llagas del mundo, que está herido y anhela, y pide resucitar.
Antes de concluir su homilía, el Papa Francisco invitó a todos los consagrados a acompañar a Jesús en el encuentro con su pueblo. “A estar en medio de su pueblo, no en el lamento o en la ansiedad de quien se olvidó de profetizar porque no se hace cargo de los sueños de sus mayores, sino en la alabanza y la serenidad; no en la agitación sino en la paciencia de quien confía en el Espíritu, Señor de los sueños y de la profecía”.
Audio y Texto completo de la homilía del Papa Francisco
Cuando los padres de Jesús llevaron al Niño para cumplir las prescripciones de la ley, Simeón «conducido por el Espíritu» (Lc 2,27) toma al Niño en brazos y comienza un canto de bendición y alabanza: «Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos; luz para alumbrar a las naciones, y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 2,30-32). Simeón no sólo pudo ver, también tuvo el privilegio de abrazar la esperanza anhelada, y eso lo hace exultar de alegría. Su corazón se alegra porque Dios habita en medio de su pueblo; lo siente carne de su carne.
La liturgia de hoy nos dice que con ese rito, a los 40 días de nacer, el Señor «fue presentado en el templo para cumplir la ley, pero sobre todo para encontrarse con el pueblo creyente» (Misal Romano, 2 de febrero, Monición a la procesión de entrada). El encuentro de Dios con su pueblo despierta la alegría y renueva la esperanza. 
El canto de Simeón es el canto del hombre creyente que, al final de sus días, es capaz de afirmar: Es cierto, la esperanza en Dios nunca decepciona (cf. Rm 5,5), Él no defrauda. Simeón y Ana, en la vejez, son capaces de una nueva fecundidad, y lo testimonian cantando: la vida vale la pena vivirla con esperanza porque el Señor mantiene su promesa; y será, más tarde, el mismo Jesús quien explicará esta promesa en la Sinagoga de Nazaret: los enfermos, los detenidos, los que están solos, los pobres, los ancianos, los pecadores también son invitados a entonar el mismo canto de esperanza. Jesús está con ellos, él está con nosotros (cf. Lc 4,18-19).
Este canto de esperanza lo hemos heredado de nuestros mayores. Ellos nos han introducido en esta «dinámica». En sus rostros, en sus vidas, en su entrega cotidiana y constante pudimos ver como esta alabanza se hizo carne. Somos herederos de los sueños de nuestros mayores, herederos de la esperanza que no desilusionó a nuestras madres y padres fundadores, a nuestros hermanos mayores. Somos herederos de nuestros ancianos que se animaron a soñar; y, al igual que ellos, hoy queremos nosotros también cantar: Dios no defrauda, la esperanza en él no desilusiona. Dios viene al encuentro de su Pueblo. Y queremos cantar adentrándonos en la profecía de Joel: «Derramaré mi espíritu sobre toda carne, vuestros hijos e hijas profetizarán, vuestros ancianos tendrán sueños y visiones» (3,1).
Nos hace bien recibir el sueño de nuestros mayores para poder profetizar hoy y volver a encontrarnos con lo que un día encendió nuestro corazón. Sueño y profecía juntos. Memoria de cómo soñaron nuestros ancianos, nuestros padres y madres y coraje para llevar adelante, proféticamente, ese sueño.
Esta actitud nos hará fecundos pero sobre todo nos protegerá de una tentación que puede hacer estéril nuestra vida consagrada: la tentación de la supervivencia. Un mal que puede instalarse poco a poco en nuestro interior, en el seno de nuestras comunidades. La actitud de supervivencia nos vuelve reaccionarios, miedosos, nos va encerrando lenta y silenciosamente en nuestras casas y en nuestros esquemas. Nos proyecta hacia atrás, hacia las gestas gloriosas —pero pasadas— que, lejos de despertar la creatividad profética nacida de los sueños de nuestros fundadores, busca atajos para evadir los desafíos que hoy golpean nuestras puertas. La psicología de la supervivencia le roba fuerza a nuestros carismas porque nos lleva a domesticarlos, hacerlos «accesibles a la mano» pero privándolos de aquella fuerza creativa que inauguraron; nos hace querer proteger espacios, edificios o estructuras más que posibilitar nuevos procesos. La tentación de supervivencia nos hace olvidar la gracia, nos convierte en profesionales de lo sagrado pero no padres, madres o hermanos de la esperanza que hemos sido llamados a profetizar. Ese ambiente de supervivencia seca el corazón de nuestros ancianos privándolos de la capacidad de soñar y, de esta manera, esteriliza la profecía que los más jóvenes están llamados a anunciar y realizar. En pocas palabras, la tentación de la supervivencia transforma en peligro, en amenaza, en tragedia, lo que el Señor nos presenta como una oportunidad para la misión. Esta actitud no es exclusiva de la vida consagrada, pero de forma particular somos invitados a cuidar de no caer en ella.
Volvamos al pasaje evangélico y contemplemos nuevamente la escena. Lo que despertó el canto en Simeón y Ana no fue ciertamente mirarse a sí mismos, analizar y rever su situación personal. No fue el quedarse encerrados por miedo a que les sucediese algo malo. Lo que despertó el canto fue la esperanza, esa esperanza que los sostenía en la ancianidad. Esa esperanza se vio recompensada en el encuentro con Jesús. Cuando María pone en brazos de Simeón al Hijo de la Promesa, el anciano empieza a cantar sus sueños. Cuando pone a Jesús en medio de su pueblo, este encuentra la alegría. Y sí, sólo eso podrá devolvernos la alegría y la esperanza, sólo eso nos salvará de vivir en una actitud de supervivencia. Sólo eso hará fecunda nuestra vida y mantendrá vivo nuestro corazón. Poniendo a Jesús en donde tiene que estar: en medio de su pueblo.   
Todos somos conscientes de la transformación multicultural por la que atravesamos, ninguno lo pone en duda. De ahí la importancia de que el consagrado y la consagrada estén insertos con Jesús, en la vida, en el corazón de estas grandes transformaciones. La misión —de acuerdo a cada carisma particular— es la que nos recuerda que fuimos invitados a ser levadura de esta masa concreta. Es cierto podrán existir «harinas» mejores, pero el Señor nos invitó a leudar aquí y ahora, con los desafíos que se nos presentan. No desde la defensiva, no desde nuestros miedos sino con las manos en el arado ayudando a hacer crecer el trigo tantas veces sembrado en medio de la cizaña. Poner a Jesús en medio de su pueblo es tener un corazón contemplativo, capaz de discernir como Dios va caminando por las calles de nuestras ciudades, de nuestros pueblos, en nuestros barrios. Poner a Jesús en medio de su pueblo, es asumir y querer ayudar a cargar la cruz de nuestros hermanos. Es querer tocar las llagas de Jesús en las llagas del mundo, que está herido y anhela, y pide resucitar.
¡Ponernos con Jesús en medio de su pueblo! No como voluntaristas de la fe, sino como hombres y mujeres que somos continuamente perdonados, hombres y mujeres ungidos en el bautismo para compartir esa unción y el consuelo de Dios con los demás.
Ponernos con Jesús en medio de su pueblo, porque «sentimos el desafío de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica que [con el Señor], puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria, en una santa peregrinación. […] Si pudiéramos seguir ese camino, ¡sería algo tan bueno, tan sanador, tan liberador, tan esperanzador! Salir de sí mismo para unirse a otros» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 87) no sólo hace bien, sino que transforma nuestra vida y esperanza en un canto de alabanza. Pero esto sólo lo podemos hacer si asumimos los sueños de nuestros ancianos y los transformamos en profecía.
Acompañemos a Jesús en el encuentro con su pueblo, a estar en medio de su pueblo, no en el lamento o en la ansiedad de quien se olvidó de profetizar porque no se hace cargo de los sueños de sus mayores, sino en la alabanza y la serenidad; no en la agitación sino en la paciencia de quien confía en el Espíritu, Señor de los sueños y de la profecía. Y así compartamos lo que no nos pertenece: el canto que nace de la esperanza.

miércoles, 1 de febrero de 2017

El Papa en la catequesis: “Mantengamos la esperanza de que resucitaremos con Cristo”

(RV).- “La esperanza cristiana es espera de una cosa que ya ha sido realizada y que ciertamente se realizará para cada uno de nosotros. También nuestra resurrección y aquella de nuestros queridos difuntos, no es una cosa que puede suceder o tal vez no, sino es una realidad cierta, en cuanto está fundada en el evento de la resurrección de Cristo”, con estas palabras el Papa Francisco explicó en la Audiencia General del primer miércoles de febrero, el significado de la esperanza cristiana en la resurrección de los muertos.
Continuando su ciclo de catequesis sobre “la esperanza cristiana”, el Obispo de Roma inició su reflexión sobre la extraordinaria importancia que esta virtud asume en el Nuevo Testamento, cuando encuentra la novedad representada por Jesús y por el evento pascual, ya que nosotros cristianos, somos hombres y mujeres de esperanza.
Comentando uno de los primeros textos del Nuevo Testamento, la Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses, el Pontífice señaló que en el pasaje que hemos escuchado, se puede percibir toda la frescura y la belleza del primer anuncio cristiano. “El Apóstol – precisó el Papa – trata de hacer comprender todos los efectos y las consecuencias que éste evento único y decisivo, es decir, la resurrección del Señor, comporta para la historia y para la vida de cada uno”. En particular, la dificultad de la comunidad no era tanto reconocer la resurrección de Jesús, todos lo creían, subrayó el Santo Padre, sino de creer en la resurrección de los muertos.
Texto completo y audio de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En las anteriores catequesis hemos iniciado nuestro recorrido sobre el tema de la esperanza releyendo en esta perspectiva algunas páginas del Antiguo Testamento. Ahora queremos pasar a poner en evidencia la extraordinaria importancia que esta virtud asume en el Nuevo Testamento, cuando encuentra la novedad representada por Jesús y por el evento pascual: la esperanza cristiana. Nosotros cristianos, somos mujeres y hombres de esperanza.
Es esto lo que emerge de modo claro desde el primer texto que ha sido escrito, es decir, desde la Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses. En el pasaje que hemos escuchado, se puede percibir toda la frescura y la belleza del primer anuncio cristiano. La comunidad de Tesalónica era una comunidad joven, fundada de hace poco; no obstante las dificultades y las diversas pruebas, está enraizada en la fe y celebra con entusiasmo y con alegría la resurrección del Señor Jesús. El Apóstol entonces se alegra de corazón con todos, porque cuantos renacen en la Pascua se convierten de verdad en «hijos de la luz, hijos del día» – así los llama él – (5,5), en virtud de la plena comunión con Cristo.
Cuando Pablo les escribe, la comunidad de Tesalónica ha sido apenas fundada, y sólo pocos años la separan de la Pascua de Cristo; pocos años después, ¡eh! Por esto, el Apóstol trata de hacer comprender todos los efectos y las consecuencias que éste evento único y decisivo, es decir, la resurrección del Señor, comporta para la historia y para la vida de cada uno. En particular, la dificultad de la comunidad no era tanto reconocer la resurrección de Jesús, todos lo creían, sino de creer en la resurrección de los muertos. Si, Jesús ha resucitado, pero los muertos tenían un poco de dificultad.
En este sentido, esta carta se presenta más actual que nunca. Cada vez que nos encontramos ante nuestra muerte, o a aquella de una persona querida, sentimos que nuestra fe es puesta a la prueba. Surgen todas nuestras dudas, toda nuestra fragilidad, y nos preguntamos: “¿De verdad existirá la vida después de la muerte? ¿Podré todavía ver y abrazar a las personas que he amado?”. Esta pregunta me la ha hecho una señora hace pocos días en una audiencia. Me dijo: ¿Encontraré a mis seres queridos? Una incógnita… También nosotros, en el contexto actual, tenemos necesidad de regresar a las raíces y a los fundamentos de nuestra fe, para que así tomemos conciencia de lo que Dios ha obrado por nosotros en Cristo Jesús y que cosa significa nuestra muerte. Todos tenemos un poco de miedo; la muerte, por esta incertidumbre, ¿no? Aquí viene la palabra de Pablo. Me viene a la memoria un viejito, un anciano, bueno, que decía: “Yo no tengo miedo a la muerte. Tengo un poco de miedo verla venir”. Y tenía miedo de esto.
Pablo, ante los temores y las perplejidades de la comunidad, invita a tener firme sobre la cabeza como un yelmo, sobre todo en las pruebas y en los momentos más difíciles de nuestra vida, “la esperanza de la salvación”. Es un yelmo. Es esta la esperanza cristiana. Cuando se habla de esperanza, podemos ser llevados a comprenderla según el significado común del término, es decir, en relación a algo bello que deseamos, pero que puede realizarse o tal vez no. Esperemos que suceda, pero… esperemos, como un deseo, ¿no? Se dice por ejemplo: “¡Espero que mañana haga buen clima!”; pero sabemos que al día siguiente en cambio puede hacer un mal clima… La esperanza cristiana no es así. La esperanza cristiana es la espera de algo que ya ha sido realizada; está la puerta ahí, y yo espero llegar a la puerta. ¿Qué cosa debo hacer? ¡Caminar hacia la puerta! Estoy seguro que llegaré a la puerta. Así es la esperanza cristiana: tener la certeza que yo estoy en camino hacia algo que es y no lo que yo quiero que sea. Esta es la esperanza cristiana. La esperanza cristiana es espera de una cosa que ya ha sido realizada y que ciertamente se realizará para cada uno de nosotros. También nuestra resurrección y aquella de nuestros queridos difuntos, pues, no es una cosa que puede suceder o tal vez no, sino es una realidad cierta, en cuanto está fundada en el evento de la resurrección de Cristo. Esperar pues significa aprender vivir en la espera. Aprender a vivir en la espera y encontrar la vida. Cuando una mujer se da cuenta de estar embarazada, cada día aprende a vivir en la espera de ver la mirada de ese niño que llegará… También nosotros debemos vivir y aprender de estas actitudes humanas y vivir en la espera de mirar al Señor, de encontrar al Señor. Esto no es fácil, pero se aprende: a vivir en la espera. Esperar significa e implica un corazón humilde, pobre. Solo un pobre sabe esperar. Quien está lleno de sí y de sus bienes, no sabe poner la confianza en ningún otro sino en sí mismo.
Escribe aún Pablo: «Él que murió por nosotros, a fin de que, velando o durmiendo, vivamos unidos a Él» (1 Tes 5,10). Estas palabras son siempre motivo de grande consolación y de paz. Asimismo por las personas amadas que nos han dejado estamos pues llamados a orar para que vivan en Cristo y estén en plena comunión con nosotros. Una cosa que a mí me toca el corazón es una expresión de San Pablo, siempre dirigida a los Tesalonicenses. A mí me llena de seguridad en la esperanza. Dice así: «Y así permaneceremos con el Señor para siempre» (1 Tes 4,17). ¡Qué bello! Todo pasa. Pero, después de la muerte, por siempre estaremos con el Señor. Es la certeza total de la esperanza, la misma que, mucho tiempo antes, hacia exclamar a Job: «Yo sé que mi Redentor vive […]. Yo mismo lo veré, lo contemplarán mis ojos» (Job 19,25.27). Y así por siempre estaremos con el Señor. ¿Ustedes creen esto? Les pregunto: ¿Creen esto? Más o menos, ¡eh! Pero para tener un poco de fuerza los invito a decirlo tres veces conmigo: “Y así por siempre estaremos con el Señor”. Todos juntos: “Y así por siempre estaremos con el Señor”, “Y así por siempre estaremos con el Señor”, “Y así por siempre estaremos con el Señor”. Y allá, con el Señor, nos encontraremos. Gracias.