El Papa saluda a un grupo de enfermos en el aula Pablo VI, antes de la Audiencia General
RV).- (actualizado con audio) Esta mañana, antes de comenzar la Audiencia General en la Plaza de San Pedro de todos los miércoles, el Papa se encontró en el Aula Pablo VI del Vaticano con un grupo de enfermos a los que ha saludado y a los que dedicó estas palabras:
Hemos pensamos que era mejor que estuvieran aquí, tranquilos ... un poco más frescos, ¿eh? Y no bajo este sol que cocina, ¡eh! Podrán ver la audiencia a través de las pantalla gigantes. ¿Dónde estará la pantalla gigante? Es eso, ¡eh! Allí pueden ver todo, seguir todo sin sufrir este sol; dicen que hoy será el día más caluroso, este. Gracias.
Ahora, todos juntos rezamos a la Virgen y, a continuación, daré la bendición.
Oración del Ave Maria
Bendición
(RV).- (actualizado con audio) En una plaza de San Pedro repleta de peregrinos, el Papa Francisco, quien como todos los miércoles saludó antes de comenzar la Audiencia a los fieles haciendo un recorrido en automóvil, habló de la necesidad que tenemos del don del Espíritu Santo. Insistió en la importancia de las caricias de Dios, y recordó que no tenemos que centrarnos en e l poder, ni en la vanidad. Habló de las personas que se dejan corromper por estas circunstancias advirtiéndoles que tienen el corazón roto y que así es difícil que se acerquen a Dios, “porque no tiene a Dios en el corazón”. “No son felices”, dijo. “Trata de personas, fabricación de armas…” El Santo Padre lanzó una pregunta a los fieles: “¿quién de los que estamos aquí es fabricante de armas? ¡Ninguno!, porque estos mercaderes de muerte no están aquí, aseguró.
¡No hay ningún motivo para tener miedo de Dios!, el Santo Padre en su catequesis
(RV).- (actualizado con video y audio) El Papa en la catequesis de hoy se centró en el séptimo y último don del Espíritu Santo: El temor de Dios.
El Temor de Dios, al contrario de como muchos creen, no significa tener “miedo” de Dios. No. El Temor de Dios es el don que abre nuestro corazón a Su bondad y a Su misericordia. Porque Dios, como nuestro Papá, nos ama tanto y quiere nuestra salvación. ¡No hay ningún motivo para tener miedo de Él!
Cuando el Espíritu Santo entra en nuestro corazón con este don, nos infunde consuelo y paz, haciéndonos sentir pequeños ante la grandeza de Dios. Envueltos y arropados en los brazos del Padre, nos volvemos dóciles a Él, porque lo reconocemos como Padre protector y amoroso. Así, las caricias del Padre, a través de este don del Espíritu Santo, llegan a nosotros, haciéndonos conscientes de que todo proviene de la gracia de Dios y de que nuestra fuerza viene de Él.
Pero – señaló el Santo Padre - este ser invadidos por el don del Temor de Dios que nos lleva a abandonarnos en los brazos del Padre con humildad, docilidad y obediencia no debe ser recibido con resignación y pasividad: no, al contrario, nos da fuerza y valentía para dejarnos guiar por Él.
El Temor de Dios no nos provoca miedo, pero es una señal de alarma a la persistencia del pecado: cuando una persona vive en el mal, cuando maldice a Dios, cuando se aprovecha de los otros, cuando tiraniza a los demás, cuando vive sólo para el dinero, o la vanidad o el orgullo, nos dice:¡atención!
Nadie – afirmó el Sucesor de Pedro – nadie se llevará al otro mundo dinero, vanidad, orgullo, ¡nada!. Esto – dijo el Papa– me lleva a pensar en quienes viven de la trata de personas: “ellos no son felices”. “Pienso en quienes fabrican armas que generan guerras”. Estas personas no son y no serán felices tampoco en el otro mundo porque han corrompido su corazón.
“Que el Temor de Dios les haga comprender que un día todo termina y que deberán rendir cuentas a Dios”.
Texto completo de la catequesis en italiano del Papa traducida al español (con audio)
Queridos hermanos y hermanas:
El don del temor de Dios, del que hablamos hoy, concluye la serie de los siete dones del Espíritu Santo. Esto no significa tener miedo de Dios: ¡no, no es eso! Sabemos bien que Dios es Padre y que no ama y quiere nuestra salvación y siempre perdona: ¡siempre! ¡Así que no hay razón para tener miedo de Él! El temor de Dios, en cambio, es el don del Espíritu que nos recuerda lo pequeños que somos delante de Dios y de su amor, y que nuestro bien consiste en abandonarnos con humildad, respeto y confianza en sus manos. ¡Esto es el temor de Dios: este abandono en la bondad de nuestro Padre que nos quiere tanto!
1. Cuando el Espíritu Santo toma morada en nuestro corazón, nos da consuelo y paz, y nos lleva a sentir como somos, es decir, pequeños, con aquella actitud - tan recomendada por Jesús en el Evangelio – de quien pone todas sus preocupaciones y sus esperanzas en Dios y se siente envuelto y apoyado por su calor y protección, ¡igual que un niño con su papá! Y es éste el sentimiento: es lo que el Espíritu Santo hace en nuestros corazones: nos hace sentir como niños en los brazos de nuestro papá. En este sentido, entonces, comprendemos bien cómo el temor de Dios en nosotros toma la forma de la docilidad, de gratitud y de alabanza, llenando nuestro corazón de esperanza. Muchas veces, de hecho, no alcanzamos a comprender el designio de Dios, y nos damos cuenta que no podemos asegurarnos, por nosotros mismos, la felicidad y la vida eterna. Es precisamente ante la experiencia de nuestras limitaciones y de nuestra pobreza, cuando el Espíritu Santo nos consuela y nos hace sentir que la única cosa importante es ser guiado por Jesús en los brazos de su Padre.
2. Es por eso que necesitamos tanto este don del Espíritu Santo. El temor de Dios nos hace tomar conciencia de que todo viene de la gracia y que nuestra verdadera fuerza reside sólo seguir al Señor Jesús y dejar que el Padre puede derramar sobre nosotros su bondad y su misericordia. Abrir el corazón para que la bondad y la misericordia de Dios lleguen a nosotros. Esto hace el Espíritu Santo con el don del temor de Dios: abre los corazones. Corazón abierto para que el perdón, la misericordia, la bondad, las caricias del Padre lleguen a nosotros. Porque nosotros somos hijos infinitamente amados.
3. Cuando somos colmados por el temor de Dios, entonces estamos llevados a seguir al Señor con humildad, docilidad y obediencia. Pero esto no con una actitud resignada y pasiva, incluso con lamento, sino con el estupor y la alegría, la alegría de un hijo que se reconoce servido y amado por el Padre. Por lo tanto, ¡el temor de Dios no nos hace cristianos tímidos, remisivos, sino que genera en nosotros coraje y fuerza! ¡Es un don que nos hace cristianos convencidos, entusiastas, que no se quedan sometidos al Señor por miedo, sino porque están conmovidos y conquistados por su amor! Ser conquistados por el amor de Dios: ¡y esta es una cosa bella! Dejarse conquistar por este amor de Papá: ¡que nos ama tanto! Nos ama con todo su corazón.
Pero, ¡estemos atentos, eh! porque el don de Dios, el don del temor de Dios es también una “alarma” frente a la pertinacia del pecado. Cuando una persona vive en el mal, cuando blasfema en contra de Dios, cuando explota a los otros, cuando los tiraniza, cuando vive solamente para el dinero, para la vanidad o el poder o el orgullo, entonces el Santo temor de Dios nos pone en alerta: ¡atención! Con todo este poder, con todo este dinero, con todo tu orgullo, y con toda tu vanidad, ¡no serás feliz! Nadie puede llevarse consigo al otro mundo ni el dinero, ni el poder, ni la vanidad, ni el orgullo: ¡nada! Solamente podemos llevar el amor que Dios Padre nos da, las caricias de Dios aceptadas y recibidas por nosotros con amor. Y podemos llevar lo que hemos hecho por los otros. ¡Atención, eh! No pongan esperanza en el dinero, en el orgullo, en el poder, en la vanidad: ¡esto no puede prometernos nada!
Pienso, por ejemplo, en las personas que tienen responsabilidad sobre los otros y se dejan corromper: pero ¿ustedes piensan que una persona corrupta será feliz en el otro mundo? ¡No! Todo el fruto de su corrupción ha corrompido su corazón y será difícil ir hacia el Señor.
Pienso en aquellos que viven de la trata de personas y del trabajo esclavo: ¿ustedes piensan que esta gente tenga en su propio corazón el amor de Dios, uno que trata las personas, uno que explota las personas con el trabajo esclavo? ¡No! No tienen temor de Dios. Y no son felices. No lo son.
Pienso en los que fabrican armas para fomentar las guerras: pero piensen ¡qué trabajo es éste! Estoy seguro que, si yo hago ahora la pregunta:¿cuántos de ustedes son fabricantes de armas? Nadie, nadie. Porque ésos no vienen a escuchar la palabra de Dios. Ellos fabrican la muerte, son mercaderes de muerte, que hacen esta mercancía de muerte.
Que el temor de Dios les haga comprender que un día todo termina y que deberán rendir cuentas a Dios.
Queridos amigos, el Salmo 34 nos hace rezar así: “Este pobre hombre invocó al Señor: él lo escuchó y los salvó de sus angustias. El Ángel del Señor acampa en torno de sus fieles y los libra” (v. 7-8).Pidamos al Señor la gracia de unir nuestra voz a la de los pobres, para acoger el don del temor de Dios y podernos reconocer, junto a ellos, revestidos por la misericordia y el amor de Dios, que es nuestro Padre, nuestro papá. Así sea.
Estás son las palabras que el Santo Padre dedicó a los fieles de lengua española:
(Audio)
Queridos hermanos:
El temor de Dios, don del Espíritu Santo, al que me refiero hoy, no quiere decir tener miedo a Dios, Omnipotente y Santo, pues sabemos que Dios es nuestro Padre, que nos ama y quiere nuestra salvación. Cuando el Espíritu Santo habita en nuestro corazón, nos infunde consuelo y paz, aquella actitud de quien deposita toda su confianza en Dios y se siente protegido, como un niño con su papá.
Este don del Espíritu Santo nos permite imitar al Señor en humildad y obediencia, no con una actitud resignada y pasiva, sino con valentía y gozo. Nos hace cristianos convencidos de que no estamos sometidos al Señor por miedo, sino conquistados por su amor.
Finalmente, el temor de Dios es una “alarma”. Cuando una persona se instala en el mal, cuando se aparta de Dios, cuando se aprovecha de los otros, cuando vive apegado al dinero, la vanidad, el poder o el orgullo, el santo temor de Dios llama la atención: Así no serás feliz, así terminarás mal...
Que el temor de Dios nos permita comprender que un día todo terminará y que debemos dar cuentas a Dios.
(RV).- Al final de la Audiencia, el Papa después de los saludos a los fieles hizo un llamamiento contra la explotación del trabajo infantil:
“Mañana, 12 de junio, se celebra el Día Mundial contra la explotación del trabajo infantil.
Decenas de millones de niños, escuchad bien ¡eh!, decenas de millones de niños, están obligados a trabajar en condiciones degradantes, expuestos a formas de esclavitud y explotación, así como a los abusos, los malos tratos y la discriminación.
Espero sinceramente que la comunidad internacional puede ampliar la protección social de los menores para erradicar este flagelo de los niños. Renovemos todos nuestro empeño, en particular las familias, para garantizar a cada niño y niña la salvaguardia de su dignidad y la posibilidad de un crecimiento sano. Una infancia serena permite a los niños mirar con confianza a la vida y el futuro".
Invito a todos a rezar a la Virgen que tuvo el niño Jesús en brazos, a rezar a la Virgen por estos niños y niñas que son explotados con el trabajo y también con los abusos.
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