viernes, 6 de septiembre de 2013

"La actitud del cristiano debe ser siempre alegre"

                     
Ser cristiano significa tener la alegría de pertenecer totalmente a Cristo, “único esposo de la Iglesia”, e ir al encuentro con Él igual que se va a una fiesta de bodas. Así que la alegría y la conciencia de la centralidad de Cristo son las dos actitudes que los cristianos deben cultivar en la cotidianidad.
Lo recordó el Papa Francisco en la homilía de la misa que celebró el viernes 6 de septiembre, por la mañana, en la capilla de la Domus Sanctae Marthae.

La reflexión del Santo Padre partió del episodio evangélico propuesto por la liturgia, en el que el evangelista Lucas narra la confrontación entre Jesús, los fariseos y los escribas por el hecho de que los discípulos que están con Él comen y beben mientras los demás hacen ayuno (Lucas 5, 33-39). El Pontífice explicó lo que Jesús, en su respuesta a los escribas, quiere hacer entender. Él se presenta como esposo: “Él es el esposo. La Iglesia es la esposa. Y en el Evangelio —precisó el Papa— muchas veces esta imagen vuelve: las vírgenes prudentes que esperan al esposo con las lámparas encendidas; la fiesta que hace el padre por las bodas del hijo”. Con su respuesta a los escribas, como especificó el Pontífice, “el Señor dice que cuando hay esposo no se puede ayunar, no se puede estar triste. El Señor aquí hace ver la relación entre Él y la Iglesia como bodas”. De aquí “el motivo más profundo por el que la Iglesia custodia tanto el sacramento del matrimonio. Y lo llama sacramento grande porque es precisamente la imagen de la unión de Cristo con la Iglesia”. Así que, cuando se habla de bodas, “se habla de fiesta, se habla de alegría; y esto indica a nosotros, cristianos, una actitud”: cuando encuentra a Jesucristo y comienza a vivir según el Evangelio, el cristiano debe hacerlo con alegría. Una alegría “porque hay una gran fiesta”.

El cristiano es fundamentalmente alegre. Para hacer aún más eficaz la imagen, el Papa recordó el episodio del milagro de Jesús en las bodas de Caná. “Si no hay vino, no hay fiesta. Imaginemos acabar aquellas bodas bebiendo té o zumo... No funciona. Y la Virgen pide el milagro”. Y así es la vida cristiana, caracterizada precisamente por esta “actitud, alegre, alegre de corazón”.

Naturalmente, añadió el Pontífice, “hay momentos de cruz, momentos de dolor, pero está siempre ese sentido de paz profunda. ¿Por qué? La vida cristiana se vive como fiesta, como las bodas de Jesús con la Iglesia”. Y aquí el Santo Padre recordó cómo los primeros mártires cristianos afrontaban el martirio como si fueran a las bodas; también en aquel momento tenían el corazón alegre. Por lo tanto, la primera actitud del cristiano que encuentra a Jesús, repitió el Papa, es semejante a la de la Iglesia que se une como esposa a Jesús. “Y al final del mundo —continuó— será la fiesta definitiva, cuando la nueva Jerusalén se vista como una esposa”.

Para explicar la segunda actitud, el Santo Padre recordó la parábola de las bodas del hijo del rey (Mateo 22, 1-14; Lucas 14, 16-24). “Algunos —evocó— estaban tan ocupados en los asuntos de la vida que no podían ir a esa fiesta. Y el Señor, el rey, dijo: id a los cruces de los caminos y traed a todos, los viajeros, los pobres, los enfermos, los leprosos y también los pecadores, traed a todos. Buenos y malos. Todos están invitados a la fiesta. Y la fiesta empezó. Pero después el rey vio a uno que no tenía vestido nupcial. Cierto, nos surge preguntarnos: 'padre, ¡pero cómo!: ¿son traídos de los cruces de los caminos y después se pide vestido nupcial? ¿Qué significa esto?'. Es sencillísimo: Dios nos pide sólo una cosa para entrar en la fiesta, la totalidad”. El Papa Francisco aclaró: “El esposo es el más importante; el esposo llena todo. Y esto nos lleva a la primera lectura (Colosenses1, 15-20), que nos habla fuertemente de la totalidad de Jesús. Primogénito de toda la creación, en Él fueron creadas todas las cosas y fueron creadas por medio de Él y en vista de Él; porque Él es el centro de todas las cosas. Él es también la cabeza del cuerpo que es la Iglesia. Él es principio. Dios le ha dado la plenitud, la totalidad para que en Él sean reconciliadas todas las cosas”.

Esta imagen permite entender, prosiguió el Santo Padre, que Él es “todo”, es “único”: es “el único esposo”. Y, por lo tanto, si la primera actitud del cristiano “es la fiesta, la segunda actitud es reconocerle como único. Y quien no le reconoce no tiene el vestido para ir a la fiesta, para ir a las bodas”. Si Jesús nos pide este reconocimiento es porque Él como esposo “es fiel, siempre fiel. Y nos pide la fidelidad”. No se puede servir a dos señores: “O se sirve al Señor —recordó el Papa— o se sirve al mundo”.

Así pues, es tal “la segunda actitud cristiana: reconocer a Jesús como el todo, como el centro, la totalidad”, aunque existirá siempre la tentación de rechazar esta “novedad del Evangelio, este vino nuevo”. Es necesario por ello acoger la novedad del Evangelio, porque “los odres viejos no pueden llevar el vino nuevo”. Jesús es el esposo de la Iglesia, que ama a la Iglesia y que da su vida por la Iglesia. Él organiza una gran “fiesta de bodas. Jesús nos pide la alegría de la fiesta. La alegría de ser cristianos”. Pero nos pide también ser totalmente suyos; sin embargo si mantenernos actitudes o hacemos cosas que no se corresponden con este ser totalmente suyos, “no pasa nada: arrepintámonos, pidamos perdón y vayamos adelante” —concluyó—, sin cansarnos de “pedir la gracia de ser alegres”.

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