Stefania vive en Florencia (Italia). El nacimiento de un hijo con discapacidad intelectual supuso un reto que aprendió a afrontar con fe y con mucha iniciativa. Ahora, con otros chicos en situación similar, gestiona un restaurante y una web TV.
El nacimiento de un hijo con discapacidad es como un tsunami, es una onda anómala que te arrastra y te destruye. Sin duda, el nacimiento de mi hijo Cósimo me sacudió con violencia, me desorientó por completo, porque todos los puntos de referencia que tenía se esfumaron de improviso: las esperanzas, los sueños..., todo había quedado destruido o, al menos, en situación de grave riesgo.
Cuando nació Cósimo, mi segundo hijo, me sentí impotente y me hice las preguntas que se hacen los padres de niños con discapacidad: "¿Qué hice mal?, ¿qué falta he cometido para merecerme todo esto? Dios, si existes, ¿dónde te has escondido? Menos mal que eres bueno...".
Obviamente, estas situaciones involucran a las personas que tienes alrededor: tu esposo está más desorientado que tú, te das cuenta de que tus parientes —aunque digan otra cosa— se encuentran mal, a disgusto. De pronto, te descubres viviendo una vida que no has escogido, una situación en la que no querías encontrarte jamás.
Tuve la suerte —ahora prefiero llamarla Providencia— de encontrar un neuropsiquiatra que me dio esperanzas, porque me aseguraba que Cósimo tendría una vida bellísima, quizá más difícil, pero digna de ser vivida... Decía que llegaría a ser una gran persona, más sencilla que las demás, pero digna de amor, ¡bastaba quererlo!, ¡bastaba creer!, pero..., creer ¿en qué?
Cuando nació Cósimo, mi segundo hijo, me sentí impotente y me hice las preguntas que se hacen los padres de niños con discapacidad: "¿Qué hice mal?, ¿qué falta he cometido para merecerme todo esto? Dios, si existes, ¿dónde te has escondido? Menos mal que eres bueno...".
Obviamente, estas situaciones involucran a las personas que tienes alrededor: tu esposo está más desorientado que tú, te das cuenta de que tus parientes —aunque digan otra cosa— se encuentran mal, a disgusto. De pronto, te descubres viviendo una vida que no has escogido, una situación en la que no querías encontrarte jamás.
Tuve la suerte —ahora prefiero llamarla Providencia— de encontrar un neuropsiquiatra que me dio esperanzas, porque me aseguraba que Cósimo tendría una vida bellísima, quizá más difícil, pero digna de ser vivida... Decía que llegaría a ser una gran persona, más sencilla que las demás, pero digna de amor, ¡bastaba quererlo!, ¡bastaba creer!, pero..., creer ¿en qué?
Un día, precisamente mientras buscaba respuesta a estas preguntas, mi esposo me presentó a un sacerdote del Opus Dei. Recuerdo con claridad el momento en que le dije: "Ahora hasta un sacerdote me traes a la casa y, por si no fuera suficiente, es del Opus Dei".
Por entonces mi fe no era gran cosa. Creía, pero como esperando algo a cambio. Creía sin creer, sin Amor. Y, al final, fue el Amor lo que encontré gracias a san Josemaría Escrivá. Gracias a él, comprendí que no existe alegría que no tenga raíces en forma de cruz, que no puedes disfrutar de la vida y ser feliz, si no vives la unidad de vida, si no vives la alegría junto con sus raíces, que tienen forma de cruz.
Llegué a entender que tener fe no significa poseer una anestesia contra el dolor, sino vivir con la certeza de que, también en la hora del dolor, Alguien nos ama; tener fe es sentirse amados, es sentirse hijos. Había descubierto que Cósimo, como yo, era hijo del mismo Padre, de Aquel que nos ama a todos tal y como somos. Hoy bendigo a Dios por haberme dado a Cósimo tal y como es. Hoy sé que Cósimo tiene un objetivo en la vida, soy yo quien debe hacer todo lo posible para estar "para siempre" junto con él. ¡Este es el sentido de mi vida!
Por entonces mi fe no era gran cosa. Creía, pero como esperando algo a cambio. Creía sin creer, sin Amor. Y, al final, fue el Amor lo que encontré gracias a san Josemaría Escrivá. Gracias a él, comprendí que no existe alegría que no tenga raíces en forma de cruz, que no puedes disfrutar de la vida y ser feliz, si no vives la unidad de vida, si no vives la alegría junto con sus raíces, que tienen forma de cruz.
Llegué a entender que tener fe no significa poseer una anestesia contra el dolor, sino vivir con la certeza de que, también en la hora del dolor, Alguien nos ama; tener fe es sentirse amados, es sentirse hijos. Había descubierto que Cósimo, como yo, era hijo del mismo Padre, de Aquel que nos ama a todos tal y como somos. Hoy bendigo a Dios por haberme dado a Cósimo tal y como es. Hoy sé que Cósimo tiene un objetivo en la vida, soy yo quien debe hacer todo lo posible para estar "para siempre" junto con él. ¡Este es el sentido de mi vida!
Deseaba poder comunicar este gran descubrimiento a muchas personas, pero ¿cómo? El camino ha sido, y sigue siendo, SIPARIO, una asociación en la que, junto con Marco —mi esposo—, busco dar esperanza a otros padres de familia que, como nosotros, tienen hijos con alguna discapacidad intelectual o sensitiva.
El objetivo es darles un "futuro laboral", porque el hombre necesita trabajar, no solo para sostenerse, sino para demostrar que existe y que puede colaborar en el desarrollo de la sociedad. El hecho de haber sido creados ut operaretur —para trabajar— implica que también las personas con discapacidad pueden hacerlo.
Este es el origen de la primera cooperativa social de tipo "B", un restaurante en Florencia, en Via dei Serragli, en el que trabajan, en calidad de socios, nueve jóvenes, y otros tantos lo hacen como socios en terapia. Ya que no todos podían trabajar en el área de la restauración, mi esposo tuvo la genial intuición de experimentar en el campo de la comunicación.
Dos años después de la apertura del restaurante, nació otra cooperativa, SIPARIOTV, una micro web-TV que está en camino de convertirse en una televisión digital: para esto es necesario que las personas descubran a nuestros muchachos, que cuentan con discapacidades, pero también con la habilidad de suscitar interés, de sorprender y de divertir.
Junto a estas dos cooperativas ha nacido una más, llamada "Made in Sipario", un laboratorio artístico-artesanal en donde la creatividad y el color son la fuerza secreta de las artesanías que allí se elaboran. Mi vida es un continuo movimiento, sobre todo desde que existe SIPARIO: cada vez dedico más tiempo a los jóvenes, tanto a quienes hacen voluntariado, como a quienes trabajan allí a diario.
Todo mi día, desde temprano por la mañana hasta tarde por la noche, se encuentra ocupado y dividido entre la familia, el trabajo en casa, el trabajo en la oficina con mi esposo y el trabajo en la asociación o en las cooperativas. Todas las ocupaciones que conforman mi día están unidas por un hilo que las mantiene juntas. Es un hilo que les da su razón de ser: la participación en la santa Misa, un momento de oración y unos minutos de lectura espiritual.
¿Cómo logro hacerlo? En verdad no lo sé. Más bien me pregunto: ¿cómo lograba antes vivir sin hacerlo? La energía no es mía: "Todo lo puedo en Aquel que me da la fuerza". Creo que, sencillamente, busco organizarme para poder estar con los demás.
Me gusta estar con las personas, me gusta pasar tiempo con "mis muchachos", que es como llamo a los jóvenes de la asociación SIPARIO; creo que soy como la tía de todos. Los quiero muchísimo y les deseo lo mejor, son personas maravillosas, llenas de vida y de alegría, si estás con ellos no te hallarás jamás triste, tal vez cansada, pero jamás triste y ¡mira que no es cosa de poca monta!
El objetivo es darles un "futuro laboral", porque el hombre necesita trabajar, no solo para sostenerse, sino para demostrar que existe y que puede colaborar en el desarrollo de la sociedad. El hecho de haber sido creados ut operaretur —para trabajar— implica que también las personas con discapacidad pueden hacerlo.
Este es el origen de la primera cooperativa social de tipo "B", un restaurante en Florencia, en Via dei Serragli, en el que trabajan, en calidad de socios, nueve jóvenes, y otros tantos lo hacen como socios en terapia. Ya que no todos podían trabajar en el área de la restauración, mi esposo tuvo la genial intuición de experimentar en el campo de la comunicación.
Dos años después de la apertura del restaurante, nació otra cooperativa, SIPARIOTV, una micro web-TV que está en camino de convertirse en una televisión digital: para esto es necesario que las personas descubran a nuestros muchachos, que cuentan con discapacidades, pero también con la habilidad de suscitar interés, de sorprender y de divertir.
Junto a estas dos cooperativas ha nacido una más, llamada "Made in Sipario", un laboratorio artístico-artesanal en donde la creatividad y el color son la fuerza secreta de las artesanías que allí se elaboran. Mi vida es un continuo movimiento, sobre todo desde que existe SIPARIO: cada vez dedico más tiempo a los jóvenes, tanto a quienes hacen voluntariado, como a quienes trabajan allí a diario.
Todo mi día, desde temprano por la mañana hasta tarde por la noche, se encuentra ocupado y dividido entre la familia, el trabajo en casa, el trabajo en la oficina con mi esposo y el trabajo en la asociación o en las cooperativas. Todas las ocupaciones que conforman mi día están unidas por un hilo que las mantiene juntas. Es un hilo que les da su razón de ser: la participación en la santa Misa, un momento de oración y unos minutos de lectura espiritual.
¿Cómo logro hacerlo? En verdad no lo sé. Más bien me pregunto: ¿cómo lograba antes vivir sin hacerlo? La energía no es mía: "Todo lo puedo en Aquel que me da la fuerza". Creo que, sencillamente, busco organizarme para poder estar con los demás.
Me gusta estar con las personas, me gusta pasar tiempo con "mis muchachos", que es como llamo a los jóvenes de la asociación SIPARIO; creo que soy como la tía de todos. Los quiero muchísimo y les deseo lo mejor, son personas maravillosas, llenas de vida y de alegría, si estás con ellos no te hallarás jamás triste, tal vez cansada, pero jamás triste y ¡mira que no es cosa de poca monta!
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