San Josemaría tuvo la capacidad de entender el sufrimiento y dolor ajenos debido a su propia experiencia personal. Y comprendía que la enfermedad es un tesoro para la Iglesia porque cada persona enferma participa en la Pasión de nuestro Señor en la Cruz.
El dolor, el dolor es una bendición de Dios. ¿Qué sería sin el dolor el mundo? Sería una pena. Un cuadro sin sombras es un cuadro sin cuadro. ¡Sólo con luces! No, no. Tiene que haber sombras. Y el dolor, llevado por amor, es algo muy sabroso, muy bueno. Todas las mamás lo saben, todas las esposas lo saben, todos los esposos lo saben –no van a ser ellas sólo–. Todos los papás lo saben, que el dolor es muy bueno.
De modo que quererse librar del dolor, de la pobreza, de la miseria, es estupendo. Pero eso no es liberación. Liberación es lo otro, ¿eh? Liberación es llevar con alegría la pobreza, llevar con alegría el dolor, llevar con alegría la enfermedad, llevar con una sonrisa el ahogo de la tos.
Y no se me olvidará de aquella pobre criatura a quien yo, sacerdote joven, estaba ayudando a morir después de dar la extremaunción, y le susurraba al oído: bendito sea el dolor –eso es liberación-, amado sea el dolor –y lo iba repitiendo con la voz rota, murió a los pocos minutos-, santificado sea el dolor, glorificado sea el dolor. Y no he cambiado de parecer. Esta es mi liberación, ¡anda!
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