La oración del hombre es la debilidad de Dios. Lo afirmó el Papa durante la Misa matutina presidida en la capilla de la Casa de Santa Marta el sábado 16 de noviembre. En esta ocasión participaron los canónigos del Capítulo de la Basílica de San Pedro y entre los concelebrantes se encontraba el Cardenal Arcipreste Angelo Comastri.
El Papa centró su homilía en el Evangelio en el que Jesús invita a rezar sin cesar, relatando la parábola de la viuda que pide con insistencia a un juez inicuo que se le haga justicia. De este modo, dijo Francisco, “Dios hace y hará justicia a sus elegidos, que gritan día y noche hacia Él”, como sucedió con Israel guiado por Moisés fuera de Egipto:
“Cuando Moisés clama le dice: ‘He sentido el llanto, el lamento de mi pueblo’. El Señor escucha. Y en la primera Lectura hemos escuchado lo que hizo el Señor, esa Palabra omnipotente: ‘Del Cielo viene como un guerrero implacable’. Cuando el Señor toma la defensa de su pueblo es así: es un guerrero implacable y salva a su pueblo. Salva, renueva todo: ‘Toda la creación fue modelada de nuevo en la propia naturaleza como antes. ‘El Mar Rojo se convierte en un camino sin obstáculos… y aquellos a los que tu mano protegía, pasaron con todo el pueblo’”.
El Señor – prosiguió diciendo el Papa – “ha escuchado la oración de su pueblo, porque ha sentido en su corazón que sus elegidos sufrían” y los salva de modo poderoso:
“Ésta es la fuerza de Dios. ¿Y cuál es la fuerza de los hombres? ¿Cuál es la fuerza del hombre? Esta de la viuda: llamar al corazón de Dios, llamar, pedir, lamentarse de tantos problemas, tantos dolores y pedir al Señor la liberación de estos dolores, de estos pecados, de estos problemas. La fuerza del hombre es la oración y también la oración del hombre humilde es la debilidad de Dios. El Señor es débil sólo en esto: es débil con respecto a la oración de su pueblo”.
“El culmen de la fuerza de Dios, de la salvación de Dios – explicó el Papa – está “en la Encarnación del Verbo”. Y dirigiéndose a los canónigos de San Pedro les recordó que su “trabajo es precisamente llamar al corazón de Dios”, “rezar, rezar al Señor por el pueblo de Dios”. Y los canónigos de San Petro, “precisamente en la Basílica más cercana al Papa” a donde llegan todas las oraciones del mundo, recogen estas oraciones y las presentan al Señor: este “es un servicio universal, un servicio de la Iglesia”:
“Ustedes son como la viuda: rezar, pedir, llamar al corazón de Dios, cada día. Y la viuda no se adormecía jamás cuando hacía esto, era valerosa. Y el Señor escucha la oración de su pueblo. Ustedes son representantes privilegiados del pueblo de Dios en esta tarea de rezar al Señor, por tantas necesidades de las Iglesia, de la humanidad, de todos. Les agradezco este trabajo. Recordemos siempre que Dios tiene fuerza, cuando él quiere que cambie todo. ‘Todo fue modelado de nuevo’, dice. Él es capaz de modelar todo de nuevo, pero también tiene una debilidad: nuestra oración; su oración universal cercana al Papa en San Pedro. Gracias por este servicio y vayan adelante así por el bien de la Iglesia”.
El Papa centró su homilía en el Evangelio en el que Jesús invita a rezar sin cesar, relatando la parábola de la viuda que pide con insistencia a un juez inicuo que se le haga justicia. De este modo, dijo Francisco, “Dios hace y hará justicia a sus elegidos, que gritan día y noche hacia Él”, como sucedió con Israel guiado por Moisés fuera de Egipto:
“Cuando Moisés clama le dice: ‘He sentido el llanto, el lamento de mi pueblo’. El Señor escucha. Y en la primera Lectura hemos escuchado lo que hizo el Señor, esa Palabra omnipotente: ‘Del Cielo viene como un guerrero implacable’. Cuando el Señor toma la defensa de su pueblo es así: es un guerrero implacable y salva a su pueblo. Salva, renueva todo: ‘Toda la creación fue modelada de nuevo en la propia naturaleza como antes. ‘El Mar Rojo se convierte en un camino sin obstáculos… y aquellos a los que tu mano protegía, pasaron con todo el pueblo’”.
El Señor – prosiguió diciendo el Papa – “ha escuchado la oración de su pueblo, porque ha sentido en su corazón que sus elegidos sufrían” y los salva de modo poderoso:
“Ésta es la fuerza de Dios. ¿Y cuál es la fuerza de los hombres? ¿Cuál es la fuerza del hombre? Esta de la viuda: llamar al corazón de Dios, llamar, pedir, lamentarse de tantos problemas, tantos dolores y pedir al Señor la liberación de estos dolores, de estos pecados, de estos problemas. La fuerza del hombre es la oración y también la oración del hombre humilde es la debilidad de Dios. El Señor es débil sólo en esto: es débil con respecto a la oración de su pueblo”.
“El culmen de la fuerza de Dios, de la salvación de Dios – explicó el Papa – está “en la Encarnación del Verbo”. Y dirigiéndose a los canónigos de San Pedro les recordó que su “trabajo es precisamente llamar al corazón de Dios”, “rezar, rezar al Señor por el pueblo de Dios”. Y los canónigos de San Petro, “precisamente en la Basílica más cercana al Papa” a donde llegan todas las oraciones del mundo, recogen estas oraciones y las presentan al Señor: este “es un servicio universal, un servicio de la Iglesia”:
“Ustedes son como la viuda: rezar, pedir, llamar al corazón de Dios, cada día. Y la viuda no se adormecía jamás cuando hacía esto, era valerosa. Y el Señor escucha la oración de su pueblo. Ustedes son representantes privilegiados del pueblo de Dios en esta tarea de rezar al Señor, por tantas necesidades de las Iglesia, de la humanidad, de todos. Les agradezco este trabajo. Recordemos siempre que Dios tiene fuerza, cuando él quiere que cambie todo. ‘Todo fue modelado de nuevo’, dice. Él es capaz de modelar todo de nuevo, pero también tiene una debilidad: nuestra oración; su oración universal cercana al Papa en San Pedro. Gracias por este servicio y vayan adelante así por el bien de la Iglesia”.
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