El Doctor Manuel Leal es especialista en Medicina Interna, trabaja en el Servicio de Enfermedades Infecciosas del Hospital Virgen del Rocío de Sevilla y dirige el laboratorio de Inmunovirología09 de marzo de 2009
Lleva trabajando desde principios de los años 80 con pacientes infectados por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), agente causante del SIDA. Fue el primer médico en comunicar en Europa que había pacientes hemofílicos que estaban infectados por VIH. Su labor profesional se reparte entre atender a pacientes infectados por el VIH, la dirección del laboratorio de investigación y la labor docente de pregrado y posgrado.
El Doctor Leal es uno de los principales impulsores de la Red de Investigación en SIDA (RIS), creada en 2002. La RIS es un espacio de investigación en un campo complejo que exige un esfuerzo multidisciplinar, y que reúne a un total de 90 investigadores básicos y clínicos. Actualmente la RIS investiga los casos de más de 4.000 pacientes, recogidos en diferentes centros especializados que permiten tener una radiografía de la investigación y los perfiles de los enfermos a nivel nacional. Este modelo en red permite acelerar el desarrollo de tratamientos eficaces en la lucha contra el SIDA y mejorar la asistencia al enfermo.
¿Se podrá encontrar una solución definitiva al SIDA?
En tan sólo quince años la mortalidad causada por el VIH ha disminuido debido a la disponibilidad de tratamientos antivirales cada vez más eficaces. Sin embargo, desafortunadamente, el virus no puede ser erradicado del organismo; en consecuencia la infección sólo puede ser controlada, no curada.
Es importante señalar que las consecuencias a largo plazo de tener en el cuerpo un virus de las características del VIH (aunque esté controlado por los medicamentos) son en gran parte desconocidas, pero observaciones recientes indican que estas personas son más vulnerables a padecer cánceres y a experimentar un envejecimiento prematuro de su sistema inmune. En consecuencia lo más importante en la lucha contra el SIDA sigue siendo la prevención, no infectarse.
Hay que precisar que la epidemia del SIDA es de escala planetaria, y además incontrolada en el momento actual. Tenga en cuenta que la marcha de una epidemia no se mide por la disminución de la mortalidad, sino por la aparición de nuevas infecciones. Desgraciadamente el número de nuevas personas infectadas sigue creciendo en todo el mundo, y por supuesto en España. Las personas más vulnerables a la infección son los jóvenes y la ruta más frecuente de transmisión del VIH son las relaciones sexuales (tanto homo como heterosexual).
En mi opinión las campañas de prevención están lejos de ser satisfactorias, ya que se centran exclusivamente en el uso de preservativos Se comete, además, el grave error de estigmatizar y excluir instituciones que subrayan otras medidas preventivas eficaces, tales como una educación sexual sólida acorde con lo que es el hombre y la fidelidad dentro de la pareja. Le diré algo: las dimensiones de la epidemia del SIDA son tan dramáticas, que en su prevención nadie sobra, incluido instituciones (no necesariamente religiosas) que aporten soluciones no “políticamente correctas”.
¿Cómo tratar a un paciente infectado que sabe que su enfermedad no tiene curación?
Son muchos años los que llevo atendiendo a pacientes con Sida, desde 1983 cuando era médico residente en el Hospital Virgen del Rocío de Sevilla. Los primeros años fueron muy duros; carecíamos de tratamientos frente al virus y se nos morían entre 2 y 4 pacientes por semana. El SIDA ha condicionado prácticamente toda mi vida profesional, tanto en su vertiente de asistencia clínica directa en sala de hospitalización y consultas, como en investigación y docencia. He cerrado los ojos a muchos enfermos y amigos.
Al poco tiempo de empezar a tratar enfermos con SIDA se produjo en mi vida interior cambios profundos que me llevaron, como hijo pródigo, a Dios y a la Iglesia católica. Mi encuentro con Dios, a través del Opus Dei, hizo desplegarse en mi interior un sinfín de realidades ocultas: 1) En cada uno de mis enfermos, de alguna forma está Cristo; 2) Dios quiere que dé frutos donde estoy plantado, con mis hermanos más inmediatos: enfermos, familia, colegas; 3) Dios me quiere trabajando, haciéndolo bien: curando cuando se puede, aliviando y siempre consolando; 4) Mi inteligencia (mis “talentos”) también me la ha dado Dios para que descifre enigmas de su Creación, que además de satisfacer mi curiosidad innata, la ponga al servicio de mis enfermos, salvando vidas; ese es mi oficio. En el Opus Dei entendí la dimensión sobrenatural del trabajo, y la responsabilidad de hacerlo bien.
De todas formas, antes de volver a la Fe, ya tenía claro (por sentido común) que el ser humano existe desde el momento de la concepción, y persiste hasta el momento de la muerte. En consecuencia carezco de autoridad para cegar sus vidas. Ésta consideración es de sentido común, pero a la luz de la Fe adquiere dimensiones de sabor eterno.
Antes se ha referido a la falta de educación en valores para afrontar la lucha contra el SIDA y otras cuestiones bioéticas. ¿Cómo acertar?
Me separo ahora un poco de la enfermedad del SIDA, que abordaré un poco más adelante, y comienzo esta respuesta hablándote del drama del aborto. Como médico sé que un feto no es un amasijo de células, ni mucho menos un tumor que necesita ser extirpado. Un médico sabe –sea creyente o no– que un feto es un ser humano que tiene muchas potencialidades. No se trata de un ser humano potencial, como se dice ahora. Esto es un concepto de sentido común. Hay mucha desinformación al respecto. El aborto es un gran fracaso de la medicina. El médico está para intentar salvar vidas, no para destruirlas.
Volviendo al SIDA, considero que es fundamental una adecuada educación sexual de los jóvenes, que comience en la familia. Lo he dicho antes y lo reitero. Nos jugamos tanto, que para atajar esta epidemia no sobra nadie. No podemos excluir por razones meramente ideológicas propuestas que ayudan o fomentan, por ejemplo, la abstinencia, o las que vayan encaminadas a fomentar la responsabilidad de los jóvenes. Hace falta un debate sereno, sin exclusiones ideológicas, porque nos jugamos mucho.
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