Magda, a sus 85 años, tiene marido, cuatro hijos (la pequeña religiosa carmelita) y once nietos. Pero hubo un tiempo en el creció sola. Judía de familia húngara fue deportada a los 16 años al campo de concentración de Auschwitz. Y al entrar fue separada de su madre y hermana a las que nunca más volvió a ver.
Deportada y sola en Auschwitz
Allí vivió el vacío existencial más grande. Quería morirse. Sin embargo, recuerda que “en el fondo del infierno, la bondad salvó mi vida”. Hubo pequeños gestos, a veces casi insignificantes e imperceptibles, que fueron un bálsamo en su vida y que resultaron más importantes de lo que uno puede pensar. Es eso mismo lo que trata de transmitir a los jóvenes en sus charlas, que en el detalle está muchas veces la esencia
De este modo, Magda recuerda perfectamente “los cuatro pequeños pedazos de pan que me dio un moribundo en Auschwitz cuando me moría de hambre”. “Tú eres joven, debes vivir para presenciar lo que sucede aquí. Hay que decir al mundo lo que aquí ocurre”, le dijo aquella persona.
Del mismo modo, recuerda las gotas de agua que otra persona le dio en el campo, “algo más valioso que todo el oro del mundo” e incluso los zapatos que le ofreció un guardia de Auschwitz. Unos gestos de esperanza que la mantuvieron con vida hasta que un día conoció la cruz que definitivamente dio un vuelco a su existencia.
La bondad, ¿estéril?
Hasta ese momento, su vida fue turbulenta y dura pues no se perdonaba a sí misma por estar viva y no así su madre y su hermana. “Mira el humo de la chimenea, ya están allí”, le decía uno de los guardias del campo.
“Recuerdo también las palabras de Edwige, un deportado de Auschwitz que se ha convertido en jefe de los bloques, cuando ella me gritaba y me pegaba: “la lástima es un delito, la bondad es estéril".
El gesto del guardia del campo
Pero aunque el sufrimiento la carcomiera por dentro y el sentimiento de culpabilidad la oprimiese una cosa sí pudo experimentar, la bondad no era estéril. Y el suceso con un guardia le hizo ver el rostro humano en quien era su enemigo. El guardia era ucraniano y a su vez el estaba controlado por las SS. Magda tenía grandes problemas con el frío pues le habían robado los zapatos. Ella estaba desesperada.
El guardia lo vio todo y a gritos la ordenó ir a un lugar donde nadie los viese. Allí, para sorpresa de ella, le llevó cerca de una hoguera, le frotó los pies con periódicos para que recuperara el calor y después sacó de su mochila unos zapatos y se los dio. “Con ese gesto el me dio la vida mientas arriesgaba la suya”, recuerda. Cuido de ella durante cuatro meses. “Así pude recuperar la esperanza en la bondad de los hombres.
¿Dónde está Dios?
Durante ese tiempo, también experimentó un rencor hacía Dios pues muchos de sus compañeros morían mientras rezaban a un Dios que parecía sordo y oculto. Este sentimiento de rabia le acompañó una vez salió del campo de concentración una vez acabada la guerra.
En 1945 fue enviada a un orfanato en Bélgica. Allí estuvo varios años. Al principio quería acabar con su vida. “No tenia nada ni a nadie, estaba devastada por la culpa de haber sobrevivido”. Pero fue otro de estos pequeños gestos lo que empezó a cambiarle la vida. “Conocí a una mujer que sonreía y esa sonrisa me cambió la vida”, afirma.
Una mujer, con una cruz al cuello
Y justo después llegó el gran momento. “En 1948 conocí a una persona que me tocó con su presencia. “Llevaba una cruz alrededor del cuello. Le pregunté por el significado de ese signo y me respondió que era la Cruz de Jesús…”.
En ese momento esa mujer le prestó un Evangelio. “Le abrí al azar y me encontré con este pasaje: “tuve hambre y me disteis de comer…"(Mt 25,35). Una palabra que llegaba a su vida y a su existencia, algo que le transformó para siempre. “Este Jesús realmente me interesa…”, fue lo primero que pensó.
Bautizada y transformada
En este proceso de conversión y de curación interna fue profundizando en esta nueva fe que le hablaba directamente a su vida y fue bautizada católica a los 23 años aunque nunca olvidó sus orígenes judíos.
Desde ese momento su vida tuvo una dimensión nueva. La bondad, la alegría y sobre todo el amor le habían salvado. Todo ello quedaba reflejado perfectamente en Jesucristo. Ahora el turno le tocaba a ella. No podía quedarse de brazos cruzados.
"Nuestros actos nos comprometen. Depende de cada uno de escoger el ser humano o humillar, volverse violento o pacificar. Auschwitz está en cada uno de nosotros y todos nosotros todos podemos hacernos criminales. Podemos elegir mantener vivo el miedo y ser víctimas hasta olvidar que estamos vivos. Yo escogí la vida. Estoy alegre. Para mí, la alegría es una oración viva. Es el Cielo en la tierra. Cuando se expresa, llama a la alegría en el otro". "El agua es la vida y la vida está siempre en movimiento", evoca a menudo Magda.
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