San Dimas recibió del mismo Jesucristo la certeza de su salvación, al reconocerle como Hijo de Dios en la cruz y pedirle perdón: "En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 23, 43), escuchó el Buen Ladrón.
También Andrés Wouters redimió una vida de pecado en el último minuto. Y también por la puerta grande, pues recibió la palma del martirio, que lava todas las culpas y garantiza el cielo, asimismo con palabras del Redentor: "Quien pierda su vida por mí, ése la salvará" (Lc 9, 24).
Su historia terminó junto con el resto de los 19 mártires de Gorcum (en la actual Holanda), 19 sacerdotes y religiosos torturados y ahorcados por los calvinistas en 1572 durante una de las revueltas protestantes contra Felipe II y cuya festividad de celebra el 9 de julio.
Pero en él había una peculiaridad: no llegó a la palma martirial como resultado de una vida virtuosa que merece de Dios ese premio, sino como última esperanza de salvación tras haber violentado durante años sus votos sacerdotales.
San Andrés Wouters de Heynoord (1542-1572), beatificado junto con sus compañeros por Clemente X en 1675 y canonizado también con ellos por Pío IX en 1867, formaba parte de la diócesis de Harlem, pero no era precisamente el más miembro más virtuoso de su clero. Borracho y mujeriego, vivía con una concubina y tenía varios hijos, y su obispo había terminado por apartarle de toda función sacerdotal.
Pero, en medio de esa vida dejada de la mano de Dios, seguía con preocupación los acontecimientos que se producían en su país. Los calvinistas, envalentonados con su victoria sobre los luteranos (lucha no menos cruel que la que ambos mantuvieron contra la Iglesia y España), se habían envalentonado en una rebelión contra la Corona. Se llamaron a sí mismos "los mendigos del mar", un eufemismo para su condición de piratas que se refugiaban en las islas próximas a la costa tras las las derrotas que les infligió el Duque de Alba en tierra. Eran "gente desgarrada, rebotada de todos los países, sin otro vínculo que el odio a los papistas y la sed de pillaje", dice el capuchino Lázaro Iriarte.
Política de exterminio
El 1 de abril de 1572, sin embargo, bajo el mando del conde de La Marck, lograron un gran éxito al tomar la ciudad de Brielle, en la desembocadura del Mosa.
Luego, el 26 de junio, ocuparon Gorcum (Gorinchem), y tras arrasar las iglesias y quemar cuantas imágenes cayeron en sus manos, decidieron deshacerse del clero local, tanto secular como regular.
Capturaron a nueve franciscanos, a dos hermanos legos de su mismo monasterio, al párroco de la ciudad y a su coadjutor, a otro sacerdote y a un agustino director del convento local de su orden. A estos quince se unieron después otros cuatro futuros mártires: un premonstratense; un dominico de una parroquia cercana que, al conocer la detención de los primeros, acudió a administrarles los sacramentos y fue detenido; un norbertino que, tras una vida frívola y en desobediencia a sus superiores, se había reconducido por la buena senda; y (¡sorpresa!) Andrés Wouters.
A todos ellos les conoció bien V.G. Estius (Van Est), quien en 1603 escribió la Historia de los mártires de Gorcum, principal fuente de los hechos. Casi todos los detenidos (ignoramos en este relato algunos religiosos más no citados, que acabaron fallando en la fe) eran religiosos de virtud notable y, cuando no, al menos buenos sacerdotes.
En su puesto en la hora decisiva
Así que no daban crédito cuando se toparon con Wouters, porque su presencia no obedecía tanto al deseo de ayudar, como en el caso del dominico, como a la convicción de que su puesto estaba entre quienes -bien lo sabía- iban a morir por la fe. Se había entregado voluntariamente, entendiendo que debía expiar su pasado corriendo la misma suerte que quienes habían sido más fieles al sacerdocio que él. "Tal vez había fallado muy a menudo en acomodar su conducta a sus convicciones, pero en la hora de la crisis fue capaz, con la ayuda divina, de poner en práctica una fe que aún era robusta", explica el jesuita John W. Donohue.
Los religiosos fueron torturados salvajemente en Gorcum y luego, tras desnudarles para mayor humillación, les trasladaron a Brielle. Durante el camino los secuestradores cobraban a la chusma por verles en tan lamentable estado.
Ejemplos de fidelidad
Durante su suplicio les dieron la oportunidad de salvar su vida: sólo tenían que rechazar el Papado y la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía. Se encontraron con respuestas como la del párroco Nicolás Poppel: “Yo sufriré voluntariamente la muerte por la fe católica y la creencia de que el Cuerpo y Sangre de Jesucristo están realmente presentes en el Santísima Sacramento, bajo las especies de pan y de vino”. El lego fray Cornelio de Wyk-by-Duurnstende profesó igualmente su fe, aunque de modo más sencillo y con emocionante obediencia religiosa: "Yo creo todo lo que cree mi superior".
Al franciscano padre Nicolás Pieck, cuando cayó sin sentido después de horas de colgadura de su propio cordón, le aplicaron una llama a oídos, nariz y boca para comprobar si vivía. Llamaron a un médico para curarle, y sus familiares intentaron aprovechar la circunstancia para una fuga, pero él respondió como corresponde al superior del convento: "No aceptaré la libertad si no es conjuntamente con mis religiosos".
Los calvinistas habían recibido órdenes de Guillermo de Orange, cabecilla protestante de la revuelta separatista, para mitigar las represalias, pero los mendigos del mar hicieron caso omiso. Colgaron a los 19 religiosos y sacerdotes de la viga de un establo, disponiendo la soga de forma que la muerte tardase en llegar. Una vez consumado el crimen el 9 de julio en presencia del almirante Luney, hombre que odiaba a los católicos, les descuartizaron.
La frase célebre
Sus cuerpos fueron enterrados de mala manera, y sólo cuarenta años después, durante una tregua en la larga guerra de los Países Bajos, pudieron ser recuperados, y descansan hoy en una iglesia franciscana de Bruselas.
Con Andrés Wouters se cebaron especialmente. Conocían su historial, así que era fácil recordárselo en ese trance para reírse de él y vejarle a gusto. La fe, unida por fin a la caridad en los instantes postreros de su vida, había mantenido firme un último hilo con Nuestro Señor.
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