- ¿Cómo era Lwena cuando usted llegó?
- Llegué el 5 marzo de 1986. Lwena era el epicentro de la guerra. Vivíamos en una ciudad militar, donde no se llegaba por tierra. Los aviones bajaban en tirabuzón, había combates muy intensos. Recuerdo que en 1991 nos bombardearon la casa con nosotros dentro. En ese tiempo yo estaba en la parroquia de San Pedro y San Pablo, donde están ahora los salesianos. La casa fue parcialmente destruida. Después fui a Dalatando, capital de Kuanza Norte, ahí también tuvimos varios episodios de guerra porque era territorio controlado por Unita, el movimiento guerrillero que se enfrentó al MPLA que había ganado las elecciones y por eso comenzó la guerra civil. Los salesianos no huimos, nos quedamos con la población. Éramos dos curas argentinos y un brasileño. Así estuvimos dos años. La vida era muy dura. Faltaba alimento, remedios y mucha gente moría. Lo más difícil era remontar el desánimo de la gente, teníamos que obligarla a plantar algo para comer.
- ¿Cómo se anuncia el Evangelio en estas tierras?
Los misioneros encontraron aquí una iglesia muy viva. En un tiempo pasado pertenecer a la iglesia Católica era mal visto. Por eso la gente tenía un grado de heroísmo muy grande para vivir su fe. Quien era católico tenía una gran convicción. En la época de la guerra, por el monopartidarismo, por cuestiones ideológicas prácticamente se excluía a quien era católico de participar en la vida política y de los cargos públicos. Era relegado al anonimato, no tenía acceso a las fuentes materiales ni a una gran formación o a cargos de importancia social. Ahora se anuncia el evangelio libremente. Nosotros vamos aprendiendo a anunciarlo con el pueblo que es muy religioso. Nosotros nos ayudamos a crecer en la fe mutuamente.
- ¿Cuales son los grandes problemas?
- El analfabetismo. En áreas rurales es muy alto, la mayor parte de la población. La falta de caminos; nuestra capital solamente está unida por asfalto a un solo municipio. Para llegar a algunas comunidades hay que ir en camioneta, después en canoa y luego seguir en moto. Sin camino no hay progreso. Además se ha afectado la estructura familiar. La educación tradicional, que tenía muchísimos valores, se ha perdido casi totalmente; son muchos años de guerra y no hubo el pasaje a las nuevas generaciones. Hoy en día uno va a localidades y encuentra 35 aldeas que no tienen maestros ni atención sanitaria, con lugares de muy difícil acceso.
- ¿Cuál es el secreto para ser un buen misionero?
- Tener mucha capacidad de escucha. Ir acompañando el ritmo de crecimiento de las personas en su fe y en su dimensión humana. La gente tiene su forma de caminar, de resolver sus cosas, a pesar de que uno tiene una estructura mental y una forma de resolver las cosas de una determinada manera. En otra cultura hay que escuchar, y a medida que ellos escuchan el Evangelio y lo van rediciendo, a partir de ellos mismos. El peligro es habituarse a las cosas que parecen normales y no lo son. El Evangelio es una luz nueva que nos va iluminando los espacios oscuros. En medio de todo eso uno se va dando cuenta de que la capacidad de entusiasmar y de ayudar a creer que otro mundo es posible, es responsabilidad nuestra, porque quizás uno sea el único que puede iniciar un proceso de cambio.
- ¿Cómo se puede ser misionero y seguir buscando las fronteras ,como pide el Papa?
- Pienso en una persona que se pasa años cuidando a un enfermo, que requiere todas sus atenciones. Frente a eso, ser misioneros en África nos coloca en una posición privilegiada, pero las opciones son de cada día y hay que ir renovándolas. Yo mismo me cuestiono cómo puedo ir a una nueva frontera, y trato de buscar otra. Siempre hay otra. Cada persona es otra frontera. Si uno tiene el oído afinado puede escuchar la frontera que es el otro.
Fuente: lagaceta.com.ar
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