Pedro y Pablo nos hacen comprender que un cristiano se puede jactar de dos cosas: “De sus propios pecados y de Cristo crucificado”. La fuerza transformadora de la Palabra de Dios – explicó el Pontífice – parte de tener conciencia de esto. Y Pablo, en su primera Carta a los Corintios, invita a quien se cree sabio a “volverse necio para llegar a ser docto, porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios”:
“Pablo nos dice que la fuerza de la Palabra de Dios, esa que cambia el corazón, que cambia el mundo, que nos da esperanza, que nos da vida, no está en la sabiduría humana: no está en hablar bien y en decir las cosas con inteligencia humana. No. Eso es necedad, dice él. La fuerza de la Palabra de Dios viene de otra parte. También la fuerza de la Palabra de Dios pasa por el corazón del predicador, y por esto dice a aquellos que predican la Palabra de Dios: ‘Vuélvanse necios, es decir, no pongan su seguridad en su sabiduría, en la sabiduría del mundo”.
El Apóstol Pablo no se vanagloria de sus estudios – “había estudiado con los profesores más importantes de su tiempo” – sino “sólo de dos cosas”:
“Él mismo dice: ‘yo sólo me glorío de mis pecados’. Esto escandaliza. Además, en otro pasaje dice: ‘Yo sólo me glorío en Cristo, este Crucificado. La fuerza de la Palabra de Dios está en aquel encuentro entre mis pecados y la sangre de Cristo, que me salva. Y cuando no existe este encuentro, el corazón no tiene fuerza. Cuando se olvida ese encuentro que hemos tenido en la vida, nos volvemos mundanos, queremos hablar de las cosas de Dios con lenguaje humano, y no sirve: no da vida”.
También Pedro – en el Evangelio de la pesca milagrosa – experimenta el encuentro con Cristo viendo su propio pecado: ve la fuerza de Jesús y se ve a sí mismo. Se inclina a sus pies diciendo: “Señor, aléjate de mí, porque soy un pecador”. En este encuentro entre Cristo y mis pecados está la salvación, dijo el Papa:
“El lugar privilegiado para el encuentro con Jesucristo son los propios pecados. Si un cristiano no es capaz de sentirse precisamente pecador y salvado por la sangre de Cristo, de este Crucificado, es un cristiano a mitad de camino, es un cristiano tibio. Y cuando nosotros encontramos Iglesias decadentes, cuando encontramos parroquias decadentes, instituciones decadentes, seguramente los cristianos que están allí no han encontrado jamás a Jesucristo o se han olvidado de aquel encuentro con Jesucristo. La fuerza de la vida cristiana y la fuerza de la Palabra de Dios está precisamente en aquel momento donde yo, pecador, encuentro a Jesucristo y aquel encuentro da un vuelco a la vida, cambia la vida… Y te da la fuerza para anunciar la salvación a los demás”.
El Papa Francisco invita a hacerse algunas preguntas, dijo también el Papa: “¿Soy capaz de decir al Señor: ‘Soy pecador?’”. No en teoría, ¿sino confesando “el pecado concreto? ¿Y soy capaz de creer que precisamente Él, con su Sangre, me ha salvado del pecado y me ha dado una vida nueva? ¿Tengo confianza en Cristo?”. Y concluyó: “¿De qué cosas puede jactarse un cristiano? De dos cosas: de los propios pecados y de Cristo crucificado”.
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