“Quisiera golpear y golpear una bolsa de pugilista, para sacarme la rabia que me crece dentro – comenta Sebastián –. La vida me golpeó a mí en plena carrera, como un puño terrible en pleno rostro; como un tren que te embiste a toda marcha. Hasta sentís que sería mejor haberse muerto. Pero es existencial, de los afectos. Son esos duelos duros de la vida. Pero el dolor se siente en el cuerpo y el alma”.
-Pero, no es que quieres golpear a una persona -afirmé yo-, que se que Sebastián no es violento.
“¡No!, responde Sebastian. No es contra personas. Es que hoy el dolor tiene mucho de rabia, de impotencia. Fui yo mismo el que se equivocó proyectando fuera de la realidad”.
- “La realidad es superior a la idea”, le digo. Pero si es un golpe de la realidad no necesariamente es malo. Puede llegar a ser muy bueno, como le pasó a Ignacio de Loyola: la herida de bala le cambió la vida.
Entonces apareció toda la sabiduría y la bondad de Sebastian, que aunque hoy está muy herido, me dijo: “Claro que no es malo. No es la primera vez que me pasa. Solo que soy cabeza dura. Si uno va por un camino equivocado es bueno que te despierten aunque sea de un trompazo. Pero estos golpes te cambian la dirección de la mirada; te hacen ver la realidad. Y la herida –lo dijo como quien tiene el corazón agujereado-, esta herida te permite respirar. Si logras que tu herida no supure el pus del resentimiento, de la envidia o la venganza, por esa herida puede brotar mucha compresión y amor a los demás. Por la herida se puede salir del propio yo para ir al que verdaderamente necesita amor, como pide Papa Francisco y como han hecho tantos que superan el propio dolor ayudando a otros” –afirmó Sebastián. Y concluyó: “Al final, el golpe te lo da el mismo Dios porque me quiere. Por eso rezo: ¡Gracias Dios mío, por detenerme a tiempo para que no caiga en un precipicio!”.
REFLEXIONES EN FRONTERA
Jesuita Guillermo Ortiz
AUDIO: http://es.radiovaticana.va/news/2013/07/02/golpe_duro,_pero_en_vez_del_precipicio/spa-706792
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