¿Puede escribir sobre Doctrina Social un hombre que ha estado 13 años en prisión, 9 de ellos es régimen de aislamiento? ¿Un hombre condenado por el Estado como enemigo social?
Ese Estado, el Vietnam comunista, sigue existiendo y no ha anunciado ningún arrepentimiento. El hombre era Francisco Javien Nguyen Van Thuan, encarcelado 3 meses después de ser nombrado obispo coadjutor de Saigón por Pablo VI, en 1975. El nombramiento se dio 7 días antes de que el Vietnam del Norte, comunista, conquistase Vietnam del Sur, capitalista.
Van Thuan, después de 13 años en prisión bajo duras condiciones, llegaría a ser cardenal responsable del Pontificio Consejo Justicia y Paz, y puso en marcha en 1999 la preparación del Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, una herramienta docente usada en todo el planeta, segunda en importancia sólo al Catecismo.
Avanza su beatificación
Este viernes 5 de julio de 2013 se cierra la parte diocesana de su proceso de beatificación. El Papa Francisco se reunirá con los técnicos que están trabajando en el proceso, y con unos 500 vietnamitas, amigos y compañeros del Siervo de Dios, según ha adelantado su sucesor en Justicia y Paz, el cardenal ghanés Peter Turkson. Es Justicia y Paz quien ha impulsado el proceso de beatificación de quien fuera su responsable desde 1998 hasta su muerte en 2002.
"Ya hay varios informes de posibles milagros", asegura Waldery Hilgerman, el postulador de la causa. Cerrada la fase diocesana, llega el momento de estudiar los posibles milagros. Durante estos dos años de proceso, además, se han reunido 10.000 páginas de documentos, incluyendo escritos de Van Thuan nunca publicados.
Para examinar las virtudes heróicas del cardenal, han sido entrevistados docenas de testigos. En marzo estaba previsto un viaje de la comisión a Vietnam para recoger más testimonios, pero el gobierno comunista lo impidió a última hora. Aún así, 26 testigos que viven en Vietnam han enviado sus informes y testimonios por escrito desde allí.
¿Resucitó Van Thuan a un muerto?
Como ya publicó ReL, el milagro para beatificar al cardenal podría ser el que experimentó en 2009 un joven seminarista de familia vietnamita pero estudiando en Denver, EEUU, llamado Joseph Nguyen, cuyo certificado de defunción ya estaba rellenado y había sido declarado oficialmente muerto, sin actividad cerebral y con un ritmo cardíaco mínimo.
Pero el 7 de octubre, día de la Virgen del Rosario, empezó a agitarse violentamente, con riesgo de arrancarse los tubos. Su padre le colocó un rosario en la mano y quedó quieto. Seguía en coma, pero los médicos ya no sabían qué hacer con él.No se atrevían a declararlo muerto otra vez. Siete días después, Joseph despertó. Los médicos pensaban que tardaría meses o años en poder hablar, caminar o estudiar, quizá con secuelas. Pero a los pocos días hablaba y caminaba con normalidad y enseguida volvió a sus estudios.
"Vi al cardenal estando yo en coma"
La familia de Joseph había estado rezando esos días pidiendo la intercesión del cardenal. Y Joseph asegura que lo vio estando en coma. “Durante mi estado de coma, hay sólo dos cosas que recuerdo: dos visiones del cardenal Van Thuan. Se me ha aparecido dos veces”.
Joseph dijo que no sólo lo vio sino que también habló con el cardenal, en dos momentos que describe como “separación de cuerpo y alma”. Joseph piensa que los encuentros ocurrieron mientras los médicos estaban observando su pérdida de actividad cerebral y la desaparición de los signos vitales. “Poco después de la segunda visita del cardenal, me desperté del coma”, afirmó.
Joseph hoy visita enfermos, que quedan muy impresionados al ver su cicatriz en la garganta, de la traqueotomía. "Es muy satisfactorio poder entrar en la sala y decir ´no te sientas solo, yo he estado ahí, físicamente, en esa cama de hospital", dice el seminarista. Afirma que del coma aprendió "la virtud de la esperanza", un mensaje para transmitir a los demás. "Ese es el cardenal Van Thuan en mi vida", afirma.
Benedicto XVI lo menciona en Spe Salvi
Precisamente, la capacidad de dar esperanza fue la razón por la que Benedicto XVI menciona al cardenal Van Thuan en su encíclica Spe Salvi.
"El que reza nunca está totalmente solo. De sus trece años de prisión, nueve de ellos en aislamiento, el inolvidable Cardenal Nguyen Van Thuan nos ha dejado un precioso opúsculo: Oraciones de esperanza. Durante trece años en la cárcel, en una situación de desesperación aparentemente total, la escucha de Dios, el poder hablarle, fue para él una fuerza creciente de esperanza, que después de su liberación le permitió ser para los hombres de todo el mundo un testigo de la esperanza, esa gran esperanza que no se apaga ni siquiera en las noches de la soledad", explica el Papa en el párrafo 32 de su encíclica sobre la esperanza.
Papelitos de contrabando espiritual
En sus años de prisión y aislamiento severo, Van Thuan hizo circular papelitos con mensajes espirituales "de contrabando". Los católicos los copiaban a mano y circulaban por el país. Luego se recopilaron en un libro, y se tradujo a varios idiomas: el hombre condenado al aislamiento llegó a decenas, a cientos de miles de personas.
Sus oraciones de la cárcel se popularizaron. Con una pieza de madera y un alambre se hizo un pequeño crucifijo. Con unas migas de pan y unas gotas de vino que conseguía con dificultades, celebraba la misa a escondidas. Algunos de sus guardianes acabaron convirtiéndose al catolicismo.
Párrafos de los libros de Van Thuan
»Después de que me arrestaran en agosto de 1975, dos policías me llevaron en la noche de Saigón hasta Nhatrang, un viaje de 450 kilómetros. Comenzó entonces mi vida de encarcelado, sin horarios. Sin noches ni días. En nuestra tierra hay un refrán que dice: "Un día de prisión vale por mil otoños de libertad". Yo mismo pude experimentarlo.
»En la cárcel todos esperan la liberación, cada día, cada minuto. Me venían a la mente sentimientos confusos: tristeza, miedo, tensión. Mi corazón se sentía lacerado por la lejanía de mi pueblo. En la oscuridad de la noche, en medio de ese océano de ansiedad, de pesadilla, poco a poco me fui despertando: "Tengo que afrontar la realidad. Estoy en la cárcel. ¿No es acaso este el mejor momento para hacer algo realmente grande? ¿Cuántas veces en mi vida volveré a vivir una ocasión como ésta? Lo único seguro en la vida es la muerte. Por tanto, tengo que aprovechar las ocasiones que se me presentan cada día para cumplir acciones ordinarias de manera extraordinaria"».
»En las largas noches de presión, me convencí de que vivir el momento presente es el camino más sencillo y seguro para alcanzar la santidad. Esta convicción me sugirió una oración: "Jesús, yo no esperaré, quiero vivir el momento presente llenándolo de amor. La línea recta está hecha de millones de pequeños puntos unidos unos a otros. También mi vida está hecha de millones de segundos y de minutos unidos entre sí. Si vivo cada segundo la línea será recta. Si vivo con perfección cada minuto la vida será santa.
»En los meses sucesivos, cuando me tenían encerrado en el pueblo de Cay Vong, bajo el control continuo de la policía, día y noche, había un pensamiento que me obsesionaba: "¡El pueblo al que tanto quiero, mi pueblo, se ha quedado como un rebaño sin pastor! ¿Cómo puedo entrar en contacto con mi pueblo, precisamente en este momento en el que tienen tanta necesidad de un pastor?". Las librerías católicas habían sido confiscadas; las escuelas cerradas; los maestros, las religiosas, los religiosos desperdigados; algunos habían sido mandados a trabajar a los campos de arroz, otros se encontraban en las "regiones de nueva economía" en las aldeas. La separación era un "shock" que destruía mi corazón».
»Yo no voy a esperar --me dije--. Viviré el momento presente, llenándolo de amor. Pero, ¿cómo?». Una noche lo comprendí: "François, es muy sencillo, haz como san Pablo cuando estaba en la cárcel: escribe cartas a las comunidades". Al día siguiente, en octubre de 1975, con un gesto pude y llamar a un niño de cinco años, que se llamaba Quang, era cristiano. «Dile a tu madre que me compre calendarios viejos».
»Ese mismo día, por la noche, en la oscuridad, Quang me trajo los calendarios y todas las noches de octubre y de noviembre de 1975 escribí a mi pueblo mi mensaje desde el cautiverio. Todas las mañanas, el niño venía para recoger las hojas y se las llevaba a su casa. Sus hermanos y hermanas copiaban los mensajes. Así se escribió el libro "El camino de la esperanza", que ahora ha sido publicado en once idiomas».
»Cuando me arrestaron, tuve que marcharme enseguida, con las manos vacías. Al día siguiente me permitieron escribir a los míos, para pedir lo más necesario: ropa, pasta de dientes... Les puse: "Por favor, enviadme un poco de vino como medicina contra el dolor de estómago". Los fieles comprendieron enseguida.
»Me enviaron una botellita de vino de misa, con la etiqueta: "medicina contra el dolor de estómago", y hostias escondidas en una antorcha contra la humedad.
»La policía me preguntó:
–¿Le duele el estómago?
–Sí.
–Aquí tiene una medicina para usted.
»Nunca podré expresar mi gran alegría: diariamente, con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de la mano, celebré la misa. ¡Éste era mi altar y ésta era mi catedral! Era la verdadera medicina del alma y del cuerpo: "Medicina de inmortalidad, remedio para no morir, sino para vivir siempre en Jesucristo", como dice Ignacio de Antioquía.
»A cada paso tenía ocasión de extender los brazos y clavarme en la cruz con Jesús, de beber con él el cáliz más amargo. Cada día, al recitar las palabras de la consagración, confirmaba con todo el corazón y con toda el alma un nuevo pacto, un pacto eterno entre Jesús y yo, mediante su sangre mezclada con la mía. ¡Han sido las misas más hermosas de mi vida!
En el campo de reeducación estábamos divididos en grupos de 50 personas; dormíamos en un lecho común; cada uno tenía derecho a 50 cm. Nos arreglamos para que hubiera cinco católicos conmigo. A las 21.30 había que apagar la luz y todos tenían que irse a dormir. En aquel momento me encogía en la cama para celebrar la misa, de memoria, y repartía la comunión pasando la mano por debajo de la mosquitera.
»Incluso fabricamos bolsitas con el papel de los paquetes de cigarrillos para conservar el Santísimo Sacramento y llevarlo a los demás. Jesús Eucaristía estaba siempre conmigo en el bolsillo de la camisa.
»Una vez por semana había una sesión de adoctrinamiento en la que tenía que participar todo el campo. En el momento de la pausa, mis compañeros católicos y yo aprovechábamos para pasar un saquito a cada uno de los otros cuatro grupos de prisioneros: todos sabían que Jesús estaba en medio de ellos. Por la noche, los prisioneros se alternaban en turnos de adoración. Jesús eucarístico ayudaba de un modo inimaginable con su presencia silenciosa: muchos cristianos volvían al fervor de la fe. Su testimonio de servicio y de amor producía un impacto cada vez mayor en los demás prisioneros. Budistas y otros no cristianos alcanzaban la fe. La fuerza del amor de Jesús era irresistible.
»Así la oscuridad de la cárcel se hizo luz pascual, y la semilla germinó bajo tierra, durante la tempestad. La prisión se transformó en escuela de catecismo. Los católicos bautizaron a sus compañeros; eran sus padrinos.
»En conjunto fueron apresados cerca de 300 sacerdotes. Su presencia en varios campos fue providencial, no sólo para los católicos, sino que fue la ocasión para un prolongado diálogo interreligioso que creó comprensión y amistad con todos.
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