domingo, 21 de julio de 2013

Dios siempre tiene un plan B

A Juan Carlos le gusta decir que es, de profesión, emprendedor. Nació en Ávila en 1974 y ha sido negociante desde muy joven. Lleva los bolsillos de la chaqueta rebosantes de papeles y las muñecas llenas de pulseras: cada una con una historia detrás. “No me atraía ser bueno de verdad, es más, me creía que ya lo era, y prefería distraerme y ganar dinero; pero entonces Dios me hizo saber que aunque yo no hubiera seguido el plan A, tenía para mí un plan B”.

“He llegado a tener 12 sociedades a pleno rendimiento en tres continentes... No es que no me interesase la religión, es que era como un idioma que no conoces, algo que me parecía sumamente aburrido, y como creía que yo era el bueno y precisamente la Iglesia era la mala, pues para qué decirte más… Yo iba a Misa para bodas, bautizos y celebraciones de ese tipo... y no entendía lo que decía el cura, me parecía un idioma diferente. Por tanto, me quedaba en la puerta fumando un cigarrillo o me escapaba a la taberna más cercana para dejar pasar el tiempo.


Entendía sólo el idioma de la vida a gran velocidad, de los negocios, y ganar dinero rápido: me trasladé a vivir al barrio de Salamanca a un piso de lujo, en Madrid; me compré un Porsche último modelo..., oficinas en el rascacielos de la Torre Colón. Un día inauguraba en la T-4 de Madrid una franquicia de tapas de la que yo era el propietario, al siguiente, estaba en Dubai enseñando a un inversor libanés a realizar una expansión de restaurantes en Oriente Medio, y al otro, enseñando a un jefe de cocina egipcio a manejar el wok, y así, por Inglaterra, México, Estados Unidos,… Y por medio, ruedas de prensa, reuniones con gestores de fondos de capital de riesgo interesados en comprar mi empresa…No paraba, sólo pensaba en dar más valor a la compañía y hacerme multimillonario antes de los 30 años.”

-¿No parabas para nada? ¿No creías en nada?

“Bueno, sí creía, pero a mi manera, claro. Vamos, que era creyente a la carta: esto sí, pero esto no.

Yo soy de una familia normal de Ávila y católica. Me había casado por la Iglesia, tuve una tía abuela hija de la Caridad en Marruecos, misionera en Sudamérica; y un tío cura; y una tía Carmelita Descalza a la que visitábamos una vez al año en su convento de Toro (Zamora). Por ejemplo, mi tía Alejandrina (Madre Carmen Teresa), la carmelita, me escribía unas cartas preciosas de las que yo no pillaba ni una palabra: ahora las leo y disfruto como un niño; me doy cuenta de lo que me quería esta santa mujer, y lo que rezaba por mí, pero cuando estás con la cabeza en otras cosas, lo que tiene que ver con la religión se hace incomprensible, estás convencido que es un estorbo para conseguir tu objetivo. Hace falta como un cambio de chip, resetear todo, tu alma, para darte cuenta de lo “tontorrón” que uno ha podido ser. Lo que te decía: yo creía, yo de chaval quería ser primero militar, luego multimillonario y por último misionero, cuando fuese ya multimillonario, y poder ayudar.”

-No son tres futuros especialmente compatibles.

“Pues a mí me lo parecían, en cierto modo. De hecho, a los dieciocho años me fui voluntario a las COES (Compañía Operaciones Especiales), vamos, los “boinas verdes”, y a la vuelta me hice cargo durante unos meses de los negocios familiares, los cuales abandoné con el declarado deseo de llegar a multimillonario por mis propios medios.

Lo de misionero, ya vería cómo encajarlo más tarde. Algo latía al respecto en algún lugar de mi interior; pero ya me ocupaba yo de amortiguarlo, y evitaba a toda costa hablar con sacerdotes o entrar en iglesias.”

-¿Por qué?

“Porque sabes que eso te va a hacer cambiar, y el lado oscuro tira mucho. Ahora sólo de pensarlo, me da repelús admitir esto. Como comprenderás, en medio de todo ese trajín no sólo tomábamos agua mineral, aunque tampoco es que fuésemos unos inconscientes absolutos. Vas a lo tuyo. Te sale bien una operación, inviertes, ganas mucho dinero, luego en algún negocio te arruinas, vuelves a empezar: tiendas de ropa, hoteles, restaurantes... negocios, fama, reconocimiento. No digo que sean cosas malas: digo que si las tomas como fines en sí mismas, se convierten en distracciones de lo importante.”

-¿Y cómo se sale de ese círculo vicioso?

“Tomaré la pregunta como un juego de palabras. Se sale gracias al plan B. Un buen día de 2009 estaba yo en la enésima reunión de la jornada: recuerdo perfectamente que entrevistaba a un candidato a director comercial para un negocio de venta de productos electrónicos en tele-tienda. Estábamos en la cafetería de un hotel de lujo de la Castellana y yo me empecé a sentir muy cansado, agotado, me costaba seguir la conversación, mi cerebro iba muy rápido pero mis músculos faciales se estaban paralizando, no respondían, Terminé aquello mal: el pobre candidato debió pensar que yo era un bicho raro, o vete tú a saber qué. Llegué a casa arrastrándome como pude, no podía decir ni hola a la gente que me cruzaba por el ascensor, y me tiré literalmente en lo que encontré más cerca de la puerta de mi casa, en el sofá. Creo que ya no podía mover media cara: se me torcía la boca, y la lengua apenas la podía mover para articular palabra. Se me empezó a paralizar la mitad derecha del cuerpo: brazo, pierna, etc. Ahorro los detalles: pasé 18 días ingresado y unos seis meses para recuperar los movimientos originales.”

-Tuviste un ictus...

“No, ese fue uno de los primeros diagnósticos que pensaron, pero se descartó inmediatamente. Luego se descartó que fuera un tumor cerebral, y un largo listado de enfermedades raras, hasta que todo se redujo a una posibilidad: esclerosis múltiple. Con este diagnóstico he vivido muchos meses, años. Aún no se ha diagnosticado del todo con exactitud, sigo en revisiones; pero eso es lo de menos. Lo que tuve fue un aviso de que no podía seguir viviendo así, lo cual no lo interpreto como una desgracia. Ha sido para mí una de las experiencias más duras de mi vida, y a la vez más provechosa; si pudiera elegir, lo volvería a pasar.

Lo importante tiene dos líneas principales: la primera, el apoyo de mi mujer, de mi madre y de mi hermana Ana Virginia en una situación tan difícil. Y la segunda es que vino a verme al hospital mi amigo Eduardo, que se tuvo que colar bien colado en el hospital, dado que estaba prohibida la entrada a todas las personas, y yo no quería ver a nadie en el estado en que estaba. No lo logró nadie, pero él astuta y providencialmente llegó a mi habitación. Me emocioné, le abracé, y me regaló un ejemplar de La Pasión de Cristo, del Padre La Palma, en la que puso una dedicatoria que me dejó fundido: “Que busques a Cristo, que encuentres a Cristo, que ames a Cristo.”

-¿Sabes quién regaló una vez ese mismo libro con esa misma dedicatoria?

“He sabido después que san Josemaría hizo el mismo regalo a un estudiante de arquitectura. Para mí fue el inicio de mi vida de verdad. Luego hice con Eduardo un curso de retiro; al volver me volví loco por conocer a Jesús. No entendía cómo podía haber vivido sin conocer antes a este hombre, que vivió en Jerusalén. Me arrepentí muchísimo del tiempo perdido. Entré en internet e hice acopio de todo tipo de materiales: devocionarios, el Evangelio de cada día, meditaciones, etc. Todo un converso 2.0. No, en serio. Ahora charlo frecuentemente con el sacerdote que predicó aquel primer curso de retiro: lo primero que me dijo fue: “con ALMA y con CALMA”. Cada vez que me acuerdo de él, reconozco agradecido su paciencia.

Actualmente no puedo vivir sin sacar hueco para un rato de oración diario. Procuro ir a Misa, rezar el rosario... Me preocupo de mis amigos, de ofrecer mi trabajo y hacerlo bien, de dedicar tiempo a la familia. Me gustaría decir que soy un buen cooperador del Opus Dei: digamos que lo intento.”

-¿Has perdido algún amigo por tomarte más en serio la fe?

“Bueno, más que perder, he visto cómo se alejan de mi, igual que he visto cómo hay otros muchos que se acercan. He sacado más amigos al estar cerca de Dios que al estar lejos de Dios, y además, amigos más auténticos.
Hay gente a la que no le agrada tener cerca a alguien que se toma la fe en serio; ahí viene lo duro, porque te crees que todos te van a entender, y eso no es así de sencillo. Rezo por ellos con todo mi corazón; pero son una minoría, y no pierdo la esperanza de recuperarlos. Les entiendo, yo era como ellos, y si me pongo en su lugar, yo diría en su caso: “este tío está pirado.”

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