martes, 5 de febrero de 2013

La rebelión más joven: el amor: Ignacio Ibarzábal

La rebelión y la juventud van de la mano. Cuando nuestra personalidad bosqueja sus trazos y la madurez es todavía incipiente, somos proclives al inconformismo, al levantamiento, a patear el tablero. A veces la motivación es la negación o incluso el capricho, y el desenlace, el caos. Otras, en cambio, la rebeldía es sencillez, autenticidad, don incontenible.


De esto se trata la Rebelión del Amor Sólido, que ahora da su primer paso en Panamá. Es un movimiento de jóvenes que contiene una propuesta concreta respecto del amor erótico: reconocer y aceptar nuestra dignidad y celebrarla con generosidad. Con la palabra como vehículo, recorremos ciudades y países difundiendo la alegría que nos brinda vivir el amor, el matrimonio y la familia.

Hoy parece que solo hay una actitud correcta: decir que todo da lo mismo. Quienes crecimos bajo este sentir, sabemos que no. Como dice el Dr. Conen, no da lo mismo ser generoso que egoísta, fiel que infiel, honesto que deshonesto. De hecho, la fragmentación de las familias y la insatisfacción generalizada son secuelas evidentes de olvidar esta distinción. Una tolerancia falsificada nos ha impedido fomentar diálogos genuinos. Nosotros no dejaremos que nuestra voz quede silenciada, y vamos a brindar nuestro mejor servicio a la cultura: animarnos a hablar.

Durante las últimas décadas nos hemos dejado guiar por espejismos. La utopía de la revolución sexual acanaló pretensiones legítimas, pero dejó su gran promesa incumplida. Hemos pasado a creer que la vida es individualidad total, el amor, libertad sin horizonte, y la felicidad, sexualidad dilatada. El otro se nos presenta como límite –no como prójimo– y el único medio de realizarnos pasa a ser el poder; que, en el sexo, es el placer descontextualizado. ¿La ansiada felicidad? No llega.

Quienes promovemos la Rebelión del Amor Sólido creemos que una auténtica liberación y una profunda felicidad son posibles. Confiamos, para ello, en la libertad de hacer valer nuestras elecciones y en la sexualidad como lenguaje de paz.

Reivindicar la libertad es parte de nuestra tarea como comunidad. Las posibilidades de todos crecen si nuestra libertad se aleja del egoísmo para acercarse a la solidaridad. Del mismo modo, perdemos libertad en nuestras relaciones si nos atamos a un sentimiento pasajero, dando por tierra con nuestros compromisos. La auténtica liberación supone favorecer el flujo de nuestros sentimientos en el cauce de nuestras elecciones. Encontraremos la plenitud de nuestra libertad, no en la veleidad sentimental, sino en la incondicionalidad del amor.

Por otra parte, queremos realzar el don de la sexualidad. Nadie tiene una visión más positiva de ella que nosotros. Hay que celebrarla con la solemnidad de las grandes fiestas, aplaudirla y alegrarse en ella.

Esto se opone a reducirla en la instrumentalización del placer, derivando en el aislamiento y la confrontación. Cuando vivimos la sexualidad como lenguaje del amor, comenzamos por reconocer la vida de otra persona, y nos permitimos comunicar nuestra intimidad y gestar la paz. De aquí, la novedad perenne del amor como camino hacia la paz.

La rebelión más radical es la del amor. Esta rebelión, al superar toda regla, y sobre todo, toda dependencia, es auténtica libertad. Es así que, abriéndonos al reconocimiento del otro, admitimos la rebelión más joven y posibilitamos la unidad. Es por eso que cada vez somos más los jóvenes que nos aventuramos en la Rebelión del Amor Sólido.

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