Como recuerdan algunas historias recientes dadas a conocer por los grupos provida en Estados Unidos, se pueden revertir los efectos de la píldora abortiva RU 486, si se interviene a tiempo.
El caso de Emily
Así sucedió, por ejemplo, el pasado Día de Acción de Gracias en el Juan Diego Pregnancy Center de San José (California), donde, como cuenta California Catholic Daily, fue atendida con éxito Emily, una madre embarazada de seis semanas que sólo quince días antes había estado en un centro de Planning Parenthood (la principal industria del aborto en el país) para tomar la pastilla y abortar. Se había arrepentido de hacerlo al minuto siguiente, pero la enfermera del abortorio le dijo que ya era tarde. No es verdad, y Emily acudió al Centro Juan Diego tras saber, por los grupos provida, que es posible frenar a tiempo los efectos letales de la píldora.
El caso de Ashley
Otro hecho similar lo relató recientemente LifeNews, y en él se aplicó un protocolo médico que existe desde 2007 y fue creado por el doctor Matthew Harrison, uno de los dos (de los tres, en realidad) protagonistas de la historia.
El médico recibió la visita de Ashley, una joven de 20 años embarazada de siete semanas, quien había acudido a un abortorio dos días antes a solicitar la píldora abortiva RU 486. Se trata de un fármaco llamado mifeprex que bloquea la hormona progesterona imprescindible para contiinuar el embarazo, y que debe ser complementado después con otro, el misoprostol o cytotec, para inducir la expulsión del niño muerto.
En algunos casos el primer medicamento no mata al bebé, y Ashley no había tomado la segunda pastilla, así que había una esperanza cuando el doctor Harrison se encontró con aquella circunstancia por primera vez. Ashley le explicó que había decidido matar a su hijo por presión de su novio y padre de la criatura, pero que cuando tomó la pastilla se arrepintió y dijo: "Dios mío, ¿qué he hecho?". Llamó a su madre, que no sabía nada, y ella la remitió a un centro médico, donde le recomendaban al facultativo que ahora escuchaba su caso.
Éste, inexperto ante el caso, pidió salir un momento, se fue a la habitación de al lado... y rezó. Tras consultar diversos recursos profesionales, decidió aplicarle a Ashley un tratamiento de progesterona, una dosis extra que, pensaba, podría contrapesar los efectos de la letal pastilla.
Había riesgos, de los que informó a Ashley. Primero, que el tratamiento no resultase y el bebé muriese. También, que hubiese complicaciones que prolongasen el proceso, con riesgo vital para madre e hijo. Pero la joven estaba decidida a intentar cualquier cosa para darle la vuelta a su trágico error. Firmó el consentimiento informado y animó al doctor: "Pase lo que pase, estamos en manos de Dios. Rezaré y mi hijo estará bien".
¡Y nació Kaylie!
Inició el tratamiento, y ese fin de semana sangró. Luego dejó de sangrar, y el embarazo continuó su curso. Y meses después el doctor Daniel L. Holland, socio del doctor Harrison en la consulta, atendió un parto perfecto del que nació una niña perfecta, Kaylie, una superviviente de la RU 486.
Los estudios en esta línea han continuado, con un reciente estudio de la doctora Mary Davenport publicado en The Annals of Pharmacotherapy [Anales de Farmacoterapia], en el cual, sobre 6 casos seguidos, 4 lograron dar a luz sin complicaciones un bebé sano. Toda una esperanza para aquellas mujeres que sólo cuando han ingerido el fármaco mortal comprenden la magnitud del paso que han dado.
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