El
Santo Padre Francisco rezó la oración mariana del Ángelus con los miles
de fieles y peregrinos que se habían dado cita en la Plaza de San Pedro
en el IV Domingo de Adviento. Antes de invocar a la Madre de Dios, el
Obispo de Roma recordó que en esta ocasión el Evangelio nos relata los
hechos que precedieron al nacimiento de Jesús, y que el evangelista
Mateo nos los presenta desde el punto de vista de San José, el esposo
prometido de la Virgen María.
Se trata de un Evangelio que nos muestra toda la grandeza de espíritu de San José. Puesto que para él, que estaba siguiendo un buen proyecto de vida, Dios le reservó una misión más grande. El Papa también destacó que José “era un hombre que escuchaba siempre la voz de Dios”, “un hombre atento a los mensajes que le llegaban de lo profundo de su corazón y de lo alto”. Y dijo que “no se obstinó en perseguir su proyecto de vida”, ni “permitió que el rencor le envenenara el ánimo”, sino que estuvo dispuesto a la novedad que, “de modo desconcertante”, se le presentaba.
Por esta razón, dijo Francisco, San José se volvió “más libre y grande aún”. Libertad que, como afirmó el Papa Bergolio, “nos interpela” a todos y nos muestra el camino. De ahí que el Pontífice afirmara que nos disponemos entonces a celebrar la Navidad contemplando a María y a José: María, la mujer llena de gracia que tuvo el valor de encomendarse totalmente a la Palabra de Dios, y José, “el hombre fiel y justo”, que prefirió “creer al Señor en lugar de escuchar las voces de la duda y del orgullo humano”.
(María Fernanda Bernasconi – RV).
Texto completo de la alocución del Papa antes de rezar el Ángelus:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este IV Domingo de Adviento, el Evangelio nos relata los hechos que precedieron al nacimiento de Jesús, y el evangelista Mateo los presenta desde el punto de vista de San José, el esposo prometido de la Virgen María.
José y María vivían en Nazaret; aún no habitaban juntos, porque el matrimonio todavía no se había celebrado. Mientras tanto, María, después de haber acogido el anuncio del Ángel, estaba encinta por obra del Espíritu Santo. Cuando José se da cuenta de este hecho, permanece desconcertado.
El Evangelio no explica sus pensamientos, pero nos dice lo esencial: él trata de hacer la voluntad de Dios y está dispuesto a la renuncia más radical. En lugar de defenderse y de hacer valer sus propios derechos, José elige una solución que para él representa un enorme sacrificio. Y el Evangelio dice: “Como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto” (1, 19).
¡Esta breve frase resume un verdadero y propio drama interior, si pensamos en el amor que José tenía por María! Pero también en semejante circunstancia, José desea hacer la voluntad de Dios y decide, seguramente con gran dolor, despedir a María en secreto.
Es necesario meditar sobre estas palabras, para entender cuál fue la prueba que José tuvo que sostener en los días que precedieron el nacimiento de Jesús. Una prueba semejante a la del sacrificio de Abraham, cuando Dios le pidió a su hijo Isaac (Cfr. Ge 22): renunciar a lo más precioso, a la persona más amada.
Pero, como en el caso de Abraham, el Señor interviene: ha encontrado la fe que buscaba y abre un camino diverso, un camino de amor y de felicidad: “José – le dice – no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo” (Mt 1, 20).
Este Evangelio nos muestra toda la grandeza de espíritu de San José. Él estaba siguiendo un buen proyecto de vida, pero Dios reservaba para él otro designio, una misión más grande. José era un hombre que escuchaba siempre la voz de Dios, profundamente sensible a su secreto deseo, un hombre atento a los mensajes que le llegaban de lo profundo del corazón y de lo alto. No se obstinó en perseguir su proyecto de vida, no permitió que el rencor le envenenara el ánimo, sino que estuvo listo para ponerse a disposición de la novedad que se le presentaba de modo desconcertante. Y así, ¡era un hombre bueno! No odiaba, y no permitió que el rencor le envenenara el ánimo. ¡Pero cuántas veces a nosotros el odio, también la antipatía, el rencor nos envenenan el alma! ¡Esto hace mal! No lo permitan jamás, él es un ejemplo de esto. Y de este modo José se volvió más libre y grande aún. Aceptándose según el designio del Señor, José se encuentra plenamente, más allá de sí mismo. Esta libertad suya de renunciar a lo que es suyo, a la posesión de su propia existencia, y esta plena disponibilidad interior suya a la voluntad de Dios, nos interpelan y nos muestran el camino.
Nos disponemos entonces a celebrar la Navidad contemplando a María y a José: María, la mujer llena de gracia que ha tenido el coraje de encomendarse totalmente a la Palabra de Dios; José, el hombre fiel y justo que ha preferido creer al Señor en lugar de escuchar las voces de la duda y del orgullo humano. Con ellos, caminamos juntos hacia Belén.
Después de rezar a la Madre de Dios, el Santo Padre saludó cariñosamente a todos los presentes:
Leo allí, escrito en grande: “Los pobres no pueden esperar”. Es bello. Y esto, esto me hace pensar que Jesús nació en un establo. No nació en una casa. Después, tuvo que huir, ir a Egipto para salvar su vida. Al final, volvió a su casa, en Nazaret. Y yo pienso hoy, también leyendo esto, en tantas familias sin casa. Ya sea porque nunca la tuvieron, o porque la han perdido por tantos motivos. Familia y casa van juntas. Es muy difícil llevar adelante la familia sin vivir en una casa. En estos días de Navidad, invito a todos, a las personas, a las entidades sociales, a las autoridades, a hacer todo lo posible para que cada familia pueda tener una casa.
Saludo con afecto a todos ustedes, queridos peregrinos procedentes de diversos países para participar en este encuentro de oración. Mi pensamiento va a las familias, a los grupos parroquiales, a las asociaciones y cada uno de los fieles.
De modo particular, saludo a la comunidad del Pontificio Instituto para las Misiones Extranjeras, a la Banda musical de San Juan Valdarno, a los chicos de la Parroquia de San Francisco Nuevo de Rieti, y a los participantes en la estafeta que partió de Alejandría y que llegó a Roma para testimoniar su empeño a favor de la paz en Somalia.
A cuantos de Italia, se han reunido hoy para manifestar su empeño social, les deseo que den su contribución constructiva, rechazando las tentaciones del choque y de la violencia y siguiendo siempre el camino del diálogo, defendiendo los derechos.
Deseo a todos un feliz domingo y una Navidad de esperanza, de justicia y de fraternidad. ¡Buen almuerzo y hasta la próxima!
Se trata de un Evangelio que nos muestra toda la grandeza de espíritu de San José. Puesto que para él, que estaba siguiendo un buen proyecto de vida, Dios le reservó una misión más grande. El Papa también destacó que José “era un hombre que escuchaba siempre la voz de Dios”, “un hombre atento a los mensajes que le llegaban de lo profundo de su corazón y de lo alto”. Y dijo que “no se obstinó en perseguir su proyecto de vida”, ni “permitió que el rencor le envenenara el ánimo”, sino que estuvo dispuesto a la novedad que, “de modo desconcertante”, se le presentaba.
Por esta razón, dijo Francisco, San José se volvió “más libre y grande aún”. Libertad que, como afirmó el Papa Bergolio, “nos interpela” a todos y nos muestra el camino. De ahí que el Pontífice afirmara que nos disponemos entonces a celebrar la Navidad contemplando a María y a José: María, la mujer llena de gracia que tuvo el valor de encomendarse totalmente a la Palabra de Dios, y José, “el hombre fiel y justo”, que prefirió “creer al Señor en lugar de escuchar las voces de la duda y del orgullo humano”.
(María Fernanda Bernasconi – RV).
Texto completo de la alocución del Papa antes de rezar el Ángelus:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este IV Domingo de Adviento, el Evangelio nos relata los hechos que precedieron al nacimiento de Jesús, y el evangelista Mateo los presenta desde el punto de vista de San José, el esposo prometido de la Virgen María.
José y María vivían en Nazaret; aún no habitaban juntos, porque el matrimonio todavía no se había celebrado. Mientras tanto, María, después de haber acogido el anuncio del Ángel, estaba encinta por obra del Espíritu Santo. Cuando José se da cuenta de este hecho, permanece desconcertado.
El Evangelio no explica sus pensamientos, pero nos dice lo esencial: él trata de hacer la voluntad de Dios y está dispuesto a la renuncia más radical. En lugar de defenderse y de hacer valer sus propios derechos, José elige una solución que para él representa un enorme sacrificio. Y el Evangelio dice: “Como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto” (1, 19).
¡Esta breve frase resume un verdadero y propio drama interior, si pensamos en el amor que José tenía por María! Pero también en semejante circunstancia, José desea hacer la voluntad de Dios y decide, seguramente con gran dolor, despedir a María en secreto.
Es necesario meditar sobre estas palabras, para entender cuál fue la prueba que José tuvo que sostener en los días que precedieron el nacimiento de Jesús. Una prueba semejante a la del sacrificio de Abraham, cuando Dios le pidió a su hijo Isaac (Cfr. Ge 22): renunciar a lo más precioso, a la persona más amada.
Pero, como en el caso de Abraham, el Señor interviene: ha encontrado la fe que buscaba y abre un camino diverso, un camino de amor y de felicidad: “José – le dice – no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo” (Mt 1, 20).
Este Evangelio nos muestra toda la grandeza de espíritu de San José. Él estaba siguiendo un buen proyecto de vida, pero Dios reservaba para él otro designio, una misión más grande. José era un hombre que escuchaba siempre la voz de Dios, profundamente sensible a su secreto deseo, un hombre atento a los mensajes que le llegaban de lo profundo del corazón y de lo alto. No se obstinó en perseguir su proyecto de vida, no permitió que el rencor le envenenara el ánimo, sino que estuvo listo para ponerse a disposición de la novedad que se le presentaba de modo desconcertante. Y así, ¡era un hombre bueno! No odiaba, y no permitió que el rencor le envenenara el ánimo. ¡Pero cuántas veces a nosotros el odio, también la antipatía, el rencor nos envenenan el alma! ¡Esto hace mal! No lo permitan jamás, él es un ejemplo de esto. Y de este modo José se volvió más libre y grande aún. Aceptándose según el designio del Señor, José se encuentra plenamente, más allá de sí mismo. Esta libertad suya de renunciar a lo que es suyo, a la posesión de su propia existencia, y esta plena disponibilidad interior suya a la voluntad de Dios, nos interpelan y nos muestran el camino.
Nos disponemos entonces a celebrar la Navidad contemplando a María y a José: María, la mujer llena de gracia que ha tenido el coraje de encomendarse totalmente a la Palabra de Dios; José, el hombre fiel y justo que ha preferido creer al Señor en lugar de escuchar las voces de la duda y del orgullo humano. Con ellos, caminamos juntos hacia Belén.
Después de rezar a la Madre de Dios, el Santo Padre saludó cariñosamente a todos los presentes:
Leo allí, escrito en grande: “Los pobres no pueden esperar”. Es bello. Y esto, esto me hace pensar que Jesús nació en un establo. No nació en una casa. Después, tuvo que huir, ir a Egipto para salvar su vida. Al final, volvió a su casa, en Nazaret. Y yo pienso hoy, también leyendo esto, en tantas familias sin casa. Ya sea porque nunca la tuvieron, o porque la han perdido por tantos motivos. Familia y casa van juntas. Es muy difícil llevar adelante la familia sin vivir en una casa. En estos días de Navidad, invito a todos, a las personas, a las entidades sociales, a las autoridades, a hacer todo lo posible para que cada familia pueda tener una casa.
Saludo con afecto a todos ustedes, queridos peregrinos procedentes de diversos países para participar en este encuentro de oración. Mi pensamiento va a las familias, a los grupos parroquiales, a las asociaciones y cada uno de los fieles.
De modo particular, saludo a la comunidad del Pontificio Instituto para las Misiones Extranjeras, a la Banda musical de San Juan Valdarno, a los chicos de la Parroquia de San Francisco Nuevo de Rieti, y a los participantes en la estafeta que partió de Alejandría y que llegó a Roma para testimoniar su empeño a favor de la paz en Somalia.
A cuantos de Italia, se han reunido hoy para manifestar su empeño social, les deseo que den su contribución constructiva, rechazando las tentaciones del choque y de la violencia y siguiendo siempre el camino del diálogo, defendiendo los derechos.
Deseo a todos un feliz domingo y una Navidad de esperanza, de justicia y de fraternidad. ¡Buen almuerzo y hasta la próxima!
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