martes, 25 de diciembre de 2012

"Donde no se da gloria a Dios tampoco hay paz"...

VATICANO, 25 Dic. 12 / 07:27 am (ACI/EWTN Noticias).- Al presidir la Misa de Nochebuena celebrada en la Basílica de San Pedro, el Papa Benedicto XVI subrayó que “con la gloria de Dios en las alturas, se relaciona la paz en la tierra a los hombres”, por lo que “donde no se da gloria a Dios, donde se le olvida o incluso se le niega, tampoco hay paz”.


El Santo Padre lamentó en su homilía la existencia de corrientes de pensamiento populares que “sostienen lo contrario: la religión, en particular el monoteísmo, sería la causa de la violencia y de las guerras en el mundo”.

Para estas corrientes de pensamiento “sería preciso liberar antes a la humanidad de la religión para que se estableciera después la paz. El monoteísmo, la fe en el único Dios, sería prepotencia, motivo de intolerancia, puesto que por su naturaleza quisiera imponerse a todos con la pretensión de la única verdad”.

El Santo Padre indicó que si bien “es incontestable un cierto uso indebido de la religión en la historia, no es verdad, sin embargo, que el ‘no’ a Dios restablecería la paz”.

“Si la luz de Dios se apaga, se extingue también la dignidad divina del hombre. Entonces, ya no es la imagen de Dios, que debemos honrar en cada uno, en el débil, el extranjero, el pobre. Entonces ya no somos todos hermanos y hermanas, hijos del único Padre que, a partir del Padre, están relacionados mutuamente”.

El Papa señaló que los géneros de violencia que aparecen al negar a Dios “y cómo el hombre desprecia y aplasta al hombre, lo hemos visto en toda su crueldad el siglo pasado”.

“Sólo cuando la luz de Dios brilla sobre el hombre y en el hombre, sólo cuando cada hombre es querido, conocido y amado por Dios, sólo entonces, por miserable que sea su situación, su dignidad es inviolable”.

Benedicto XVI remarcó que “en el transcurso de todos estos siglos, no se han dado ciertamente sólo casos de uso indebido de la religión, sino que la fe en ese Dios que se ha hecho hombre ha provocado siempre de nuevo fuerzas de reconciliación y de bondad. En la oscuridad del pecado y de la violencia, esta fe ha insertado un rayo luminoso de paz y de bondad que sigue brillando”.

“Cristo es nuestra paz, y ha anunciado la paz a los de lejos y a los de cerca. Cómo dejar de implorarlo en esta hora: Sí, Señor, anúncianos también hoy la paz, a los de cerca y a los de lejos”.

El Santo Padre también pidió a Dios que ilumine a “las personas que se creen en el deber aplicar la violencia en tu nombre, para que aprendan a comprender lo absurdo de la violencia y a reconocer tu verdadero rostro. Ayúdanos a ser hombres ‘en los que te complaces’, hombres conformes a tu imagen y, así, hombres de paz”.

El Papa exhortó a los fieles a realizar la “’travesía’ con la que salimos de nuestros hábitos de pensamiento y de vida, y sobrepasamos el mundo puramente material para llegar a lo esencial, al más allá, hacia el Dios que, por su parte, ha venido acá, hacia nosotros”.

“Pidamos al Señor que nos dé la capacidad de superar nuestros límites, nuestro mundo; que nos ayude a encontrarlo, especialmente en el momento en el que él mismo, en la Sagrada Eucaristía, se pone en nuestras manos y en nuestro corazón”.
Benedicto XVI pidió no sólo pensar en “la gran travesía hacia el Dios vivo, sino también en la ciudad concreta de Belén, en todos los lugares donde el Señor vivió, trabajó y sufrió”.

“Pidamos en esta hora por quienes hoy viven y sufren allí. Oremos para que allí reine la paz. Oremos para que israelíes y palestinos puedan llevar una vida en la paz del único Dios y en libertad”.

El Papa pidió por Líbano, Siria, Irak y los demás países circundantes de Israel, para que en ellos se asiente la paz y “que los cristianos en aquellos países donde ha tenido origen nuestra fe puedan conservar su morada; que cristianos y musulmanes construyan juntos sus países en la paz de Dios”.

El Santo Padre cuestionó también “qué pasaría si María y José llamaran a mi puerta. ¿Habría lugar para ellos?”.

“La gran cuestión moral de lo que sucede entre nosotros a propósito de los prófugos, los refugiados, los emigrantes, alcanza un sentido más fundamental aún: ¿Tenemos un puesto para Dios cuando él trata de entrar en nosotros? ¿Tenemos tiempo y espacio para él? ¿No es precisamente a Dios mismo al que rechazamos? Y así se comienza porque no tenemos tiempo para Él”.

El Papa lamentó que “cuanto más rápidamente nos movemos, cuanto más eficaces son los medios que nos permiten ahorrar tiempo, menos tiempo nos queda disponible”.

Benedicto XVI señaló que muchas veces no hay lugar para Jesús en nuestros pensamientos ni en nuestros sentimientos y deseos, pues “nos queremos a nosotros mismos, queremos las cosas tangibles, la felicidad que se pueda experimentar, el éxito de nuestros proyectos personales y de nuestras intenciones”.

“Estamos completamente «llenos» de nosotros mismos, de modo que ya no queda espacio alguno para Dios. Y, por eso, tampoco queda espacio para los otros, para los niños, los pobres, los extranjeros”.

El Papa aseguró que “la conversión que necesitamos debe llegar verdaderamente hasta las profundidades de nuestra relación con la realidad. Roguemos al Señor para que estemos vigilantes ante su presencia, para que oigamos cómo él llama, de manera callada pero insistente, a la puerta de nuestro ser y de nuestro querer”.
A diferencia de los pastores, a quienes “les movía una santa curiosidad y una santa alegría” por ir a conocer a Jesús, dijo el Papa, “tal vez es muy raro entre nosotros que nos apresuremos por las cosas de Dios”.

“Hoy, Dios no forma parte de las realidades urgentes. Las cosas de Dios, así decimos y pensamos, pueden esperar”.

Benedicto XVI exhortó a los fieles a pedirle a Dios “que la santa curiosidad y la santa alegría de los pastores nos inciten también hoy a nosotros, y vayamos pues con alegría allá, a Belén, hacia el Señor que también hoy viene de nuevo entre nosotros”.

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