domingo, 25 de mayo de 2014

El Niño Jesús nacido en Belén, signo de Dios y de su presencia en el mundo, un “diagnóstico” para medir la salud humana: Francisco en la misa de la plaza del Pesebre

(RV).- (actualizado con audio) RealAudioMP3 En la recoleta plaza del pesebre de Belén, lugar donde nació Jesús, el Niño Dios, el Papa Francisco presidió la santa misa, en la celebración eucarística de este domingo en Palestina. 

En su homilía, el Papa Francisco dio las gracias a Dios y también todos los que han preparado la visita y a todos los que se esfuerzan por mantener viva la fe, la esperanza y la caridad en estos territorios. El Niño Jesús, nacido en Belén, indicó el Papa, es la señal dada por Dios a los que esperaban la salvación, y se mantiene como un signo de su presencia en el mundo.

También hoy los niños son un signo de esperanza, de vida, y también un signo "diagnóstico" para entender el estado de salud de una familia, de una sociedad, del mundo entero. “Cuando los niños son amados, protegidos, tutelados, la familia está sana, la sociedad mejora, el mundo es más humano”. En este contexto, el Papa recordó el trabajo que el Instituto Effetà Pablo VI juega en favor de los niños palestinos sordomudos, lo cual “es un signo concreto de la bondad de Dios”,

“Jesús, la Palabra que se hizo carne, venida a cambiar los corazones y las vidas de los hombres, como cada niño es débil y necesita ser ayudado y protegido. También hoy, señaló Francisco, los niños necesitan ser acogidos y protegidos desde el útero materno.

“En nuestro mundo que ha desarrollado las tecnologías más sofisticadas, todavía hay muchos niños en condiciones inhumanas, que viven a los márgenes de la sociedad, en los suburbios de las grandes ciudades o en zonas rurales”. Muchos pequeños son explotados, maltratados, esclavizados, sometidos a la violencia y la trata, subrayó el Santo Padre. O son prófugos, refugiados, y a veces se ahogan en el mar, en las aguas del Mediterráneo. “De todo esto -dijo- nos avergonzamos hoy delante de Dios, Dios que se hizo niño”.

¿Quienes somos -se preguntó Francisco- delante del Niño Jesús, de los niños de hoy? Somos como María y José, que lo cuidaron con amor maternal y paternal? O somos como Herodes, que quiso eliminarlo? ¿Somos como los pastores que, de rodillas, le adoraron y le ofrecieron sus humildes dones? ¿O somos indiferentes, retóricos y pietistas, personas que explotan las imágenes de los niños pobres con fines de lucro? ¿Sabemos escucharlos, mantenerlos, orar por ellos y con ellos? O los descuidamos, para ocuparnos de nuestros intereses?

“También hoy los niños -afirmó el Papa en su homilía-, están llorando porque tienen hambre, tienen frío, porque quieren permanecer en los brazos, y su clamor nos desafía. En un mundo que rechaza todos los días, toneladas de alimentos y medicinas, hay niños que lloran en vano por hambre y por enfermedades fácilmente curables. En un mundo que proclama la protección de los menores, se comercia en armas que terminan en manos de los niños soldados; se comercia con productos elaborados por pequeños trabajadores esclavos".

"El Niño Jesús nació en Belén, cada niño que nace y crece en todas partes del mundo -ha terminado diciendo el Papa Francisco- es signo diagnóstico, que nos permite verificar el estado de salud de nuestra familia, nuestra comunidad, nuestra nación. De este “diagnóstico franco y honesto, puede surgir un nuevo estilo de vida, donde las relaciones ya no sean conflictivas, de opresión, de consumismo, sino que sean relaciones de fraternidad, perdón y reconciliación, de participación y de amor”.

ER - RV



Texto completo de la Homilía del Santo Padre Francisco

«Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre » (Lc 2,12).
Es una gracia muy grande celebrar la Eucaristía en el lugar en que nació Jesús. Doy gracias a Dios y a vosotros que me habéis recibido en mi peregrinación: al Presidente Mahmoud Abbas y a las demás autoridades; al Patriarca Fouad Twal, a los demás Obispos y Ordinarios de Tierra Santa, a los sacerdotes, a los valerosos Franciscanos, las personas consagradas y a cuantos se esfuerzan por tener viva la fe, la esperanza y la caridad en esta tierra; a los representantes de los fieles provenientes de Gaza, Galilea y a los emigrantes de Asia y África. Gracias por vuestra acogida.
El Niño Jesús, nacido en Belén, es el signo que Dios dio a los que esperaban la salvación, y permanece para siempre como signo de la ternura de Dios y de su presencia en el mundo. El ángel dijo a los pastores: «Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño…».
También hoy los niños son un signo. Signo de esperanza, signo de vida, pero también signo “diagnóstico” para entender el estado de salud de una familia, de una sociedad, de todo el mundo. Cuando los niños son recibidos, amados, custodiados, tutelados, la familia está sana, la sociedad mejora, el mundo es más humano. Recordemos la labor que realiza el Instituto Effetà Pablo VI en favor de los niños palestinos sordomudos: es un signo concreto de la bondad de Dios. Es un signo concreto de que la sociedad mejora.
Dios hoy nos repite también a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI: «Y aquí tenéis la señal», buscad al niño…
El Niño de Belén es frágil, como todos los recién nacidos. No sabe hablar y, sin embargo, es la Palabra que se ha hecho carne, que ha venido a cambiar el corazón y la vida de los hombres. Este Niño, como todo niño, es débil y necesita ayuda y protección. También hoy los niños necesitan ser acogidos y defendidos desde el seno materno.
En este mundo, que ha desarrollado las tecnologías más sofisticadas, hay todavía por desgracia tantos niños en condiciones deshumanas, que viven al margen de la sociedad, en las periferias de las grandes ciudades o en las zonas rurales. Todavía hoy muchos niños son explotados, maltratados, esclavizados, objeto de violencia y de tráfico ilícito. Demasiados niños son hoy prófugos, refugiados, a veces ahogados en los mares, especialmente en las aguas del Mediterráneo. De todo esto nos avergonzamos hoy delante de Dios, el Dios que se ha hecho Niño.
Y nos preguntamos: ¿Quién somos nosotros ante Jesús Niño? ¿Quién somos ante los niños de hoy? ¿Somos como María y José, que reciben a Jesús y lo cuidan con amor materno y paterno? ¿O somos como Herodes, que desea eliminarlo? ¿Somos como los pastores, que corren, se arrodillan para adorarlo y le ofrecen sus humildes dones? ¿O somos más bien indiferentes? ¿Somos tal vez retóricos y pietistas, personas que se aprovechan de las imágenes de los niños pobres con fines lucrativos? ¿Somos capaces de estar a su lado, de “perder tiempo” con ellos? ¿Sabemos escucharlos, custodiarlos, rezar por ellos y con ellos? ¿O los descuidamos, para ocuparnos de nuestras cosas?
Y aquí tenemos la señal: «encontraréis un niño…». Tal vez ese niño llora. Llora porque tiene hambre, porque tiene frío, porque quiere estar en brazos… También hoy lloran los niños, lloran mucho, y su llanto nos cuestiona. En un mundo que desecha cada día toneladas de alimento y de medicinas, hay niños que lloran en vano por el hambre y por enfermedades fácilmente curables. En una época que proclama la tutela de los menores, se venden armas que terminan en las manos de niños soldados; se comercian productos confeccionados por pequeños trabajadores esclavos. Su llanto es acallado. ¡El llanto de estos niños es acallado! Deben combatir, deben trabajar, no pueden llorar. Pero lloran por ellos sus madres, Raqueles de hoy: lloran por sus hijos, y no quieren ser consoladas (cf. Mt 2, 18).
«Y aquí tenéis la señal»: encontraréis un niño. El Niño Jesús nacido en Belén, todo niño que nace y crece en cualquier parte del mundo, es signo diagnóstico, que nos permite comprobar el estado de salud de nuestra familia, de nuestra comunidad, de nuestra nación. De este diagnóstico franco y honesto, puede brotar un estilo de vida nuevo, en el que las relaciones no sean ya de conflicto, abuso, consumismo, sino relaciones de fraternidad, de perdón y reconciliación, de participación y de amor.

Oh María, Madre de Jesús,
tú, que has acogido, enséñanos a acoger;
tú, que has adorado, enséñanos a adorar;
tú, que has seguido, enséñanos a seguir. Amén.

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