En el caso de Brantly Millegan, sí.
Él mismo lo ha hecho al dar testimonio de cómo pasó de ser un protestante evangélico a un católico que ingresó en la Iglesia, junto con su mujer Krista, en la Vigilia Pascual de 2010.
La suya es una de esas historias que justifican la existencia de la educación católica y su apertura a personas que no lo son. Una de esas historias en las que la semilla recibida en la infancia fructifica tiempo después, cuando y como la gracia y la voluntad quieren.
Metodista primero, baptista después
Como cuenta en su blog, Brantly fue educado en una iglesia metodista de Springfield, en Oregón (Estados Unidos), donde él y sus cinco hermanos adquirieron sus primeras nociones sobre la Biblia, que su madre les solía leer antes de acostarles, exhortándoles a cumplir la ley de Dios.
Pero, buscando una educación mejor que la que ofrecían las escuelas públicas, los padres de Brantly decidieron que los dos hermanos menores empezasen el colegio en una escuela católica, la San Pablo.
Sus padres no les habían hablado a sus hijos del catolicismo ni de por qué ellos no eran católicos, y dejaron que el colegio hiciese su tarea. En la escuela les enseñaron a rezar el rosario, rezaban al empezar cada clase y antes de comer, había crucifijos en todas las aulas y dependencias, y el sacerdote que atendía al colegio era "tenía una presencia visible y amistosa".
Y, lo que a la postre resultó ser decisivo, el colegio celebraba una misa corporativa al mes para los alumnos.
Brantly asistía a esa misa, pero los domingos acudía a los servicios metodistas y, años después, a los de una iglesia baptista a la que decidieron cambiarse sus progenitores. A él le gustaban las actividades y los sermones de ambas, que le invitaron "a tomarse en serio su fe".
Aparece la Biblia
Continuó sus estudios primarios en esa escuela católica con pocos alumnos no católicos, y luego empezó los secundarios con los maristas, en un contexto en el que el número de alumnos no católicos como él era ya significativo: el prestigio académico del centro atraía a todos por igual.
El caso es que los maristas necesitaban alguien que tocase el piano en la misa mensual... y alguien "sopló" al profesor que Brantly había recibido lecciones durante años: "No tenía ningunas ganas de presentarme voluntario, pero cuando el profesor vino a pedírmelo, desesperado, accedí a tocar sólo en la primera misa del curso".
"Bueno, el caso es que me gustó", confiesa: "Y acabé tocando el piano en casi todas las misas que hubo durante mi estancia en el colegio de secundaria".
Al mismo tiempo, Brantly se implicaba cada vez más en el grupo de jóvenes de la iglesia baptista a la que iba los domingos... y empezó a leer la Biblia por sí mismo. La había escuchado en la iglesia y en las clases, pero su aproximación personal era nula.
"Me noqueó completamente", reconoce: "Leía la Biblia todo el día, en cualquier rato libre que tuviese. Mis padres llegaron incluso a preocuparse y me sugirieron que tenía que hacer otras cosas. Les aseguré que no me estaba volviendo loco... pero que Dios estaba cambiando mi vida".
Empezando a plantearse cosas...
Y el verano antes de su último año de bachillerato, cuando pedía a Dios que le mostrase "nuevas formas de servirle", recibió una llamada: una señora de la parroquia católica de Santa María, que le había visto tocar el piano en el colegio.
En la parroquia necesitaban alguien para tocarlo en las misas de jóvenes. Él le dijo que no era católico, pero la mujer contestó que eso no suponía un problema. Así que Brantly se vio de nuevo aportando a una misa católica su talento musical. Entre las misas para jóvenes y alguna que otra en ejercicios espirituales o Semana Santa, había semanas, comenta, en que asistía a cuatro misas.
"Entonces empecé a pensar seriamente en el catolicismo. Aún no tenía tendencia católica en absoluto, pero la Iglesia parecía demasiado importante, influyente y poderosa para ignorarla. Aunque había estado yendo a escuelas católicas desde primero de primaria, había muchas cosas que no comprendía o que me parecían mal", explica, y también otras que preguntaba y ante las cuales recibía respuestas "vagas, incompletas o contradictorias".
El punto decisivo es histórico
Brantly meditaba sobre un punto interesante: "El cristianismo es una religión de hechos históricos, así que lo que surgiese de la Iglesia primitiva tenía que ser el cristianismo real. La Historia protestante que se me había enseñado es que los primeros cristianos eran básicamente protestantes en sus creencias y costumbres. Luego, lentamente, durante siglos, el cristianismo había sido corrompido por el catolicismo hasta que todo se enderezó con la Reforma, cuando los cristianos volvieron a ser el cristianismo auténtico de la Iglesia primitiva".
La historia católica que se le había enseñado era, lógicamente, la opuesta: los primeros cristianos eran católicos, y la Iglesia católica actual era la continuación de la Iglesia fundada por el mismo Jesucristo.
"Me parecía que aquello podía ser resuelto mediante la investigación histórica. Sólo necesitaba leer los textos de la Iglesia primitiva y ver si eran católicos o protestantes": en ésas estaba cuando empezó a acudir al Wheaton College de Chicago, el llamado "Harvard de las escuelas evangélicas", que el año pasado había sido noticia por expulsar a un profesor que se había convertido al catolicismo.
El Catecismo
Allí Brantly siguió encontrando un ambiente en el que se encontraba a gusto, con alumnos y profesores sinceramente empeñados en el servicio de Dios: "Pero seguí pensando en el catolicismo, y finalmente compré el Catecismo de la Iglesia Católica. La cita de la contracubierta, de Juan Pablo II («una norma segura para la enseñanza de la fe»), me hizo ver con alivio que finalmente podría saber qué creen exactamente los católicos".
¿Qué pensaban antes de la Reforma?
Al mismo tiempo, durante sus clases empezó a conocer los escritos cristianos anteriores a la Reforma: San Agustín, San Anselmo, Santo Tomás de Aquino: "Comprobé que todos ellos eran, por supuesto, católicos. San Agustín y San Anselmo eran obispos, Santo Tomás de Aquino, un monje dominico. Creían en los sacramentos y en la autoridad de la Iglesia".
La nostalgia
Y empezó a sentir algo añadido: "Ahora que estaba yendo a una institución académica evangélica, ya no asistía habitualmente a misa católica, como había hecho casi toda mi vida. Cada vez más a menudo me sorprendía a mí mismo echando de menos la profundidad de la misa y deseando ir a una". Empezó a frecuentar iglesias protestantes "no denominacionales", donde en ocasiones se rezaba el Credo niceno, pero comprobó que se decía en él "Iglesia universal" en vez de "católica" ("aunque yo sabía que católico significa universal") y que -como en Wheaton- se omitía el "apostólica". También acudió a algún culto anglicano conservador.
Y, sobre todo, se empeñó en conocer los texto de los Concilios: "Señalé cada vez que se referían a la Tradición, la Escritura y el Papa. Tenían su propia autoridad y citaban la autoridad de los Concilios anteriores. Era una forma muy distinta de pensar que el sola Scriptura protestante".
Ánimos para la conversión
Conversó con el catolicismo con varios profesores, y encontró algunos muy favorables a la Iglesia. Uno confesaba incluso que no estaba en comunión con el Papa, "como debería"... ¡y que confiaba en que su propia iglesia se reintegrase a Roma! Le animaba a él a convertirse.
En el curso 2008-09, Brantly conoció a un compañero que estaba en ese proceso, al que había llegado también estudiando el cristianismo anterior a la Reforma. Ingresó en la Iglesia la Vigilia Pascual de aquel año, y le ayudó en su propio camino, pues para entonces Brantly ya tenía claro, a partir de la lectura de los primeros escritos cristianos, que "la Iglesia primitiva era católica": "El Papado no era una invención del siglo VI, como muchos protestantes sostenían. Ya en el siglo II, al rebatir la herejía gnóstica, San Ireneo destacaba la autoridad preeminente de la Iglesia de Roma y el deber de las demás Iglesias de concordar con ella".
Paralelamente a este proceso, Brantly tenía una novia, Krista, que le acompañaba en ese camino, y a quien propuso matrimonio siendo aún estudiantes. Al empezar a prepararse, hablaron por primera vez de contracepción.
"Ambos asumíamos que utilizaríamos algún tipo de anticonceptivo. No estábamos preparados para tener hijos, y queríamos algún tiempo de matrimonio antes de tenerlo", confiesa. Pero Brantly recordó que la Iglesia católica lo consideraba inmoral, y Krista y él decidieron leer la encíclica Humanae Vitae, escrita por Pablo VI en 1968.
Los dos la encontraron estimulante, pero lo que terminó de decidirles a adoptar esa posición de la Iglesia fue que "todas las denominaciones protestantes en toda la historia habían condenado la contracepción hasta mediados del siglo XX". Luego "claramente las iglesias protestantes, y casi todos los protestantes a título individual, habían escogido el camino equivocado en un asunto moral tan grave como la vida conyugal: eso sacudió mi confianza en el protestantismo y fortaleció mi confianza y la de Krista en la Iglesia católica".
Boda, embarazo... iniciación
Casi todo el camino estaba recorrido ya. Ese verano se casaron y enseguida estaban esperando su primer hijo. Se apuntaron en un cursillo de iniciación en la parroquia de San Miguel de Wheaton (Illinois). Y siguieron estudiando. Brantly descubrió además la belleza doctrinal de la Iglesia: "La teología católica es hermosa, las palabras de su teología son hermosas, el espíritu en el que está escrito es hermoso también, como su forma de interpretar la Escritura".
En la Vigilia Pascual de 2010 entraron en la Iglesia. Se graduaron ambos en Wheaton poco antes, él en Filosofía, ella en Francés. Él ha continuado estudiando Teología en la Universidad de Santo Tomás en St Paul (Minnessotta), y ella cuida en casa a sus dos hijos, Elías y Adelaida.
"Ambos tenemos el corazón evangélico", afirma, por su deseo de seguir a Jesús con todo lo que tienen, y esperan que el ecumenismo avance entre evangélicos y católicos. Y en su labor apostólica insisten mucho en denunciar la anticoncepción: la coherencia de la Iglesia en ese punto fue el empujón final hacia su conversión.
Sumando misas
Brantly trabaja como editor adjunto de la edición de Aleteia en inglés, y en un artículo publicado recientemente en dicho portal incidía en la importancia que tuvieron para su conversión las misas, mensuales primero y semanales después, a las que asistió sólo por compromiso (como alumno de un colegio católico primero, como músico después) cuando no era católico: las cifra en 180... suficientes para marcarle.
"Fue al apartar completamente la misa de mi vida cuando comprendí cuán importante se había hecho para mí", insiste. Y concluye: "Probablemente aprendí más sobre la doctrina católica en Wheaton College que en doce años de escuela católica. Pero fue durante mi etapa en la escuela católica cuando me sumergí en el mundo misterioso y transformador de la misa, que me dejó una experiencia que no me pude arrancar. La misa me mantuvo vinculado a la Iglesia católica mientras intentaba responder las cuestiones doctrinales e históricas. Y cuando finalmente recibí el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor, tras dieciséis años viendo cómo lo hacían los demás, supe que, finalmente, estaba en casa".
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