Conrad Nicholson Hilton es como se llamaba el bisabuelo de la famosa Paris Hilton. Fundador de la cadena de Hoteles Hilton, Conrad fue la enésima encarnación del sueño americano, del hombre que se hace a sí mismo y crea un imperio.
Conrad empezó con su padre en un pequeño hotel de Nuevo México y, gracias a su trabajo y destreza en los negocios, logró que su apellido no sólo se asociara a su cadena de hoteles sino que fuera sinónimo de excelencia y lujo.
Cuando falleció en 1979, estableció a través de su testamento una Fundación con su nombre para financiar diversas causas. La más importante de ellas el Fondo Conrad Hilton para Religiosas. Sentía una especial veneración por la labor de las religiosas católicas.
Por eso, en el testamento, al crear el fondo escribía: “Estad atentos a la oportunidad de cubrir a los niños con el paraguas de vuestra caridad; sed generosos con sus escuelas (las de los niños), con sus hospitales y sus lugares de culto. Ayudad a sus protectoras y defensoras, las Hermanas, que dedican su amor y la labor de su vida al bien de la humanidad, que me interpelan especialmente a serviles de ayuda desde la Fundación”.
Así que si alguien va a solicitar dinero – algo que a muchos molestará en estos nuestros tiempos “aconfesionales” – debe saber que no se lo concederán si no es una monja católica. Sólo pueden solicitar ayudas los miembros de congregaciones religiosas femeninas de la Iglesia católica que hayan pronunciado sus votos.
Durante los últimos 20 años, estas “mujeres especiales” han recibido unos 60 millones de dólares para financiar sus proyectos, la mayor parte de ellos en territorios de misión. Mucho dinero y muchos proyectos si se tiene en cuenta que nunca se conceden sumas superiores a los 15.000 dólares.
“Hay una ley natural, una ley divina – escribía Conrad en su testamento - que nos obliga a ti y a mí a aliviar el sufrimiento, la angustia y la miseria. La caridad es la virtud suprema y el canal a través del que se transmite la misericordia de Dios a la humanidad”.
Y estaba convencido que el principal canal de esta caridad eran las religiosas. Mujeres que tenían, según él que sabía mucho de negocios, una habilidad increíble para estirar al máximo un dólar, por lo que las favoreció por encima de lo que él llamaba “instituciones de caridad, organizadas y profesionales con ejecutivos bien pagados y una gran lista de gastos”.
Tres mujeres y cuatro hijos
Muchos conociendo las andanzas de su biznieta Paris pueden llegar a pesar que Conrad Hilton era un santo varón… y, añadir después, cómo ha degenerado la familia. La verdad es que Conrad no era un santo. Pero, en fin, cualquiera que rece ante Dios todos los días sabe que el primer pecador lo tiene uno por las mañanas ante el espejo…
Así que Conrad vivió una vida ajetreada. Se casó tres veces, una de ellas con la en su momento famosa actriz Zsa Zsa Gabor. Y tuvo cuatro hijos. Y además fue un gran filántropo, una persona a la que no le eran ajenos los sufrimientos de los demás.
Reza, es la mejor inversión que puedas hacer jamás
Stephen White, uno de sus biógrafos, recuerda lo importante que fue para este hombre su fe, recibida de su madre una devota católica. “Algunos se tiran por la ventana, algunos se rinden”, le decía su madre durante la Gran Depresión. “Otros van a la Iglesia. Reza, Connie. Es la mejor inversión que puedas hacer jamás”.
En los momentos más oscuros, recuerda White, en los más difíciles de su vida, Hilton siempre encontró fortaleza y consuelo en su fe.
En plena guerra de Corea, el 4 de julio de 1952, el día de la fiesta nacional norteamericana, Conrad Hilton publicó en revistas de todo el país una humilde oración por la paz y el perdón en un mundo sombrío, titulada “América de rodillas”. Una actuación que tuvo una respuesta increíble de la sociedad estadounidense.
Un año más tarde un hotel Hilton acogió el Primer Desayuno Nacional de Oración. Desde los años ochenta el desayuno que tiene lugar el primer jueves de febrero se celebra en el hotel Hilton de Washington. Y es un honor acompañar al presidente de Estados Unidos a este desayuno. Por lo menos lo fue para nuestro anterior presidente José Luis Rodríguez Zapatero.
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