sábado, 29 de junio de 2013

Solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo

Esta solemne celebración en la Basílica de San Pedro, dio comienzo como es tradicional con la imposición del palio arzobispal a los nuevos Arzobispos Metropolitanos, que cumplió el Obispo de Roma Francisco y cuenta con la presencia de la delegación del Patriarcado de Constantinopla, guiada por el Metropolita Ioannis, enviada por el Patriarca ecuménico Bartolomé I.

Texto completo de la Homilía del Santo Padre Francisco

Señores cardenales, Su Eminencia Metropolita Ioannis, venerados hermanos en el episcopado y el sacerdocio, queridos hermanos y hermanas

Celebramos la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo, patronos principales de la Iglesia de Roma: una fiesta que adquiere un tono de mayor alegría por la presencia de obispos de todo el mundo. Es una gran riqueza que, en cierto modo, nos permite revivir el acontecimiento de Pentecostés: hoy, como entonces, la fe de la Iglesia habla en todas las lenguas y quiere unir a los pueblos en una sola familia.

Saludo cordialmente y con gratitud a la delegación del Patriarcado de Constantinopla, guiada por el Metropolita Ioannis. Agradezco al Patriarca ecuménico Bartolomé I por este Nuevo gesto de fraternidad. Saludo a los señores embajadores y a las autoridades civiles. Un gracias especial al Thomanerchor, el coro de la Thomaskirche, de Lipsia, la iglesia de Bach, que anima la liturgia y que constituye una ulterior presencia ecuménica.

Tres ideas sobre el ministerio petrino, guiadas por el verbo «confirmar». ¿Qué está llamado a confirmar el Obispo de Roma?

1. Ante todo, confirmar en la fe. El Evangelio habla de la confesión de Pedro: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo» (Mt, 16,16), una confesión que no viene de él, sino del Padre celestial. Y, a raíz de esta confesión, Jesús le dice: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (v. 18). El papel, el servicio eclesial de Pedro tiene su fundamento en la confesión de fe en Jesús, el Hijo de Dios vivo, en virtud de una gracia donada de lo alto. En la segunda parte del Evangelio de hoy vemos el peligro de pensar de manera mundana. Cuando Jesús habla de su muerte y resurrección, del camino de Dios, que no se corresponde con el camino humano del poder, afloran en Pedro la carne y la sangre: «Se puso a increparlo: “¡Lejos de ti tal cosa, Señor!”» (16,22). Y Jesús tiene palabras duras con él: «Aléjate de mí, Satanás. Eres para mí piedra de tropiezo» (v. 23). Cuando dejamos que prevalezcan nuestras Ideas, nuestros sentimientos, la lógica del poder humano, y no nos dejamos instruir y guiar por la fe, por Dios, nos convertimos en piedras de tropiezo. La fe en Cristo es la luz de nuestra vida de cristianos y de ministros de la Iglesia.

2. Confirmar en el amor. En la Segunda Lectura hemos escuchado las palabras conmovedoras de san Pablo: «He luchado el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe» (2 Tm 4,7). ¿De qué combate se trata? No el de las armas humanas, que por desgracia todavía ensangrientan el mundo; sino el combate del martirio. San Pablo sólo tiene un arma: el mensaje de Cristo y la entrega de toda su vida por Cristo y por los demás. Y es precisamente su exponerse en primera persona, su dejarse consumar por el evangelio, el hacerse todo para todos, sin reservas, lo que lo ha hecho creíble y ha edificado la Iglesia. El Obispo de Roma está llamado a vivir y a confirmar en este amor a Jesús y a todos sin distinción, límites o barreras. Y no sólo el Obispo de Roma: todos ustedes, nuevos arzobispos y obispos, tienen la misma tarea: dejarse consumir por el Evangelio, hacerse todo a todos. La tarea de no ahorrar, de salir de sí al servicio del santo pueblo fiel de Dios.

3. Confirmar en la unidad. Aquí me refiero al gesto que hemos realizado. El palio es símbolo de comunión con el Sucesor de Pedro, «principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de la fe y de la comunión» (Lumen gentium, 18). Y vuestra presencia hoy, queridos hermanos, es el signo de que la comunión de la Iglesia no significa uniformidad. El Vaticano II, refiriéndose a la estructura jerárquica de la Iglesia, afirma que el Señor «con estos apóstoles formó una especie de Colegio o grupo estable, y eligiendo de entre ellos a Pedro lo puso al frente de él» (ibíd. 19). Confirmar en la unidad: el Sínodo de los Obispos, en armonía con el primado. Debemos ir por este camino de la sinodalidad, crecer en armonía con el servicio del primado. Y prosigue el Concilio: «Este Colegio, en cuanto compuesto de muchos, expresa la diversidad y la unidad del Pueblo de Dios» (ibíd. 22). La variedad en la Iglesia, que es una gran riqueza, se funde siempre en la armonía de la unidad, como un gran mosaico en el que las teselas se juntan para formar el único gran diseño de Dios. Y esto debe impulsar a superar siempre cualquier conflicto que hiere el cuerpo de la Iglesia. Unidos en las diferencias: no hay otro camino católico para unirnos. Éste es el espíritu católico, el espíritu cristiano, unirse en las diferencias. Éste es el camino de Jesús. El palio, siendo signo de la comunión con el Obispo de Roma, con la Iglesia universal, con el Sínodo de los Obispos, supone también para cada uno de ustedes el compromiso de ser instrumentos de comunión.

Confesar al Señor dejándose instruir por Dios; consumarse por amor de Cristo y de su evangelio; ser servidores de la unidad.
Queridos hermanos en el episcopado, estas son las consignas que los santos apóstoles Pedro y Pablo confían a cada uno de nosotros, para que sean vividas por todo cristiano. Que la santa Madre de Dios nos guíe y acompañe siempre con su intercesión: Reina de los apóstoles, reza por nosotros. Amén.

Texto completo de la alocución del Papa a la hora del ángelus:

¡Queridos hermanos y hermanas!

Hoy, 29 de junio, es la fiesta solemne de los Santos Pedro y Pablo. De modo especial es la fiesta de la Iglesia de Roma, fundada sobre el martirio de estos dos Apóstoles. Pero también es una gran fiesta para la Iglesia Universal, porque todo el Pueblo de Dios es deudor de ellos por el don de su fe. Pedro fue el primero en confesar que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios. Pablo difundió este anuncio en el mundo greco-romano. Y la Providencia quiso que los dos llegaran aquí a Roma y que aquí derramaran su sangre por la fe. Por esta razón la Iglesia de Roma se convirtió, inmediata y espontáneamente, en el punto de referencia para todas las Iglesias esparcidas en el mundo. ¡No por el poder del Imperio, sino por la fuerza del martirio, del testimonio dado a Cristo! En el fondo, es siempre y sólo el amor de Cristo el que genera la fe y el que impulsa hacia adelante a la Iglesia. Pensemos en Pedro. Cuando confesó su fe en Jesús, no lo hizo por sus capacidades humanas, sino porque había sido conquistado por la gracia que Jesús esparcía, por el amor que sentía en sus palabras y que veía en sus gestos: ¡Jesús era el amor de Dios en persona!

Y lo mismo sucedió a Pablo, si bien de modo diverso. Pablo de joven era enemigo de los cristianos, y cuando Cristo Resucitado lo llamó en el camino de Damasco su vida fue transformada: ¡Comprendió que Jesús no estaba muerto, sino vivo, y que lo amaba también a él, que era su enemigo! He aquí la experiencia de la misericordia, del perdón de Dios en Jesucristo: esta es la Buena Noticia, el Evangelio que Pedro y Pablo han experimentado en sí mismos y por el cual han dado su vida. Misericordia, perdón; el Señor siempre nos perdona, el Señor tiene misericordia, es misericordioso, tiene un corazón misericordioso y nos espera siempre.

Queridos hermanos, ¡qué alegría creer en un Dios que es todo amor, todo gracia! Esta es la fe que Pedro y Pablo han recibido de Cristo y han transmitido a la Iglesia. Alabemos al Señor por estos dos gloriosos testigos, y como ellos, dejémonos conquistar por Cristo. Por la misericordia de Cristo.

Recordemos también que Simón Pedro tenía un hermano, Andrés, que compartió con él la experiencia de la fe en Jesús. Es más, Andrés encontró a Jesús antes que Simón, e inmediatamente le habló a su hermano y lo llevó a Jesús. Me agrada recordarlo también porque hoy, según la bella tradición, está presente en Roma la Delegación del Patriarcado de Constantinopla, que tiene como Patrono precisamente al Apóstol Andrés. Todos juntos enviamos nuestro saludo cordial al Patriarca Bartolomé I y rezamos por él y por esa Iglesia. También los invito a rezar todos juntos un Ave María por el patriarca Bartolomé I, todos juntos: Ave María...

Oremos también por los Arzobispos Metropolitanos de diversas Iglesias en el mundo a los cuales acabo de entregarles el Palio, símbolo de comunión y unidad.

Que nos acompañe y nos sostenga a todos nuestra Madre amada, María Santísima.

Después de rezar el ángelus el Papa dijo: Queridos hermanos y hermanas, con alegría saludo a los peregrinos que han venido de diversos países para festejar a los Arzobispos Metropolitanos. Rezo por todas sus comunidades; en particular animo al pueblo centroafricano, duramente probado, a caminar con fe y esperanza.

Saludo a todos con afecto: a las familias, a los fieles de tantas parroquias y asociaciones; y, en particular a los de la diócesis de Iglesias, de la ciudad de Aragona y de Casale Popolo. ¡Feliz fiesta a todos!

AUDIOS: http://es.radiovaticana.va/news/2013/06/29/papa_francisco:_confirmar_en_la_fe,_en_el_amor_y_en_la_unidad/spa-705901
http://es.radiovaticana.va/news/2013/06/29/no_es_el_poder_del_imperio_sino_la_fuerza_del_martirio,_el_papa_sobr/spa-705942

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