El Papa Francisco recordó ayer a los estudiantes de la Pontificia Academia Eclesiástica, que se preparan para llevar en el futuro las relaciones diplomáticas de la Santa Sede, que lo suyo es un ministerio y no una profesión, y que si se dejan llevar por el espíritu mundano en lugar de buscar la santidad, harán el ridículo.
“Escuchad bien: cuando en la Nunciatura hay un Secretario o un Nuncio que no va por el camino de la santidad y se deja envolver en las muchas formas, en las muchas maneras de mundanidad espiritual, hace el ridículo y todos se burlan de él. Por favor, no hagáis el ridículo: o santos o volved a las diócesis y sed párrocos, pero no hagáis el ridículo en la vida diplomática, donde para un sacerdote hay tantos peligros para la vida espiritual”.
La representación diplomática de la Santa Sede es un ministerio de servicio al Sucesor de Pedro que “requiere, como cualquier tipo de ministerio sacerdotal, una gran libertad interior”: “estar libres de proyectos personales”, también “de la posibilidad de programas el futuro”, ser “libres también respecto a la cultura y la mentalidad de la que se proviene” para poder comprender a culturas y hombres distintos.
Pero sobre todo, advirtió el Papa, “significa vigilar para ser libres de ambiciones o metas personales, que tanto mal pueden hacer a la Iglesia, teniendo cuidado en poner en primer lugar no la propia realización o el reconocimiento, sino el bien superior de la causa del Evangelio”.
El empeño por hacer carrera, subrayó el Papa, “es una lepra, una lepra. Por favor, nada de ‘hacer carrera’”, dijo a los presentes. La diplomacia vaticana “es un ministerio, no una profesión”.
Se trata de “vivir la libertad frente a los propios proyectos y la propia voluntad no como motivo de frustración, sino como apertura al don sobreabundante de Dios”.
Al respecto, les propuso como modelo al papa Juan XXIII, que procedía de una extensa labor diplomática (especialmente su labor de salvamento de miles de judíos cuando era nuncio en Budapest durante la Segunda Guerra Mundial).
“Releyendo sus escritos, impresiona el cuidado que siempre puso en guardar su alma en medio de las más diversas ocupaciones en el campo eclesial y político. De aquí nacían su libertad interior, la alegría que transmitía exteriormente, y la propia eficacia de su acción pastoral y diplomática”, añadió.
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