domingo, 9 de junio de 2013

Era presbiteriana y New Age, pero le gustaba mirar a la Virgen: años después se convirtió

Cari Donaldson está casada, tiene seis hijos a los que educa en casa y vive en Connecticut. Es católica desde hace cuatro años, tras un proceso que ha relatado en Why I´m catholic y que arranca con una vivencia infantil habitual de la religión en una familia sólida que rezaba junta al menos el Día de Acción de Gracias, en una casa en Detroit construida por su abuelo y donde se había criado su madre, y yendo a la misma iglesia presbiteriana a la que ella había asistido de pequeña. Y ella también, desde pequeña, solía hablar con Dios, imaginándoselo como su abuelo Bob, que había muerto cuando ella tenía cinco años.



Una infancia y adolescencia, pues, muy normal entre la clase media norteamericana, donde la oración estaba muy presente: "Nunca la perdí", dice Cari, como anticipo de lo que sería su vida posterior.

Cristianismo sin divinidad

Algo comenzó a cambiar justo antes de ir a la universidad. Un amigo le pasó el libro Judas, mi hermano del novelista Frank Yerby (1916-1991, fallecido en Madrid), "que arranca a Jesús, y por extensión al cristianismo, de todo lo divino o místico". Sin formación apologética para contrarrestar la impresión que le causó, el libro fue para ella "una revelación" y se convenció de que "el cristianismo sólo era una historia monstruosa de un Dios monstruoso que sacrificaba a su único Hijo a sí mismo para apagar su monstruosa ira".

Cari no dejaba de rezar, aunque fuese un simple "Gracias por este día" al acostarse: "Aunque no pensaba mucho en quién recibía mi oración, siempre supe que había Alguien a quien agradecerle otro día de vida".

Un Dios sin compromiso

Así que la "nueva" Cari, a pesar del cambio de ideas que había experimentado, seguía interesada en Dios. ¿Qué era? ¿Quién era? ¿Le necesitamos? ¿Necesitamos la religión?
Aunque, en el fondo -confiesa- "no quería correr el riesgo de encontrarle en alguna religión" y que empezarse a decirle lo que está bien o está mal: "Así que, buscando una relación con Dios más profunda que no me limitase con aburridas lecciones de moralidad, me encontré a mí misma enamorándome cada vez más del movimiento New Age".

La Nueva Era, cajón de sastre

En los años 1993-1998 en que ella estudió en la Universidad de Michigan, el ambiente era propicio a eso. Empezó a empaparse con libros sobre la prostitución ritual en la antigua Babilonia o el panteón celta, y a leer novelas New Age "como si fuesen tan fiables como libros de no-ficción". Reconoce que no tenía mucho "espíritu crítico".
"El signo de identidad del movimiento New Age es la mentalidad hazlo-por-ti-mismo", que ella traduce en encontrar el libro que justifique la creencia que quieres incorporar a las tuyas. En la librería que ella frecuentaba pudo encontrar material para lograrlo.

En que Dios va quedando más lejos...

Durante mucho tiempo Cari hizo lo que "uno puede hacer durante el resto de su vida New Age", esto es, "pasar de una práctica metafísica a otra, de una deidad a la siguiente". Pero ella quería otra cosa: "Yo estaba buscando una forma de establecer una firme relación con Dios, y paradójicamente cuantas más opciones se me daban para ellos, más se debilitaba esa relación".
Desesperada por ese fracaso, se introdujo en un grupo pagano, pero allí se encontró con seis personas que ahondaron el problema, cada una creyente en una deidad distinta. Cuando dejó la universidad como licenciada en filología inglesa, su aprecio por la New Age había descendido bajo mínimos, aunque mantenía unas ideas muy "nueva era": un vago panteísmo y una difusa creencia en la reencarnación.

Boda por la Iglesia, pero sin Jesucristo

Era mayo de 1998. En octubre, Ken, el chico a quien había amado desde que tenía catorce, le propuso matrimonio. En febrero de 1999 se fueron a vivir juntos, y planearon la boda para agosto. Se casaron en una iglesia presbiteriana en la que el pastor les dio libertad para preparar la ceremonia. "Me ocupé de quitar el nombre de Jesús de todos los ritos", explica Cari. Le apetecía casarse en una iglesia por razones sentimentales y la palabra Dios no le estorbaba, pero... "no podía permitir que se mencionase a Cristo".
Al comenzar su vida de casada, Cari seguía pensando en Dios y aborreciendo las religiones "organizadas". Fue estudiando uno por uno el budismo (no le convencía porque era ateo), el hinduismo (no le convencía porque no tenía un fundador definido), el islamismo (no le convencía porque identificaba teología y política), el judaísmo (no le convencía porque el judaísmo bíblico ya no existía... y en todo caso estaba demasiado cercano al cristianismo).

Tres toques de atención, y María entra en escena

En esa época pasaron "tres cosas significativas" que empezaron a empujar a Cari hacia una solución, aunque tardaría en llegar.
Una, que su marido -comprensiblemente- se hartó de escuchar sus divagaciones y un día le espetó, invitándola a cortar el nudo gordiano: "¿Por qué no eliges algo en lo que creer -lo que sea- y crees en ello?".
Esa reacción, inédita en Ken, le hizo pensar a Cari en las razones por las que era incapaz de tomar esa decisión.

Lo segundo fue que cerca de su casa había una iglesia católica que tenía fuera una estatua de la Virgen María. Cari cogió la costumbre, cada vez que pasaba por delante, andando o en bicicleta, de pararse y mirarla, aunque fuese unos segundos. Es más, cada vez que salía de casa se las arreglaba para pasar por allí. "Los pensamientos que hubiese en mi cabeza o en mi corazón eran un misterio para mí misma", confiesa. Por último, tiempo después, en 2004, a causa del trabajo de Ken, tuvieron que trasladarse a Mississippi, en pleno Cinturón de la Biblia, algo que a ella, chica del norte, no le apetecía lo más mínimo.

Harta de la famosa hospitalidad sureña...

Al llegar allí se encontró con que sus vecinos practicaban abierta e indisimuladamente la religión, y eso le impactó, porque unido a la hospitalidad sureña, que le hizo conocer a todo el vecindario en la primera semana, la obligó a hablar de religión a menudo, cuestionándose su propia posición: "Enseguida me preguntaron si ya había encontrado mi iglesia para ir, como si supieran cuál era la pregunta que más podía molestarme responder". Porque, a las evasivas, respondían invitándola a acompañarles a la suya.

Desesperada, le preguntó a su madre qué hacer. Le aconsejó decir que era presbiteriana. Como en Mississippi la mayoría son baptistas o pentecostales, le señalarían dónde ir, y asunto resuelto.

Y funcionó durante un tiempo, quedándose tranquila. Hasta que se encontró unos vecinos igual de amables que los demás, igual de insistentes y serviciales... pero presbiterianos. Quienes no solamente se ofrecieron a acompañarles para presentarse al pastor, sino que llamaban con frecuencia a ver si ya había hablado con Ken sobre el momento mejor para hacerlo. Cari tuvo que acabar diciendo que iría a otro condado, en el que vivían los padres de Ken, para que la dejaran en paz.

¿Qué es eso del cristianismo? Internet responde

Para entonces, ya no le quedaba otro remedio que considerar el cristianismo entre sus opciones de fe. Así que empezó a navegar por Internet para leer cosas de Cristo que, en realidad y pese a la formación de su infancia, desconocía o había olvidado.

Y fue entonces como llegó al primer capítulo del Evangelio de San Juan, y leyó que "en el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios". "¿Sabéis lo que es que os hierva la sangre en las venas -dice Cari, dirigiéndose a quienes lean su testimonio- porque te ves completamente desbordada por una sensación de seguridad que te hace sentir que tus venas son un chorro de luz? Fue lo que sentí al leer esas palabras".

Admite que no las entendió, pero sí entendió una cosa: "Para el cristianismo, Cristo no es algo creado, existe desde la eternidad, con Dios, es Él mismo Dios". Es más, "es una Palabra... ¡Él era la conversación que Dios quería mantener conmigo sobre Sí mismo, una conversación por la que Él había esperando tanto tiempo!". Se quedó un rato sentada ante el ordenador donde había leído ese versículo evangélico: "¡Todo ese tiempo queriendo que Dios me hablase... y yo haciendo cosas como borrar Su nombre de mi boda...!".

María entra en escena por segunda vez

Al domingo siguiente, Ken y ella fueron a la iglesia presbiteriana por primera vez desde que se habían casado, tres años antes. A ambos les gustó el servicio presbiteriano y les quedaron ganas de volver, pero ella quería saber más y continuó investigando en Internet.
El cuadro que Cari descubrió en Internet y ante el cual hizo su promesa de seguir el modelo de la Virgen.

Una noche, llegó hasta una página donde se encontró de frente con una imagen de la Virgen del pintor Adolphe-William Bouguereau (1825-1905), cuyas obras le gustaban desde pequeña. Y esa escena de María con Jesús y San Juan Bautista la conmovió particularmente por su actitud de madre concentrada en la seguridad de su hijo: "Me quedé mirando el cuadro y entonces me di cuenta de que era eso lo que quería. Quería estar concentrada en Dios como María en ese cuadro. Quería una voluntad de hierro fijada a Dios. Quería una fe épica, como la de María. Y una vez se articuló este deseo en mi corazón, de alguna forma supe que la misma María me conduciría hacia allí. Estaba llena de una confianza absoluta en que si seguía su ejemplo, ella me enseñaría cómo amar a Dios, y cómo establecer una relación con Él que había ansiado toda mi vida".



Tras los pasos de la Virgen por las Sagradas Escrituras

Y para empezar a saber cosas de María, empezó a leer la Biblia: "Y cuanto más leía, más a gusto me sentía con Cristo, a quien empezaba a ver como Alguien que me amaba, Alguien que había demostrado que un ser humano débil y limitado podía entender el significado del amor de Dios. Hasta que no vi a Dios como un hombre, no pude comprender hasta qué punto es imposible para los hombres captar la enormidad del compromiso de Dios con nosotros".

Empezó a leer cuanto caía en sus manos "intentando seguir los pasos de María y caminar lo más cerca de Jesús que podía". Y fue entonces cuando llegó la confusión, porque empezaron a llegarle informaciones contradictorias. "Parecía que todo el que tuviese una opinión sobre Dios y cierta audiencia podía fundar su propia iglesia. Y todas esas iglesias enseñando cosas contradictorias dificultaban reconciliarse con la promesa de Jesús a Pedro de que las puertas del infierno no prevalecerían contra ella".

La pregunta clave

¿Por qué, entonces, molestarse en ir a la iglesia? ¿Por qué no vivir su naciente cristianismo por su cuenta, y alimentarlo con lecturas, cursos y recursos disponibles en internet?

Lo primero que hizo fue profundizar en el presbiterianismo, pero sobre un asunto como la predestinación ni siquiera todos los presbiterianos estaban de acuerdo: "Más confusión". Luego estudió a luteranos, metodistas y baptistas: "Todavía peor".

Prejuicios anticatólicos

Pero bucear en ese mundo le hizo llegar a un folleto que se preguntaba: "¿Son cristianos los católicos?". Y entonces, leyendo aquello -que le "repugnó", recuerda- cayó en la cuenta de que existía el catolicismo: "Había tenido amigos católicos. Mi abuelo es católico. Nuestros vecinos eran católicos. Había ido a funerales católicos y bodas católicas. Pero nada me había animado a aprender más sobre el catolicismo. Tenía mis propias ideas preconcebidas sobre la Iglesia, sabía todo lo que hay que saber: la Iglesia odia a las mujeres, odia el sexo, odia a los no católicos y odia la ciencia. A pesar de mi creciente aprecio por la fe en María, el catolicismo nunca había aparecido en mi radar durante mis búsquedas espirituales".

¿La Verdad? Una idea chocante

Pero al leer aquel folleto anticatólico se indignó. Y sólo por "demostrar la falsedad de aquellas acusaciones salvajes", volvió a internet para estudiar el catolicismo. Y lo primero que encontró fue que la Iglesia católica cree que todas las religiones pueden tener algún aspecto de verdad, pero que "la plenitud de la Verdad" le había sido confiada sólo a la Iglesia católica.

Esto no le gustó, pero sobre todo porque eso implicaba que "había una Verdad", y eso chocaba a su mente "empapada de relativismo moral".

Dios en la Eucaristía

Empezó entonces a estudiar cómo justificaban los católicos ese aserto. Leyó sobre la Tradición, sobre los Padres de la Iglesia... y llegó a la Eucaristía. Algo sabía de la comunión que distribuyen algunas congregaciones protestantes, y de lo que significaba: "Comed este pan... Bebed de esta copa... Recordadme... Sólo recordadme".
Entonces supo que para los católicos era otra cosa, que hacían "algo más que recordar, que realmente entraban en contacto con el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Cristo mismo".

"No les creí", admite: "Nadie puede creer eso". Pero entonces comprobó que esa creencia estaba en la Iglesia primitiva, "estaba ahí desde el principio".

La respuesta a la pregunta clave

Y, sobre todo, esa creencia respondía a su pregunta: ¿por qué molestarse en ir a la iglesia? "Porque si Cristo mismo estaba realmente allí, físicamente presente en las iglesias católicas, entonces sí había una razón suficiente para que una persona venciese la lamentable y pecaminosa pereza de ir a la iglesia. La Biblia, los sermones, la música o la compañía podían contribuir al crecimiento espiritual de una persona, pero ninguna de ellas se encontraba exclusivamente en la iglesia. Pero ¿la Eucaristía? Eso cambiaba las cosas".

Lágrimas por Juan Pablo II

Era la primavera de 2005. "Toda la nación estaba pendiente de los últimos días de Terry Schiavo. No podías poner la radio sin escuchar a algún obispo pidiendo que se impidiese su muerte. Y yo no quería escucharlo. No quería oír nada más de los católicos y sus lenguaraces obispos metiendo las narices en un asunto que, en lo que a mí se me alcanzaba, no les concernía. Entonces ella murió. Y tres días después, murió el Papa Juan Pablo II. Yo estaba con Ken y uno de mis hijos tomando una pizza
cuando dieron la noticia. Y empecé a llorar. A llorar por un hombre que era el jefe de una iglesia sobre la que no quería ni pensar. Fui al servicio e intenté controlarme. ¿Qué estaba pasándome? Lo atribuí al cóctel de hormonas de mi séptimo mes de embarazo, y volví a terminar de comer con mi familia. Pero no podía quitarme el sentimiento de una aplastante tristeza. Volviendo a casa, en la radio del coche volvieron a hablar del asunto y volví a llorar".

La entrada a su barrio pasaba por delante ("¿lo habéis adivinado?") de una iglesia católica: la parroquia de la Reina de la Paz. El aparcamiento estaba lleno a rebosar de católicos que habían ido a rezar por el Papa, y Cari lloró de nuevo.

María entra en escena por tercera vez
.
Pasaron los días, y seguía buscando cosas en Internet. Una noche llegó a una página sobre la Medalla Milagrosa donde ofrecían un ejemplar gratuito. Tuvo lo que le pareció una debilidad, y la pidió.
Con los días se olvidó de que la había pedido, y siguió investigando "todo sobre Galileo y sobre las distintas formas en que la Iglesia odia la ciencia y la razón"... aunque lo que encontraba eran listas enteras de científicos que habían sido sacerdotes y de otros científicos cuya labor había fomentado y sufragado la Iglesia.

Una cesárea en perspectiva

Se acercaba el final del embarazo. En una revisión rutinaria descubrieron que el niño se había encajado de nalgas, así que se programó una cesárea. Cari se puso muy nerviosa, porque no le hacía gracia la idea, y sólo tras hablarlo con Ken y con sus padres se tranquilizó.

Una semana después, abrió el correo y se encontró un sobre con la Medalla Milagrosa que había pedido. Aun arrepintiéndose de haber dado su nombre y dirección, la sostuvo un rato en la mano, mirándola: "En el centro estaba María. La misma María cuya fe y confianza tanto admiraba y buscaba tener yo también. Ok, María. Me la pondré, pero sólo para recordarme a mí misma estar tan cerca de Jesús como estuviste tú. Me la pondré como signo de mi confianza en que me conducirás al lugar donde esté más cerca de Él, ¿de acuerdo?". Y se la puso.

"Tiene que haberle dolido"...

El día de la cesárea era el 31 de mayo, último del mes de la Virgen. La ingresaron en el hospital, y acudieron para esperar la operación su marido, su hijo mayor, su madre y sus suegros. Llegó el doctor para palparla antes de pasar a quirófano, y de repente la miró con "mirada extraña". Se fue, y volvió con un ecógrafo. Escaneó la barriga, apagó la máquina, y la miró.

-¿Por qué no me dijo que el niño se había dado la vuelta?
-¿Cómo?- Cari le miró, sin comprender.
-El niño se ha dado la vuelta. ¿Cuándo sucedió?

Ella seguía mirándole, mientras él empezaba a mosquearse.

-Tuvo usted que sentirlo. El niño es grande. Tiene que haber sido muy doloroso, lo bastante doloroso para que lo recuerde.
-¿Que se ha dado la vuelta?- Cari movió la cabeza-. Entonces, ¿no tiene que hacer cesárea? ¡¿Puedo volver a casa?!
-¿No quiere tener el niño hoy?
-¡Diablos, no! ¡Me voy a casa!

Al cabo de un rato estaban todos celebrándolo todos juntos con un buen desayuno.
Y se detuvo el tiempo...

Cari afirma que no relaciona la recepción de la Medalla Milagrosa con lo que sucedió en el interior de su cuerpo, pero... "Era como si María y Juan Pablo II estuviesen rezando por mí constantemente". Diecisiete días después nació su hijo Joaquín.

Un día, volviendo a casa en el coche con él, sentada ella al lado del capacho en el asiento de atrás, pasaron por delante de la iglesia de la Reina de la Paz. "De repente el tiempo pareció detenerse. Sé que suena ridículo, pero sucedió. Todo a mi alrededor me pareció diferente. El aire se sentía distinto. Miré a Ken a los ojos, que se reflejaban en el retrovisor. Y dije, sin venir a cuento: creo que quiero hacerme católica".

"Ok", contestó su marido.

Ocho meses después ambos recibieron la Eucaristía por primera vez en esa misma iglesia.

Dos mil cuatrocientos cuarenta y cuatro días

"Hay algunas lagunas en esta historia", concluye Cari, "y me disculpo por ello, pero no creo que las rellene nunca. Pero sí hay algo que no he olvidado, porque lo tengo apuntado en una pizarra: el tiempo que pasó entre el día en que estuve de pie ante una iglesia para casarme, ignorando deliberadamente a Cristo, y la Vigilia Pascual en que estuve de pie ante otra iglesia para recibirle en la Santa Eucaristía; los 2444 días que pasaron entre el ´Sí, quiero´ que le dije al amor humano de mi vida, y el ´Sí, quiero´ que le dije al amor divino de mi vida".

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