Tenía una vida cómoda e incluso podría haber hecho fortuna en China, dado su importante cargo. Era juez de un tribunal de una provincia de la costa este china. Sin embargo, Li JF era católico y más concretamente de la perseguida Iglesia clandestina.
No podía seguir viendo como la injusticia crecía y se prodigaba a su alrededor sin que él hiciera nada, por lo que arriesgó todo lo que tenía para así cumplir las palabras del Evangelio. Ser fiel a Jesucristo le hizo perder todo. Pero no lo esencial.
Detenido, apaleado y despojado de sus bienes
Li ha estado 11 años en un campo de trabajo, de "reeducación" para el régimen, el Gobierno ha vendido su casa, obligaron a su mujer a divorciarse, no ha visto a su hija desde su detención y su hermano tuvo que huir a Tailandia por las amenazas. Ni incluso su gran deterioro físico por las catorce horas de trabajo diario consiguieron que este firme católico renegase de su fe.
Cuenta que hizo todo esto porque oía una y otra vez en sus oídos la cita de Isaías 30, 21: “Ese es el camino, id por él”. Y así lo hizo. Pese a los sufrimientos y pérdidas materiales, Li está exultante pues el régimen le ha podido arrancar todo pero no su fe.
El presidente de China Aid, Bob Fu, cuenta que Li ya ha salido de prisión y ha revelado las cartas que éste le enviaba y en las que quedaba impresionado por la fe de un prisionero que nunca perdió la esperanza.
“Él no fue encarcelado debido a la corrupción o por actividades delictivas, sino porque proporcionó asesoramiento jurídico gratuito a los más débiles y vulnerables”, cuenta Bob Fu.
“Eligió un camino diferente”
En su explicación de la situación, el representante de China Aid relata que “Li podría fácilmente haber ganado una fortuna si hubiese decidido continuar su cómoda carrera legal, podría haber evitado la detención, las palizas y las torturas por permanecer en silencio ante la injusticia. Pero eligió un camino diferente”. Una senda marcada por la fe.
Sin embargo, Li ve lo bueno de todos estos años en vez de centrarse en todo lo que ha padecido. “He perdido todo, pero he aumentado mi fe en Dios”, afirma orgulloso. Eso es lo que le queda y recuerda así a las palabras de San Pablo a los Romanos cuando dice: “tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros”.
En el campo de trabajo al que fue enviado por su pertenencia a la Iglesia clandestina Li trabajó durante catorce horas al día y pasaba hasta tres en las clases de “reeducación”, que pasaban por ser un lavado de cerebro. Ni con esas consiguieron doblegarle.
Consiguió las biblias para los presos
Es más, lejos de abandonar su fe ésta iba aumentando entre rejas. Tanto que ni los guardias podían con él pues a Li no le importaban los castigos ni las condenas, sólo cumplir con el mandato de Jesucristo.
De hecho, dentro del campo de trabajo consiguió hacer contrabando para así poder comprar en el exterior Biblias, las cuales eran utilizadas para que él mismo enseñase a decenas de prisioneros. En estas clases lanzaba preguntas a sus compañeros, siempre relacionadas sobre “en quién pones tu verdadera esperanza”.
Evidentemente, las autoridades chinas no podían permitir que Li y el resto de presos leyeran y tuvieran Biblias por lo que las confiscaron. Pero aún con estas, este convencido católico se enfrentó al sistema y aprovechando su dominio del sistema legal chino consiguió revertir la situación.
“Ningún bien material puede sustituir esto”
Li se presentó ante el oficial del campo preguntando por qué no podían tener las Biblias. Éste arguyó sus excusas pero no pudo con Li, que le dio una auténtica lección de leyes y conocimientos. Al final, los presos consiguieron volver a tener las Biblias.
El resumen que el propio Li hace de todos estos años encerrado y realizando penosos trabajos se asemeja a lo dicho por San Pablo en sus cartas. “Mi padre celestial decidió dejarme seguirlo llevando mi Cruz. Con dificultad, elegí un camino en el que me vuelvo más pobre en bienes materiales y en el que sería más difícil la conmutación de la pena. Aún así continué extendiendo las semillas del Evangelio. Soy una persona elegida del Señor y tal gloria no puede ser sustituida por ningún bien material”.
La difícil situación de China
La Iglesia clandestina china sigue siendo duramente reprimida por el Gobierno pues escapa de su control. Sin embargo, los intentos del régimen comunista son vanos pues el número de católicos no para de aumentar. La persecución y la sangre de los mártires inflaman aún más la llama del Evangelio en tierras chinas. Y el ejemplo de Li lo pone de manifiesto.
Precisamente la semana pasada el propio Papa Francisco ofrecía la misa por los católicos chinos. En la capilla de Santa Marta celebró la Eucaristía en honor de Nuestra Señora de Shesan. Presentes había unos veinte chinos, entre laicos y sacerdotes. Allí el Papa inició la celebración: “oremos por el noble pueblo chino” y en su homilía hablaba de “soportar con paciencia” y “ganar con el amor”. El Papa no olvida a este pueblo luchador y a esta minoría perseguida.
Mientras tanto, China aparece en los primeros puestos en las clasificaciones de países que más persiguen a los cristianos. El régimen sigue recluyendo a católicos en cárceles y campos de trabajo mientras trabaja duramente para controlar a la Iglesia fiel a Roma. El caso más sonado últimamente ha sido la detención del obispo Ma Daqin. Una vez ordenado obispo auxiliar para la Diócesis de Shanghai en 2012 anunció públicamente que renunciaría a todos sus cargos en la Iglesia patriótica y así seguir fielmente al Papa. El régimen no tardó en responder y poco después de sus declaraciones fue detenido y recluido, situación que se mantiene hasta estos momentos
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