El
Papa desarrolló su homilía partiendo del martirio de Juan el Bautista y
subrayó que, como él, el verdadero discípulo de Cristo sigue el camino
de la humildad sin adueñarse de la profecía.
Herodes hace asesinar a Juan para complacer a la amante Herodías y el capricho de su hija. El Papa reflexionó sobre la trágica muerte del Bautista, narrada en el Evangelio de hoy. Juan, observó el Santo Padre, es “un hombre que tuvo un tiempo breve de vida, un tiempo breve para anunciar la Palabra de Dios”. Era el hombre, agregó, que “Dios había enviado para preparar el camino a su Hijo”. Y Juan termina mal su vida, en la corte de Herodes “que se encontraba en un banquete”:
“Cuando existe la corte es posible todo: la corrupción, los vicios, los crímenes. Las cortes favorecen estas cosas. ¿Qué cosa hizo Juan? Ante todo anunció al Señor. Anunció que el Salvador estaba cerca, el Señor, que el Reino de Dios estaba cerca y lo había hecho con fuerza. Y bautizaba. Exhortaba a todos a convertirse. Era un hombre fuerte. Y anunciaba a Jesucristo”.
“La primera gran cosa que hizo Juan fue anunciar a Jesucristo”. Otra cosa que hizo, prosiguió Francisco, “fue que ¡no se adueñó de su autoridad moral.” El Pontífice recordó que se le dio “la posibilidad de decir ‘Yo soy el Mesías’, porque tenía mucha autoridad moral”, “toda la gente iba a él”. Y el Evangelio narra que Juan instaba a todos a convertirse. Y los fariseos, los doctores veían esta fuerza suya: “Era un hombre recto”. Le preguntan entonces si es él el Mesías. Y, en aquel “momento de la tentación, de la vanidad” podía hacer una “cara de estampita” y decir: “No lo sé...” con una “falsa humildad”. En cambio fue claro: “¡No! ¡Yo no lo soy! Aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias”. Juan, remarcó el Papa, “fue claro”, “no robó el título. No se adueñó de la misión”. Esta, entonces, “es la segunda cosa que lo ha hecho un “hombre de verdad”: “No robar la dignidad. La tercera cosa que hizo Juan, agregó, “es imitar a Cristo”. También Herodes, que lo había asesinado, “creía que Jesús fuese Juan”. Juan, observó, imitó a Jesús “sobre todo en el camino del abajarse: Juan se humilló, se abajó hasta el fin, hasta la muerte”:
“Muertes humillantes. También Juan tuvo su ‘huerto de los olivos’, angustia en la cárcel, cuando creía haberse equivocado, y manda a sus discípulos preguntar a Jesús: ‘Dime, eres tú o me he equivocado y hay otro?’ La oscuridad del alma, aquella oscuridad que purifica como Jesús en el huerto de los olivos. Y Jesús respondió a Juan como el Padre respondió a Jesús, consolando. Aquella oscuridad del hombre de Dios, de la mujer de Dios. Pienso en este momento en la oscuridad del alma de la Beata Teresa de Calcuta, ¿no? Ah, la mujer a la que alababa todo el mundo, ¡Premio Nobel! Pero ella sabía que en un momento de su vida, largo, había solamente la oscuridad”.
“Anunciador de Jesucristo”, reflexionó Francisco, Juan “no se adueñó de la profecía”, él “es el ícono de un discípulo”. Pero, se preguntó el Obispo de Roma, “¿dónde estaba la fuente de esta actitud de discípulo?”. En un encuentro. El Evangelio, recordó, nos habla del encuentro de María e Isabel, cuando Juan saltó de alegría en el vientre de Isabel. Eran primos. “Quizás – dijo - después encontraron algunas veces. Y aquel encuentro llenó de alegría, de mucha alegría el corazón de Juan, y lo transformó en discípulo”. Juan es “el hombre que anuncia a Jesucristo, que no se pone en el lugar de Jesucristo y que sigue el camino de Jesucristo”:
“Hoy nos hará bien, a nosotros, preguntarnos sobre nuestro discipulado: ¿anunciamos a Jesucristo? ¿Aprovechamos o no aprovechamos de nuestra condición de cristianos como si fuese un privilegio? ¿Juan no se adueñó de la profecía? Tercero: ¿vamos por el camino de Jesucristo? ¿El camino de la humillación, de la humildad, del abajamiento por el servicio? Y si sentimos que no somos firmes en esto, preguntarnos: ‘¿Cuando fue mi encuentro con Jesucristo, aquel encuentro que me llenó de alegría?’. Y regresar al encuentro, regresar a la primera Galilea del encuentro. ¡Todos nosotros tenemos una! ¡Regresar allí! Reencontrarse con el Señor, ir adelante en este camino tan hermoso, en la cual Él debe crecer y nosotros abajarnos”. (RC-RV)
Herodes hace asesinar a Juan para complacer a la amante Herodías y el capricho de su hija. El Papa reflexionó sobre la trágica muerte del Bautista, narrada en el Evangelio de hoy. Juan, observó el Santo Padre, es “un hombre que tuvo un tiempo breve de vida, un tiempo breve para anunciar la Palabra de Dios”. Era el hombre, agregó, que “Dios había enviado para preparar el camino a su Hijo”. Y Juan termina mal su vida, en la corte de Herodes “que se encontraba en un banquete”:
“Cuando existe la corte es posible todo: la corrupción, los vicios, los crímenes. Las cortes favorecen estas cosas. ¿Qué cosa hizo Juan? Ante todo anunció al Señor. Anunció que el Salvador estaba cerca, el Señor, que el Reino de Dios estaba cerca y lo había hecho con fuerza. Y bautizaba. Exhortaba a todos a convertirse. Era un hombre fuerte. Y anunciaba a Jesucristo”.
“La primera gran cosa que hizo Juan fue anunciar a Jesucristo”. Otra cosa que hizo, prosiguió Francisco, “fue que ¡no se adueñó de su autoridad moral.” El Pontífice recordó que se le dio “la posibilidad de decir ‘Yo soy el Mesías’, porque tenía mucha autoridad moral”, “toda la gente iba a él”. Y el Evangelio narra que Juan instaba a todos a convertirse. Y los fariseos, los doctores veían esta fuerza suya: “Era un hombre recto”. Le preguntan entonces si es él el Mesías. Y, en aquel “momento de la tentación, de la vanidad” podía hacer una “cara de estampita” y decir: “No lo sé...” con una “falsa humildad”. En cambio fue claro: “¡No! ¡Yo no lo soy! Aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias”. Juan, remarcó el Papa, “fue claro”, “no robó el título. No se adueñó de la misión”. Esta, entonces, “es la segunda cosa que lo ha hecho un “hombre de verdad”: “No robar la dignidad. La tercera cosa que hizo Juan, agregó, “es imitar a Cristo”. También Herodes, que lo había asesinado, “creía que Jesús fuese Juan”. Juan, observó, imitó a Jesús “sobre todo en el camino del abajarse: Juan se humilló, se abajó hasta el fin, hasta la muerte”:
“Muertes humillantes. También Juan tuvo su ‘huerto de los olivos’, angustia en la cárcel, cuando creía haberse equivocado, y manda a sus discípulos preguntar a Jesús: ‘Dime, eres tú o me he equivocado y hay otro?’ La oscuridad del alma, aquella oscuridad que purifica como Jesús en el huerto de los olivos. Y Jesús respondió a Juan como el Padre respondió a Jesús, consolando. Aquella oscuridad del hombre de Dios, de la mujer de Dios. Pienso en este momento en la oscuridad del alma de la Beata Teresa de Calcuta, ¿no? Ah, la mujer a la que alababa todo el mundo, ¡Premio Nobel! Pero ella sabía que en un momento de su vida, largo, había solamente la oscuridad”.
“Anunciador de Jesucristo”, reflexionó Francisco, Juan “no se adueñó de la profecía”, él “es el ícono de un discípulo”. Pero, se preguntó el Obispo de Roma, “¿dónde estaba la fuente de esta actitud de discípulo?”. En un encuentro. El Evangelio, recordó, nos habla del encuentro de María e Isabel, cuando Juan saltó de alegría en el vientre de Isabel. Eran primos. “Quizás – dijo - después encontraron algunas veces. Y aquel encuentro llenó de alegría, de mucha alegría el corazón de Juan, y lo transformó en discípulo”. Juan es “el hombre que anuncia a Jesucristo, que no se pone en el lugar de Jesucristo y que sigue el camino de Jesucristo”:
“Hoy nos hará bien, a nosotros, preguntarnos sobre nuestro discipulado: ¿anunciamos a Jesucristo? ¿Aprovechamos o no aprovechamos de nuestra condición de cristianos como si fuese un privilegio? ¿Juan no se adueñó de la profecía? Tercero: ¿vamos por el camino de Jesucristo? ¿El camino de la humillación, de la humildad, del abajamiento por el servicio? Y si sentimos que no somos firmes en esto, preguntarnos: ‘¿Cuando fue mi encuentro con Jesucristo, aquel encuentro que me llenó de alegría?’. Y regresar al encuentro, regresar a la primera Galilea del encuentro. ¡Todos nosotros tenemos una! ¡Regresar allí! Reencontrarse con el Señor, ir adelante en este camino tan hermoso, en la cual Él debe crecer y nosotros abajarnos”. (RC-RV)
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