En la audiencia general de los miércoles Benedicto XVI, continuando la catequesis sobre la fe católica, partió esta vez de algunas preguntas: “¿Tiene la fe sólo un carácter personal, individual?, ¿Vivo la fe sólo?”. “Ciertamente- dijo el Papa a los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro- el acto de fe es eminentemente personal, es una experiencia íntima que marca un cambio de dirección, una conversión personal. Pero este creer no es el resultado de una reflexión solitaria sino el fruto de una relación, de un diálogo con Jesús que me hace salir de mi “yo” para abrirme al amor de Dios Padre”.
“Es como un renacer en que me descubro unido no sólo a Jesús, sino también a todos los que han recorrido y recorren el mismo camino, y este nuevo nacimiento, que empieza con el bautismo, prosigue a lo largo de toda la existencia”.
Sin embargo, observó el pontífice, “la fe personal no puede construirse sobre un diálogo privado con Jesús porque la fe me la da Dios a través de una comunidad creyente que es la Iglesia y me inserta en la multitud de creyentes en una comunión que no es sólo sociológica, sino radicada en el amor eterno de Dios. El catecismo de la Iglesia Católica lo resume de forma clara: “Creer es un acto eclesial. La fe de la Iglesia precede, genera, sostiene y nutre nuestra fe. La Iglesia es la Madre de todos los creyentes”.
Al principio de la aventura cristiana, cuando el Espíritu Santo desciende sobre los discípulos el día de Pentecostés “la Iglesia naciente recibe la fuerza para cumplir la misión que le confió el Señor resucitado: difundir en todos los rincones de la tierra el Evangelio; la buena noticia del Reino de Dios y guiar así a todos los hombres al encuentro con El, a la fe que salva”.
“Inicia así el camino de la Iglesia, comunidad que difunde este anuncio en el tiempo y en el espacio, comunidad que es el Pueblo de Dios y cuyos miembros no pertenecen a un particular grupo social o étnico: son hombres y mujeres procedentes de todas las naciones y todas las culturas. Es un pueblo “católico” que habla lenguas nuevas, abierto universalmente para acoger a todos, más allá de las fronteras, derribando todas las barreras”.
“La Iglesia, desde el principio, es el lugar de la fe, el lugar de la transmisión de la fe. Hay una cadena ininterrumpida de vida de la Iglesia, de anuncio de la Palabra de Dios, de celebración de los Sacramentos, que llega hasta nosotros y que llamamos Tradición; ella nos da la garantía de que lo creemos es el mensaje original de Cristo, predicado por los apóstoles. En la comunidad eclesial la fe personal crece y madura”.
Para ilustrar este punto el Papa explicó que en el Nuevo Testamento el término “santos” designa a los cristianos en su conjunto y “ciertamente -dijo- no todos tenían las cualidades para ser declarados santos por la Iglesia”. Este apelativo significaba que “aquellos que tenían fe en Cristo resucitado estaban llamados a ser un punto de referencia para todos los demás, poniéndolos así en contacto con la persona y con el mensaje de Jesús que revela el rostro de Dios vivo. Esto es válido también para nosotros: un cristiano que, poco a poco, se deja guiar y plasmar por la fe de la Iglesia, a pesar de sus debilidades, sus límites y dificultades, es como una ventana abierta a la luz del Dios vivo, que recibe esta luz y la refleja en el mundo”.
“La tendencia, tan difundida hoy, a relegar la fe a la esfera privada contradice su misma naturaleza. Necesitamos a la Iglesia para confirmar nuestra fe y para experimentar juntos los dones de Dios. En un mundo donde el individualismo parece regir las relaciones entre las personas, haciéndolas cada vez más frágiles, la fe nos llama a ser Pueblo de Dios, a ser Iglesia, portadores del amor y de la comunión de Dios para todo el género humano”, finalizó el Santo Padre.+
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