Iniciamos el mes de la Biblia en recuerdo de san Jerónimo quién fuera su primer traductor al lenguaje vulgar, entonces era el latín, cuya Fiesta celebramos el 30 de septiembre. No estamos ante un libro que una vez que lo hemos leído deja de tener interés. En su lectura nos encontramos con la Palabra de Dios que tiene una actualidad permanente, porque fue dicha para todos los hombres y de todos los tiempos. No se trata de un libro de historia para conocer el pasado, sino de una palabra que ha sido dicha para mí y me tiene, por lo mismo, como destinatario.
Descubrirnos en esta relación única y personal con la Palabra de Dios es un camino de Vida Nueva. Si la vida cristiana nace del encuentro con Jesucristo, la Biblia, en cuanto nos trasmite su Palabra, es el primer lugar de encuentro con él. Cuando ella llega a un corazón abierto comienza un diálogo único de amor que nos enriquece, y en nuestra respuesta ella se hace oración. ¡Qué importante es acostumbrarnos a rezar con la Palabra de Dios!
Esta Palabra, con la que Dios fue acompañando a su pueblo, alcanzó su plenitud de entrega y revelación en su propio Hijo, Jesucristo. Así, nos lo dice la misma Sagrada Escritura: “Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres por medio de los Profetas, en muchas ocasiones y de diversas manera, ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo” (Heb. 1, 1).
Este hecho es el que marca un antes y un después en la historia de la relación de Dios con el hombre. Es él quien ha tomado la iniciativa, por ello, para encontrarnos con él ya conocemos el camino.
Esto es lo que nos dice Aparecida cuando afirma que las Sagradas Escrituras son el primer lugar de encuentro con Jesucristo: “Desconocer la Escritura es desconocer a Jesucristo y renunciar a anunciarlo” (Ap. 247). No tenemos, por ello, que estar a la espera de nuevas revelaciones de Dios, en Jesucristo nos ha dicho todo. Será la obra del Espíritu Santo hacernos conocer cada día más el sentido de esta Palabra y disponer nuestro espíritu para hacerla una realidad viva en nosotros.
Esta riqueza de la Palabra de Dios la Iglesia la vive con gratitud, pero con el compromiso de anunciarla. No es una Palabra para tenerla guardada sino para predicarla. En este sentido es muy claro el lema que este año nos propone el Departamento de Pastoral Bíblica del Episcopado, tomado de la misma Escritura: “¡Qué la Palabra del Señor siga propagándose y sea glorificada!” (2 Tes. 3, 1). Lo que no se vive y comunica se termina perdiendo. Una Iglesia, o un cristiano, que no viva la urgencia y la alegría de comunicar la Palabra de Dios, no ha comprendido su vocación.
Si cabe la expresión diría que han privatizado su fe y se han apropiado de la Palabra. Somos servidores, no dueños.
La Palabra es el don que hemos recibido, nos corresponde la tarea de anunciarla. No somos, por otra parte, una élite de elegidos, sino hijos de Dios llamados a ser “discípulos y misioneros” del Señor al servicio de nuestros hermanos.
Deseando que este Mes de la Biblia sea una ocasión para acercarnos con un corazón de discípulos a la Palabra de Dios, les hago llegar junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.
Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
Texto del micro radial de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, emitido por LT 9 (1 de septiembre de 2012)
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