lunes, 16 de agosto de 2010

Benedicto XVI: “Pedid la intercesión de la Virgen”

Durante el rezo del Ángelus
CASTEL GANDOLFO, lunes 16 de agosto de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación las palabras que el Papa Benedicto XVI pronunció ayer, Solemnidad de la Asunción de la Virgen, durante el rezo del Ángelus, con los peregrinos reunidos en el patio del Palacio Apostólico de Castel Gandolfo.

Queridos hermanos y hermanas,
hoy, en la solemnidad de la Asunción al Cielo de la Madre de Dios, celebramos el paso de la condición terrena a la bienaventuranza celeste de Aquella que engendró en la carne y acogió en la fe al Señor de la Vida. La veneración hacia la Virgen María acompaña desde los inicios el camino de la Iglesia y ya a partir del siglo IV aparecen fiestas marianas: en algunas se exalta el papel de la Virgen en la historia de la salvación, en otras se celebran los momentos principales de su existencia terrena. El significado de la fiesta de hoy está contenido en las palabras finales de la definición dogmática, proclamada por el Venerable Pío XII el 1 de noviembre de 1950 y del que este año se celebra el 60° aniversario: “La Inmaculada siempre Virgen María, Madre de Dios, terminado el curso de su vida terrena, fue llevada a la gloria celeste el alma y cuerpo” (Const. ap. Munificentissimus Deus, AAS 42 [1950], 770).

Artistas de toda época han pintado y esculpido la santidad de la Madre del Señor adornando iglesias y santuarios. Poetas, escritores y músicos han tributado honor a la Virgen con himnos y cantos litúrgicos. De Oriente a Occidente la Toda Santa es invocada como Madre celeste, que sostiene al Hijo de Dios entre los brazos y bajo cuya protección encuentra refugio toda la humanidad, con la antiquísima oración: “Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios: no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita".

Y en el Evangelio de la solemnidad de hoy, san Lucas describe la realización de la salvación a través de la Virgen María. Ella, en cuyo seno se hizo pequeño el Omnipotente, tras el anuncio del Ángel, sin vacilación alguna, se dirige de prisa donde su pariente Isabel para llevarle al Salvador del mundo. Y, de hecho, “apenas Isabel oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno... [y] se llenó del Espíritu Santo” (Lc 1,41); reconoció a la Madre de Dios en “aquella que ha creído que se cumplirá lo que le fue anunciado de parte del Señor” (Lc 1,45). Las dos mujeres, que esperaban el cumplimiento de las promesas divinas, pregustan ya el gozo de la venida del Reino de Dios, la alegría de la salvación.

Queridos hermanos y hermanas, confiemos en Aquella que – como afirma el Siervo de Dios Pablo XVI – “asunta al cielo, no ha dejado su misión de intercesión y de salvación” (Ex. ap. Marialis Cultus, 18, AAS 66 [1974], 130). A Ella, guía de los Apóstoles, apoyo de los Mártires, luz de los Santos, dirigimos nuestra oración, suplicándola que nos acompañe en esta vida terrena, que nos ayude a mirar al Cielo y que nos acoja un día junto a su Hijo Jesús.

[Después del Ángelus, dijo en español]
Saludo con afecto a los fieles de lengua española, en particular al grupo de pastoral juvenil de Pamplona y Zizur Mayor. Que la celebración de la Asunción de la Virgen María a los cielos, en la que podemos contemplar la plenitud de vida a la que estamos todos llamados, fortalezca nuestra esperanza con la certeza de que la Madre de Dios sigue velando con amor sobre cada uno de nosotros. Que Dios os bendiga.

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