lunes, 5 de octubre de 2009

OCTUBRE: MES DE LAS MISIONES

El laico misionero

La figura de Iglesia y el bautismo son por tanto perspectivas necesarias para comprender el sentido de la participación de los laicos en la acción misio­nera de la Iglesia. Esta doble perspectiva se hace aún más imprescindible si pre­tendemos precisar la identidad teológica del laico misionero. Las dificultades que surgen a la hora de precisar cada uno de los términos nos orienta en la misma dirección: lo decisivo en esta cuestión radica en el bautismo y en la figura que adopte la Iglesia.
La definición del laico ha sido un esfuerzo constante de la teología a lo lar­go del siglo XX, en la época en que se pretendía superar la figura clerical de la Iglesia. Este esfuerzo ha debido luchar contra un peligro o una amenaza que resurgen continuamente: la consideración del laico como no-clérigo o no-religioso. Tanto el Vaticano II como la "Christi fideles Laici" han puesto el acento en la dimensión secular o en la índole secular del laico como el rasgo específico que lo caraceriza en el seno de la Iglesia.
Esta solución sin embargo cuenta con notables objeciones. No resulta fácil atribuir al laico actividades que no pudieran ser también desempañadas por presbíteros o religiosos, y tampoco se puede olvidar el hecho de que la secularidad es dimensión de toda la Iglesia. A nuestro juicio el término "laico" sólo tiene sentido dentro del binomio clérigo-laico, y por ello queda condenado a ser considerado como no-clérigo, especialmente porque la figura de la Iglesia ha estado marcada por la primacía del sacramento del orden.
Hay que romper ese círculo vicioso y no considerar al laico aisladamente o en relación al clérigo. No es solución elaborar una "teología del laicado", como se ha intentado durante el último medio siglo. La única vía de salida es la ela­boración (en la teoría y en la práctica) de una eclesiología global, articulada en su variedad de ministerios, carismas y vocaciones, de modo que sea así la comunidad concreta, en cuanto organismo vivo, la que se afirma como sujeto y protagonista de la misión de la Iglesia. La cuestión, por tanto, es la figura de la Iglesia, el modo como se articula para el cumplimiento de su misión. Y en ella todos los bautizados deben encontrar su propia responsabilidad y su propio protagonismo.
Una ambigüedad semejante afecta al término "misionero". Tampoco podemos en este momento explicitar de modo detallado la evolución del concepto. Pero sí parece necesario tener en cuenta dos coordenadas de este proceso: de un lado, la repatriación de las misiones (la actividad misionera en sentido específico) en la misión una y global de la Iglesia; de otro lado la ampliación de los horizontes de la misión y el trastocamiento de las situaciones en las cuales se ejerce actualmente la misión de la Iglesia. El concepto "misionero" se ha hecho más flexible y fluido. Por ello una de las tareas más significativas de la misionología reciente en el ámbito católico ha consistido en conjugar esa transformación del concepto de misión con la validez y el sentido de la misión ad gentes en sentido propio. ¿Cuándo se puede decir por tanto que un laico es misionero? ¿Habrá de recurrirse a un criterio geográfico o jurídico, o será necesario tener en cuenta ante todo el modo de su inserción ec1esial y las implicaciones de su compromiso bautismal?
Estas preguntas se agudizan ante una de las experiencias nuevas de la praxis misionera. La ayuda al desarrollo, la solidaridad con los desfavorecidos, la cooperación internacional, la promoción de la justicia y de la liberación... han pasado a formar parte de una concepción integral de la misión de la Iglesia. Simultáneamente la sociedad civil ha dado origen a nuevas realizaciones de la solidaridad humana, y por eso han proliferado los cooperantes, los voluntariados, las organizaciones no gubernamentales... Son por tanto espacios o ámbitos en los que misioneromisioneros cristianos se encuentran (y colaboran) con las iniciativas sociales, y de hecho en numerosas ocasiones se funden o se confunden. ¿Qué diferencia en consecuencia existe entre un cooperante que actúa al margen de la fe o de los cauces ec1esiales y el cristiano que realiza las mismas actividades en nombre del evangelio, como expresión del seguimiento de Cristo? ¿Sería suficiente una actividad anónima o se requiere una referencia explícita a las motivaciones de fe? Como criterio de discernimiento parecería de nuevo que resulta inevitable la referencia al bautismo, a su sentido y a sus implicaciones.


¡En el mes del Rosario... recemos por las misiones, por los misioneros argentinos y por nuestra Patria!



Jesús, no tienes manos. Tienes sólo nuestras manos para construir

un mundo donde habite la justicia.
Jesús, no tienes pies. Tienes sólo nuestros pies para poner en

marcha la libertad y el amor.
Jesús, no tienes labios. Tienes sólo nuestros labios
para anunciar por el mundo la Buena Noticia a los pobres.


Jesús, no tienes medios. Tienes sólo nuestra acción para

lograr que todos los hombres sean hermanos. Jesús,

nosotros somos tu evangelio, el único evangelio que la gente puede leer.




1 comentario:

JORGE dijo...

Y al parecer esta es la hora de los laicos, ahora que hay tantos ataques al clero.

Gracias por el post, bendiciones