(RV).- El Papa Francisco trazó un balance de su viaje apostólico a Cuba y a EEUU ante miles de fieles y peregrinos procedentes de diversos países, y que se dieron cita el último miércoles de septiembre en la Plaza de San Pedro para asistir a la audiencia general.
El Papa Bergoglio explicó que este viaje apostólico nació de la voluntad de participar en el VIII Encuentro Mundial de las familias, que había sido programado desde hacía tiempo en Filadelfia. Y dijo que ese núcleo originario se amplió a una visita a EEUU y a la sede central de las Naciones Unidas; y después también a Cuba, que se convirtió en la primera etapa de su itinerario.
Tras manifestar nuevamente su reconocimiento al Presidente Castro, al Presidente Obama y al Secretario General Ban Ki-moon la acogida que le reservaron, el Santo Padre agradeció de corazón a sus hermanos Obispos y a todos los colaboradores el gran trabajo realizado y su amor a la Iglesia que lo ha animado.
También explicó que se presentó a Cuba como “Misionero de la Misericordia”, y afirmó que la misericordia de Dios es más grande que cualquier herida, que todo conflicto, e ideología.
Después de explicar las etapas de su viaje a Cuba, con su visita al Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre, Francisco abordó las etapas de EEUU, cuyo pasaje ha sido emblemático, un puente que gracias a Dios – dijo – se está reconstruyendo. Porque Dios siempre quiere construir puentes, mientras somos nosotros ¡quienes construimos muros!
Y al concluir el balance de las etapas estadounidenses de Washington y Nueva York, hablando de Filadelfia, el Santo Padre afirmó que la familia es el sujeto protagonista de una ecología integral, porque es el sujeto social primario, que contiene en su interior los dos principios básicos de la civilización humana en la tierra: el principio de la comunión y el de la fecundidad.
Y antes de concluir dirigió un fraternal y caluroso agradecimiento a Mons. Chaput, Arzobispo de Filadelfia, por su empeño, piedad, entusiasmo y gran amor a la familia en la organización de este evento mundial.
Texto completo de la Catequesis del Papa traducido del original italiano
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La audiencia de hoy es en dos lugares: aquí en la plaza y también en el Aula Pablo VI, donde hay tantos enfermos que siguen la audiencia por la pantalla. Como el tiempo es un poco feo hemos elegido que ellos estén cubiertos y más tranquilos allá. Unámonos unos con otros y saludémoslos.
En los días pasados he realizado el viaje apostólico a Cuba y a los Estados Unidos de América. Esto nació de la voluntad de participar en el Encuentro Mundial de las Familias, en programa desde hace tiempo en Filadelfia. Este “núcleo originario” se ha ampliado en una visita a los Estados Unidos de América y a la sede central de las Naciones Unidas, y después también a Cuba, que ha sido la primera etapa del itinerario. Expreso nuevamente mi reconocimiento al presidente Castro, al presidente Obama y al Secretario General Ban Ki-moon por la acogida. Agradezco de corazón a los hermanos Obispos y a todos los colaboradores por el gran trabajo realizado y por el amor a la Iglesia que lo ha animado.
“Misionero de la Misericordia”: así me he presentado en Cuba, una tierra rica de belleza natural, de cultura y de fe. La misericordia de Dios es más grande que cada herida, cada conflicto, cada ideología; y con esta mirada de misericordia he podido abrazar todo el pueblo cubano en patria y fuera, más allá de toda división. Símbolo de esta unidad profunda del alma cubana es la Virgen de la Caridad del Cobre, que hace cien años ha sido proclamada Patrona de Cuba. Fui como peregrino al Santuario de esta Madre de esperanza, Madre que guía en el camino de justicia, paz, libertad y reconciliación.
He podido compartir con el pueblo cubano la esperanza del cumplirse la profecía de san Juan Pablo II: que Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba. No más cierres, no más explotación de la pobreza, sino libertad en la dignidad. Este es el camino que hace vibrar el corazón de tantos jóvenes cubanos: no una vía de evasión, de ganancias fáciles, sino de responsabilidad, de servicio al prójimo, de cuidado de la fragilidad. Un camino que trae fuerza de las raíces cristianas de aquel pueblo que ha sufrido tanto. Un camino en el cual he animado en modo particular a los sacerdotes y todos los consagrados, los estudiantes y las familias. El Espíritu Santo, con la intercesión de María Santísima, haga crecer las semillas que hemos sembrado.
De Cuba a los Estados Unidos de América: ha sido un pasaje emblemático, un puente que gracias a Dios se está reconstruyendo. Dios siempre quiere construir puentes; ¡somos nosotros quienes construimos muros! Y los muros caen siempre.
En los Estados Unidos ha realizado tres etapas: Washington, Nueva York y Filadelfia.
En Washington he encontrado a las Autoridades políticas, la gente común, los Obispos, los sacerdotes y consagrados, los más pobres y marginados. He recordado que la más grande riqueza de aquel país y de su gente está en el patrimonio espiritual y ético. Y así, he querido animar a llevar hacia adelante la construcción social en la fidelidad a su principio fundamental, que todos los hombres son creados por Dios iguales y dotados de derechos inalienables, como la vida, la libertad y el perseguir la felicidad. Estos valores, compartidos por todos, encuentran en el Evangelio su pleno cumplimiento, como lo ha evidenciado la canonización del padre Junípero Serra, franciscano, gran evangelizador de la California. San Junípero muestra el camino de la alegría: ir y compartir con los otros el amor de Cristo. Este es el camino del cristiano, y también de cada hombre que ha conocido el amor: no tenerlo para sí mismo sino compartirlo con los otros. Sobre esta base religiosa y moral han nacido y crecido los hijos de los Estados Unidos de América, y sobre esta base pueden continuar a ser tierra de libertad y de acogida y cooperar a un mundo más justo y fraterno.
En Nueva York he podido visitar la Sede central de la ONU y saludar al personal que allí trabaja. He tenido coloquios con el Secretario General y los Presidentes de las últimas Asambleas Generales y del Consejo de Seguridad. Hablando a los representantes de las Naciones, en las huellas de mis predecesores, he renovado el ánimo de la Iglesia Católica a aquella Institución y a su rol en la promoción del desarrollo y de la paz, llamando en particular la necesidad del compromiso armonioso y activo para el cuidado de lo creado. He reafirmado también la llamada a detener y prevenir las violencias en contra de las minorías étnicas y religiosas y en contra de las poblaciones civiles.
Por la paz y la fraternidad hemos rezado en el memorial de la zona cero, junto a los representantes de las religiones, los familiares de tantos fallecidos y el pueblo de Nueva York, rico en variedad cultural. Y por la paz y la justicia he celebrado la Eucaristía en el Madison Square Garden.
Sea en Washington que en Nueva York he podido encontrar algunas realidades caritativas y educativas, emblemáticas del enorme servicio que las comunidades católicas -sacerdotes, religiosas, religiosos, laicos- ofrecen en estos campos.
Culmen del viaje ha sido el Encuentro de las Familias en Filadelfia, donde el horizonte se ha ampliado a todo el mundo, a través del “prisma”, por así decir, de la familia. La familia, es decir la alianza fecunda entre el hombre y la mujer, es la respuesta al gran desafío de nuestro mundo, que es un desafío doble: la fragmentación y la masificación, dos extremos que conviven y se sostienen mutuamente, y juntos sostienen el modelo económico consumista. La familia es la respuesta porque es la célula de una sociedad que equilibra la dimensión personal y aquella comunitaria, y al mismo tiempo puede ser el modelo de una gestión sostenible de los bienes y de los recursos del creado. La familia es el sujeto protagonista de una ecología integral porque es el sujeto social primario, que contiene al interno los dos principios base de la civilización humana sobre la tierra: el principio de comunión y el principio defecundidad. El humanismo bíblico nos presenta este ícono: la pareja humana, unida y fecunda, colocada por Dios en el jardín del mundo, para cultivarlo y cuidarlo.
Deseo dirigir un fraterno y caluroso agradecimiento a Mons. Chaput, Arzobispo de Filadelfia, por su empeño, su piedad, su entusiasmo y su gran amor a la familia en la organización de este evento. Mirando bien, no es una casualidad, sino es providencial que el mensaje, más bien, el testimonio del Encuentro Mundial de las Familias se haya llevado a cabo en este momento desde los Estados Unidos de América, es decir del país que en el siglo pasado ha alcanzado el máximo desarrollo económico y tecnológico sin renegar sus raíces religiosas. Ahora estas mismas raíces piden: volver a partir de la familia para repensar y cambiar el modelo de desarrollo, para el bien de la entera familia humana. Gracias.
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